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Por Edgar Gómez y Alma Galindo
Número
44
Lo viejo
de lo nuevo: estudios sobre Internet (A manera
de Introducción)
Hemos llegado a un punto en el que los estudios
sobre Internet ya no representan necesariamente
una novedad. La llamada red de redes lleva más
de 30 años existiendo y aunque en algunos círculos
se sigue exhibiendo como “nueva tecnología”,
la realidad es que ya forma parte de nuestra
ecología comunicacional con un protagonismo muy
importante. Es cierto que el acceso a Internet
aún sigue siendo elitista y sectario, pero existen
dos elementos a considerar en ello: por un lado,
la importancia que tiene Internet en la nueva
conformación cultural, simbólica y mediática
en el mundo entero, protagonismo que permea a
la sociedad en general, independientemente del
acceso a la red. Es decir, aunque millones de
personas todavía no tienen acceso, ni siquiera
a recursos mínimos para la subsistencia, la mayoría
de los gobiernos, instituciones educativas y
empresas utilizan las computadoras y muchas veces
al Internet como parte de las herramientas cotidianas
para la toma de decisiones en ámbitos que impactan
a países y poblaciones enteras. Se trata de la
llamada Cibercultura, que vendría a ser una nueva
conformación de la esfera cultural con la característica
de que las tecnologías de información son un
elemento fundamental de ella (cfr. González,
2003), y que todavía requiere un trabajo conceptual
más allá del uso pragmático de la palabra que
no alcanza a definir, teórica y epistemológicamente,
lo que pretende significar. El segundo elemento
a considerar es que los índices de acceso están
incrementándose vertiginosamente en geografías
que tenían un desbalance como América Latina
y Asia, así como en diferentes generaciones y
en las mujeres (que hasta ahora habían sido los
grupos con menos acceso a Internet), lo que hace
que poco a poco tienda a balancearse la desproporción
existente. Aunque es claro que el equilibrio
de acceso nunca podrá estar ni siquiera cerca
de la mitad de la población, ni dentro de los
países, ni entre ellos por el simple hecho de
que los accesos a la riqueza son desiguales,
aunque evidentemente los países desarrollados
tienen un índice mucho más alto de conectividad.
Y a pesar de que hay avances positivos con base
en políticas y acciones gubernamentales, académicas
y sociales, todavía es largo el camino.
Ahora bien,
el Internet se ha desarrollado a tantos niveles
y su uso se ha vuelto tan complejo que ya no
podemos pensar en él como un solo medio, tecnología
o espacio. Hay tantos elementos de análisis que
se traslapan unos a otros que se vuelve casi
imposible tratar de entenderlo o aprehenderlo;
el comercio electrónico, la educación y el periodismo
en línea; el diseño, la estructuración y difusión
de contenidos en la Web, etc. Por otro lado,
la diversidad de sistemas que se manejan en Internet
y que puede ser susceptible de estudiar, cada
vez se incrementa más: el correo electrónico,
la web (y en ella infinidad de páginas con diferentes
formatos, fines, etc.), los mensajeros, los grupos
de noticias, etc. En ese sentido me parece que
una de las necesidades es conocer, por lo menos,
las tendencias en todos los ámbitos del Internet
pero especializarse en uno. Por ello, mi interés
se ha centrado en la llamada Comunicación Mediada
por Computadora (CMC), que es sólo una parte
del Internet, que tiene que ver más con la forma
en la que las personas interactúan entre sí a
través de una computadora y mediante una serie
de conexiones y protocolos, que con cuestiones
como la economía o el desarrollo tecnológico.
A pesar de lo anterior (y estoy convencido de
ello), existe una relación estrecha entre el
uso que se le da al Internet y las posibilidades
de éste. La CMC es quizá una de las áreas más
conocidas del Internet y una de las más utilizadas
en forma de chats, de mensajeros, de los grupos
de noticias y por supuesto del correo electrónico.
La evolución de estos sistemas se ha dado de
una manera increíblemente rápida, pasando de
aquellos sistemas de base textual que se localizaban
en un servidor externo (BBS, IRC), a los mensajeros
que utilizan diversas herramientas para combinar
recursos multimedia con la comunicación basada
en texto.
Este trabajo
pretende hacer un alto en el camino y dar cuenta
de lo escrito hasta el momento en torno a la
CMC. Sin intentar hacer una recopilación exhaustiva,
nuestra pretensión es dar un panorama de los
trabajos más representativos sobre la CMC para
terminar con algunas líneas de trabajo y propuestas
para el futuro. Este es un texto inacabado, una
invitación a construir un sistema de información
sobre la CMC, que no es una temática nueva en
lo más mínimo pero si un objeto de estudio que
requiere atención constante y revisión oportuna
de lo trabajado en torno a él.
Trabajos
más representativos:
En los últimos años se han hecho muchos estudios
sobre la CMC, hasta el punto de que ésta se ha
conformado como una de las líneas de investigación
más importantes en relación al Internet. En ella
se han desarrollado trabajos con diferentes marcos
epistemológicos (críticos, clínicos, culturalistas),
con diferentes enfoques teóricos (desde la psicología,
la telemática, la antropología, la comunicación,
etc.), en países muy diversos, con diferentes
lenguajes y hasta en formatos distintos. Una
primera reflexión sería la de la necesidad de
establecer investigaciones multi e interdisciplinarias,
ya que la complejidad y la rapidez con la que
cambia el fenómeno así lo requiere.
