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JUEGO DE OJOS
GILBERTO BOSQUES
Por Miguel Ángel Sánchez de Armas
Fecha de publicación: 25 de septiembre de 2013
Escucho en la radio que los gobiernos de Francia y Alemania rendirán homenaje a la memoria de un compatriota ejemplar, don Gilberto Bosques, y la iniciativa me llena de alegría. En este espacio me he referido varias veces a la gesta de don Gilberto y me he preguntado por qué nadie de nuestra clase política o intelectual, que yo sepa, ha propuesto que su nombre sea inscrito en los muros del Congreso o que una gran avenida lleve su nombre. Desde luego no lo esperaría de la izquierda progresista y buena a cargo de la ciudad, arrobada como está con los Aliyev, los Chávez y los Kim Il Sung.
Pedí públicamente antes y hoy lo reitero: que la efigie del héroe mexicano, a quien alguien caracterizó como “el Schindler mexicano”, sea instalada en el Paseo de la Reforma en el lugar en donde el perredismo intentó entronizar al dictador azerí. Sé que éste es un grito en el desierto y que no habrá un solo progresista del actual gobierno que acuse recibo, pero es mi obligación insistir.
Para documentar tal petición, aquí parte de lo que publiqué en octubre de 2008:
El mes pasado se cumplieron 116 años del natalicio y 13 de la muerte de un mexicano en cuya memoria una de las avenidas principales del barrio vienés de Donaustadt fue bautizada como “Paseo Gilberto Bosques”, en homenaje a la empresa humanitaria que salvó la vida a casi 40 mil seres humanos que huían del terror fascista, entre ellos muchos judíos. En la lista de quienes así escaparon al holocausto hay nombres como María Zambrano, Carl Aylwin, Manuel Altolaguirre, Wolfgang Paalen, Max Aub, Marietta Blau, Ernst Roemer y Walter Gruen.
Y otros que nos recuerda Humberto Musacchio: “el crítico de arte Paul Westheim, la escritora Anna Seghers, autora de La séptima cruz, llevada al cine en Hollywood con Gregory Peck; el reportero raudo, Egon Erwin Kisch, autor del libro que fue base de la película Coronel Redl; el escritor Ludwig Renn y muchos más que en México fueron catedráticos universitarios, constituyeron sociedades culturales y la editorial El Libro Libre, fundaron varios periódicos y crearon grupos de teatro y musicales; gente, en fin, que hizo un aporte invaluable a la cultura mexicana, como resultado de una resuelta política de asilo, algo que nunca entendieron Ernesto Zedillo, Vicente Fox ni Felipe Calderón”.
Gilberto Bosques no tiene un monumento en México, pero su ejemplo habla de lo mejor de nuestro pueblo y de la gran tradición diplomática mexicana, la que reconoció al Japón en 1888, la que abrió las puertas al exilio español en 1939, la que salvó la vida a decenas de chilenos en 1973 cuando el golpe de Pinochet, la que nos dio a Genaro Estrada. Este Señor, Gilberto Bosques, a quien pocos recuerdan hoy, cumplió su deber con digna serenidad. A la manera de Thoreau, se negó al camino fácil de cerrar los ojos a “lo inevitable” y eligió asumir la responsabilidad de una decisión que en más de una oportunidad lo enfrentó con el mismo gobierno de su país.
En 1988 la Secretaría de Relaciones Exteriores publicó su testimonio. Aquí fragmentos:
“Al ocurrir la invasión alemana a Francia […] tuvimos que recurrir a medidas extremas para la defensa de los mexicanos. Por ejemplo en el caso de un señor Béistegui, hijo del que fuera ministro de México en París y Berlín, durante los últimos años del porfiriato, […] aprehendido y llevado a prisión sin explicación alguna. En su auxilio, resolví clausurar las visas para los franceses, medida que el gobierno francés estimó como muy grave, porque esos casos se deciden de gobierno a gobierno, o al menos por instrucciones del gobierno a la misión diplomática. Pero como la jurisdicción del cónsul se cifra especialmente en el auxilio de los mexicanos, resultaba un caso que correspondía al consulado […]. Ese señor fue tratado con mucha crueldad. La mujer estaba enferma de tuberculosis y murió. A Béistegui le permitieron asistir, con guardia, al entierro. Luego de poner en un sepulcro a su señora, lo regresaron de inmediato a la prisión.
