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Abril 2002

 

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Filosofía, Cultura y Sociedad

La vida

 
Por Miguel Martínez Huerta
Número 26

Los hombres están dotados de un deseo hacia esos fines y de la aversión por lo contrario; de un amor a la vida y de un temor a la muerte; de un deseo por la continuación y perpetuación de la especie y de una aversión a la idea de su total extinción
(Smith).

Nuestro entorno está lleno de seres vivos. Estamos rodeados de plantas, aves, insectos, en fin, animales y también de personas. El objetivo del presente escrito es mostrar, precisamente, que la vida es una gratuidad, un proyecto y una responsabilidad. "La vida no debe ser una novela que se nos impone, sino una novela que inventamos" (Novalis).

La defensa y protección de la vida humana es un objetivo que los pueblos y las culturas han concebido y realizado de modos diferentes. Históricamente, a partir de las teorías del transformismo y evolucionismo en el siglo XIX, tal como las propusieron J. B. Lamarck, Ch. Darwin y H. Spencer, surgieron las llamadas éticas biológicas.

El principio fundamental o la filosofía que las soporta, puede formularse más o menos como sigue: las leyes de la vida son las leyes de nuestra propia existencia y, por lo mismo, ellas encierran la explicación de nuestro fin y destino. "Es a la vida -escribe Guyau (1944, 75)- a quien nosotros pediremos el principio de la moralidad". Aquello que la naturaleza impone a todo cuanto vive y el fin hacia el cual ella encamina la inmensa marejada de los vivientes es el destino y finalidad hacia el cual debemos aspirar. Luego es engañoso y quimérico buscarle un fin a la vida fuera de la vida misma. Al respecto escribe Federico Nietzsche (1998, 48): "Los juicios y las valoraciones relativas a la vida, en pro y en contra, no pueden ser nunca, en última instancia, verdaderos: sólo valen como síntomas, y únicamente deben ser tenidos en cuenta como tales; en sí, dichos juicios son necedades. Hay que alargar totalmente los dedos e intentar captar la admirable sutileza de que el valor de la vida es algo que no se puede tasar". Cuanto el individuo necesita hacer, es velar por su conservación y desarrollo. "Demos, pues, al término biología el sentido comprensivo que debería tener, que quizá alcance algún día -señala Bergson (1996, 124)-, y digamos para concluir que toda moral, presión o aspiración, es de esencia biológica".

Aristóteles, en su libro Acerca del alma (1983, 168), parece identificar vida y alma. Al referirse al hombre dice que es el ser que nace, se alimenta, crece, se reproduce, envejece y muere, siente, apetece, se desplaza, entiende, razona y habla. El conjunto de estas actividades se suele denominar vida. Por lo que la vida, para Aristóteles, es una actividad. Tomás de Aquino hace consistir la vida en el movimiento: "Son vivientes aquellos seres que se mueven a sí mismos". La vida es, en pocas palabras, un misterio. "Filosóficamente -escribe Sanabria (1987, 84)-, la vida ha sido determinada de diversas maneras, pero en general se acepta que la vida se caracteriza por la autoposesión, pero también por una apertura hacia algo diferente: la vida es autotrascendencia, que es precisamente su modo propio de realización. Y como hay tres modos de autotrascendencia, hay tres grados de vida: vida vegetal, vida animal y vida humana".

Aun tratándose de un valor importante, fundamental, la vida no es un valor absoluto. Razón tiene Mounier (1965, 43) cuando escribe: "querer vivir a cualquier precio es aceptar un día vivir al precio de las razones de vivir. Solo existimos definitivamente desde el momento en que nos hemos constituido un cuadro interior de valores o de abnegaciones contra el cual, sabemos, ni siquiera prevalecerá la amenaza de la muerte". Porque la calidad de la vida es más importante que la vida misma.

Si la vida es un don precioso que debe suscitar en el hombre un eco de agradecimiento y una voluntad decidida de aprecio, el ejemplo de Jesús de Nazaret integra otra dimensión. "El héroe cristiano fue el mártir -escribe Erich Fromm (1981, 138)-, porque en la tradición judía el hecho más grande era ofrecer a Dios o a nuestros semejantes la propia vida. El mártir es exactamente lo opuesto del héroe pagano, personificado por los héroes germanos y griegos. La meta de los héroes era conquistar, triunfar, destruir, robar; la realización de su vida era el orgullo, el poder, la fama y una insuperable capacidad para matar… Las características del mártir consisten en ser, dar, compartir; las del héroe son: tener, explotar, violar" (cf. Vasconcelos, 1918, 83).