Ahora bien,
como en toda temática nueva, han surgido estudios,
libros y reflexiones que se han consolidado como
los más importantes, los más citados y los que
se erigen como base de la disciplina, ya sea
porque fueron los primeros textos que abordaron
el tópico o porque sentaron conceptos útiles
y directrices a seguir. Uno de los autores que
logró establecerse de esta forma es Rheingold
(1995), quien en su libro bautiza a los sistemas
de CMC como “comunidades virtuales”,
concepto que ha sido utilizado ampliamente por
otros autores [(Anderson 1991), Baym 1995), (Jones
1995, 1998), (Wilbur 2000), (Mayans 2002)] .
En su texto, sentó las bases para una reflexión
optimista y esperanzadora de la CMC, a la que
define como “una forma de conocer personas,
se sienta o no la necesidad de asociarse con
ellas a nivel de comunidad” (p. 46). A
fin de cuentas, como él mismo lo apunta, siempre
se termina por crear comunidades: “Cuando
la tecnología CMC se hace accesible a la gente
en cualquier parte, ésta la utiliza para construir,
inevitablemente, comunidades virtuales, del mismo
modo en que los microorganismos crean colonias
de forma inevitable” (p. 21). A pesar de
señalar que “a mucha gente le alarma la
sola idea de una comunidad virtual, pues temen
que sea un paso más en la dirección equivocada,
sustituyendo un recurso natural más o la libertad
humana por otro sustituto artificial tecnológico”
(p. 42), él es un pleno convencido de la idea
de que el camino que están siguiendo las CMC
es el correcto, y de manera muy positiva augura
una sociedad mucho más adentrada en las nuevas
tecnologías, lo que le permitirá un mejor desarrollo
en todos los ámbitos. Aunque es una especie de
texto clave porque es de los primeros en dar
una visión desde “el interior” de
una de estas comunidades, en realidad su trabajo
es más de corte ensayístico o periodístico por
lo que no aporta elementos teóricos importantes
para el desarrollo de la investigación sobre
CMC. Un segundo autor que ha incorporado la idea
de una Cibersociedad es Jones (1995, 1998, 1999),
quien además es el fundador de la “Asociación
de Investigadores del Internet” (AOIR por
sus siglas en inglés), una de las principales
organizaciones de investigación sobre el ciberespacio.
Aunque Jones ha hecho en sus trabajos una crítica
de la CMC, casi siempre destaca sus ventajas,
por ejemplo que:
1.- crea oportunidades
de educación y aprendizaje,
2.- crea nuevas oportunidades de participación
democrática,
3.- establece culturas en una escala sin precedentes,
4.- reestructura una interacción humano/máquina
(1995, P.26)
No obstante,
también apunta algunas desventajas (“El
Internet todavía no es tan omnipresente como
para que todos sepan qué es y cómo usarlo”,
p. VII), que en su mayoría son minimizadas resaltándolas
como fáciles de salvar. En realidad su visión
es también muy optimista en torno a las posibilidades
de la CMC. Uno de los principales objetivos de
sus trabajos ha sido responder a una pregunta
de investigación muy clara: ¿Cómo se puede estudiar
a la CMC? A partir de esta cuestión ha elaborado
una serie de trabajos, tanto propios como de
compilación, que exploran temas como las comunidades
virtuales, el uso y la apropiación de la CMC
y cuestiones metodológicas para su estudio. En
este sentido, creo que su aportación más importante
ha sido la búsqueda de herramientas para estudiar
con mayor precisión y rigurosidad a la CMC, especialmente
el texto que coordina titulado: “Haciendo
investigación en el Internet” (Jones, 1999).
Otra de las
protagonistas de los estudios sobre CMC es Turkle
(1995), quien desde un enfoque psicológico, ha
trabajado con uno de los elementos mas recurridos
en los estudios sobre CMC: la identidad. Su texto
La vida en la pantalla es clave para entender
la forma en la que las personas utilizan los
sistemas de CMC como laboratorios de su personalidad,
en sus propias palabras, Turkle dice: “Trato
de comprender las vidas sociales y los significados
culturales que las personas construyen al tiempo
que sus vidas de entrelazan cada vez más con
la tecnología informática”. Para ella,
“la realidad virtual plantea un desafío
metodológico para el investigador”. Este
libro quizá sea uno de los trabajos más citados
en relación al tema y su aportación más importante,
a mi parecer, es el uso de la técnica de entrevistas
tanto en línea como cara a cara, que después
ha sido utilizado en muchos de los trabajos de
CMC [cfr. (Wallace, 2001 ), (Gómez, 2003), (Miller
y Slater, 2000 ). Dos trabajos que también me
parecen claves son los de Nancy Baym (1995, 1998),
y Elizabeth Reid (1991, 1995), ya que ellas centran
sus análisis en sistemas específicos o comunidades
establecidas, lo que ayuda a entender la dinámica
particular de las personas dentro de un sistema,
ambas en una tradición etnográfica.
