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QUISIERA HABLAR DE REVOLUTIONARY ROAD, DE SAM MENDES

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Por Susana Arroyo

Cuando uno sale de la sala cinematográfica, al final de la cinta Revolutionary Road de Sam Mendes, siente una especie de desasosiego. No tengo muy claro si esta sensación se debe a la soberbia actuación de Michael Shannon/John Givings, quien obtendrá con toda seguridad un Óscar, así como muchos premios pues su trabajo es verdaderamente impresionante; a la magnífica ambientación de Debra Schutt, o a la historia imaginada, sí a lo que la película no ha dicho y que seguramente la novela sí, pues fue escrita por Yates. En ese orden.
De poco han servido los buenos intentos dramáticos de los señores Wheeler: Leonardo/Frank di Caprio y Kate/April Winslet.
La cinta, basada en una novela de Richard Yates, confirma lo que tanto suele ocurrir últimamente en el cine (yo siempre lo decía, la crítica literaria, por mucho, puede aplicarse al cine). La historia no es una historia más de estadounidenses; se trata de un complejo real-ideal de la (no) próspera sociedad de los Estados Unidos. La “pujante” clase media, las parejas ideales y la salud mental frente al desequilibrio. Salud que en este caso, aplicado a Kate/April se encuentra en una línea que se va desdibujando a lo largo del tiempo de la obra.
Algo de lo que ha dejado en mi memoria una huella que quizá sea indeleble, es la sensación de tener un invitado en mi propia casa, me refiero, desde luego, a Michael Shannon/John Givings.
Y me tomo la libertad que este amable espacio me permite, para hablar de él.
Yo sé que quizá algunos lectores se sentirán decepcionados pues esperan leer algo sobre la trama; algo sobre Leonardo di Caprio y algo sobre Kate Winslet, los  personajes principales. Pero como todo el mundo y todos los críticos escriben sobre ellos, yo me quiero desviar hacia un par de actores secundarios –curiosamente llamados de reparto, como si encabezaran el reparto y entonces los personajes principales son de otro rango, quizá de un nivel más elevado o quizá no entran en el reparto de las utilidades de la cinta pues ellos han cobrado por anticipado–.
En fin, distraigo la atención del lector para localizarme en la escena de la cocina, en la que Kate y Leonardo hacen el amor con cierta desesperación. Recuerdo haber leído que era demasiado erótica y que el propio Sam Mendes tuvo que estar en otra habitación mientras se filmaba esa escena. Honestamente a mí no me pareció tan erótica pero sí bien actuada. Muy bien por ambos actores que encabezan el reparto o que van más allá del reparto. Muy bien lograda y muy atinados los gemidos, en fin, todo.
Prosigo.
El caballero invitado es mi héroe. Me gustaría mucho relacionarlo con el famoso “convidado de piedra”, parte de la obra El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina.
Decía que en algún momento me sentí invadida. Esto es comparado al fenómeno de la actuación para Eisenstein. Pocas veces me he sentido tan compartida, es decir parte de la cinta. El actor Michael/John, quien asume su carácter de “de reparto” y llega a la casa de los Winslet, perdón, de los Wheeler, no acepta la conversación en el tono soy-un-invitado-y-debo-comportarme-como-tal y lo que hace es tomar las riendas de la escena. Pero lo hace de manera literal. Como decía: invade. No solamente la casa de la joven pareja, la cual casi nunca tiene niños saltando alrededor como suele ser y como solía ser en aquella época de los años 50.
Entre paréntesis diré que recuerdo que nosotros en casa, siempre estábamos en casa. Eso de dejar los niños con los vecinos creo que, aún en US (pues ya no quiero decir Estados Unidos y me resisto al “América” que nos corresponde a todos los que hemos nacido en este continente), no se solía permitir o enviar o dejar que los niños durmieran en otras casas, y no pasaban tanto tiempo (99 por ciento de la película), fuera. Eso solamente ocurrió en la corta memoria de Sam Mendes, pues me imagino que le pareció fácil inventarse una realidad de pareja joven que discute, pelea, hace el amor en la cocina, tiene invitados, todo pasa SIN NIÑOS. Y lo digo así, en mayúsculas, pues es “algo” que siempre está ahí. Y todos los que son padres y que han sido niños de verdad, no niños estadounidenses, bien portados, idos con los vecinos cuando mamá y papá tienen sus “cosas” que resolver, todos siempre están donde no se debe. En fin, muy sammendesiano, este mundo fílmico.
Y regreso, perdón la demora, a mi personaje preferido. Y digo “mi” en singular, erróneamente, pues hay dos.
Continúo.
Este convidado, que no es de piedra precisamente, es el único verdaderamente honesto y al cual le creo todo. Es tan real, que lo imaginaba sentado en la butaca de a lado. Es tan real que lo imaginaba en la sala de mi casa, en mi comedor!! ¡¡Qué horror!! Lo imaginé ahí, escudriñándome, inquiriéndome, poniendo el dedo, la mano completa en la llaga que está fresca, en los recuerdos de juventud, en los malestares por alguien incómodo cuando uno, cuando los anfitriones, no son lo que quieren parecer o no son quienes pretenden ser o que no son quienes querrían haber parecido o imaginado ante los ojos de los demás.
Revolutionary Road
Es “un alguien” que nos hace sucumbir, doblegarnos, que importuna, exaspera, es como aquel borracho de quien se decía que “siempre dicen la verdad”. Pero él no estaba borracho, casi no bebió al menos no lo hizo en la película.
Ese hombre, ese personaje de reparto, es quien coloca el mundo inexpugnable que le rodea a la pobre Kate Winslet en una realidad que ella no es capaz de apresar y, por lo tanto, sucumbe.

