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Por Miguel Martínez
Huerta
Número 24
No
hay nadie, ni aun el peor bribón, que, si está habituado
a usar de su razón, no sienta, al oír referencias
de ejemplos notables de rectitud en los fines, de firmeza en seguir
buenas máximas, de compasión y universal benevolencia
(unidas estas virtudes a grandes sacrificios de provecho y bienestar),
no sienta, digo, el deseo de tener también él esos
buenos sentimientos. Pero no puede conseguirlo, a causa de sus inclinaciones
y apetitos, y, sin embargo, desea verse libre de las tales inclinaciones,
que a él mismo le pesan (Kant).
En ética
no existen respuestas fijas y seguras para todo lo concerniente
al universo moral. Los principios son generales y abstractos, y
no responden necesariamente a los conflictos en que puede encontrarse
el ser humano. Queda siempre un margen de ambigüedad: en él
se juega el hombre su propia decisión. El propósito
del presente escrito es mostrar que la verdadera fuente normativa
de los actos humanos es la misma persona en su realidad concreta
inmersa en su devenir.
El hombre es un
ser moral porque debe construirse a sí mismo. Y la conciencia
moral es la facultad por medio de la cual el hombre descubre
este "deber ser", esta llamada a hacerse una persona,
y es también la facultad por la que tiende activamente a
llevarla a la práctica. En otras palabras: es preciso entender
la conciencia moral como la facultad, como la capacidad a través
de la cual el hombre puede llegar a conocer lo que es bueno y lo
que es malo. Se trata, pues, de un juicio del entendimiento o razón
que nos permite reconocer el valor moral de un acto concreto que
pensamos realizar, estamos realizando o hemos realizado.
El juicio valorativo
de la conciencia moral abarca tres niveles: antes del acto, durante
su ejecución y después de ella.
Antes del acto,
la conciencia actúa como consejero, por la apreciación
que el entendimiento hace del valor moral de las varias alternativas
que se le ofrecen. Así, por ejemplo, Marco Aurelio (1980,
108) se convierte en nuestra conciencia cuando nos pregunta: "¿Cómo
te has portado hasta ahora con los dioses, con tus padres, hermanos,
mujer, hijos, maestros, ayos, amigos, familiares, criados? ¿Observaste
hasta ahora con todos ellos el precepto de "no hacer ni decir
nada malo a nadie"?".
Durante la ejecución
del acto, la conciencia se manifiesta dándonos el sentimiento
de que somos agentes libres y responsables de nuestra acción.
Al respecto escribe J. G. Fichte (1976, 112): "Esta voz interior
de mi conciencia me dirá en cada situación de mi vida
lo que debo hacer y lo que debo evitar; me acompañará,
si la oigo atentamente, en todas las vicisitudes de mi vida, y ni
me escatimará la recompensa si soy diligente".
Después
del acto, la conciencia interviene como juez y ejecutor
de una sentencia. La conciencia aplica en el acto su sentencia,
representada por diversidad de sentimientos morales: satisfacción,
tranquilidad, remordimiento, vergüenza, arrepentimiento, etc.
"Por otra parte -escribe Hume (1993, 208)-, ¿quién
no sufre una profunda mortificación al reflexionar en su
propia insensatez y conducta disoluta, y no siente una punzada o
compunción secreta cada vez que se le viene a la memoria
alguna ocasión pasada en la cual se comportó estúpidamente
o con torpes modales?".
Si la experiencia
nos demuestra que todo hombre juzga de la moralidad de los actos,
también ella nos dice que no todos juzgan de igual manera.
No es raro que la falta de instrucción o ignorancia, los
prejuicios de cierta forma de educación, las pasiones, el
medio ambiente, el interés, etc., logren, si no anular los
dictámenes de la conciencia, sí consiguen falsearlos
y desvirtuarlos. De acuerdo con su manera de apreciar los actos
morales, la conciencia puede ser (cf. Blázquez, 1999, 105):
1) conciencia antecedente (precede a la acción); 2) concomitante
(acompaña a la acción); 3) consiguiente (posterior
a la acción); 4) auténtica (cuando se actúa
con honradez); 5) viciosa (se obra con malicia); 6) verdadera (se
ajusta a la norma o principio de moralidad); 7) errónea (juzga
como bueno algo que no lo es); 8) dudosa o vacilante (carece de
seguridad y certeza en lo que se hace o pretende hacer); 9) cierta
(juzga de la bondad o malicia de la acción con firmeza y
seguridad); 10) laxa (poco exigente, exageradamente permisiva);
11) perpleja (ante dos normas o principios no sabe cuál de
ellos elegir); 12) farisaica (moral de apariencias, hipócrita);
13) rigorista (tendencia a juzgar las acciones propias y ajenas
con excesiva severidad); 14) escrupulosa (da vueltas a lo que va
a hacer, temiendo siempre equivocarse).
Pregunta Epicteto
(1980, 72): "Si tu razón, que es quien ordena todos
tus actos, está desordenada, ¿quién la ordenará?".