Ahora bien,
más allá de un análisis profundo de estos u otros
autores, lo que me gustaría apuntar en este momento
es la rapidez con que un tema, o por lo menos
un enfoque sobre un tema, se vuelve obsoleto
en relación al estudio de la CMC (y en general
a los estudios de Internet), ya que, por ejemplo,
algunos de los sistemas de CMC que tenían un
gran número de usuarios se han prácticamente
extinguido o han perdido un terreno considerable
ante la emergencia de nuevos sistemas, más desarrollados,
más avanzados y con mayores posibilidades multimedia.
Tal es el caso de los BBS, o incluso del ICQ
en algunos lugares, ante la llegada del Messenger
de MSN (que no es el sistema de mensajero más
utilizado en Estados Unidos, y por lo tanto en
el mundo, ya que este lugar lo ocupa el mensajero
de AOL, que no obstante está menos difundido
en América Latina que el anterior). Por otro
lado, la configuración de dichos sistemas ha
cambiado y algunos de los conceptos que antes
tenían sentido dejaron de tenerlo, pues las condiciones
se han vuelto más complejas y técnicamente más
sofisticadas, aunque al mismo tiempo cada vez
están más difundidos ciertos sistemas (por ejemplo
los mensajeros) y por ende se han vuelto más
“transparentes” y recurridos por
las personas. Conceptos como Comunidad Virtual
y Ciberespacio surgieron en ese primer momento
de reflexión y ganaron una presencia en los trabajos
sobre el tema, por lo que tendría que haber una
reconsideración constante de ellos a la luz de
los nuevos sistemas y fenómenos que se están
dando y la forma en la que las personas los utilizan
y se apropian de ellos. En ese sentido, creemos
que todas las aportaciones pueden ser importantes
y valiosas en la medida que pongan a prueba conceptos,
metodologías y resultados. Por ejemplo, en un
trabajo anterior se proponía un concepto organizador
de las transformaciones y reconceptualizaciones
que se han dado en el entendimiento de la relación
entre el espacio físico y el espacio simbólico
en Internet, al cuál se llamó “hiperespacio”
(cfr. Gómez, 2003). Éste es sólo un ejemplo de
lo que creemos, es una necesidad imperante: el
continuar con la investigación y la reflexión
sobre esta forma de comunicación.
Ahora bien,
éste parece haber sido el camino que han seguido
las investigaciones sobre CMC. La distinción
entre espacio real y virtual ha servido como
marco organizador de dichos estudios. Turkle
(1997), al respecto, señala que “construimos
nuestras ideas sobre qué es lo real y qué es
lo natural con los materiales culturales que
tenemos a nuestra disposición” (p. 298).
Para poder establecer un mapa de los estudios
que se han desarrollado utilizaremos en principio
el trabajo de Hine (2000), quien aporta la idea
de que la CMC puede ser estudiada (y de hecho
lo ha sido) desde dos perspectivas: como Cultura
(que podríamos equiparar al espacio virtual)
y como Artefacto Cultural (que podríamos suponer
el espacio real):
La distinción
entre el Internet como cultura y como artefacto
cultural juega de nuevo la distinción entre lo
real/virtual y si está aceptado sin problema
alguno puede obscurecer los procesos con los
cuales se construye este límite a sí mismo (p.
39).
Aunque nosotros
utilizaremos esta distinción para establecer
dos grupos de trabajos que la han hecho, en realidad,
junto con Hine, creemos que la separación teórica
puede traer consecuencias graves de precisión
a la hora de revisar lo que sucede en la CMC
ya que en realidad no existe una separación de
espacios sino que es un espacio simbólico con
dos referentes; uno físico y otro digital.
Precisamente
ahí radica la importancia y necesidad de generar
conceptos que nos ayuden a entender mejor los
fenómenos que se están gestando y sobre todo
que dichos conceptos sean lo suficientemente
flexibles como para evolucionar con los objetos.
CMC
como artefacto cultural
Hine (2000) habla de que el Internet, y en específico
la CMC, se ha estudiado como un artefacto cultural,
es decir, como un nuevo dispositivo en la ecología
tecno-cultural de nuestra vida cotidiana, como
el televisor, un libro, el radio, un disco, el
periódico, etc. Lo que resulta interesante aquí
es que, al ser un artefacto cultural, el Internet
se estudia como si fuera un dispositivo “externo”,
físico. y aunque difusor de signos, se enmarca
en una tradición de estudios sobre máquinas.
Podríamos decir que muchos de los trabajos primeros
sobre la CMC fluyeron en este sentido.
Un primer acercamiento
al estudio de Internet y específicamente la CMC
lo darían aquellos trabajos que tenían como pregunta
central el uso que le daban las personas a este
tipo de comunicación y la diferencia con la comunicación
cara a cara. Los primeros trabajos apuntaban
en ese sentido, a revisar la forma en la que
las personas utilizaban dichos sistemas y las
reacciones y posibilidades a este uso en diferentes
ámbitos (laboral, educativo, personal, etc).
De hecho, a principio de los 90s se retomó la
teoría de usos y gratificaciones una teoría que
estaba bastante superada y podríamos decir que
hasta obsoleta, basada en el análisis funcional
de “los orígenes de necesidades sociales
y psicológicos que generan expectativas de los
mass media y otras fuentes” (Blumer y Katz,
en Morris, M., en línea), como una forma de explicar
el uso de Internet por parte de varias personas.