“Las medidas tomadas para auxiliar a los refugiados españoles pronto resultaron insuficientes ante la enorme afluencia de exiliados […]. Se instalaron dos campos de refugio en dos barrios de Marsella, Mennet y Sulevin, en donde tuvieron abrigo y protección aquellos hombres que corrían grandes peligros. En el castillo de la Reynarde había de 800 a 850 personas, que tenían todo lo necesario […]. En el castillo de Montgrand había unos 500 niños y mujeres […]. Se tuvo que instalar una oficina jurídica para defender a aquellas personas que, por conducto diplomático, el gobierno español pedía la extradición. Para esto contábamos con un abogado francés, que había sido ministro, quien nos prestó grandes servicios […]. Luego hubo que establecer una oficina de trabajo, de colocaciones, porque estaban llevando a los españoles a las compañías de trabajo forzado […]. Así pudimos proporcionarles ocupación, evitando que fueran llevados a las compañías de trabajo forzado en Francia y Alemania.
“A la salida de los prisioneros, el embarque se volvía una empresa muy laboriosa. Hacíamos embarques en Marsella o en Casablanca, en África, para lo cual era necesario trasladarlos hasta allá. Todo eso representaba una acción compleja. También se prestaba auxilio médico en los campos y se mandaban medicinas, a veces acompañadas de ayuda monetaria. Se costeó el rescate de los niños, algunos de los cuales, huérfanos la mayoría, fueron recogidos en los alrededores de los campos, de donde escapaban en condiciones lamentables. En el invierno se recogieron niños que tenían los pies congelados.
“El espionaje era una preocupación importante para el consulado. Había que estar muy alertas, porque cuando se trató de auxiliar a los miembros de las brigadas internacionales se presentaron espías alemanes. Eran éstos originarios de la frontera de Alsacia y la Lorena y hablaban un buen francés. Se presentaban con su documentación irreprochable. Y pedían el auxilio de México para su supuesta salida de Francia; su propósito era incorporarse al grupo de refugiados para espiarlos. Pudimos defendernos. Regularmente los espías alemanes llegaban en pareja, se vigilaban uno al otro, se cuidaban […]. Hubo un espía alemán a quien me negué a documentar, pero que quién sabe por qué artes llegó a México. Lo encontré con derecho de picaporte al despacho del licenciado Ezequiel Padilla. Para otro tipo de gestiones […] tuvimos el concurso, dentro del gobierno de Vichy, de ciertos patriotas franceses que nos ayudaban, sobre todo en cuestión de información, y [para] avisarnos de la vigilancia de la Gestapo y de la policía de Vichy […].
“Se trataba de resolver el estatus jurídico que iban a tener los españoles refugiados en Francia, en tránsito a México. El ministro en París, Luis I. Rodríguez, dirigió al gobierno de Vichy una nota para llegar a un acuerdo formal sobre el particular. Esa nota se hizo de acuerdo con las instrucciones directas del señor presidente Lázaro Cárdenas. Contemplaba la estancia y el embarque de los españoles hacia México.
“Esta nota determinó un acuerdo, por el cual el gobierno francés admitió la acción para documentar a estos señores su salida hacia México. Ese acuerdo abrió la posibilidad de salida de un buen número de refugiados y que se les pudiera atender y auxiliar dentro del territorio francés. Más tarde se consiguió que el acuerdo tuviera también vigencia para los miembros de las brigadas internacionales, que habían combatido por la República en territorio español.
“La decisión de ofrecer a los españoles el estatuto de inmigrantes más que de refugiados, se tomó en la Secretaría de Gobernación en México. Se les dio además la facilidad de que, por la simple declaración de los interesados, se les concedería la nacionalidad mexicana. Esa adopción de la nacionalidad era posible por la manifestación de su voluntad, sin más trámite, como lo había señalado el presidente Cárdenas.
“México amplió su asistencia protectora a todos los refugiados antinazis y antifascistas refugiados en Francia. De modo que documentamos y les dimos facilidades de salida. Hubo que ayudarlos a escapar de Francia e ir a organizar el pie veterano de las guerras de liberación en Austria, en Italia, en Yugoslavia. Los documentábamos para que sirviera la visa como protección ante la policía francesa. Decían ‘yo voy a México’ y ya no se les molestaba, considerando que dejaban de ser un problema policiaco. Además, así se les facilitaba la salida, la acción de liberación de sus respectivos países. Se mandó, por ejemplo, gente muy importante a Italia, como Luigi Longo, del Partido Comunista, y otros más.
