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2005

 

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Criminales Espirituales y Resentimiento Autócrata
 

Por Javier Vilchis
Número 45

El escritor Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo decía que: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”1. Detrás de Camus estaba Kierkegaard para quien la categoría central de la existencia humana que es la libertad estaba en función no tanto de elegir entre una cosa y otra, sino entre ser y no ser sí mismo, en otras palabras: encontrar un sentido de existencia, es decir, descubrir un motivo lo suficientemente valioso como para esforzarse y realizarse como persona. Para ambos pensadores, lo verdaderamente importante no es demostrar una verdad objetiva de simple curiosidad científica o matemática, sino buscar una verdad subjetiva, es decir, buscar una verdad que logre trascender mi subjetividad, esto es, descubrir lo valioso que es dedicar la vida a aquello por lo cuál vale la pena vivir o morir, porque paradójicamente aquello que puede ser un buen motivo para vivir puede también convertirse en un buen motivo para morir. En efecto, para Kierkegaard la muerte no era el peligro más grave al que puede enfrentarse el ser humano, o por lo menos no se refería a la muerte física, pues es verdad que para algunas personas la muerte puede llegar a ser una forma de liberación.

Pero no, el verdadero terror es lo que este pensador nacido en Copenhague llamó la enfermedad mortal, que consiste en la desesperación de querer ser alguien2. La desesperación es una enfermedad del espíritu que consiste en la pérdida de la esperanza, cuando el individuo cree que ya no pueden generarse posibilidades de realización en el futuro, en ese momento se produce en el sujeto un estado de ánimo tan insoportable que lo lleva a querer huir de sí mismo; (pues no hay que olvidar que el estado de ánimo no es algo que tenemos, sino que es la manera como nos abrimos o cerramos al mundo, es decir, es algo que somos) es entonces cuando la persona se refugia en las diversiones, en las drogas o, cuando no encuentra un refugio en donde distraer la conciencia, simplemente cae en depresión y entonces puede recurrir al suicidio. Este estado de ánimo también puede producir una actitud de envidia o resentimiento que se traduce en actitudes de violencia y agresividad: asaltos, secuestros, fraudes, etcétera, son formas de desesperación. En el sistema neoliberal el llegar a ser sí mismo se ha confundido con el tener, por ello las desesperación por el consumo es infinita y la ambición por el dinero o cualquier otra forma de poder, es insaciable.

Lo terrible de esta alienación es que produce un ambiente que hace surgir criminales que son mucho más peligrosos, precisamente porque no matan el cuerpo, sino el espíritu, es decir, matan en las personas la voluntad de sentido y con ello la posibilidad del desarrollo del carácter que es lo que le da a la persona la fuerza y el estado de ánimo para realizarse a sí misma en función de su vocación.

En efecto hay muchas formas de matar el espíritu y todas ellas traen consecuencias impredecibles. Una de ellas es por medio del lenguaje, algunas personas (padres de familia, educadores, patrones, entre otros) saben perfectamente bien cómo utilizar el lenguaje como “arma” para humillar y despreciar al prójimo de tal manera que son muy certeros al mostrarle sus debilidades y su falta de talento; por esa razón al ofendido no le queda ya ningún anhelo de vivir. Esto sucede cuando al joven se le ofende o degrada diciendo que es un “bueno para nada” y que es un verdadero tonto que nunca va a llegar a ser alguien en la vida3.

Otra forma de matar el espíritu es cuando algún joven profesionista con gran esperanza y entusiasmo se ha pasado esforzándose y preparándose durante mucho tiempo en la universidad para obtener una excelente preparación, pero cuando sale a buscar trabajo no lo encuentra y, en el mejor de los casos, consigue un “McJob” (“trabajo mal pagado, sin prestigio, sin dignidad, sin futuro, en el sector de los servicios”4). Quizá, si tiene suerte para encontrar un buen trabajo en un ámbito con oportunidad de desarrollo profesional, se enfrenta entonces con jefes inmediatos que se encargan de “devaluarlo” ante sus superiores, disminuyendo así cualquier acierto importante que tenga ante los altos directivos.

Estos jefes inmediatos, sienten terror de ser desplazados de la protección que le proporciona su puesto administrativo, más que perder su trabajo, su principal temor es que quede expuesta su mediocridad ante los demás. Con su actitud, estos jefes no solamente reprimen el desarrollo personal de sus subordinados sino también hacen un daño a la comunidad. En efecto, estos jefes despóticos y envidiosos al no promover el talento juvenil para ocupar puestos directivos estratégicos, hacen perder a la empresa la posibilidad de cumplir su misión con mejores resultados.

Pero los criminales más aterradores son algunos políticos, o los directivos de altos niveles ya que son los responsables de crear las condiciones necesarias para que cada individuo, o cada ciudadano pueda por su esfuerzo lograr su desarrollo profesional y personal. Estos sujetos, cuando llegan al poder, en lugar de tener una actitud de servicio a la comunidad o a su país, les interesa únicamente su comodidad y el privilegio que les confiere su posición. Son siempre, demagogos, que se la pasan criticando, quejándose y combatiendo a sus rivales políticos en lugar de dialogar con la oposición para llegar a un acuerdo de un plan común de desarrollo del país, políticos prepotentes que solamente admiten en los puestos claves a sus familiares, compadres y amigos lambiscones, gente inculta que no tiene ningún tipo de preparación para el puesto que desempeña, pero que les son incondicionales, estos políticos son indudablemente en gran medida responsables de nuestro subdesarrollo.

Sin embargo, el más grave peligro para el mundo es cuando llega al máximo poder político en un país desarrollado y primera potencia en el escenario mundial, un sujeto con una “conciencia histórica” distorsionada por el resentimiento. Un desesperado por el poder que oculta en su autocracia una infinita angustia de inseguridad en sí mismo y en sus creencias, angustia que enmascara con un fanatismo y una resolución dictatorial para demostrar que no solamente se es alguien, sino que históricamente es el “elegido” para realizar el destino grandioso de su nación. En estos sujetos el poder enorme los enloquece: el narcisismo, la prepotencia o la megalomanía son los síntomas de su enfermedad. Son mandatarios maniqueístas que imponen el orden y el control por medio del terror y la manipulación. Resuelven los conflictos nacionales e internacionales por medio de la violencia y las primeras víctimas son siempre los países débiles ¿Por qué temen tanto a la debilidad? ¿Por qué recurren siempre al poder de la violencia para resolver los conflictos? El resentimiento, dice Nietzsche, es la incapacidad de dejar que el pasado sea pasado, pues la memoria está grabada por el fuego del dolor y el resentido considera que la venganza es la forma de hacer justicia: “hacer sufrir una auténtica fiesta”5.


Notas:

1 Albert Camus. El Mito de Sísifo. Buenos Aires, Losada, 1999, p. 13
2 Sören Kierkegaard. La enfermedad Mortal. Madrid, Sarpe, 1984, p.36
3 Dice Victor Frankl: “Si le decimos a una persona simplemente cómo es, lo hacemos peor, pero si lo tomamos como debe ser, entonces lo convertimos en lo que puede llegar a ser”. Victor Frankl. Ante el vacío existencial, Herder 1990, p.14.
4 Douglas Coupland. Generación X. Madrid, Grafo 1998 P.20
5 Frederich Nietzsche. La Genealogía de la moral. Madrid, Alianza, p.75


Dr. Javier Vilchis Peñalosa
Profesor-investigador del departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del ITESM Campus Estado de México, México