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Por Alejandro Ocampo
Número 38
El estudio de la
Semiótica posiblemente le siembre a uno más dudas
y genere una interminable serie de cuestionamientos sobre su propia
realidad y la forma en cómo cada personala proyecta. El juego
de las interpretaciones, las representaciones y las abducciones,
en ocasiones desesperan y son el centro de enormes controversias,
pero al igual que como el segundo Wittgenstein apuntó sobre
el lenguaje, son un caos funcional maravilloso, del que no podemos
sino asombrarnos mientras sostenemos una seductora experiencia ética
con nuestros semejantes.
Sé que hablar en primera
persona es poco académico, sin embargo, en esta ocasión
tomó el riesgo de manera definitiva, pues la ocasión
lo vale. Corría el año de 1997. Un grupo de estudiantes
de los primeros semestres de la carrera de Ciencias de la Comunicación
se adentraban en el estudio de la siempre esgrimible Semiótica.
Encarnaba la figura de catedrático una mujer siempre dispuesta
al diálogo que, muy al estilo socrático, permitía
que fuera precisamente de sus estudiantes de quienes sugiera la
respuesta. Por alguna razón la posibilidad de tomar la clase
de semiótica representaba en el imaginario colectivo, la
primer graduación, el primer símbolo inequívoco
de que el estudiante avanzaba en el estudio de su carrera, a la
vez que la complejidad de los temas se incrementaba. Cuando alumnos
recién ingresados veían que sus compañeros
hacían diagramas, veían la trilogía “Azul”,
“Blanco” y “Rojo” de Kieslowski y leían
a Eco, cuestionaban si ellos estarían listos cuando llegara
su hora. Desde el juego de palabras hasta la construcción
del juego mismo, era otro antes que después de atender a
la clase. Se trataba pues, de una de esas clases que irremediablemente,
le cambiaban la concepción del mundo a uno.
Los estudiantes de esa clase eran simplemente,
inconfundibles además de que no era posible que pasaran inadvertidos.
¿Quién no recuerda la fiesta que a mediados de semestre
atestaba el principal pasillo del campus con el extraño nombre
de “La Semiótica del Mole”? En esta feria, alumnos
de la clase de Semiótica, daban a la comunidad la degustación
de un producto que servía como mero pretexto para entender
la construcción de productos de valor de A. J. Greimas, en
esta ocasión enfocada a un platillo.
Ya hacia finales de semestre, la
exposición era ahora de esculturas. Se definía un
gran tema y en los jardines, decenas de estudiantes de Comunicación
mostraban a la comunidad sus creaciones llenas de significados y
representaciones. Estudiantes de ingenierías, de otras licenciaturas,
de preparatoria se asomaban cada semestre a contemplar qué
habían hecho los particulares alumnos de Comunicación.
A veces con estos eventos ya se sabía lo avanzado que iba
el semestre, para que algunos redoblaran sus esfuerzos académicos
y otros sonrieran cuando miraran atrás y sintieran que en
verdad habían trabajado. Tal vez sin comprender cabalmente
lo que representaba, pero los eventos de la clase de Semiótica
eran parte de una comunidad que lo mismo les proveía de un
sabroso y gratuito almuerzo, que de un espacio para la contemplación.
La Semiótica pues, se vivía, mejor
aún, se producía. Quien impulsaba todo esto sabía
perfectamente que la mejor forma de atrapar en algo a primera vista
tan complicado a un par de docenas de personas que apenas llegaban
a los veinte años era precisamente aprovechando su energía
y sus intereses para que, a partir de allí, fueran ellos
los que quisieran seguir adentrándose.
Yo fui parte de esa generación de la que
no puedo sino sentirme profundamente orgulloso y satisfecho. Me
complace haberla disfrutado a tope en todos los sentidos. Así
pues, han pasado siete años desde mi primer acercamiento
con la Semiótica y el caprichoso destino ha hecho que aquella
persona que produjo tanto en un buen puñado de estudiantes,
hoy haya aceptado coordinar una edición de esta revista que
tengo el honor de dirigir.
Mi admirada Susana Arroyo sin duda
dejó huella en mi, no sólo por sus extraordinarias
destreza, habilidad y bagaje intelectual, sino por su apasionamiento
auténtico por sus causas y sus verdades, que como diría
Kierkegaard son las verdades, por su entusiasmo
y su entrega a su profunda vocación de académica humanista.
Susana contribuyó a despertar en mi esta vocación
que hoy sigo y que es la de ella.
Gracias Susana de verdad, gracias.
En esta edición, la número 38, las
doctoras Arroyo y Lacalle se dieron a la tarea de buscar a destacados
semiólogos de Europa y América Latina para escribir
sobre este apasionante tema en su relación con las nuevas
tecnologías de información y comunicación.
Se trata de un número en verdad sobresaliente por la calidad
de los colaboradores y de sus textos, muchos de los cuales fueron
traducidos al español por buenos amigos de nuestras coordinadoras.
Así pues, quiero agradecer de manera muy
especial a Michel Constantini, Roberto Pellerey, Susana Arroyo,
Charo Lacalle, Sabrina Mazzali-Lurati, Peter Schulz, Bernard Lamiste,
Odile Le Guern, Moritz Neumüller, Daniel Martí, Robert
Marty, Jean-Marie Klinkenberg, Juan Magariños, Mario Pérez-Montoro,
Daniele Barbieri, Entrevista a Raul Dorra, Nicole Pignier y Göran
Sonesson. Gracias por extender su pensamiento y gracias por creer
en este proyecto.
Para terminar, va de nuevo un llamado a la paz
y al respeto a existir del otro. Tal vez estamos tan ensimismados
en defender nuestros derechos, que olvidamos los derechos del otro,
que a final de cuentas son una extensión del yo, pues para
que exista el yo, necesariamente tiene que existir el otro.
Un abrazo
Alejandro Ocampo
Director de Razón y Palabra
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