Por Enrique León
Número
46
“De médico,
filósofo o loco todos tenemos un poco”,
así versa la conseja popular, pero, ¿qué
tan ético resulta apegarse a esta creencia?
Todos al ver
a una persona con algún síntoma
de malestar nos sentimos acongojados y deseamos
ayudarle a tener una pronta recuperación,
y en el afán de lograrlo, emprendemos
una interminable tarea de reconocer sus síntomas,
compararlos con lo que alguna vez nos pasó
a nosotros o a algún ser cercano, y concluimos
prescribiendo aquel medicamento maravillosos
que nos curó y que lo venden en la farmacia
sin mayor problema. Uno diría que esa
es la manera en que deben funcionar las cosas
y que nadie debería evitarlo. Además
si a mí me resultó bueno en su
momento, ¿por qué no compartirlo
con quien lo necesita?
Si bien todos
tenemos derecho a disfrutar de una salud excelente
y por lo tanto también el derecho y la
obligación de hacer todo cuanto podamos
para lograrlo, debemos recordar que nuestra libertad
termina donde inicia la libertad de los demás.
No hay nada de malo en tomar todas las acciones
necesarias para tener una buena salud, siempre
y cuando éstas nunca sean en detrimento
de los demás. ¿Cuál es la
razón por la que digo lo anterior?
Hay muchas formas
de alcanzar los objetivos planteados. La mejor
es aquélla en la que se obtienen los resultados
de manera armónica sin pisotear ni pasar
por encima de los demás, sea voluntaria
o involuntariamente.
Los actos del
hombre pueden ser voluntarios o involuntarios.
Los voluntarios se pueden juzgar y en ellos se
puede encontrar alguna intencionalidad que los
convierta en buenos o malos, mientras que los
involuntarios no se han de catalogar de esa manera,
ya que al no haber intencionalidad, se convierten
en inocentes o libres de juicio. El problema
lo podemos encontrar al tratar de argumentar
ignorancia, ya sea a propósito o no. El
simple hecho de darle la espalda a aquellos argumentos
o nuevos conocimientos con tal de evadir nuevas
responsabilidades puede dar un giro de 180°
a lo que hacemos y convertir un acto neutro o
bueno en malo. La ignorancia lo podría
hacer neutro, pero la ignorancia a propósito
lo convierte en negligencia, y ésta le
hace malo inmediatamente, pues ignorar deliberadamente
las posibles consecuencias por evitar la responsabilidad
que lleva el acto le convierte en algo indeseable.
Los grandes
avances de la medicina han logrado aumentar la
expectativa de vida, pero paradójicamente
el mismo avance ha propiciado nuevos problemas,
y en muchas ocasiones esto resulta peor que lo
que se pretendía resolver.
Antes de la
aparición de la penicilina, las personas
morían irremediablemente víctimas
de infecciones que podían contraer, ya
sea por heridas externas o por estar en contacto
con quienes padecían algún mal
contagioso.
En efecto, el
uso de la penicilina como el precursor de los
antibióticos fue muy benéfico y
posteriormente, a través de la investigación,
se han desarrollado nuevas generaciones de antibióticos
más agresivas y poderosas para acabar
con nuevas cepas bacterianas. Es importante puntualizar
que la investigación no se limita a hacer
antibióticos específicos para combatir
bacterias de diversos tipos, sino también
para tratar de exterminar a aquéllas que,
por ya haber sido expuestas indiscriminada y
negligentemente a un gran número de antibióticos,
ya han desarrollado una resistencia tal que ahora
hay enfermedades que pueden ser muy difíciles
de curar, pues sus agentes patógenos se
han vuelto casi indestructibles.
Hay que recordar
que, aunque muchas enfermedades son provocadas
por microorganismos tales como bacterias, virus,
algunos parásitos y hongos (enfermedades
infecciosas), también hay muchas otras
causadas por agentes totalmente distintos, como
mal funcionamiento de algún órgano
o contaminantes, por ejemplo. Por otro lado,
los antibióticos son sustancias que únicamente
atacan a las bacterias, aunque desafortunadamente
mucha gente los utiliza indiscriminadamente para
intentar curar cualquier enfermedad.
Lo anterior
nos ha llevado a generar una gran cantidad de
bacterias resistentes a los antibióticos,
y por más que la ciencia y la investigación
siguen avanzando en este sentido, en ocasiones
ya no hay medicamento que los acabe. Una verdadera
paradoja, ¿no lo cree así el amable
lector?
Cuando un médico
receta un medicamento antibiótico lo debe
hacer después de estar seguro del tipo
de bacteria que quiere eliminar, y para ello
es necesario realizar estudios clínicos
al paciente, donde además de determinar
si la causa real de la enfermedad es una bacteria,
se identifica a qué antibióticos
es sensible ésta (antibiograma). Pero
si empezando por los médicos esto no se
hace, peor resulta cuando quien recetó
fue un lego bien intencionado.
Hans Jonas,
en su libro “El principio de la responsabilidad”
nos dice de manera apocalíptica: “Definitivamente
desencadenado, Prometeo, al que la ciencia proporciona
fuerzas nunca antes conocidas y la economía
un infatigable impulso, está pidiendo
una ética que evite mediante frenos voluntarios
que su poder lleve a los hombres al desastre"
(Jonas, 1995, p. 15).
Hay que entender
que, como lo dice él, antaño las
acciones del hombre no afectaban tanto la naturaleza.
Sin embargo, conforme el dominio de las ciencias
se ha hecho más patente, ahora existe
una vulnerabilidad de la que el ser humano se
debe responsabilizar. No podemos seguir haciendo
cosas sin antes pensar con detenimiento en las
posibles repercusiones. El saber moral, como
lo denomina Jonas, es un deber urgente que no
ha de permitir que expongamos a la naturaleza
con inocentadas.
Basta de hacer
las cosas a ciegas consciente o inconscientemente.
Tomemos las riendas responsablemente de nuestros
actos, y la próxima vez que escuchemos
a alguien decir: “Seguramente tienes esto
o lo otro, Tómate este medicamento”,
pensemos detenidamente la importancia de lo que
vamos a hacer y hagamos lo correcto. Seamos responsables.
Pensemos en el mundo que estamos dejando, y procuremos
no convertirnos insensatamente en ese médico,
filósofo o loco del que todos tenemos
un poco.
Referencias:
Hans, J. (1995).
El principio de responsabilidad. Barcelona:
Herder.
Para
mayor infomación:
Levy,
S.B. (1992). The Antibiotic Paradox: How
Miracle Drugs Are Destroying the Miracle.
New York, N.Y.: Plenum Press
Mtro.
Enrique Agustín León Langridge
Profesor del departamento de Estudios Sociales
y Relaciones Internacionales del ITESM
Campus Estado de México, México. |