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Por Juan Wolfang Cruz
Número 25
1. Walter Benjamín
escribe como epígrafe en una de sus Tesis sobre la Filosofía
de la Historia la meta es el origen. En este sentido el propósito
de mi intervención en esta mesa es proponer la necesidad
de una revisión crítica de uno de los términos
más socorridos cuando se tratan de entender las grandes transformaciones
que se están operando en el nivel planetario hoy. Me refiero
al concepto de globalización. No es una novedad afirmar
que el lugar que ocupa actualmente en los debates acerca del llamado
nuevo orden mundial, que emerge tras el derrumbe de la experiencia
soviética y de sus satélites, es central. En la red,
mediante el buscador de Altavista pude encontrar más de 50
millones de referencias con relación a qué es la globalización,
cuáles son efectos, a la globalización económica,
entre otros tópicos relacionados. Es decir, se ha convertido
en una especie de hilo conductor para descifrar la forma de organización
mundial que se ha establecido o impuesto, según las preferencias
más ideológicas que teóricas de cada quien.
Y esto último lo digo con respecto al origen o punto de partida
de mi exposición: entiendo que este foro convocado por el
Congreso es fundamentalmente de naturaleza académica, pero
también es un espacio en el que podemos escuchar participaciones
formuladas por actores que tienen su punto de observación
o referencia basal en el ámbito político. Es pues
una buena oportunidad para ensayar intercambios entre la academia
y la experiencia política en términos de cuáles
podrían ser los aportes de un lado al otro, y viceversa.
A grandes rasgos concibo así los límites y diferencias
de cada parte: la forma de comunicación académica
es aquella que está orientada hacia fines cognitivos, es
decir, descriptivos y explicativos; y, por el otro lado, la forma
de la comunicación política es la de la formulación
de decisiones vinculantes, es decir, pragmáticas. La primera
se ocupa del cómo opera el orden social y la otra de qué
debe hacerse para modificarlo o conservarlo. Pero este es justamente
el problema sobre el que parte mi inquietud: la persistente tendencia
a borrar la frontera entre las formas de observar las operaciones
del orden social. La no distinción tiene un precio muy alto:
en el mundo académico se termina por maldecir al mundo por
no ser como debería de ser; y en el mundo político
se acumulan fracasos y frustraciones porque se habla más
de lo que se puede o dice que se va a hacer que de lo que en realidad
se hace, o sea tenemos de nuestros políticos un excedente
de palabras y una pobreza de acciones prometidas por carecer de
elementos que permitan clarificar cómo es el mundo y sobre
esa base qué es posible hacer.
2. El término
globalización se presta muy bien para este ejercicio
reflexivo que propongo. Sucede con éste lo mismo que con
una buena parte de los que conforman el almacén de la ciencia
social. Esto es: la ciencia social arranca y trabaja con conceptos
heredados de la tradición de la filosofía política
tales como libertad, sociedad civil, estado, democracia, igualdad,
individuo, modernidad como proyecto emancipatorio, razón
ilustrada, praxis, etc . Éstos y otros muchos más
son, o más bien, fueron definidos no bajo un interés
descriptivo sino más bien normativo. Son conceptos mediante
los cuales la sociedad que los creó buscaba refundar políticamente
el orden social luego del declive del antiguo régimen que
postulaba como referencia basal organizativa la comunicación
teológica. Recordemos, el cambio, que culmina en lo que ahora
llamamos sociedad moderna, era para crear un orden social legitimado
no por criterios localizados fuera de este mundo, sino por criterios
diseñados por sujetos en mayoría de edad ubicados
en este único mundo, como quería Kant. No quiero decir,
obviamente, que la palabra globalización ya haya sido empleada
por la filosofía política de antaño, sino que
su contenido está cargado por el sello de una racionalidad
valorativa.
3. El término
globalización, que insisto no es a mi juicio un concepto
científico social o no lo es aún, se ha convertido
en una especie de fetiche al que se recurre ya sea para apologizarlo
o bien para denostarlo por cuanto se le atribuye capacidad para
(erróneamente) describir el universo social contemporáneo.
Pero entre una y otra, defensa y crítica, hay una estructura
de pensamiento compartida que retomaré más adelante,
pero introduzco de una vez: la idea de unidad. No se puede negar
lo que presumiblemente designa la globalización como realidad
mundial, esto es: que las relaciones entre las naciones se han vuelto
irreversiblemente más interdependientes y complejas en el
sentido del entrecruzamiento de distintos niveles de operación
tales como los procesos financieros, comerciales, políticos,
culturales, científicos, mass mediáticos, etc. Quién
alegue que la globalización se da en un solo terreno o peor
aún el que cree que no hay tal, está fuera de la realidad.