Porque estrictamente hablando no puede llamarse conciencia bien
formada cuando con este nombre se encubre la arbitrariedad, el deseo
del placer propio, la conveniencia, el agrado personal, o la superficialidad
de opiniones carentes de todo esfuerzo de clarificación.
La ética ofrece una serie de reglas y principios que ayudan
al esclarecimiento de los problemas que pueden ofrecerse de acuerdo
con las diferentes clases o estados de conciencia. Algunos de ellos
son los siguientes:
1. Hay que obedecer
a la conciencia cuando ciertamente manda o prohibe. Escribe Hortelano
(1969, 131): "Ya San Pablo había insistido que lo que
hacemos de acuerdo con la conciencia, es bueno, y lo que hacemos
en contra de la conciencia es malo. Y en realidad esta doctrina
del primado de la conciencia, como último criterio que decide
nuestro quehacer, ha sido teóricamente y en principio la
doctrina de la Iglesia en todos los tiempos. Santo Tomás,
él mismo llegó a decir, que si uno en conciencia no
estaba de acuerdo con la Autoridad eclesiástica, era preferible
ser excomulgado a obrar en contra de la conciencia".
2. Nadie debe obrar si su conciencia no está moralmente cierta
de que el acto es bueno (o indiferente).
3. En caso de perplejidad la conciencia debe optar por lo que se
considere el mal menor. Si las razones se equilibran, puede tomarse
cualquiera de las alternativas.
4. En caso de duda el remedio puede estar, en parte, en un consejero
prudente. "Tampoco será ajeno que para resolvernos en
los casos dudosos consultemos a los hombres doctos y experimentados,
y veamos lo que les parece de cualesquiera género de obligaciones"
(Cicerón, 1993, 40).
5. Una ley dudosa no obliga. De manera que puede seguirse una opinión
sólidamente probable.
6. En la duda hay que declararse en favor de quien la sufre.
7. Un hecho no se presume, debe probarse.
8. Un acto se presume válido hasta prueba de lo contrario.
9. En la duda hay que presumir en favor del superior (o intérprete
de la ley).
10. Hay obligación de procurarse, en cuanto sea posible,
una conciencia verdadera, y normal o delicada.
Como hemos visto,
la ética está al servicio de la madurez y de la sinceridad
de la conciencia humana. Mejor dicho, debe comprometerse constantemente
a la formación de la misma: debe ser como fermento de la
educación en la reflexión, de tal forma que los hombres
aprendan a tomar sus decisiones y a valorarlas rectamente. Igual
que se educa la inteligencia con el fin de que el hombre progrese
en su capacidad de razonamiento, se puede y debe educarse la conciencia
moral.
Algunos medios para
la educación de la conciencia pueden ser los siguientes:
1. El cumplimiento
fiel de los deberes de cada día. "¿Qué
cosa es el deber? -se pregunta Hegel (1975, 141)-. Para esta determinación
no existe, primeramente, otra cosa que esto: realizar el Derecho
y cuidar del bienestar, el propio bienestar particular y el bienestar
como determinación universal, el bienestar de los otros".
2. Trazar un plan de vida como base para la tarea formativa.
Al respecto vale la pena recordar las conocidas palabras de
Benjamín Franklin conservadas en su Autobiografía
(1989, 61): "siempre he creído que un hombre con ingenio
puede ocasionar grandes cambios y poner en práctica grandes
empresas en la humanidad, si antes construye un buen plan y deja
a un lado todas las diversiones y empleos que puedan desviar su
atención, y hace del cumplimiento de este plan su único
estudio y su único negocio".
3. Una adecuada distribución del día. He aquí
un programa así. Se titula Sólo por Hoy escrito por
el Dr. Frank Crane: "Sólo por hoy, trataré de
vivir únicamente este día, sin abordar a la vez todo
el problema de la vida
Sólo por hoy, tendré
un programa. Consignaré por escrito lo que espero hacer cada
hora. Cabe que no siga exactamente el programa, pero lo tendré.
Eliminaré dos plagas, la prisa y la indecisión".
4. Práctica del examen general de conciencia. "Hermosa
costumbre la de hacer cada día un examen de todas nuestras
acciones -señala Séneca (1992, 50)-. ¡Qué
tranquila se nos queda el alma cuando ha recibido su parte de elogio
o de censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma,
informa secretamente! Esa es mi regla: diariamente me cito a comparecer
ante mi tribunal... No disfrazo, no adultero nada, no olvido cosa
alguna. ¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis
faltas, cuando puedo decirme: no vuelvas a hacerlo, por esta vez
te perdono?".
5. Lectura cuidadosa de buenos moralistas y vidas ejemplares.
"Tener así -dice A. D. Sertillanges (1984, 78)- en los
momentos de depresión intelectual o espiritual autores favoritos,
páginas reconfortantes, tenerlos cerca de uno, siempre listos
para inyectar su buena savia, constituye un recurso inmenso".
