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Por Miguel Martínez
Huerta
Número 26
Los
hombres están dotados de un deseo hacia esos fines y de la
aversión por lo contrario; de un amor a la vida y de un temor
a la muerte; de un deseo por la continuación y perpetuación
de la especie y de una aversión a la idea de su total extinción
(Smith).
Nuestro entorno
está lleno de seres vivos. Estamos rodeados de plantas, aves,
insectos, en fin, animales y también de personas. El objetivo
del presente escrito es mostrar, precisamente, que la vida es una
gratuidad, un proyecto y una responsabilidad. "La vida no debe
ser una novela que se nos impone, sino una novela que inventamos"
(Novalis).
La defensa y protección
de la vida humana es un objetivo que los pueblos y las culturas
han concebido y realizado de modos diferentes. Históricamente,
a partir de las teorías del transformismo y evolucionismo
en el siglo XIX, tal como las propusieron J. B. Lamarck, Ch. Darwin
y H. Spencer, surgieron las llamadas éticas biológicas.
El principio fundamental
o la filosofía que las soporta, puede formularse más
o menos como sigue: las leyes de la vida son las leyes de nuestra
propia existencia y, por lo mismo, ellas encierran la explicación
de nuestro fin y destino. "Es a la vida -escribe Guyau
(1944, 75)- a quien nosotros pediremos el principio de la moralidad".
Aquello que la naturaleza impone a todo cuanto vive y el
fin hacia el cual ella encamina la inmensa marejada de los vivientes
es el destino y finalidad hacia el cual debemos aspirar. Luego es
engañoso y quimérico buscarle un fin a la vida fuera
de la vida misma. Al respecto escribe Federico Nietzsche (1998,
48): "Los juicios y las valoraciones relativas a la vida, en
pro y en contra, no pueden ser nunca, en última instancia,
verdaderos: sólo valen como síntomas, y únicamente
deben ser tenidos en cuenta como tales; en sí, dichos juicios
son necedades. Hay que alargar totalmente los dedos e intentar captar
la admirable sutileza de que el valor de la vida es algo que
no se puede tasar". Cuanto el individuo necesita hacer,
es velar por su conservación y desarrollo. "Demos, pues,
al término biología el sentido comprensivo que debería
tener, que quizá alcance algún día -señala
Bergson (1996, 124)-, y digamos para concluir que toda moral,
presión o aspiración, es de esencia biológica".
Aristóteles,
en su libro Acerca del alma (1983, 168), parece identificar
vida y alma. Al referirse al hombre dice que es el ser que nace,
se alimenta, crece, se reproduce, envejece y muere, siente, apetece,
se desplaza, entiende, razona y habla. El conjunto de estas actividades
se suele denominar vida. Por lo que la vida, para Aristóteles,
es una actividad. Tomás de Aquino hace consistir la vida
en el movimiento: "Son vivientes aquellos seres que se mueven
a sí mismos". La vida es, en pocas palabras, un misterio.
"Filosóficamente -escribe Sanabria (1987, 84)-, la vida
ha sido determinada de diversas maneras, pero en general se acepta
que la vida se caracteriza por la autoposesión, pero también
por una apertura hacia algo diferente: la vida es autotrascendencia,
que es precisamente su modo propio de realización. Y como
hay tres modos de autotrascendencia, hay tres grados de vida: vida
vegetal, vida animal y vida humana".
Aun tratándose
de un valor importante, fundamental, la vida no es un valor absoluto.
Razón tiene Mounier (1965, 43) cuando escribe: "querer
vivir a cualquier precio es aceptar un día vivir al precio
de las razones de vivir. Solo existimos definitivamente desde el
momento en que nos hemos constituido un cuadro interior de valores
o de abnegaciones contra el cual, sabemos, ni siquiera prevalecerá
la amenaza de la muerte". Porque la calidad de la vida es más
importante que la vida misma.
Si la vida es un don
precioso que debe suscitar en el hombre un eco de agradecimiento
y una voluntad decidida de aprecio, el ejemplo de Jesús de
Nazaret integra otra dimensión. "El héroe
cristiano fue el mártir -escribe Erich Fromm (1981, 138)-,
porque en la tradición judía el hecho más grande
era ofrecer a Dios o a nuestros semejantes la propia vida. El mártir
es exactamente lo opuesto del héroe pagano, personificado
por los héroes germanos y griegos. La meta de los héroes
era conquistar, triunfar, destruir, robar; la realización
de su vida era el orgullo, el poder, la fama y una insuperable capacidad
para matar
Las características del mártir consisten
en ser, dar, compartir; las del héroe son: tener, explotar,
violar" (cf. Vasconcelos, 1918, 83).
¿Qué
es entonces la vida?