Los estudios que podrían enmarcarse en este rubro
son aquellos que han analizado al Internet como
un objeto más en el espacio mediático y simbólico
de la sociedad: son trabajos que estudian lo
que sucede de la pantalla hacia fuera, por decirlo
de alguna manera, y que se podrían ver como la
nueva fase de los estudios de recepción1,
donde León (2003) señala que las nuevas tecnologías
de comunicación e información: “favorecen
la creación de formas diferentes de organización
del conocimiento y transmitirlos”.
Hine apunta
que el Internet (en sentido estricto) “no
es más que la suma de las computadoras que pueden
comunicarse usando un mismo lenguaje, el protocolo
TCP/IP. Más libremente, el término "Internet"
se utiliza para denotar un sistema de programas
que permiten tipos particulares de comunicación
y de compartir información” (p. 27). Ella
señala como ejemplo al correo electrónico, que
es, aún, un medio muy limitado, comparado con
la comunicación que se establece cara a cara.
Para justificar esto, retoma el modelo de “señales
sociales reducidas” que ha sido también
estudiado por Mantovani (1994) y Lea y Spears
(1991). Este modelo fue creado para entender
la CMC y los efectos que tiene un sistema de
comunicación que carece de muchos de los elementos
que le ayudan a complementarla y que incluso
le aportan sentido (por ejemplo, los gestos,
la entonación, la proxémica, etc.), por lo que
analizan las diferencias entre las dos formas
de comunicación. Algunos de los trabajos pioneros
sobre CMC fueron desarrollados por Walther (1992,
1994), quien en sus estudios sobre los efectos
interpersonales de la interacción mediada por
computadora encontró que dentro de la CMC se
pueden dar efectos (y afectos) interpersonales
(confianza, cariño, reconocimiento) que se dan
en la Comunicación Cara a Cara (CCC). Sin embargo,
requieren mayor interacción y tiempo para que
lleguen a consolidarse (es importante apuntar
que también requieren poco tiempo para deshacerse).
Por su parte, Sproull y Kiesler (1986), quizá
los iniciadores de este tipo de investigación,
encontraron que los participantes en la CMC,
a diferencia de la CCC, carecen de señales o
pistas sobre el contexto social de las personas
con quienes interactúan, lo que normalmente está
dado por las actitudes, el comportamiento y el
aspecto físico de las personas. Carecer de ello,
propicia ese clima de anonimato que desemboca
en una comunicación excitante y desinhibida y
por lo tanto en una participación igualitaria.
El anonimato es, junto con la identidad, uno
los elementos que más se han mencionado y que
es revisado por muchos de los autores de esta
primera fase y después de la segunda (Reinghold,
1995) (Baym, 1995). Al respecto, Bechar afirma
que en contraste con los encuentros cara a cara,
las redes computacionales nulifican nuestra existencia
física. De alguna forma, ellas nos liberan de
las inhibiciones creadas por nuestra identidad
física. Somos más iguales en la red porque podemos
ignorarla y crear un nuevo ser en el ciberespacio.
(1996, en línea).
La mayoría de
autores muestra lo anterior como una característica
positiva, y considerándola como una de las ventajas
de esta forma de comunicación ya que borra las
distinciones sociales, de género y raciales,
cuando en realidad estos tres elementos han sido
determinantes en gran medida del acceso al ciberespacio.
Hay otros autores, no obstante, que matizan esta
cuestión y dan los puntos negativos e incluso
peligrosos del anonimato [(Donath, en línea),
(Van Der Leun, 1996). Ahora bien, quizá éste
sea el punto de contacto y de transición entre
este tipo de investigaciones y las que a continuación
explicaremos, pero antes vale la pena mencionar
que estos primeros trabajos fueron hechos generalmente
desde un punto de vista más pragmático y comparativo,
buscando encontrar las ventajas de la CMC para
lograr objetivos específicos: incrementar la
productividad en la empresa, mejorar procesos
educativos, llegar a acuerdos etc.
CMC
como cultura
Un segundo bloque de trabajos tendría como objeto
de estudio la dinámica interior de los sistemas
de CMC. Para complementar lo propuesto en el
primer rubro, tendríamos que decir que estos
son trabajos dentro del ciberespacio, no fuera
de él, no externos a él. Serían trabajos que
dan a lo virtual el peso de lo real pero que
siguen estableciendo esa distinción entre ambos.
Investigaciones de carácter sociológico, antropológico
y de estudios de recepción son las que se desarrollaron
en un segundo momento. En ellas, por lo menos
en las primeras, se trató de establecer símiles
entre situaciones de la vida real y situaciones
en el ciberespacio que dieron lugar a discusiones
sobre la correcta aplicación conceptual de términos
como: comunidad, identidad, antropología, etc.,
que son conceptos que se han desarrollado en
ámbitos diferentes y luego han sido usados para
establecer analogías con fenómenos que aparecen
en la acción comunicativa que se da en el ciberespacio
con solo agregarles lo “virtual”
o “ciber” como prefijo. Sin embargo,
nos parece que dichos conceptos fueron sólo una
forma de acercarse al tema con rapidez más que
con certeza, sobre todo por el hecho de que son
conceptos muy estáticos y muchas veces inacabados
para un medio en transformación constante. Diversas
críticas han aparecido al respecto, algunas muy
duras como por ejemplo:
La comunidad
virtual es la ilusión de una comunidad en donde
no hay personas reales y no hay comunicación
real. Es un término utilizado por idealistas
tecnofílicos que no alcanzan a comprender que
lo auténtico no puede ser engendrado por medios
tecnológicos. La comunidad virtual vuela en la
cara de la ´naturaleza humana´ que parece ser,
esencialmente, depravada (Wilbur, 2000, P. 50).
