Por Enrique León
Número 41
Manuel Kant (1785/1975)
distingue, dentro de su Fundamentación de la metafísica
de las costumbres, el imperativo categórico del imperativo
hipotético; mientras el primero es obligatorio, el segundo
es meramente opcional o hecho por conveniencia. El imperativo categórico
es un mandato incondicional, absoluto, que declara la acción
objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún
propósito extrínseco. Para Kant sólo este tipo
de imperativo es propiamente un imperativo de la moralidad. Por
lo tanto, se actúa por el simple hecho de que las cosas son
buenas y como deben ser; sin embargo, si éstas se hacen por
alguna conveniencia mezquina y egoísta, entonces pierden
su utilidad en el sentido moral. Con base en ello, si el imperativo
categórico es la base de la moral, entonces todo aquello
que hagamos deberá ser de acuerdo con éste, que en
palabras simples podría traducirse como no hagas lo que
no te gustaría que otros hicieran. El título
de este artículo aspira llevarnos a comprender que no importa
la época, no debemos olvidar nuestra postura y la intencionalidad
de nuestros actos. Muchas veces hacemos a un lado las formas, y
creyéndonos libres, olvidamos que nuestra libertad termina
precisamente donde comienza la libertad de los demás, la
cual nadie tiene derecho a pisotear. Si actuamos y tratamos a los
demás de la misma manera en la que nosotros quisiéramos
que los demás nos tratasen, seguramente resolveríamos
muchas diferencias sin ningún problema.
La razón por la que escribo
esto, se las relato a continuación:
El pasado día primero de
septiembre México tuvo la oportunidad de escuchar de boca
de su primer mandatario el informe de las acciones que llevó
a cabo durante su cuarto año de gobierno.
De acuerdo a la ley, este informe
se le da al H. Congreso de la Unión, cuyos miembros desde
sus curules deben prestar cabal atención a sus palabras para
poder discutirlo en su momento y darle una íntegra respuesta
apegada a lo que en justicia deba ser.
En muchas ocasiones he tenido oportunidad
de ser testigo de este tipo de eventos, ya que año con año
se va dando fiel cumplimiento a lo estipulado en la ley, no importando
quién esté en el poder. Pero curiosamente cada año,
en lugar de evolucionar de manera positiva, me doy cuenta de una
degeneración paulatina que va empeorando. ¿Acaso el
resultado es lo que cuestiona el maestro Gerardo Blas en el número
anterior? ¿Acaso vamos involucionando en lugar de madurar?
Lo pregunto porque el comportamiento
de un gran número de diputados de la oposición fue
de una total falta de respeto al primer mandatario al interrumpirlo
en repetidas ocasiones, sin guardar la compostura que se espera
en actos que requieren la solemnidad del protocolo establecido.
Vemos que escudándose en
la libertad de expresión, poco a poco se ha ido perdiendo
la compostura hasta llegar al absurdo. Lejos de dar a conocer sus
opiniones sobre el informe en tiempo y forma, nuestros diputados
dieron muestra de una total falta de educación, pues de manera
irrespetuosa se dirigieron a la persona del primer mandatario.
Cuando a nuestras nuevas generaciones
les debemos de inculcar civismo y prácticas de respeto a
las instituciones, así como cariño a la patria, lo
primero que ven es el mal ejemplo que les dan quienes llevan actualmente
las riendas de la nación, con un comportamiento que deja
mucho qué desear. En el caso referido, la que debiera ser
la crema y nata de nuestra sociedad, nuestros legisladores.
Es bien sabido que el ejemplo arrastra
y por lo mismo, con mucho detenimiento, nos debemos poner a pensar
lo que hacemos como miembros de una sociedad de adultos que, por
el momento, tenemos prestadas las riendas de nuestra nación.
De no hacerlo, lo que vamos a lograr es que día con día
se vaya perdiendo el sentido de las cosas hasta llegar a una anarquía
de la que con mucha dificultad se va a poder salir, y digo esto
sin estar seguro de que ya estemos dentro de una situación
si no anárquica, sí a punto de cruzar sus umbrales.
