Por
Carlos Bonilla Gutiérrez
Número 32
Una queja constante
del presidente Fox es que los medios de comunicación colectiva
no reflejan lo profundo de la información, sino que ponen
más atención a lo anecdótico. Este hecho incide
en la percepción que la opinión pública tiene
acerca de la gestión gubernamental. Por ello vale la pena
analizarlo desde el punto de vista de las relaciones públicas.
No le falta razón
a Fox en tal afirmación, porque lo noticioso no es necesariamente
lo más importante. La información que ocupan los titulares
de los diarios o los teasers de los noticieros de radio y televisión
-lo que en la jerga periodística se conoce como la nota-,
se determina con base en su peso periodístico. Este
criterio obedece a los llamados valores noticiosos. Uno de
ellos es la novedad. Un acontecimiento tiene peso informartivo cuando
sale de lo común, de lo que ocurre cotidianamente. Dicen
que no es noticia que un perro muerda a un niño; lo es que
un niño muerda a un perro. En esta lógica, no es noticia
que el Presidente de México acuda a una cena de gala con
los reyes de España, pero sí el que lo haga calzando
botas. Tampoco es noticia que durante una gira el Presidente de
la República se acerque a conversar con la gente del pueblo;
pero sí que en esa conversación diga a una analfabeta
que va a ser más feliz porque no tiene la posibilidad de
leer los periódicos.
Cuando el presidente
de la República pronuncia en una gira de trabajo un discurso
con información trascendente, tiene altas probabilidades
de que el contenido del mismo sea la nota más destacada del
día, porque con base en otro de los valores noticiosos, la
trascendencia, los medios la destacarían. Sin embargo, cuando
en la misma gira el presidente da rienda suelta a su incontinencia
verbal y cae en las chocarrerías o en los espectaculares
tropezones a que nos tiene acostumbrados, él mismo canibaliza
el interés de los medios y hace que éstos se interesen
más por lo anecdótico, que invariablemente competirá
con lo trascendente.
Otra muestra de la
ligereza con la que se expresa el presidente fue su alusión
a la pareja presidencial, término que usó cuando
se defendió de quienes criticaban su gestión y la
intromisión de su esposa en asuntos del gobierno.
La Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, documento rector
de la vida institucional de nuestro país, menciona que el
depositario del Poder Ejecutivo de la nación es el Presidente
de la República, no una "pareja presidencial".
Esto no es cuestión de estilos de gobernar, ideologías
o interpretación de las leyes. La Presidencia de la República
es una institución, una persona moral a la que da vida quien
resulta electo en las urnas. El hecho de que la Presidencia de la
República esté en manos de una persona, llámese
Luis Echeverría, Ernesto Zedillo o Vicente Fox, es circunstancial.
Quien encabeza el poder ejecutivo de la nación es un individuo
-o individua, como diría el actual presidente- que
fue electo para ello. En el momento en que toma protesta ante el
Congreso de la Unión, adquiere una investidura que -le guste
o no- le acompañará en todos los actos públicos
de su mandato.
Ante tal circunstancia,
todo lo que haga o diga la persona investida como Presidente de
la República, lo hará o dirá en nombre de la
institución que representa. Dicho en otra forma, aquello
que salga de la boca de Vicente Fox durante su mandato, en cualquier
acto público, será la palabra del Primer Mandatario
de la Nación y no la de un ranchero enamorado.
De ahí la trascendencia
de sus palabras y el hecho de que los medios de comunicación
colectiva destaquen cualquier desliz de Vicente Fox, porque lo es
del Jefe del Ejecutivo, del Presidente Constitucional de los Estados
Unidos Mexicanos, del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas,
del Primer Mandatario de la Nación y de tantos nombres como
reciba el cargo de Jefe de la Nación.
En este contexto, el
Presidente de la República no puede decir que comparte sus
decisiones de gobierno con otra persona que para la Carta Magna
no existe. No se trata de misoginia ni de antipatía por la
señora Martha, sino de apego al mandato constitucional.
El verdadero problema
de Vicente Fox es que no comprende la diferencia entre los conceptos
de persona física y persona moral. Tal vez a Vicente -como
lo llaman ahora muchos de los que en actos públicos se dirigen
en forma irreverente al Presidente de la República- se le
puede perdonar que calce en forma inapropiada en una cena de gala;
que en broma considere feliz a una persona por no enterarse de las
malas noticias que difunden los diarios; o que confiese en público
no leer los periódicos para no enojarse; pero no al Presidente
de la República, quien es el representante de todos los mexicanos.
Las relaciones públicas
tienen lugar entre personas morales. Los vectores de la interacción
son personas físicas investidas con roles. Esto es, son la
interacción entre personas físicas que representan
y que hablan en nombre de personas morales.
Las relaciones públicas
de la institución presidencial no mejorarán mientras
Vicente Fox no comprenda que todas sus declaraciones públicas
han tenido, tienen y tendrán el peso del dicho del Presidente
de la República.
Vicente Fox, en lo
personal, puede compartir con su esposa -o con quien considere conveniente-
las decisiones sobre su futuro, sus inversiones, aficiones o todo
lo que tenga que ver con su vida personal, pero el Presidente de
la República no puede afirmar públicamente que comparte
las decisiones de gobierno con otra persona cuyo rol no está
formalmente considerado en la Carta Magna, sea ésta mujer
u hombre, analfabeta o erudita, esposa o pariente lejano.
Para bien o para mal,
los electores votaron hace tres años para ser gobernados
por Vicente Fox, no por la señora Martha, ni por
la pareja presidencial.
Lic.
Carlos Bonilla Gutiérrez
Director General de AB
Comunicación, empresa de consultoría estratégica
y servicios de relaciones públicas y comunicación organizacional.
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