En un trabajo
previo, Gómez señalaba que:
No es que el
ciberespacio no tenga referentes constantes
y totales en la vida real, no es que las personas
dejen de ser reales cuando entran a este espacio,
no es que no haya conexión alguna, la propuesta
es que se trata de un mundo paralelo que se
alimenta del mundo real, pero que a su vez lo
retroalimenta, y que, sin embargo, puede experimentarse
separado en algunas ocasiones (2003, p. 28)
Lo que queda
claro es el hecho de que la CMC tiene algunos
elementos de la comunicación “normal”,
se basa en el uso del lenguaje y las imágenes,
pero al mismo tiempo tiene otra sintaxis, otra
gramática e incluso otro lenguaje (Riva y Galimberti,
1998), habiendo algunos trabajos que exploran
incluso la idea de: “reglas de etiqueta”
en la socialización; criterios sociales muy parecidos
a los reales pero usados en la red como una especie
de protocolos sociales de comportamientos: “Estas
reglas representan estándares (...) son los mecanismos
generados para los estándares de conducta de
los usuarios” (Mc Laughlin, Osborne y Smith,
1995) y juegan un papel donde “la adopción
de estándares personales crea un sistema autorregulador
que opera a través de auto- sanciones internalizadas”
(Bandura, 1995, en Balaguer P. 1) . Un elemento
más que se da en esta búsqueda y que se ha estudiado
es el uso de los “emotíconos” (cfr.
Danet, 2001, quien tiene un trabajo muy completo
sobre ello), mencionados por Mackinnon (1995)
cuando habla de que no sólo estamos limitados
al lenguaje escrito sino a poner en éste los
mismos métodos con los que nos expresamos comúnmente
en una comunidad. Sin embargo, por las limitantes
del lenguaje no verbal, se crean símbolos alternos
o paralelos que nos dan esa sensación de realidad.
Tendríamos entonces un primer elemento de análisis:
el lenguaje. Es decir, la combinación de los
elementos antes mencionados nos da como resultado
una reestructuración completa que se lleva a
cabo en la acción comunicativa, ya que la “existencia”
dentro del ciberespacio está dada precisamente
por la comunicación, por la interacción con los
otros. Tal es el caso de Mackinnon (1995), quien
hace una comparación metafórica del sistema de
comunidad en red y el sistema creado por Hobbes
en una de sus obras más importantes en la que
el Leviathan es “un sistema de conocimiento
desarrollado con el propósito de entender la
génesis del gobierno. Este sistema de conocimiento
es para entender el problema, la forma y el poder
de la sociedad” (p.113) El mismo autor
señala que a pesar “ de las limitantes
de la sociedad [en línea] basándose en el lenguaje,
el usuario, es capaz de comprender” (p.115);
por ello diversos trabajos abordan al lenguaje
como centro, algunos desde la lingüística [(Bellido
y Pastor, Jiménez, 2002), (Mc, Laughlin, Osburne
y Smith, 1995)], o de la relación del lenguaje
con otro concepto clave en el estudio de la CMC:
la identidad. Éste quizá sea uno de los más explorados
por investigación de la CMC. [(Baym 1995,1998),
(Jones 1995, 1998), (Riva y Galimberti 1998),
(Turkle 1995), (Bechar 1996)].
Meyrowitz apunta:
La tecnología de comunicación ha cambiado nuestro
contexto social. Especialmente en la gente joven,
la influencia del contexto social en la construcción
de la identidad está comenzando a decrecer en
referencia a comunidades como la familia, la
escuela o la iglesia, que en el pasado anclaban
el contexto social en una serie de reglas compartidas
que gradualmente están perdiendo su fuerza. (En
Riva y Galimberti, 1998, p.19).
Existen otros
autores iberoamericanos que también han explorado
esta cuestión con características metodológicas
similares pero tomando en cuenta situaciones
particulares de sus países [(Gómez, 2002, 2003),
(Mayans, 2000, 2003), (Balaguer, 2002), (Jiménez,
2002), (Martínez, 2002), (Cabrera, 2001)]. Por
ejemplo, Cabrera (2001) propone un concepto que
define como “el yo digital”, el cual
explica como “una construcción simbólica
(...) que permanentemente se actualiza dentro
de las prácticas culturales de los usuarios del
circuito mediático” (p.103). Jiménez (2002),
desde una perspectiva de género, señala que “La
representación del espacio interacciona con el
sistema cognitivo y con los esquemas de acción
del sujeto dando lugar a la construcción de otros
nuevos esquemas que orientan las prácticas futuras”
(en CD- ROM). Balaguer, por su parte, destaca
la posibilidad de ser distinto en la red con
la utilización del anonimato o pseudonimato que:
“libera al individuo a la vez que lo deja
a merced de sí mismo. Sólo debe rendir cuentas
a su propia persona, ya no al grupo ni a la comunidad.
Todos sus impulsos, sus pulsiones, quedan liberadas
de la tiranía del mundo externo” (en CD-
ROM).