El problema comienza cuando se pretende indicar cuál es el
factor central sobre el que se apoya este proceso globalizador porque
de él se derivan al mismo tiempo lo que deberá, se
nos dice, hacer la humanidad para enfrentarla o impulsarla. Quienes
la defienden a ultranza apuestan al mercado como la mano invisible
a la que deberá permitírsele que marque las pautas
a seguir entre las que destaque la disminución de la intervención
del estado en la organización del conjunto social; por el
lado de quienes se oponen, ven justamente la necesidad de que sea
el estado, bajo el control de la sociedad civil, quien ponga límites
al poder desenfrenado del mercado pues los costos en términos
de marginación y pobreza, de imperialismo cultural que doblega
o intenta doblegar civilizaciones y sus cosmovisiones, de monopolio
sobre los logros tecnológicos y científicos, etc.,
son cada vez mayores con lo que tienden a cancelar brutalmente expectativas
de vida para miles de millones de personas en la actualidad. La
semejanza entre las observaciones defensoras y críticas radica
precisamente en esto: la apuesta porque las diferencias del orden
social sean sometidas a una unidad rectora, llámesele mercado
o bien estado o sociedad civil, o humanidad, o bien, religión.
4. Amplio lo anterior:
mi crítica a la idea de globalización radica en que
la descripción que promete hacer es opacada la más
de las veces por una observación de naturaleza valorativa,
es decir, ideológica. Este empleo del término es frecuente
encontrarlo en los medios masivos, pero también, esto es
lo grave, en espacios académicos con lo cual incumplen la
aportación que la sociedad espera de ellos, nosotros: observaciones
sobre cómo opera el mundo, y tanto no cómo debe operar
pues esto último supone una base moral que se debate hoy
más que nunca en una paradoja: ¿qué hace ética
a la ética? Pero vuelvo a la semejanza de las observaciones:
la idea de unidad. Ésta agrupa a los conceptos que he mencionado
como heredados de la filosofía política (sociedad
civil, individuo, razón, modernidad, etc). El punto es que
estos conceptos fueron formulados en un orden social muy diferente
al que prevalece hoy: fueron fundados en una sociedad organizada
jerárquicamente que parte de la distinción superior/
inferior. De tal forma que, en términos de Hegel se trata
de que el Estado gobierne sobre la sociedad civil, o como se dice
hoy, que sea a la inversa, que la sociedad civil tenga el control
sobre el estado y todos los elementos de la vida social, por ejemplo,
y destacadamente, la economía. Pero justo aquí radica
la diferencia del orden moderno con respecto al que nos precedió:
la emergencia de una sociedad diferenciada por funciones estructurada
con referencia no a la unidad sino a la diversidad. En otras palabras,
pretender el control de un subsistema sobre los demás (estado
/ sociedad , o bien, a la inversa) es desconocer que vivimos hoy
en un mundo conformado por sistemas diferenciados por funciones
que sólo responden a la lógica de su autonomía,
lo cual no implica que puedan ser influenciados pero si no pueden
ser determinados por otros, so riesgo de socavar su función,
por ejemplo: la educación sujeta a criterios meramente económicos,
la política moderna sujeta a controles religiosos, la estética
a intereses estatales. Pretender algo así nos pone en el
mismo camino de cualquier tipo de fundamentalismo.
5. Con esto llego al
punto de mi intervención: la forma como concebimos la idea
de globalización o de cualquier otro a través del
cual observamos, y por ende, reproducimos, el universo social, presupone
una idea mucho mayor que la abarca, la idea de sociedad. En el fondo
la cuestión entonces es: sobre qué tipo de teoría
de la sociedad fundamos nuestras observaciones: ¿la de una
sociedad jerárquicamente organizada, es decir, ordenada con
base -real o esperada- de un eje central (llámesele como
se le llame: estado, mercado, Dios, etc.) , o la de una sociedad
diferenciada por funciones, es decir, la de una sociedad compleja
configurada por una pluralidad de sistemas parciales asimétricos
que son entornos unos de otros, o sea mutuamente influenciables
pero no determinanbles? En mi opinión el orden social moderno
se explica por esta última idea de sociedad, pero que las
herramientas con las que queremos hacerle frente para observarle
mejor -teoría y conceptos- están desfasada de las
operaciones reales que hoy experimentamos.
6. Esa es pues mi invitación:
reconstruir los conceptos, revisarlos críticamente, en tanto
instrumentos básicos y definitorios de nuestra función
científico-académica, ser más cuidadosos en
el empleo de sus significados, para disponer de un cristal más
nítido que reconozca lo que el mundo es hoy: complejo y diverso,
no en busca de una supuesta unidad perdida, pues si creemos esto
último estamos muy cerca de una lógica terrorista.
Notas:
1
Resumen de la ponencia presentada en el XV Congreso Nacional de
la AMEI (Asociación Mexicana de Estudios Internacionales),
en Guadalajara, Jalisco, en octubre de 2001.
Mtro.
Juan Wolfang Cruz
Sociólogo y profesor de tiempo completo
del ITESM Campus Estado de México,
Departamento de Humanidades de la División de Profesional y
Graduados. |