Yo recuerdo que cuando era niño
mis mayores me enseñaron un dicho popular que dice que lo
cortés no quita lo valiente. Me pregunto si eso ya no
tiene sentido para nuestros congresistas ya que, si bien todos tenemos
el derecho de pensar y expresar lo nuestro, debemos tener la mesura
de hacerlo siempre respetando a los demás y a nosotros mismos.
Se ha llegado a un momento de libertad
en nuestro país que antes no existía. Ahora podemos
expresar todo lo que pensamos y me atrevo a decir que sin la represión
que en otras épocas se pudo ver. ¿Por qué entonces,
no aprovechar esa libertad para hacerlo debidamente en lugar de
abusar y caer en la vulgaridad que devalúa a quien lo hace?
Bien lo dijo Voltaire: “No
estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi
vida tu derecho a expresarlo” (Lewis, s.f.). Si bien no tenemos
que estar de acuerdo con todo lo que nos dicen los demás,
porque de alguna manera por eso estamos en una democracia que da
lugar a una pluralidad de pensamientos e ideologías, sí
es importante saber escuchar antes de hablar para construir en forma
conjunta lo que se desea de manera positiva. Nunca vamos a quedar
totalmente de acuerdo y eso no es lo que debe pretenderse, pues
entonces generaríamos un totalitarismo indeseable, pero sí
debemos buscar, entre todos, generar un consenso que de manera colegiada
y madura permita el avance de la sociedad de nuestro país
hacia derroteros positivos que nos den la oportunidad de mantener
en alto los principios que los bastiones de su libertad enarbolan.
Basta de demagogia sin sentido que
sólo cuida intereses individuales. Hagamos más, hagamos
que nuestra patria sea eso, una verdadera patria de la cual nos
podamos sentir orgullosos como parte activa de su ser y no como
entes pasivos que gustan de evitar avanzar y de obstaculizar a los
demás. Para salir adelante hay que tener una visión
clara de lo que se desea alcanzar y emprender, con acciones claras
y en conjunto, el camino que se deba seguir, cada quién avanzando
con paso firme y llevando la convicción de que la salida
debe ser de todos y no mía solamente. Si pensamos en todos,
lo podremos hacer, pero si lo hacemos de manera egoísta,
ni podremos avanzar como individuos ni como sociedad y mucho menos
como nación.
Por eso pregunto: ¿Debemos
llevar las buenas costumbres o reglas de buena convivencia como
parte intrínseca y espontánea de nuestro diario proceder?
o ¿Tenemos que actuar por temor a que se nos reprenda por
no seguirlas? ¿Qué es mejor para nuestra patria? ¿Qué
es mejor para nosotros? ¿Qué es lo que nos debe dictar
nuestra conciencia? ¿Cuál es la imagen que queremos
dar de nosotros y queremos dejar como legado?
Les dejo, mis queridos lectores,
con estas preguntas que invitan a la reflexión crítica,
y con un poema de Nezahualcóyotl (Poesía de Nezahualcóyotl
, s.f.) para visualizar con seriedad lo que nos proponemos hacer
por nuestro futuro.
Un recuerdo
que dejo
¿Con qué
he de irme?
¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?
¿Cómo ha de actuar mi corazón?
¿Acaso en vano venimos a vivir,
a brotar sobre la tierra?
Dejemos al menos flores
Dejemos al menos cantos
Referencias:
Kant,
M. (1975). Fundamentación de la Metafísica de
las costumbres. (F. Larroyo, Trad.). México, D.F.: Porrúa
(Trabajo original publicado en 1785)
Lewis, J. (s.f.). Voltaire: The Incomparable Infidel. Recuperado
el 20 de septiembre de 2004 de <http://www.positiveatheism.org/hist/lewis/lewvolt.htm#TOC>
Poesía de Nezahualcóyotl (s.f.). Recuperado el 20
de septiembre de 2004 de <http://www.los-poetas.com/NETZ1.HTM>
Mtro.
Enrique Agustín León Langridge
Profesor del departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales
del ITESM Campus Estado de México,
México. |