Ahora bien,
la constante en todos estos trabajos es el hecho
de que se señala a la CMC como un campo fértil
para experimentar, replantear, reconstituir y
poner a prueba la identidad, ya que el hecho
de carecer de ciertos elementos (ropa, posturas,
actitudes, etc.) que ayudan a formar prejuicios
sociales (en el sentido literal del término)
hace que el “existir” se dé con base
en la interacción comunicativa exclusivamente,
aun con todos los elementos que se han ido incorporando
a la CMC como fotografías, videos, páginas, perfiles,
etc.
Una segunda
temática en este tipo de estudios es la que lleva
como objeto a la conformación de la comunidad.
En la CMC existe una pertenencia, en principio,
al sistema mismo que se esté utilizando y, en
el interior, a subgrupos que giran alrededor
de temáticas particulares, lo que diversos autores
señalan como comunidades de apropiación (en el
entendido de Martín Barbero (en línea) y Benassini
(1998)) o las llamadas “comunidades imaginadas”
(Anderson, 1991). Es decir, grupos de personas
con intereses en común (ya sea que se conozcan
dentro del sistema por ello o que se conozcan
fuera y que utilicen el sistema para comunicarse).
Jones (1998) y Poster (1995) sugieren que las
comunidades virtuales funcionan como marco alternativo
para entender fenómenos sociales que se reproducen
en línea. Graham (2000), al hablar del concepto
de comunidad virtual señala que ésta: Puede ser
considerada como un modo distinto de existencia
que no es simplemente un juego, sino un modo
propio, en el que es posible lograr y perder
un número importante, aunque limitado de cosas.
Si ahora añadimos que Internet está en una etapa
muy temprana de desarrollo, existen razones para
pensar que el futuro del ciberespacio aportará
novedades metafísicas y que la realidad virtual
interpretada a través de la comunidad virtual
es, de algún modo, un mundo nuevo a cuyas puertas
estamos llegando (p.161).
Rheingold (1995),
uno de los personajes que han hecho una de las
mayores apologías en torno a las comunidades
virtuales, hablando de la comunidad conocida
como WELL (Whole Earth Review), señala que las
comunidades en línea son “una respuesta
al hambre de comunidad después de la desintegración
de las comunidades tradicionales alrededor del
mundo”, cuestión que varios autores apuntan
también [(Stone 1991, 1995, 1996) (Jones, 1995,
1997, 1998)]. Reid (1991), en su estudio sobre
el IRC, atenúa esta afirmación señalando que
en algunas comunidades el comportamiento de las
personas puede ser muy variable, y que no obstante
que es cierto que se puede compartir un sentido
de comunidad, también pueden exhibir alineación
y hostilidad. Parks (1996), Rafaeli y LaRose
(1993) se han encargado del estudio de la conformación
de dichas comunidades, la comunicación y la relación
entre las personas, señalando que el factor de
unión principal es la temática de conversación,
por ejemplo el fútbol, la jardinería, cierto
programa de televisión, etc. Y hablando de los
BBS, “los sistemas están definidos tanto
por la naturaleza del contenido como por las
características de la audiencia” (p. 287).
Baym (en Jones, 1995) apunta que: las relaciones
de CMC pueden evolucionar en relaciones cara
a cara, que a su vez pueden impactar en las relaciones
mediadas por computadora. El alcance con el que
los grupos de CMC se apropian del medio como
un foro relacional y las formas en las que lo
hacen son elementos importantes en la construcción
social de las sociedades mediadas por computadora
(p. 158).
Bonilla (2000),
en la misma dirección, observa al ciberespacio,
las comunidades virtuales y las redes como campos
de juego donde se reproducen y expanden las distancias
sociales y culturales. Otras posturas como la
de Hine (2000) matizan esta cuestión al señalar
que es aún controversial estudiar la CMC como
una tecnología que tiene efectos sociales particulares:
“La tecnología de la CMC aparece para conducir
diversas clases de organización social, y la
comunidad es solamente una metáfora para entender
formaciones sociales en línea” (p. 20).
Estas serían las tres directrices principales
que se han establecido en torno al estudio de
la CMC como cultura: identidad, comunidad y comunicación
(aclarando que muchos trabajos contienen las
tres, por ejemplo cuando se habla de las relaciones
sentimentales generadas por la CMC).
Ahora bien,
nos parece que el fenómeno (o los fenómenos)
que se desarrolla dentro del ciberespacio o como
consecuencia de él (aunque no exclusivamente,
no queremos caer en un determinismo tecnológico
de ninguna manera), son mucho más complejos y
por ende requieren herramientas acordes con su
complejidad.
Enfoques
y metodologías.
La forma de estudiar a la CMC, como ya hemos
visto, ha pasado por varias etapas que a su vez
han estado marcadas por diversas metodologías
para su estudio. Sin un afán de organizar taxonómica
y exhaustivamente las metodologías utilizadas,
trabajo por demás inalcanzable en este texto
ya que “la investigación de los sistemas
de CMC refleja una variedad de paradigmas de
diversas disciplinas, distinciones tecnológicas
y acercamientos de evaluación” (Rice p.XI),
se nombran aquí algunas como ejemplo de las diferentes
propuestas metodológicas: Sproull y Kiesler (1986)
establecieron un análisis de carácter organizacional
en una red electrónica para fines laborales;
Kiesler, S., Siegel, J.y McGuire, T. (1991) desarrollaron
un experimento en laboratorio comparando la comunicación
cara a cara y la mediada por computadora; Walther,
(1992, 1994) desarrolló un metanálisis sobre
los estudios previos en el tema. Danet (1996)
realizó un estudio desde la perspectiva de los
estudios de género: Bechar (1996) y Gómez (1999)
establecieron un análisis de contenido de los
nicks de los participantes de dos sistemas de
CMC. Reid (1995), Baym (1992) y Pacagnella (1997)
elaboraron estudios etnográficos en sistemas
de CMC específicos.
