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Por Irma Osnaya Sánchez
Número 23
A los inicios
de la década de los ochenta, la polémica acerca de
la socialización en la escuela, era la principal atención
sobre las funciones sociales, económicas y sobre todo ideológicas
de las instituciones educativas.
Era entonces cuando prevalecía la concepción de la
escuela como un aparato ideológico de la dominación
y consecuente con esto el discurso acerca de la educación
se dirigía a criticar el carácter reproductor de la
misma, siendo el salón de clases el espacio particular dentro
de un campo específico de relaciones sociales. De manera
que la especificidad de lo "escolar", está tanto
teñida o signada por la historia y la cultura de la sociedad
a la que pertenece, como que también de una manera no lineal
ni automática, la escuela resume, sintetiza y "traduce"
en su propio código, el de la sociedad. El salón de
clases representa así una pequeña unidad donde lo
social habita estructurado de una manera particular.
Por lo que es necesario encarar el tratamiento diagnóstico
y experimental de la formación en valores en la escuela,
a fin de detectar los valores vigentes en la realidad cotidiana
de las aulas, de identificar el o los mecanismos de formación
en valores y de distinguir las posibilidades de intervención
en este sentido. Lo anterior se fundamenta en la teoría de
la reproducción social y cultural (Bourdieu) y en la teoría
de la vida cotidiana y de los valores (Héller) y específicamente,
la dimensión del objeto que atañe al proceso de socialización
en tanto formación en valores que se desarrolla en el aula,
articula tres perspectivas teóricas: el proceso de socialización
como proceso normativo (Durkheim), el proceso de socialización
como desarrollo del juicio moral (Piaget), y el proceso de socialización
como trama de interacciones implícitas o invisibles (vitae
oculto: Jackson, Eggleston, Apple).
Lo expuesto anteriormente,
nos lleva a formular unas interrogantes:
- ¿Hacia dónde
orientar la educación en esta época de incertidumbre
con respecto al destino del hombre?
- ¿Qué tipo de
hombre debe formarse, para que pueda salir con éxito de
las crisis recurrentes
- ¿Con bases en qué
criterios de debe actuar frente a situaciones de conflicto?
Estas eran preguntas obligadas hace
algunos años y en la actualidad cobran mayor importancia
cuando se habla de una crisis de valores o de una crisis de valoraciones.
El desarrollo tecnológico, la globalización de los
mercados y de la cultura, la relevancia de la información
y del conocimiento en los procesos productivos y sociales modifican
las maneras de entender el mundo y bosquejan nuevas formas de relación
entre las personas.
En la época actual cambian las pautas culturales, las percepciones
sobre la familia, sobre el valor del dinero, la conciencia de lo
que es relevante y lo que es accesorio, etc. Surgen nuevas pautas
de acumulación económica, predomina el individualismo,
se pierde el sentido de trascendencia; pero paradójicamente,
también existen refuerzos renovados en la lucha por la justicia
y la equidad, contra los fanatismos y a favor de un progreso científico
que beneficie a la humanidad en su conjunto.
En todo esto se aprecian cambios de conductas tras los cuales existen
valores que se derrumban y otros que emergen con pujanza: la conciencia
ecológica, la preocupación y ocupación por
los derechos humanos, la igualdad de sexos, la democratización
de la información y del conocimiento, la pluralidad, la tolerancia,
el respeto y la dignidad. En el eje de esta problemática
está la preocupación por el ser humano y la preservación
de la vida, tener una mejor calidad de vida, asegurar un desarrollo
sustentable, ser mejores personas con excelencia mundial, aquí
y ahora, como expresión de una nueva ciudadanía.
La formación de una nueva ciudadanía requiere actores
sociales con posibilidades de autodeterminación. Se necesita,
en sí desarrollar valores, actitudes y capacidades, así
como habilidades generales que permitan el dominio y creación
del conocimiento. En el eje de todo esto se encuentra la educación.
A la educación le atañe la formación y el bienestar
de las personas y de manera explícita, busca el desarrollo
integral del individuo para un ejercicio pleno de las capacidades
humanas. Para conseguir este fin se necesitan sólidos cimientos
sobre los cuales basar las decisiones y comportamientos, de modo
que éstos correspondan con los postulados legales. Tales
cimientos son los Valores y las Actitudes.
Los valores constituyen la base de las actitudes y las conductas
externas; son los cimientos de una educación encaminada a
lograr un desarrollo humano integral que busca formar al hombre
y preparar al profesionista, pero además se necesita desarrollar
y profundizar una serie de valores y actitudes que permitan a este
profesionista normar un criterio sobre los problemas del mundo actual
a fin de que pueda participar de manera coherente y propositiva
en su solución
Así se concluye que la formación
en valores es un proceso que se desarrolla en forma espontánea,
no dirigida ni explícita, en el transcurso de las relaciones
cotidianas, a través de la forma en que se orienta la apropiación
de los conocimientos y de las normas que se establecen para regir
el comportamiento escolar, y a través del tipo de interacciones
personales que se establecen entre maestros y alumnos. Esto propicia
que los estudiantes y profesionistas establezcan una relación
con el conocimiento y con las normas de convivencia y desarrollen
estructuras y formas de organización del pensamiento y de
su socialidad, que favorecen o no el desarrollo de la capacidad
de elección, principio básico de la formación
en valores.
Así la escuela como espacio institucionalizado de la socialización
desarrolla esta función respondiendo a la demanda social
de capacidad y desarrollo de habilidades necesarias para el aparato
productivo; a la necesidad del estado de organizar el consenso social,
y a las diversas expectativas que cada sector social genera en relación
con esta instancia. .
En este orden institucional la escuela tiene como función
específica transmitir e inculcar; es decir, formar en determinados
valores. Entonces la escuela, como institución debe transmitir
un marco valorativo congruente con la legislación, en cuanto
al ámbito donde se establecen cuáles son los valores
considerados socialmente legítimos y con la política
educativa.
Empero, los valores formulados como orientación axiológica
de la escuela en cuanto institución no son los únicos
vigentes, puesto que la escuela no es la única institución
social de la formación en valores, las referencias axiológicas
inmediatas a la práctica social cotidiana, están implícitas
en la práctica escolar <aunque no se incluyan explícitamente
en las formulaciones legislativas, políticas y curriculares>
a través de los sujetos de la práctica escolar: docentes,
alumnos, autoridades, administrativos, etc., que son participes
de la sociedad en conjunto.
Referencias
bibliográficas:
· Branden,
Nathaniel; El respeto hacia uno mismo, Barcelona, 1990, Paidós
· García, Salord, Susana, Normas y valores en el
Salón de clases, México 1992 FCE
· Martínez, Martín Miquel; El Contrato Moral
del Profesorado; España 2000; Editorial Desclée
Mtra.
Irma Osnaya Sánchez
Catedrática del Departamento de Humanidades
del ITESM Campus Estado de México |