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Febrero - Marzo 2003

 

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Cuentos cortos
 

Por Marisa Avogadro
Número 31

El viaje de Malbectín1

Todo comenzó en una flor blanca, muy pequeñita y yo estaba en su interior. Crecía, crecía, gracias a unas manos que todos los días me alimentaban con agua y a los rayitos del sol que me proporcionaban calor. En el mismo ramo estaban mis hermanitos, cuidados también por pequeñitas flores blancas con centros verde claro; hasta que creciéramos un poco más. Todos formábamos parte de una gran planta, nuestra mamá la vid.

Pasaba el tiempo y cada vez nos sentíamos más fuertes. Crecimos y ahora somos unos globos verdes a la vista de las personas y como ya podemos comer solos, las flores decidieron dejarnos. Caen una a una del ramillete diciéndonos: adiós, buena suerte!. Pero ustedes me preguntarán:

- Malbectín, quiénes son estos globitos? Y yo les voy a contestar:
- Somos los granos de uva Malbec. Crecimos y ya llenamos una ramita. Todos los días el agua nos hace engordar un poquito. Todos los días el sol nos da una pincelada de color rojo fuerte y brillante que resalta con el verde de los sarmientos - el lugar de donde colgamos - y nuestras hojas. Los días en que corre una brisa, nos movemos como en un columpio y así jugamos con nuestros amigos, los demás racimos de la vid. Otros ya se han ido. Nosotros estamos pensativos y nos preguntamos: de qué se tratará este viaje?.
Pero esta mañana me desperté muy temprano, miré a mi alrededor y vi que mi vecino, un racimo grande y regordete al que el señor sol había terminado de pintar, estaba despierto.
Lo llamé: -ssh...ssh-.
- Qué quieres racimito? - me dijo.
Yo, con la voz que me temblaba, ya que no me animaba a preguntar, le dije lentamente:
- Quiero saber a dónde iré cuando sea grande.
- ¡Hay racimillo!. Te voy a contar la historia de todos los frutos de la vid. De sus largos viajes y aventuras. Escuchá: a todos los racimos cuando maduramos, es decir, cuando el sol termina de pintarnos, nos deben bajar de las ramitas, porque si no, llega un momento en que los granitos se echan a perder y se caen. Pero a todos no nos pintan del mismo color. A unos nos tiñen de rojo, a otros de rosado, a otros de amarillo o de morado. Y ya listos y maduros, las manos de los cosechadores nos cortan uno a uno y nos colocan en tachos. De allí nos llevan a un camión donde se vacían los tachos. La gente llama a este proceso "la cosecha" o recolección de la uva. En esos días, cada vez que un trabajador llena un tacho le dan un cuadrado de metal o cartón grueso que se llama ficha y al final del día, le pagan contando cuántas fichas tiene.
- Y después en el camión, adónde vamos?.
- El camión emprende un viaje por caminos de tierra y piedras algunas veces y otras por caminos de asfalto, hasta que salimos de las viñas, cargados de polvo. Continúa el viaje y se conduce el camión hasta la bodega. Entra y se prepara. Nos vuelca en una pileta donde unas manos grandes de metal nos acarician y sacan nuestro jugo. Allí ese jugo inicia el recorrido por tubos y más tubos hasta convertirnos en vino.
Si el señor sol nos pintó de color rojo, hacen vinos tintos y vamos todos a la misma pileta o cuba hasta estar listos. Si nos colorearon de blancos y amarillos, hacen vinos blancos y con los pintados de rosado, vino rosado. Algunos nos quedamos guardados menos tiempo en las piletas y luego nos envasan en botellas con un cartel que dice: "vino de mesa". Cuando nos dejan añejar y estamos allí mucho tiempo, nos llaman vino añejo o reserva...Y me olvidaba, con la pulpa de nuestros granos también se elaboran jugos y dulces.
- Y con el resto del racimo, qué se hace?
- Además de utilizar nuestros granos para elaborar el vino; con el hollejo ( la piel que recubre nuestros granos sedosos) y las ramitas que han quedado en la pileta, se hace una mezcla que se llama orujo y que se vende para abonar y fertilizar las tierras y las plantas. Además, con nuestras semillas se fabrica aceite.
- ¡Pero qué callado te has quedado, racimito!
- Es que estoy sorprendido. Nunca imaginé que iba a recorrer y conocer tantos lugares. Que con nuestros granos se elaborarían muchos productos y de esa manera acompañaríamos a diario a las familias a la hora de comer, brindar y festejar.
- Bueno racimito, se nos acaba la charla pues ya comienzo mi viaje. ¡Chau, hasta pronto!.
- ¡Chau, hasta nuestro próximo encuentro!

Era de mañana, a la hora en que comienzan a trinar los pájaros. El cielo estaba celeste, azul claro, azul celeste. La tierra daba los buenos días con su aroma a madre que acaba de levantarse. El aire puro, fresco que rodea nuestra piel, nuestros árboles. Y en esta mañana se despertó de repente el racimillo porque unas manos suaves acariciaban sus ramitas verdes. Cric, cric, resonó la tijera que se deslizó por ellas y una manos pequeñas pero fuertes, lo pusieron en un tacho.

Tiempo después, la niña se fue silbando bajo por el camino de tierra hasta llegar al camión y volcar su carga se escuchó:

Empieza el viaje de los granitos de uva. Desperté de mi sueño pero es cierto. Hoy comienzo el gran viaje. Chau, mi voz se va con el viento para volver en sonrisas... de familias, amigos y enamorados, cuando se encuentran con mi espíritu malbec.

Un viaje de sueño

Están ahí, tan alto. Están encendidas sobre un manto azul oscuro. Están ahí, como perlas formando collares gigantes. Estiro mi mano y casi las toco. Las siento frescas, olor a chocolate y menta.

Están ahí, ya casi llego. ¡Sí!. Me subí en una de ellas y estoy navegando. Vamos, vamos rápido; antes que llegue el señor sol. Siento las olas del viento, navego por la inmensidad azul. Viajo a través de una lluvia de lucecitas brillantes que forman osos, castillos, flores. Sí, navego por el cielo azul-noche subido a una estrella. Sigo volando...

Vamos, vamos. Juan, el desayuno está servido. Mi mamá me llama...Fue sólo un viaje de sueño.


Notas:

1 Publicado en Revista NACER, Año VI, Nº62, enero de 2003, Beta Impresiones, Maipú, Mendoza. Publicado con autorización de la autora


Mgter. Marisa Avogadro
Catedrática universitaria. Magister en Comunicación y Educación