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Octubre - Noviembre 2002

 

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Editorial
 

Por Alejandro Ocampo
Número 29

Imposible es pensar sobre democracia sin contemplar a la comunicación política. Abiertamente criticada por algunos, secretamente usufructuada por otros, la cuestión es que se trata de un fin claramente imprescindible.

La piedra angular de la democracia es, sin lugar a dudas, la comunicación. No se puede explicar la participación ciudadadana sin un efectivo proceso comunicativo que supone algo más que un intercambio de información, pues las posibilidades para que ese intercambio se dé, se han ampliado significativamente y es precisamente aquí donde el reto se hace grande y a la vez se fragmenta. Si el ciudadano democrático se caracteriza por ser historicamente activo y selectivo para la construcción de sus visiones, la comunicación política no puede conformarse con ofrecerle tan sólo una inserción en algún diario nacional o un espacio en horario estelar en medios electrónicos, sino comprometerse con ese ciudadano de manera integral.

El fácil encontrar el porqué a muchaz críticas a ultranza a la comunicación política, no hay que olvidar que en nuestra larga historia y tradición latinoamericana, ésta no ha sido requerida, ni siquiera imaginada. El mejor ejemplo de esta situación lo reflejó de manera excepcional el agudo escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias con su "Señor Presidente" ¿para qué tenemos que comunicar al ciudadano si la política del terror y alabanza lo hace obediente a los excelsos designios del Señor Presidente? Más aun ¿Por qué tenemos que comunicarle si el Señor Presidente en su infinita sabiduría y gran visión de estadista todo lo sabe? Mas aun ¿A quién tenemos que comunicarle?

El Señor Presidente lo puede todo, no puede haber mayor persuasuón que la desaparición, no puede haber mayor acercamiento que la persecusión, no puede haber mayor conocimiento que el espionaje. Así pues, pensar hoy en la comunicación política es trascender al espacio físico, pues supone, por una parte, la construcción de un Estado y de un proyecto de nación y por otro, la formación cada vez más sólida de ciudadanos que, siendo plenamente cosncientes de su situación, se ubican interdependientes y efectivos constructores de éstos.

Bajo la premisa de "es lo que nos merecemos por tontos o incultos, ya que eso no es comunicación", las recientes campañas electorales en todos los países son criticadas por propios y extraños. Desde Goebbels, hasta Gubern, sin olvidar a Lippman y por supuesto a Habermas ni a Althusser, la comunicación política ha sido siempre centro del debate en torno a un tema cargado de connotaciones negativas: la manipulación.

Si los aportes teóricos recientes en comunicación aluden a una audiencia activa y a modelos de comunicación mucho más complejos que el simple estímulo-respuesta de la fiebre positivista de inicios del siglo XX, la comunicación política debe adecuarse al tiempo y al momento actuales, ser contemporáneos de sus contemporáneos. Por otra parte, con nuevos actores y herramientas sobre la mesa, tales como imagen pública, encuestas, popularidad, nuevas tecnologías de información y comunicación y metodologías cualitativas, la comunicación política se vuelve forzosamente interdisciplinaria, lo cual le obliga a desprenderse de la arrogancia que a la larga terminará por volverla caduca en fines y medios. El ganar una elección no puede ser el único objetivo, ni su única utilidad.

Si los partidos políticos son un mal necesario, la comunicación política puede ser el analgésico menos malo.

Muchas gracias a Fernando Mendoza por esta edición.

Un abrazo.


Alejandro Ocampo
Director de Razón y Palabra.