Ahora bien,
los estudios sobre CMC se han desarrollado en
diversos sistemas; IRC2
([Bechar, 1995], [Reid, 1991]), MUDs3
([Bruckman, 1992], [Reid, 1995]), Usenets ([McLaughin,
Osborne y Smith, 1995], [Baym, 1992]), BBSs4
(Gómez, 1999) etc; Aquí una cosa que nos llama
la atención es la ausencia de trabajos importantes
sobre el uso de los “mensajeros”,
ya que los que existen son en su mayoría cuantitativos
y no académicos sino empresariales (que se preguntan
por el uso de los mensajeros en los espacios
laborales o educativos y su relación con la productividad
o su impacto por ejemplo). En esa tónica se enmarca
Cabrera (2000), quien usa un enfoque psicosocial
y etnográfico en colegios y escuelas privadas
estudiando los usos y aplicaciones que le dan
los estudiantes a la red.
Como se puede
ver, la amplia gama de estructuras metodológicas
que abordan el fenómeno nos deja en un terreno
de continua exploración y búsqueda. No existe
una metodología que sirva para dar una explicación
total a la complejidad de las estructuras sociales
basadas en la Comunicación Mediada por Computadora
(CMC), así como todavía no existe una ciencia
de la comunicación. Sin embargo, parece ser (acorde
con la investigación en general) que se tiende
a establecer metodologías compuestas (o trianguladas,
como se ha dado en llamarlas), que “dan
como resultado una visión integrada que se concentra
en un fenómeno social particular” (Sudweeks
y Simoff, 1999, p. 37). En éstas, uno de los
componentes esenciales es el análisis etnográfico,
o como se suele llamar, “ciberetnográfico”
o “ciberantropológico”, siendo obvia
e interesante la herencia de la antropología
y la sociología en los estudios de comunicación
([Killer y Kleinman 1997], [North, 1994]), pero
poco clara su construcción teórica como conceptos
de estudio.
En concordancia,
Williams, Rice y Rogers (1988), proponen “que
los investigadores de los nuevos medios deberían
considerar métodos alternativos, incluso múltiples
e intentar una triangulación de los mismos”
(p.15), Ya que ésta: Puede estimular usos ingeniosos
de métodos de investigación conocidos, pudiendo
ayudar así a desvelar dimensiones inesperadas
del área de investigación. En otro caso, dada
una reflexión teórica y metateórica adecuada
sobre el rango de cada serie de datos y hallazgos,
podría, a veces, prever más confianza en las
conclusiones de los estudios cualitativos. (Jankowski
y Wester, 1993, p. 79).
Lo que sí parece
claro, y que es lo que nos gustaría hacer notar
en relación a las metodologías con las que se
aborda el tema, es la necesidad de seguir experimentando,
poniendo a prueba, ensayando, desde posturas
teórico-metodológicas; inter y multidisciplinarias,
con avances pequeños, modestos y, si se puede
en red, mejor. La CMC es, como todo proceso de
comunicación, un objeto de estudio complejo y
multidimensional que requiere instrumentos con
esas mismas características si se quiere llegar
a comprender, aunque sea en una forma mínima.
Los
estudios de CMC en Iberoamérica
En general, y esto sucede con la mayoría de los
trabajos de investigación sobre comunicación,
los temas siempre van por delante de su estudio
y comprensión. En el caso específico de los estudios
que toman como objeto la Comunicación Mediada
por Computadora, los cambios se suceden con tanta
rapidez que los estudios que se realizaron hace
apenas unos años ya perdieron completa vigencia.
Ahora bien, esta desfase del análisis y reflexión
con respecto a los objetos, tiene una doble marginación
cuando se habla de América Latina, no sólo por
el hecho de no contar con las herramientas técnicas
de punta sino porque los enfoques con los que
hemos entendido las tecnologías han sido también
importados, sobre todo de Estados Unidos y Canadá.