¿Cuál es la realidad? ¿Qué realidad nos quiere mostrar este desmemoriado Sam Mendes? La realidad de Leonardo quien sufre la decepción del personaje del montón. Por cierto y no lo pongo entre paréntesis, soberbia escena la de los hombres todos iguales, con traje, corbata, sombrero, grises, saliendo subiendo y bajando las escaleras de la salida del tren. Todos iguales. Me recordó el excelente cortometraje de Carlos Cámara “El héroe”. La gente toda igual pisoteándose, gritando, insultando, manoteando. Todos iguales, algunos peores, pero en general iguales.

Magnífica toma. Merece un premio, muy bien por la dirección de arte de Teresa Carriker-Thayer, John Kasarda y Nicholas Lundy; a la espléndida cinematografía de Roger Deakins. Excelente el vestuario de Albert Wolsky y repito, la magnífica ambientación de Debra Schutt.

Este “un alguien”, me electrizó. Más que la ceja siempre levantada de Winslet o las sobre-expresiones de Leo, a quien reconozco como un actor verdaderamente excepcional; es la parte humilde, sencilla, de un actor de reparto repartido entre los padres y la pareja en crisis, entre el hospital electrificante y las matemáticas, entre los que son, los que no son, los que se conduelen, los que sufren.

Es éste y no otro, el Don Gonzalo de El burlador…, quien le dice a Kate-cejialzada: “el que es traidor es un cobarde”. Bueno, todos sabemos que no dice eso, pero como si lo dijera. Hace ver a Kate lo pobre que es ella en espíritu, lo condenada que es y con su frase lapidaria: “¡Qué bueno que no soy el niño que llevas dentro!”, culmina su espléndida actuación teatral. No digo esto en tono sardónico, lo digo con toda la sinceridad de que soy capaz. El Señor Shannon es un actor de teatro y da clases de actuación a todos quienes le rodean.

