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QUISIERA HABLAR DE LA PELÍCULA EL EXTRAÑO CASO DE BENJAMIN BUTTON (THE CURIOUS CASE OF BENJAMIN BUTTON), DE DAVID FINCHER, O “MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES”

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Por Susana Arroyo

Me llamó la atención saber que este director, David Fincher, especialista en videos de Madonna, Hevay Metal, George Michael y Michael Jackson, dirigiera una película de 166 min sin cantos, bailes y música estruendosa. Por otra parte, quise ver El extraño caso..., o El curioso caso... por curiosidad pues había visto algunos avances y admito que soy admiradora de Cate Blanchett y de Brad Pitt. Ya habían trabajado juntos, en Babel, dirigidos por González Iñárritu, pero ahora no serían parte de una historia sino la totalidad de la historia. Curiosamente, como el caso de Benjamín, ha sido la declaración de Blanchett: La actriz declaró a The Telegraph:  “that it is now in her contract not to appear with Pitt because of his devotion to partner Angelina Jolie”. Y eso se nota. No la devoción a la mencionada actriz específicamente, pero sí la imposibilidad de actuar como lo requería el gran papel que le fue concedido.

Tengo muchas imágenes sobre Benjamin. Trataré de ser breve y explícita.
La cinta empieza con la construcción de un reloj, que será colocado en la estación de trenes y cuyo mecanismo va a la inversa. Dicho reloj ha sido configurado erróneamente exprofeso pues el relojero estaba decepcionado de la vida. Esto explica, en parte, el fenómeno de regresión de la vida de Benjamín.

La historia, per se, es magnífica, original, avasalladora. ¿Qué director se habría negado a realizar una película en torno al nacimiento de un bebé anciano quien poco a poco recuperara la “vida normal”? ¿Qué es lo normal?, nos preguntamos. El curioso caso, es verdaderamente algo insólito, fuera de nuestras posibilidades humanas de considerar y restituirnos en un mundo que funciona, como diría Milan Kundera (en su Insoportable levedad del ser), de manera unidireccional y siempre adelante.

El curioso caso, es un caso extraordinario. No hay algo similar en la realidad-ficción planteada con anterioridad. H. G. Wells, nos había hablado del hombre sin rostro, de la ficción encarada por alguien mitad inexistente. Pero el caso de Benjamín supera las posibilidades de la imaginación. Es un back to the future a la inversa y con la transgresión de una persona hacia sí misma.

Todo esto, la regresión con todos sus efectos le sucede a alguien. Fenómeno semiótico que va más allá del faneron o de la semiosis ilimitada. ¿Cómo pudo ocurrir esto en la mente de alguien? Fascinante, de por sí.
 Sin embargo, y por desgracia, el plot es misused. Es decir, toda la magia que el caso encierra, se diluye entre los dedos por la falta de elementos que la sostengan. La historia en sí está sostenida con pinzas que penden frágilmente de una pensada ubicuidad, mas no realizada. El director quiso encerrar en un mundo virtual todo el problema de la humanidad. Y entonces logró una disyunción de caracteres, de gente que pasaba por la vida de Benjamín y gente que se quedaba; de lugares impecablemente calculados, ambientes, escenarios, personajes indelebles en la vida y en la historia de Benjamín y de algunas constantes –Daisy, por ejemplo (por cierto, qué feo y simple nombre para alguien tan poderoso en la vida de Benjamín)- que cubren mágicamente la vida de este desventurado hombrecillo.

Y así las cosas, este Brad Pitt, encarnado en Benjamín o viceversa, tan enamorado de su Angelina, no es capaz de transmitir o proyectar el interno problemático, intrincado, retrógrada mundo que le ha tocado sostener con sus hombros como un Atlante, Gigante, Titán, pero empequeñecido.

La vida es para Benjamín un retroceso constante. Mientras todos son jóvenes, adultos, niños, él es un ancianito, gracioso, débil. Y siempre será débil.