Esto en el mejor de los casos, porque muchos
de los trabajos que hasta ahora se han publicado
en español siguen siendo ensayos o “teorización”
sobre el Internet. Ésta es una labor necesaria,
ya que las condiciones desde las cuáles se entiende
la inclusión e impacto del Internet en la sociedad
son, en algunos momentos, radicalmente diferentes
de las que se gestan en otras latitudes. Dichas
condiciones no sólo son económicas o tecnológicas
sino políticas y culturales. En contraposición
a esto, nos parece que es urgente encontrar datos
empíricos que nos hablen de las formas en las
que el Internet en general, o la CMC en específico,
están siendo usados por distintos grupos sociales
en diversas áreas. Ese es el gran reto que tenemos
los países llamados en vías de desarrollo: incrementar
la reflexión sobre un campo académico en formación
basándonos en las condiciones específicas de
nuestras culturas, regiones y sociedades, siempre
con datos que apoyen las ideas que vamos generando
y no el proceso inverso, el querer hacer que
los datos encajen en nuestras ideas. De esta
forma, podríamos verdaderamente llegar a un desarrollo
tecno-social que fuera protagonista de los macroprecesos,
y no sólo mero receptor y reproductor de tecnologías
y saberes. En ese sentido, a pesar de ser pocas
las aportaciones que se han hecho desde América
Latina (en comparación con otros países), cada
vez crece más el interés de la investigación
sobre las NTIC y por tanto de la CMC. Quizá algunas
de las más importantes estén congregadas alrededor
del Observatorio para la Cibersociedad, un “espacio
para la reflexión, la documentación, el análisis
y la discusión del ciberespacio y lo cibersocial
desde las perspectivas de las ciencias humanas
y sociales”, que aunque aglutina a una
gran cantidad de investigadores e investigadoras
de toda Iberoamérica, presenta a los españoles
como el grupo de mayor peso. Joan Mayans, el
fundador de esta iniciativa, es uno de los investigadores
más entusiastas. Aunque hay muchísimos autores
que participan en esta iniciativa, no todos trabajan
sobre la temática específica de la CMC, lo que
convierte al observatorio en un lugar de reflexión
holístico y multidisciplinario, por lo que no
sólo es un espacio de reflexión sino de creación
misma de cibercultura. Además de Mayans, quien
ha trabajado cuestiones de identidad y de metodología
para el estudio del ciberespacio. Otros autores
que han explorado la cuestión de la CMC son:
Balaguer, que ha trabajado conceptos como las
mediaciones, la identidad y la comunidad en el
ciberespacio (2000); Trigo, quien analizó el
sentido de identidad uruguayo y el concepto de
“patria cibernética” en la comunidad
en línea Rodelú (2003), o Cubides, que
habla de las “agencias de sentido”
y de cómo estás se crean e impactan en el ciberespacio.
Éstos son sólo algunos de los trabajos que están
en línea, siendo lo importante que el portal
está en constante construcción, lo que permite
ver las tendencias de la investigación en CMC
en Iberoamérica.
Por otro lado,
cada vez son más comunes los centros de investigación
que incorporan líneas de investigación sobre
NTIC y algunas de ellas específicas sobre CMC,
con publicaciones en línea ya consolidadas y
de alcance internacional como el Journal
of Computer Mediated Communication de la
Universidad del Sur de California o las mismas
Razón y Palabra y el Global Media
Journal (antes llamada Hiper-Textos)
del Tec, Campus Estado de México y Campus Monterrey,
respectivamente, que aunque no son exclusivas
de la temática, han publicado diversos artículos
sobre ella.
Tendencias,
el futuro de la Investigación de la CMC (a manera
de conclusiones)
Una primera reflexión que resulta interesante
en este momento del desarrollo tecnológico es
el hecho de que la identidad anónima que caracterizaba
los primeros sistemas de CMC se ha ido, paulatinamente,
difuminando con el uso de los mensajeros, es
decir, de sistemas en donde sólo se pueden tener
conversaciones con personas “conocidas”
porque cada quien controla su propia lista de
contactos (para ponerlo en los términos usados).
De esta forma, el acceso a personas anónimas
queda totalmente restringido. Con ello, se crea
una división que antes no existía (al menos dentro
de la ontología misma del sistema) que es que
el “lugar” para los conocidos está
dentro de nuestro “control”, en una
ventana que nosotros cerramos y abrimos a voluntad
y cuyas funciones están únicamente a nuestra
disposición, mientras que si queremos exponernos
a personas que no conocemos y que por lo tanto
adquieren esa tónica de anonimato, tenemos que
“desplazarnos” (es decir conectarnos)
a un sistema externo (webchats, IRC, BBS etc.).
Esta distinción es muy importante porque le da
una dimensión de público y privado a la CMC,
división que en un principio no tenía, o que
por lo menos no era tan clara y que en este momento
no podemos saber cuál será su impacto en el uso
y la apropiación de dichos sistemas. Este ejemplo
sirve para iluminar el hecho de que la investigación
empírica sobre la CMC debe seguir produciendo
datos por un lado, y análisis teóricos desde
otro. Con ello, podríamos aspirar no sólo a entender
un poco más la forma en la que las personas se
están apropiando y modelando la tecnología, sino
que podríamos incidir en la creación de sistemas,
programas y proyectos específicos que, tomando
a la CMC como eje, pudieran impactar en el desarrollo
social, educativo, de género, gubernamental e
incluso empresarial. Ahora bien, la idea de trabajo
en red tiene que crecer si queremos llegar a
tener elementos de análisis más precisos sobre
el fenómeno, por lo que textos como éste siempre
serán necesarios pero inacabados por la movilidad
y la rapidez de conformación y reestructuración
de nuevas esferas al interior del ciberespacio
o fuera de él. Por ello, lanzamos esta primera
propuesta de trabajo, en espera de una revisión
constante, continua, multidisciplinaria y en
red sobre la Comunicación Mediada por Computadora.
Notas:
1Una
propuesta interesante es de revisar este concepto
y hablar de Estudios de Interacción (León, 2003)
2Internet Relay
Chat
3Multi User
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