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Por Marisa Avogadro
Número 31
El viaje de Malbectín1
Todo comenzó en una flor
blanca, muy pequeñita y yo estaba en su interior. Crecía,
crecía, gracias a unas manos que todos los días me
alimentaban con agua y a los rayitos del sol que me proporcionaban
calor. En el mismo ramo estaban mis hermanitos, cuidados también
por pequeñitas flores blancas con centros verde claro; hasta
que creciéramos un poco más. Todos formábamos
parte de una gran planta, nuestra mamá la vid.
Pasaba el tiempo y cada vez nos
sentíamos más fuertes. Crecimos y ahora somos unos
globos verdes a la vista de las personas y como ya podemos comer
solos, las flores decidieron dejarnos. Caen una a una del ramillete
diciéndonos: adiós, buena suerte!. Pero ustedes me
preguntarán:
- Malbectín, quiénes
son estos globitos? Y yo les voy a contestar:
- Somos los granos de uva Malbec. Crecimos y ya llenamos una ramita.
Todos los días el agua nos hace engordar un poquito. Todos
los días el sol nos da una pincelada de color rojo fuerte
y brillante que resalta con el verde de los sarmientos - el lugar
de donde colgamos - y nuestras hojas. Los días en que corre
una brisa, nos movemos como en un columpio y así jugamos
con nuestros amigos, los demás racimos de la vid. Otros
ya se han ido. Nosotros estamos pensativos y nos preguntamos:
de qué se tratará este viaje?.
Pero esta mañana me desperté muy temprano, miré
a mi alrededor y vi que mi vecino, un racimo grande y regordete
al que el señor sol había terminado de pintar, estaba
despierto.
Lo llamé: -ssh...ssh-.
- Qué quieres racimito? - me dijo.
Yo, con la voz que me temblaba,
ya que no me animaba a preguntar, le dije lentamente:
- Quiero saber a dónde iré cuando sea grande.
- ¡Hay racimillo!. Te voy a contar la historia de todos
los frutos de la vid. De sus largos viajes y aventuras. Escuchá:
a todos los racimos cuando maduramos, es decir, cuando el sol
termina de pintarnos, nos deben bajar de las ramitas, porque si
no, llega un momento en que los granitos se echan a perder y se
caen. Pero a todos no nos pintan del mismo color. A unos nos tiñen
de rojo, a otros de rosado, a otros de amarillo o de morado. Y
ya listos y maduros, las manos de los cosechadores nos cortan
uno a uno y nos colocan en tachos. De allí nos llevan a
un camión donde se vacían los tachos. La gente llama
a este proceso "la cosecha" o recolección de
la uva. En esos días, cada vez que un trabajador llena
un tacho le dan un cuadrado de metal o cartón grueso que
se llama ficha y al final del día, le pagan contando cuántas
fichas tiene.
- Y después en el camión, adónde vamos?.
- El camión emprende un viaje por caminos de tierra y piedras
algunas veces y otras por caminos de asfalto, hasta que salimos
de las viñas, cargados de polvo. Continúa el viaje
y se conduce el camión hasta la bodega. Entra y se prepara.
Nos vuelca en una pileta donde unas manos grandes de metal nos
acarician y sacan nuestro jugo. Allí ese jugo inicia el
recorrido por tubos y más tubos hasta convertirnos en vino.
Si el señor sol nos pintó de color rojo, hacen vinos
tintos y vamos todos a la misma pileta o cuba hasta estar listos.
Si nos colorearon de blancos y amarillos, hacen vinos blancos
y con los pintados de rosado, vino rosado. Algunos nos quedamos
guardados menos tiempo en las piletas y luego nos envasan en botellas
con un cartel que dice: "vino de mesa". Cuando nos dejan
añejar y estamos allí mucho tiempo, nos llaman vino
añejo o reserva...Y me olvidaba, con la pulpa de nuestros
granos también se elaboran jugos y dulces.
- Y con el resto del racimo, qué se hace?
- Además de utilizar nuestros granos para elaborar el vino;
con el hollejo ( la piel que recubre nuestros granos sedosos)
y las ramitas que han quedado en la pileta, se hace una mezcla
que se llama orujo y que se vende para abonar y fertilizar las
tierras y las plantas. Además, con nuestras semillas se
fabrica aceite.
- ¡Pero qué callado te has quedado, racimito!
- Es que estoy sorprendido. Nunca imaginé que iba a recorrer
y conocer tantos lugares. Que con nuestros granos se elaborarían
muchos productos y de esa manera acompañaríamos
a diario a las familias a la hora de comer, brindar y festejar.
- Bueno racimito, se nos acaba la charla pues ya comienzo mi viaje.
¡Chau, hasta pronto!.
- ¡Chau, hasta nuestro próximo encuentro!
Era de mañana, a la hora
en que comienzan a trinar los pájaros. El cielo estaba celeste,
azul claro, azul celeste. La tierra daba los buenos días
con su aroma a madre que acaba de levantarse. El aire puro, fresco
que rodea nuestra piel, nuestros árboles. Y en esta mañana
se despertó de repente el racimillo porque unas manos suaves
acariciaban sus ramitas verdes. Cric, cric, resonó la tijera
que se deslizó por ellas y una manos pequeñas pero
fuertes, lo pusieron en un tacho.
Tiempo después, la niña
se fue silbando bajo por el camino de tierra hasta llegar al camión
y volcar su carga se escuchó:
Empieza el viaje de los granitos
de uva. Desperté de mi sueño pero es cierto. Hoy comienzo
el gran viaje. Chau, mi voz se va con el viento para volver en sonrisas...
de familias, amigos y enamorados, cuando se encuentran con mi espíritu
malbec.
Un viaje de sueño
Están ahí, tan alto.
Están encendidas sobre un manto azul oscuro. Están
ahí, como perlas formando collares gigantes. Estiro mi mano
y casi las toco. Las siento frescas, olor a chocolate y menta.
Están ahí, ya casi
llego. ¡Sí!. Me subí en una de ellas y estoy
navegando. Vamos, vamos rápido; antes que llegue el señor
sol. Siento las olas del viento, navego por la inmensidad azul.
Viajo a través de una lluvia de lucecitas brillantes que
forman osos, castillos, flores. Sí, navego por el cielo azul-noche
subido a una estrella. Sigo volando...
Vamos, vamos. Juan, el desayuno
está servido. Mi mamá me llama...Fue sólo un
viaje de sueño.
Notas:
1
Publicado en Revista NACER, Año VI, Nº62, enero de 2003,
Beta Impresiones, Maipú, Mendoza. Publicado con autorización
de la autora
Mgter.
Marisa Avogadro
Catedrática universitaria. Magister
en Comunicación y Educación |