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Por Mariano Robles
Número 39
Cuando pienso en
el maltrato a los niños, cuando veo que hay un atentado que
acaba con la vida de doscientas personas y deja heridas a miles,
cuando veo los intentos de totalitarismo en la política internacional
por parte del país más poderoso, es el momento en
que me pongo a pensar, por qué me indigno ante ello. He pegado
a muchas bancas en momentos de impotencia y en mis momentos de coraje
he golpeado muchas puertas, pero me doy cuenta que no es lo mismo
el daño que hago a esos objetos, que el daño que se
puede hacer a las personas. Los acontecimientos de los que hablamos
anteriormente lo testifican. ¿Por qué?
Hubo una vez un filósofo
que vivió en el siglo V antes de nuestra era, se llamaba
Sócrates, y era un ser tan molesto que se le pidió
que se presentara a juicio acusado de dos cosas: corromper a la
juventud y no alabar a los dioses del estado. El hombre se presento,
y pudiendo pedir que alguien lo defendiera frente a un jurado compuesto
por varios cientos de personas elegidas al azar, por cálculos,
trató de defenderse solo.
A la primera acusación respondió
contando su historia:
Él había sido uno
de los militares que participaron en la batalla frente a los persas,
batalla que sólo se había ganado gracias a la confianza
del enemigo en que por su tamaño y por su nombre podía
vencer fácilmente a pueblos tan pequeños como los
griegos; y por el coraje y deseo de libertad que tenían los
griegos aun cuando la cantidad de ciudadanos no era suficiente para
enfrentar a un ejercito de tal envergadura. Él había
servido a la polis ateniense de diversas maneras y toda su vida
había tratado de ser así. Un día visitó
el oráculo de Delfos, en él la sacerdotisa o pitonisa
le hizo saber que él era el hombre más sabio de Atenas.
Sócrates salió consternado por tal afirmación
y pensó que la sacerdotisa se había equivocado; tratando
de mostrar que esto no era así, se fue preguntando por las
calles a la gente por lo que hacían y lo que sabían
de lo que hacían, pero se dio cuenta que las personas a las
que cuestionaba no sabían nada de lo que hacían ni
para qué lo hacían, sólo lo hacían;
como Sócrates les mostraba que no sabían y sólo
respondían con lo que la gente decía que ellos hacían
o con palabras muy elaboradas pero sin sentido, se molestaban y
se iban dejando hablar sólo al buen Sócrates. Entonces
nuestro filósofo se dio cuenta por qué le habían
dicho que era el hombre más sabio, porque él era capaz
de darse cuenta que no sabía, mientras que los otros no se
daban cuenta de que no sabían, y al darse cuenta perdían
la oportunidad de saber. Sócrates descubrió que todavía
había mucho por hacer por la polis, a partir de ese momento
se dedicó a tratar de enseñar a la gente a descubrir
su virtud, cuestionando todo hasta el límite en el que la
gente tenía la posibilidad por cuestionarse por su razón
de hacer lo que hacía y de ser lo que era. Si eso era corromper
a la juventud, era culpable.
De no amar a los dioses del Estado
también se le acusó, a lo que Sócrates respondió
diciendo, que él tenía un demiurgo que le
decía lo que tenía que hacer y qué preguntar
a la gente para que encontrara su virtud. ¿Cómo podía
creer en el demiurgo (dios menor) sin creer en los padres de este?
El jurado resolvió que era
culpable con una diferencia de muy pocos votos, pero hacía
falta determinar cuál sería su sanción. Sócrates
volvió a tomar la palabra y cuestionó a los jueces
acerca de su labor, el jurado que había sido seleccionado
al azar como era la costumbre en aquella época, no supo responder
a la pregunta de qué era la justicia y por qué hacían
lo que hacían. Sócrates terminó diciendo al
jurado que, si no le permitirían continuar con su virtud
de enseñar a la gente a descubrir ésta, lo mejor que
podrían hacer sería condenarlo a muerte, pues de lo
contrario, él seguiría enseñando a los jóvenes
a encontrar su virtud; seguiría corrompiendo a la juventud.
El jurado obedeció a su petición; claro cuál
podía ser el veredicto después del coraje que les
pegó este hombre; por una diferencia brutal decidieron darle
muerte.