6. Sacrificio (renuncia) y ejercicio de la voluntad. Al hombre
le precisa mantener viva la facultad del esfuerzo voluntario, sujetándola,
diariamente, a un poco de ejercicio desinteresado. Esta clase de
ejercicio es excelente para robustecer el carácter y templar
la voluntad. "Practica -expresa James- un poco de heroísmo
y ascetismo cada día, con el único fin de robustecer
tu voluntad
de manera que cuando sobrevenga la tentación,
no te encuentres sin energía y sin preparación para
la lucha" (cf. Vargas, 1979, 306).
7. Respetar la naturaleza. Como enseña Baden Powell:
"El hombre que ha crecido entre las grandes obras de la naturaleza
cultiva la verdad, la independencia y la confianza en sí
mismo, tiene impulsos de generosidad y de lealtad para sus amigos"
(cf. Cuadrado, 1988, 48).
8. La frecuentación y trato de personas de buen criterio
moral. La conversación o diálogo con un interlocutor
visible (o invisible) también contribuye a la sana formación
de la conciencia para una correcta vida moral. "¿Por
qué no probar a Dios, usted que tiene un pecado en su vida?
-pregunta Norman Vincent Peale (1983, 143)-. Es muy duro llevar
el pecado y la culpabilidad en nuestra alma. El pecado no es una
fantasía. No puede haber paz duradera o felicidad en la vida
de un individuo al que siempre acompaña un pecado. Ningún
hombre es lo bastante fuerte para borrar de su vida el penoso recuerdo
y el aguijón de sus malas palabras u obras. Sin embargo,
gracias a Dios, hay un Gran Médico que puede realizar esa
cura. Me refiero al Médico de las Almas que, cuando coloca
su mano sobre la vida de un paciente bien dispuesto, sabe limpiarle
de modo infalible del oscuro veneno que ha infectado su mente y
alma, y destruido la paz y felicidad de su vida. Lo ha hecho por
muchos hombres y mujeres felices a través de los años.
Y puede hacerlo por usted. ¿Por qué no probar con
Dios?".
Ya para concluir
podemos decir que consideramos hombre de conciencia: al que
ha desarrollado el sentido de responsabilidad en relación
con el prójimo y la familia, en la vida profesional, en las
cuestiones sociales y civiles. Es decir, la persona, cuya conciencia
es sensible y delicada, ha comprendido que no puede ser verdaderamente
ella misma, si no ha logrado ser vigilante, abierta y disponible
a los demás. "En el pasaje evangélico del Buen
Samaritano, el sacerdote y el levita son el prototipo del hombre
dotado de seudoconciencia. El que se atiene escrupulosamente a un
complejo código de prescripciones es un hombre rutinario.
Por el contrario, el Samaritano, que ve al hombre que ha sido maltratado
por los ladrones y que está medio muerto, es el prototipo
del hombre que tiene una conciencia sensible y obra en conformidad
con ella. "Lo vio y se compadeció" (Lc. 10, 33)"
(Häring).
Bibliografía:
Blázquez,
F., et al. (1999), Diccionario de términos éticos,
Navarra, Verbo Divino.
Cicerón (1993), Los oficios o los deberes. De la vejez.
De la amistad, 8a. ed., colección "Sepan cuantos
",
México, Porrúa.
Cuadrado, R. (1988), Celebraciones con jóvenes, 2a.
ed., Madrid, Ediciones Paulinas.
Epicteto (1980), Manual y máximas, 2a., ed., colección
"Sepan cuantos
", México, Porrúa.
Fichte, J. G. (1976), El destino del hombre, colección
Austral, Madrid, Espasa-Calpe.
Franklin, B. (1989), Autobiografía y otros escritos,
2a. ed., colección "Sepan cuantos
", México,
Porrúa.
Häring, B. (1969), "Responsabilidad moral y situaciones-límite",
en Moral y hombre nuevo, Madrid, Perpetuo Socorro.
Hegel, G. F. (1975), Filosofía del derecho, colección
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Hortelano, A. (1969), "Nuevos aspectos de la conciencia moral",
en Moral y hombre nuevo, Madrid, Perpetuo Socorro.
Hume, D. (1993), Investigación sobre los principios de
la moral, Madrid, Alianza Editorial.
Kant, M. (1983), Fundamentación de la metafísica
de las costumbres. Crítica de la Razón Práctica.
La paz perpetua, 5a. ed., colección "Sepan cuantos
",
México, Porrúa.
Marco Aurelio (1980), Soliloquios, 2a. ed., colección
"Sepan cuantos
", México, Porrúa.
Martínez Huerta, M. (1989), Llega a ser lo que eres,
México, Ediciones Don Bosco.
Séneca (1992), Tratados filosóficos. Cartas,
5a. ed., colección "Sepan cuantos
", México,
Porrúa.
Sertillanges, A. D. (1984), La vida intelectual, colección
"Sepan cuantos
", México, Porrúa.
Vargas Montoya, S. (1979), Tratado de psicología,
7a. ed., México, Porrúa.
Mtro.
Miguel Martínez Huerta
Catedrático del Departamento de Humanidades
del ITESM Campus Estado de México, México |