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GEOPOLÍTICA Y ORDEN GLOBAL: POSIBILIDADES PARA UN NUEVO MERIDIONALISMO

Por Dejan Mihailovic
Número 62

La geopolítica, nuevamente entre nosotros

Simbólicamente, la geopolítica nace cuando el mapa empieza a percibirse como una formalización del espacio para la dominación del espacio. Por otro lado, el nacimiento real de esta disciplina se sitúa en el último cuarto del siglo XIX cuando un área específica del conocimiento se transforma en un discurso legitimador de la expansión imperial reflejado en una nueva forma de interpretar el espacio global y la política internacional. El interés por la geopolítica aumenta súbitamente en la primera mitad del siglo XX a raíz de las Guerras Mundiales pero, sobre todo, al terminar la Guerra Fría y las implicaciones que la misma tuvo con respecto a una nueva configuración planetaria. En los múltiples casos en los que hoy se utiliza este término, se trata de hecho, de rivalidades de poder sobre territorios y sobre las personas que los habitan. En estos choques entre fuerzas políticas, cada una de éstas utiliza medios diversos y, en particular, argumentos que demuestren las razones para una dominación justificada y moralmente legitima. Cualquiera que sea su extensión territorial (planetaria, estatal, regional, local) y la complejidad de los datos geográficos (relieve, clima, vegetación, repartición de la población etc.), una situación geopolítica se define, en un momento dado de evolución histórica transgredida, a través de las rivalidades en poder de mayor o menor momento, y a través de las relaciones entre fuerzas que ocupan partes diversas del territorio en cuestión (Lacoste, 1995).

En el periodo conocido como “clásico”, los principales teóricos de la geopolítica establecidos en las sociedades geográficas y las universidades de las capitales coloniales se empeñaron en describir y analizar las condiciones geográficas del orden mundial y sus repercusiones relativas a los Grandes Poderes de los Estados imperiales. El alemán Friedrich Ratzel, estudiaba el espacio global bajo el enfoque del biologismo social, el norteamericano Alfred Mahan lo hacia introduciendo el concepto de la “mirada estratégica”, el sueco Rudolf Kjellen  aplicando la categoría del territorio como un elemento decisivo para los estudios del Estado, otro alemán, Kart Haushofer insistía en una especie de espacialización del deseo imperialista mientras que el emigrante holandés Nicholas J. Spykman escribía en Estados Unidos su tesis sobre la (im)posibilidad de una mirada geopolítica. Todos ellos, de alguna manera influenciaron las ideas de Halford Mackinder hoy nuevamente citado con gran frecuencia, sobre todo por la enorme importancia que este autor británico atribuye al control estratégico del heatland, una especie del pivote que permite el control absoluto de la gran isla mundial. Mackinder observa los desafíos que enfrenta el Impero Británico ante los acelerados cambios sociales y económicos acompañados por las grandes transformaciones en la materia del transporte. Su planteamiento responde a la inevitable necesidad de reformar y reestructurar un imperio que, a principios del siglo XX, empieza a sufrir un acoso creciente de las potencias rivales. El desvanecimiento del modelo hegemónico que encarnaba el imperio británico no afectó la validez teórica y la vigencia histórica de la idea de “heartland” que, en el cruce del tercer mileno, a partir de la guerra por Kosovo, la invasión de Afganistán y la segunda guerra del Golfo Pérsico, cobró una importancia de grandes proporciones en la estructura actual del orden global.

La instauración del proyecto moderno sustentado por la consolidación del sistema-mundo capitalista ha tenido una dinámica cíclica cuyos elementos decisivos fueron un modelo hegemónico de la potencia en turno, una guerra con repercusiones mundiales resguardando la hegemonía, y dos periodos que marcan el auge y el declive del modelo hegemónico en cuestión. La mayoría de los autores identificados con la geopolítica “clásica” coincidía en la necesidad de definir un orden global y una política internacional a partir de los componentes que, posteriormente, fueron expuestos por  Wallerstein para sustentar su teoría del capitalismo como sistema-mundo.