Era posible que el filósofo
huyera (como era la costumbre cuando se condenaba a muerte), huir
para Sócrates era la muerte pues ya no podría realizar
su labor, no lo hizo. Se quedó y tomo un veneno inteligente
(como las bombas actuales) que mataba a los culpables y a los inocentes
los dejaba vivos, la sicuta. Mientras sentía que se le adormecía
el cuerpo por el veneno que había ingerido, sus discípulos,
los jóvenes corrompidos, le preguntaron ¿por qué
no había huido, acaso no temía a la muerte? Sócrates
respondió; o la muerte es un permanecer dormido eternamente,
y a quién no le gusta dormir; o es estar con aquellos que
cumplieron con su virtud y a quién no le gustaría
estar con los grandes hombres que han vivido conforme a su virtud,
los héroes. Sócrates murió. La muerte no lo
venció, pues quizá fue la máxima lección
que les pudo dar a sus discípulos, morir por aquella virtud.
Parece ser que Sócrates es
un loco, prefiere la muerte que dejar de hacer aquello que cree
es su virtud. ¿Qué es lo que hace que seamos capaces
de dar la vida por algo, o será por alguien?
Me parece que la muerte es un absurdo
cuando doy la vida por un objeto, pero no me parece lo mismo cuando
la doy por alguien; ¿qué produce la diferencia? A
mi forma de ver, lo produce el sentido de mi existencia. Cuando
veo a un hombre morir por la pérdida de un bien material,
me extraña y me pregunto si no tendría nadie que lo
extrañara, si habría pensado en el significado de
perder la vida por ese bien. Por ejemplo: en la devaluación
del año 85 en México aumentó el número
de suicidios; ¿valió la pena el suicidio, o no valía
la pena la vida?
Lo que sucede es que al encontrar
un sentido a nuestra vida, ese sentido hace que todo lo demás
pueda parecer pobre frente a lo que se busca; pero cuando lo que
se busca es de naturaleza inferior a lo que somos es un absurdo.
¿Cómo podemos valorar algo de menor valor y perder
la vida por ese algo menor que nosotros? Es como el personaje de
Smeagol en El Señor de los anillos, que
se lanza al fuego con tal de no perder el anillo en el cual tenía
cifrada su existencia. ¿Acaso da lo mismo un anillo que una
vida?
¿Por qué tener bienes
materiales, por los bienes materiales mismos? Servirá al
hombre abandonado en una isla desierta el haber descubierto un tesoro.
¿Qué sentido tienen los bienes materiales? Parece
ser que son medios para obtener bienes mayores. Pero la pregunta
más importante es ¿acaso habrá algún
bien material que valga más que mi propia vida, que mi propio
sentido? porque si lo hay, entonces mi vida tiene poco valor, no
tiene sentido. Las cosas materiales son reemplazables, pierdo un
reloj y aunque me duela, compro otro. Pero ¿por qué
no es lo mismo en el caso de los padres o de los hijos o de la persona
amada? Últimamente parece que la ciencia ha llegado a hacer
que las personas sean igual, pierdo un hijo, me mando a hacer otro
igual (aunque cueste caro), pero digo que no es el mismo; y mi acercamiento
a él tampoco será el mismo, porque no es algo útil,
es alguien; tiene un significado distinto.
Peor aun es el momento en el que
la vida ni siquiera cuenta con la reflexión por el sentido,
Camus lo expresa de manera perfecta en unas cuantas palabras.
Despertar, tranvía, cuatro
horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía,
cuatro horas de trabajo, cena, sueño y lunes, martes, miércoles,
jueves, viernes y sábado al mismo ritmo, es una ruta fácil
de seguir al mismo tiempo. Pero un día surge el por qué
y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro1.