“Una tarde, documentamos con el ministro Rodríguez a unos cincuenta italianos que salieron para la guerra de liberación de su patria. Documentamos a los que llegaron a ser después figuras prominentes en la guerra de Yugoslavia, menos a Tito, que no pasó por Francia.
“De la zona ocupada fueron deportados 5,000 judíos a Alemania; y en la zona no ocupada, bajo el gobierno de Vichy, se hizo una razia de 4,000 judíos que fueron entregados a las autoridades alemanas. Pero en París con motivo de otros atentados, se capturó a todos los judíos que tenían la obligación de llevar visible, en el brazo o el pecho, una cruz amarilla, que les identificaba su nacionalidad. A esa población judía la dividieron en campos de concentración para varones, para mujeres y para niños.
“Entonces creí conveniente proponer al gobierno, por conducto de Relaciones Exteriores, la ruptura de nuestras relaciones con Francia, esgrimiendo un principio de resonancia universal, un principio que estaba en una de las causas profundas de la misma guerra, porque traía como una bandera la persecución judía, el exterminio de la raza judía. La Secretaría de Relaciones, por lo que recuerdo, contestó diciendo que consideraría y examinaría esa propuesta, pero que por el momento creían que no era oportuno. Lo que yo creí que era imperativo para la Secretaría de Relaciones resultó que no lo era.
“En ese marco punzante del drama humano, la asistencia y la ayuda para los perseguidos israelitas tomó la dimensión de un deber de carácter humano. No había tomado México una actitud franca, abierta, categórica en el asunto. Pero el drama estaba ahí y había que ayudar a esa gente. Nuestra ayuda consistió en la ocultación de ciertas personas, en documentar a otras, darles facilidades, mejor dicho llevarlas hacia la posibilidad de una salida de Francia, salida que era muy difícil. Con la documentación mexicana salieron muchos. Algunos de ellos contaban con la admisión previa de parte del gobierno, a otros se les documentó para que simplemente se les protegiera y se les ayudó, al procurarles la vía de salida de Francia y salvarse.
“Al decidirse el rompimiento de relaciones entre México y el gobierno de Vichy, estaba yo encargado de la legación […].Recibí instrucciones de la Secretaría en el sentido de que presentara una nota de ruptura de acuerdo con lo manifestado al encargado de negocios de Francia en México. Yo no sabía lo que le había dicho la Secretaría. En el discurso del presidente Ávila Camacho, captado por radio por mis colaboradores, fundé la nota de ruptura que presenté al gobierno francés. No estaba Laval y no se encontraba tampoco el viceministro de Relaciones, Rochat. Estaba un señor Lagarde, que había estado en México. Le entregué la nota de ruptura, acompañada de una ampliación verbal del texto de la nota, como es de rigor. Lagarde lloró, porque tenía un gran cariño por México.
“Después de la ruptura nos preparamos para afrontar aquellas condiciones. Se tuvo que quemar el archivo de la legación. En esta situación, fue asaltada la legación por los alemanes. El hecho revistió aspectos bastante serios, violentos. Un oficial del ejército alemán, encargado de representar a su gobierno, vino con un grupo de la Gestapo […]. Me dijeron que abriera la caja fuerte para ver lo que había. Les dije: ‘Hay dinero, nada más’. El oficial respondió: ‘No, eso se respeta. Nosotros no venimos por dinero, sólo queremos ver el contenido’. Abrí la caja y vieron que sólo había dinero. Pero vino la ofensiva de la Gestapo […] para obligar al oficial a decomisar los fondos de la misión […]. Entonces este señor me dijo: ‘Yo soy miembro del ejército. Me ordenaron esta clase de actos en comisión especial. He aceptado por disciplina. El ejército alemán se deshonra con un acto de esta naturaleza […]. Entiendo que ese oficial fue fusilado”.
Miguel Ángel Sanchez de Armas
Profesor - investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, Maestro por la UPAEP, maestro por la U. de Sevilla y Doctor por la U. de Sevilla.
twitter@sanchezdearmas
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