Es una gratuidad. La vida es algo que se nos ha dado sin
contar con nosotros. Por lo mismo, es algo gratuito. "Nacemos,
y nada podemos rehusar. Son otros quienes dibujan, diseñan,
garabatean y proyectan sobre el papel de nuestra vida. Nos echan
flores y, al mismo tiempo, espinas. Nos besan y, a la vez, recibimos
miradas de desprecio
No tenemos capacidad para escoger, y
nada podemos rehusar. Somos plena acogida. A todo decimos que sí.
Y todo lo que entra en nosotros a través de los sentidos
lo guardamos como bagaje para la vida. Un bagaje que no podemos
seleccionar ni escoger" (cf. Wilson, 1983, 17).
Es un proyecto.
"El hombre no es cosa ninguna, sino un drama -señala
Ortega y Gasset (1958, 36)- su vida, un puro y universal acontecimiento
que acontece a cada cual y en que cada cual no es, a su vez, sino
acontecimiento". El hombre se encuentra existiendo, pero no
con una existencia ya dada o hecha como las cosas, sino que al acontecerle
existir no tiene más remedio que hacer algo para no dejar
de existir. La vida humana es quehacer, mejor dicho, una
dificultad de ser, un modo difícil de ser, en fin, una problemática
tarea de ser: "el hombre no sólo tiene que hacerse a
sí mismo, sino que lo más grave que tiene que hacer
es determinar lo que va a ser". No se puede hablar del ser
(humano) como ser ya lo que se es: fijo, estático,
invariable y dado. Lo único que el hombre tiene de ser es
lo que ha sido. "El hombre no es, sino que "va siendo"
esto y lo otro
Ese "ir siendo" es lo que, sin absurdo,
llamamos "vivir". No digamos, pues, que el hombre es,
sino que vive" (cf. Ortega, 1958, 48).
Es una personal
responsabilidad. Todo hombre tiene derecho a la vida, reza el
artículo tercero de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. Pero hay que añadir que todo hombre tiene
el deber de vivir como persona la vida humana. "El vivir -señala
Aristóteles (1981, 9)-, con toda evidencia, es algo común,
aun a las plantas; mas nosotros buscamos lo propio del hombre".
El hombre, si se diferencia de los animales, tiene que hacer efectiva
esta diferencia, viviendo la vida como persona y no como otro ser
cualquiera. Escribe V. E. Frankl (1985, 108) al respecto: "Como
quiera que toda situación vital representa un reto para el
hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver,
la cuestión del significado de la vida puede en realidad
invertirse. En última instancia, el hombre no debería
inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que
es a él a quien se inquiere. En una palabra, a cada hombre
se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a
la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable
puede contestar a la vida".
Quizá el
hombre nada espere de la vida, pero la vida sí espera algo
de él. En vez de pasar todo el tiempo con preguntas e interrogantes
sobre el sentido de la vida, el hombre debe responderle a
la vida que le cuestiona de una manera constante y continua. Y esto
lo hace, o lo puede hacer, cuando toma conciencia que es más
que su vida. El ser humano es un ser hecho para sobrepasarse.
"De seguro no ha encontrado la verdad el que hablaba de una
"voluntad de existir"; no hay tal voluntad. Porque lo
que no existe no se puede querer; pero, ¿cómo lo que
existe podría aún desear la existencia? Unicamente
donde hay vida hay voluntad, pero no voluntad de vida, sino como
yo enseño, voluntad de dominio. El viviente aprecia muchas
cosas más que la vida misma" (Zaratustra).
Bibliografía:
Aristóteles
(1981), Ética Nicomaquea. Política, 9a. ed.,
colección "Sepan cuantos
", México,
Porrúa.
Aristóteles (1983), Acerca del alma, Madrid, Gredos.
Bergson, H. (1996), Las dos fuentes de la moral y de la religión,
Madrid, Tecnos.
Frankl, V. E. (1985), El hombre en busca de sentido, 6a.
ed., Barcelona, Herder.
Fromm, E. (1981), ¿Tener o ser?, 3a. reimp., México,
FCE.
Guyau, J. M. (1944), Esbozos de una moral sin obligación
ni sanción, Buenos Aires, Americalee.
Mounier, E. (1965), El personalismo, 2a. ed., Buenos Aires,
EUDEBA.
Nietzsche, F. (1976), Así hablaba Zaratustra, 6a.
ed., México, Editorial Época.
Nietzsche, F. (1998), El ocaso de los ídolos, Madrid,
EDIMAT.
Ortega y Gasset, J. (1958), Historia como sistema, Madrid,
Revista de Occidente.
Sanabria, J. R. (1987), Filosofía del hombre, México,
Porrúa.
Smith, A. (1979), Teoría de los sentimientos morales,
México, FCE.
Vasconcelos, J. (1918), El monismo estético, México,
Cultura.
Wilson, J. (1983), La vida, una pregunta y una respuesta,
2a. ed., Madrid, Paulinas.
Mtro.
Miguel Martínez Huerta
Catedrático del Departamento de Humanidades
del ITESM Campus Estado de México,
México |