Hay ocasiones en las cuales sólo
nos queda o el suicidio o el restablecimiento; ser Sócrates,
por ejemplo, frente a un sistema que nos aplasta, que nos parece
absurdo porque no responde a las necesidades de los gobernados;
pero también podemos permanecer inertes, muertos en vida,
como máquinas; para qué enfrentarse al sistema si
es tan cómodo permanecer haciendo lo que los demás
hacen, formando parte del jurado o del público que condenan
a muerte al inocente. El choque con esa decisión es la búsqueda
por el sentido, por ello dice Pablo Milanés "la vida
no vale nada si se traiciona a un hermano, cuando supe de antemano
lo que se le preparaba, la vida no vale nada si cuatro caen por
minuto y al final por el abuso se consigue la celada". Por
qué dar la vida. Nosotros podemos ser esos que corrompen
a la juventud o esos que mejor no se arriesgan a ser tachados como
enemigos de la polis por querer enseñar a los jóvenes
a buscar su virtud; a ser ellos, personas: únicas, dignas,
irremplazables. El asunto importante es que nadie puede dar lo que
no tiene; o en otras palabras, nadie puede enseñar a encontrar
el sentido, cuando él no ha encontrado sentido a preguntarse
por el sentido, pues hacen falta las razones necesarias para creer
en el sentido.
Nadie puede enseñar lo que
es amar a otro, pero cuando se ama todo mundo quiere compartir lo
valiosos que es el amor. La existencia humana no se limita a relacionarse
utilitariamente con los objeto, mucho menos si se hace así
con las personas; la existencia humana tiene la posibilidad de relacionarse
en forma gratuita con los otros alguien. Cuando me da tristeza la
muerte de mi hermano, media la relación de parentesco que
tenemos con él; pero cuando me indigna lo que ha sucedido
en España ¿qué es lo que media? nada. Es algo
gratuito, es un reconocimiento gratuito de que el otro es tan valioso
como uno mismo, de que por más buenas o malas que hubiesen
sido la personas que viajaban en esos metros, no se merecían
esa muerte, y lo que nos indigna es que se les haya dado trato de
un objeto reemplazable a esas personas que por naturaleza eran únicas,
a esos que eran dignos de respeto. Aun cuando no gano nada con ello,
sé que hubiese querido que se les respetara como tal, como
personas.
En el caso anterior es muy claro.
Hay ocasiones en las cuales es mucho más sutil el cosificar
a otros, el emplearlos como medios para nosotros. El caso del niño
maltratado es realmente sutil, pues parece que los padres tienen
derecho a educar a los hijos y que educarlos es un bien para ellos,
y que el fin de educarlos justifica los medios por los que se alcanza
dicho fin. ¿Por qué no, si educar es un bien para
cualquiera?
El problema radica en que incluso
la educación no está por encima de la integridad del
niño, de la persona del niño; es preferible un niño
mal educado y sano, que uno educado pero no sano. ¿Por qué?
Por que incluso la educación adquiere dignidad por el resultado
que se obtiene con ella en el niño, por el bien que le produce
a éste. El niño es digno por sí mismo y no
por la educación que recibe. La educación lo puede
formar para ser y desarrollarse de mejor manera, pero no es él.
Los niños no son ni buenos
ni malos, son inocentes; la cuestión es que nosotros podemos
participar en la formación de ellos como personas íntegras;
o como personas que rechacen a la sociedad; o como personas que
dependan de la sociedad En pocas palabras, personas que recuperen
el sentido de su existencia o que sufran su existencia. Dándonos
cuenta de esto, surge la cuestión de la responsabilidad.
¿Qué es lo que hace
falta? Hace falta Quijotes que se enfrenten a molinos sin ningún
temor de recibir una paliza, que se atrevan a velar las armas toda
una noche por ofrecer la gloria a su Dios y a su amada; que tomen
su caballo y montando día y noche con dolores en la espalda
ocasionados por la monta, y ardores en las manos por cargar la lanza
y blandir la espada, se enfrenten sin temor al grupo de vándalos
que se presenta queriendo detener su paso en la búsqueda
de lograr el sueño para los demás, gratuitamente.
Lo que falta es la esperanza que,
aunque algunos puedan pensar que es el nuevo opio del pueblo, es
humana; y como dice Alberto Cortés, refiriéndose a
la humanidad en su totalidad, en un poema que se intitula Soy
un ser humano: "soy el que abrió la caja de Pandora
que guardaba los males del planeta, no escapo la esperanza, en buena
hora, por ella sobrevivo y soy poeta". Si nos atrevemos a esto
hay sentido en nuestra vida.
Mariano
Robles
Universidad Anáhuac, México
DF, México. |