¿Qué es entonces la vida?
Es una gratuidad. La vida es algo que se nos ha dado sin contar con nosotros. Por lo mismo, es algo gratuito. "Nacemos, y nada podemos rehusar. Son otros quienes dibujan, diseñan, garabatean y proyectan sobre el papel de nuestra vida. Nos echan flores y, al mismo tiempo, espinas. Nos besan y, a la vez, recibimos miradas de desprecio… No tenemos capacidad para escoger, y nada podemos rehusar. Somos plena acogida. A todo decimos que sí. Y todo lo que entra en nosotros a través de los sentidos lo guardamos como bagaje para la vida. Un bagaje que no podemos seleccionar ni escoger" (cf. Wilson, 1983, 17).

Es un proyecto. "El hombre no es cosa ninguna, sino un drama -señala Ortega y Gasset (1958, 36)- su vida, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual y en que cada cual no es, a su vez, sino acontecimiento". El hombre se encuentra existiendo, pero no con una existencia ya dada o hecha como las cosas, sino que al acontecerle existir no tiene más remedio que hacer algo para no dejar de existir. La vida humana es quehacer, mejor dicho, una dificultad de ser, un modo difícil de ser, en fin, una problemática tarea de ser: "el hombre no sólo tiene que hacerse a sí mismo, sino que lo más grave que tiene que hacer es determinar lo que va a ser". No se puede hablar del ser (humano) como ser ya lo que se es: fijo, estático, invariable y dado. Lo único que el hombre tiene de ser es lo que ha sido. "El hombre no es, sino que "va siendo" esto y lo otro… Ese "ir siendo" es lo que, sin absurdo, llamamos "vivir". No digamos, pues, que el hombre es, sino que vive" (cf. Ortega, 1958, 48).

Es una personal responsabilidad. Todo hombre tiene derecho a la vida, reza el artículo tercero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero hay que añadir que todo hombre tiene el deber de vivir como persona la vida humana. "El vivir -señala Aristóteles (1981, 9)-, con toda evidencia, es algo común, aun a las plantas; mas nosotros buscamos lo propio del hombre". El hombre, si se diferencia de los animales, tiene que hacer efectiva esta diferencia, viviendo la vida como persona y no como otro ser cualquiera. Escribe V. E. Frankl (1985, 108) al respecto: "Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse. En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida".

Quizá el hombre nada espere de la vida, pero la vida sí espera algo de él. En vez de pasar todo el tiempo con preguntas e interrogantes sobre el sentido de la vida, el hombre debe responderle a la vida que le cuestiona de una manera constante y continua. Y esto lo hace, o lo puede hacer, cuando toma conciencia que es más que su vida. El ser humano es un ser hecho para sobrepasarse. "De seguro no ha encontrado la verdad el que hablaba de una "voluntad de existir"; no hay tal voluntad. Porque lo que no existe no se puede querer; pero, ¿cómo lo que existe podría aún desear la existencia? Unicamente donde hay vida hay voluntad, pero no voluntad de vida, sino como yo enseño, voluntad de dominio. El viviente aprecia muchas cosas más que la vida misma" (Zaratustra).


Bibliografía:

Aristóteles (1981), Ética Nicomaquea. Política, 9a. ed., colección "Sepan cuantos…", México, Porrúa.
Aristóteles (1983), Acerca del alma, Madrid, Gredos.
Bergson, H. (1996), Las dos fuentes de la moral y de la religión, Madrid, Tecnos.
Frankl, V. E. (1985), El hombre en busca de sentido, 6a. ed., Barcelona, Herder.
Fromm, E. (1981), ¿Tener o ser?, 3a. reimp., México, FCE.
Guyau, J. M. (1944), Esbozos de una moral sin obligación ni sanción, Buenos Aires, Americalee.
Mounier, E. (1965), El personalismo, 2a. ed., Buenos Aires, EUDEBA.
Nietzsche, F. (1976), Así hablaba Zaratustra, 6a. ed., México, Editorial Época.
Nietzsche, F. (1998), El ocaso de los ídolos, Madrid, EDIMAT.
Ortega y Gasset, J. (1958), Historia como sistema, Madrid, Revista de Occidente.
Sanabria, J. R. (1987), Filosofía del hombre, México, Porrúa.
Smith, A. (1979), Teoría de los sentimientos morales, México, FCE.
Vasconcelos, J. (1918), El monismo estético, México, Cultura.
Wilson, J. (1983), La vida, una pregunta y una respuesta, 2a. ed., Madrid, Paulinas.


Mtro. Miguel Martínez Huerta
Catedrático del Departamento de Humanidades del ITESM Campus Estado de México, México

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