Claro que su madre, Kathy Bates, no puede quedarse atrás. Magnífica histriónica, la Sra. Givings –maravilloso apellido– rompe la cadena dramática de cejialzada y Michael/John/Don Gonzalo (pues he dicho antes que él es “el Convidado de Piedra”) y logra lo que llama Helena Beristáin, basándose en la tradición francesa, la mise en abyme, la estructura abismada. Trátase aquí de la alusión,1 es decir, “es un modelo reducido que funciona como paráfrasis de la historia narrada”;2 continúo con las palabras de la erudita para circunscribir este par de impresionantes escenas a las que da vida el Sr. Shannon basadas en la novela de Yates: “La ficción alude a la vida, la vida es la sustancia de la ficción”. Estas secuencias narrativo-visuales, se deben abordar de manera separada al resto de la película. Es, en palabras de Magda Díaz Morales “la ilusión de ese ‘otro espacio’ el que genera la estructura abismada”3

Maravilloso. Sencillamente vale la pena ver esta película por el par de escenas entre el gigante Michael/John/Gonzalo y la esplendorosa señora Kathy Bates/Helen Givings.
 -¡Ay, mamá, ahora vas a pedir perdón por mí!-. Y lo hace con las manos juntas como pidiendo perdón, las mueve, las agita con furia, está a punto de casi golpear a su madre. Se devuelve, regresa, vuelve de nuevo, regresa una vez más. Es tan real… es tan espantosamente real que todo lo que diga y lo que no diga, lo que insinúe, lo que puntualiza y dice al oído de Kate-ceja, como un monstruo de mil cabezas, crea un efecto devastador. El lector-espectador, sucumbe.

Mis respetos a usted, señor John y a la buena dirección de Mendes.
El segundo y no por eso menos importante personaje de reparto, que se reparte, se escinde, se transfigura, es la madre de John, a quien ya he esbozado. La inigualable Kathy Bates. Su delicada actuación, como una mujer de clase media, con un marido sordo. Por cierto, y de nuevo no entre paréntesis, genial la última escena con el marido de Kathy bajando el volumen de su aparato para oír menos, así, como decrescendo, como en una sinfonía, pero en este caso, perorata calumniosa que aún el sordo rechaza, excelente rostro sin decir nada. Buen ejemplo de la cinematografía de Roger Deakins y desde luego de la dirección, señor Mendes. Excelente.  

Esta buena mujer, itinerante, entrometida, singular; no podría haber sido representada de mejor forma que por la excelsa Kathy Bates. Hay que recordarla como la cruel enfermera con el pobrecito maloso James Caan, en Misery. Y en tantas otras cintas. Es una actriz de carácter. Ojalá tuviésemos la suerte de verla en más películas como ésta, en la que despliega humor, simpatía, dolor, tristeza, angustia, vergüenza, cinismo, todo.
Es sencillamente, maravillosa.

Buena película. Triste. A veces un poco… digamos, demasiado pesada, agotadora en los intentos de convencer con largas escenas de los Di Caprio/Winslet. No era necesaria la mancha de sangre en la falda de la rubia Winslet. Con las gotas en el suelo habría sido suficiente. No entiendo cómo se sentó. ¿Para qué? La mancha en la falda se ve un poco… demasiado escatológica, ¿no cree usted?

Sin embargo, creo que la película merece la atención de los amantes del cine.
Espero la siguiente actuación, señor John Givings, Michael Shannon, quien nos ha dado mucho haciendo gala de su apellido. Ojalá sea tan buena y revolucionaria como esta Revolutionary Road.

Ah, antes de que lo olvide, me encantó Leonardo, es sencillamente maravilloso. Pero  no le daría la “estatuilla” como llaman al premio Óscar, pues sigue siendo mi favorito el formidable Mickey Rourke y su espectacular “The Wrestler”.
Notas:

1 El autor interesado en este tema puede consultar Alusión, referencialidad, intertextualidad de Helena Beristáin, publicado por la UNAM, México. 1996

2 Texto tomado del mismo libro Alusión… de la autora Helena Beristáin.

3 “Retrato de un amor adolescente: la reflexión en espejo”, un ensayo sobre Juan García Ponce. El cronista de la red. 2007. http://www.aragoneria.com/cronista/13/garcia_ponce00.htm


Dra. Susana Arroyo-Furphy
Escritora, investigadora, Australia.


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