Más curioso aún es que Benjamín viva en una casa de retiro. Es una paradoja. Cuando su madre adoptiva ya no está ahí como siempre solía estar, una maravillosa mujer negra, de gran carácter y bondad, cuya muerte solo la podemos vislumbrar (los espectadores, expectantes) y es celebrada una misa de cuerpo presente, la dolorosa muerte por los ojos siempre azules, siempre alertas de una Cate Blanchett, mal-llamada-Daisy, deslumbra y empequeñece aún más al alicaído Benjamín-Brad. Triste caso. BB no siente nada, no finge nada, no actúa nada, no percibe nada, no sufre.

La vida transcurre paralelamente: Cate/Daisy, moribunda, anciana, con la hija de ambos (Daisy & Benji), escucha enfermamente el relato que el viejecito-anciano-maduro-joven-apuesto-hermoso-muchacho B&B escribía –de lo cual nunca se sabe pues aún en el barco: escribía; aún con la prostituta: escribía; aún con la mujer con la que se enredó (una Tilda Swanson de quien solamente supimos que cruzó el Canal Inglés a nado –y eso por la TV que distrajo a BB- pero quien no tuvo ni presente ni pasado ni futuro en el personaje), escribía; es más, en la India, en los países tercermundistas que se obstinó en conocer y trabajar, siempre escribió. BB tenía un diario aunque nunca lo vimos escribir. De eso nos enteramos al escuchar a la hija de ambos leerlo.

Aparentemente Cate/Daisy lo encontró y lo rescató pero no lo leyó, no en su totalidad. Por eso fuimos leídos por la hija en el hospital. Siempre su lectura era continuada por las andanzas de BB. Siempre. Hasta que pensamos (los espectadores expectantes) que eso era como el Heavy Metal, el sonido constante de la música que tiene siempre la misma tonada. Y así transcurrieron 170 minutos, con repeticiones y reminiscencias. Un todo deshilachado.

Vean qué bueno es este maquillaje. ¿No lo han visto bien? Véanlo de nuevo.

Los recursos de David Fincher, no se agotan, pueblan la cinta de todo lo que se le va ocurriendo al director. Ahora... ¿por qué no un colibrí...? Ahora vamos a poner a este anciano a decir que él ya había muerto y lo ejemplificamos. Sí, por ejemplo: con un rayo lo matamos. Es chistoso. Pero curiosamente, se lo cuenta siempre al insólito curioso Benjamín quien jamás, escuchen con atención: JAMÁS se inmuta. No se ríe, no se preocupa, no pasa nada. Su rostro impávido (quizá pensando pasivamente en la siguiente maniobra de su esposa Angelina... cuántos hijos de África traeremos ahora...), nunca nos dice nada.

El extraño caso, o curioso caso de un cierto Benjamín que nunca sintió nada. Que abandonó a su hija y a la mujer que amaba (¿la amaba?) pues temía hacerse joven... y lo logró!!!, hasta que se hizo niñito, pero qué digo niñito: BEBÉ!!! en los brazos de una anciana Cate/Daisy.
Me encantó la secuencia –qué caso más semiótico- de la mujer que tomaba el café y el conductor del taxi salía a destiempo y la chica besaba a su novio en la escalera, y todo eso, inconexo, todo, me encantó pues me pareció semiosis pura. Pero qué alejado del plot...

Este David, director, seguramente ganará premios y adeptos, pero su patchwork (trabajo hecho de retazos), me ha dejado con la imagen rutilante, soberbia, única, impecable de una Cate Blanchett perfecta. Qué diferencia de su compatriota Ms. Kidman, siempre siendo/pareciendo bella (i. e. Australia, la película). Cate es bella, pero lo más importante para la cinematografía no es la belleza sino la capacidad de actuar.
Mucha vida y salud tengan actrices como ella. Fue el ancla que nos obligó a permanecer en nuestros asientos luego de ser deslumbrados por el maquillaje y los efectos.

Ah, ¡los efectos! Ahora el cine se nutre de efectos. A falta de talento, pues hay que rellenar como si fueran vidrios que quedaran flojos y hay que rellenarlos con mastique, con efectos. Así se nos muestra el Hollywood de hoy, parafernalia pura: “mucho ruido y pocas nueces”.

Dra. Susana Arroyo-Furphy
Escritora, investigadora, Australia.


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