Hegemonía

Guerra mundial
asegurando la hegemonía

Periodo de
dominación

Periodo de declive

Holandesa

Guerra de treinta años 1618-48

1620-50

1650-72

Británica

Guerras napoleónicas 1792-1815

1815-73

1873-96

Estadounidense

Guerras mundiales 1914-1945

1945-67

1967-

Fuente: Wallerstein 1984: 41-2

La sucesión de los órdenes geopolíticos a través de los modelos hegemónicos suponía también un ciclo histórico de variable duración, dependiendo de las circunstancias que favorecían o amenazaban a una determinada hegemonía. El ritmo de cada ciclo dependía de un tipo particular de acumulación correspondiente a los intereses imperiales de la potencia en cuestión. De esta manera, en el esquema que maneja Giovanni Arrigí, la acumulación de “tipo genovés” que sustentaba el domino de los mares por parte de Portugal, fue sustituida por la acumulación centrada en “altas finanzas” que permitió a Holanda desplegar su modelo hegemónico y dominar la economía internacional a finales del siglo XVI y una buena parte del signo XVII (Arrigí, 1999). Por su parte, Modelski también elabora un esquema de sucesión de ciclos históricos en los que se observa que cada  hegemonía lograba su preponderancia y sufría un declive definitivo en medio de una guerra global detrás de la cual siempre nacía un orden nuevo.

Ciclo

Guerra global

Preponderancia

Declive

1495-1580

1494-1516

Portugal, 1516-40

1540-80

1580-1688

1580-1609

Holanda, 1609-40

1640-88

1688-1792

1688-1713

Gran Bretaña 1714-40

1740-92

1792-1914

1792-1815

Gran Bretaña 1815-50

1850-1914

1914-

1914-1945

Estados Unidos 1945-73

1973-

Fuente. Modelski 1987: 40-44

Con la caída del Muro de Berlín, la desintegración del bloque soviético y la finalización de la Guerra fría surge una nueva corriente teórica llamada neo-geopolítica o geopolítica posmoderna que rápidamente se adjudica la complicada tarea de establecer un análisis general sobre la cuestión geopolítica mundial de la posguerra fría. Los autores como John Agnew (1995, 2002, 2005) o Gearoid O´ Tauthail Y Simon Dalby (1998), cuestionan abiertamente el monopolio del Estado en la definición de la seguridad nacional. Ellos buscan una síntesis entre la geopolítica tradicional y la geo-economía para crear una nueva comprensión de las configuraciones geográficas que cambian con el tiempo, dependiendo de las alteraciones políticas, económicas y tecnológicas. Su argumento parte de la idea que el espacio global no solamente está dividido entre Estados nacionales, sino que aparecen y actúan en él, un amplio y heterogéneo espectro de protagonistas que incluye las empresas transnacionales, grupos terroristas, movimientos pacifistas, activistas de derechos humanos u organizaciones ambientales. Los teóricos de la geopolítica posmoderna están concientes que las aproximaciones geopolíticas a la política mundial forman parte de un conjunto más amplio de presupuestos conceptuales y metodológicos sobre el mundo. Esta nueva geopolítica se inscribe en las “prácticas espaciales reales”, pero también contempla las modalidades en las que estas prácticas son representadas y contestadas. A su vez, esto implica que los políticos, administradores o gestores de diversos perfiles, se vean involucrados en una red internacional de negociaciones y acuerdos sobre todo tipo de asuntos. El mundo de la publicidad, los negocios y los discursos políticos demuestra que el espacio global actual carece de fronteras fijas.

A grandes rasgos, el análisis de la geopolítica posmoderna sobre la historia de la geopolítica en general, se basa es los siguientes cuatro conceptos: 1) el orden geopolítico mundial que implica el modo de distribución del poder y las alianzas formadas con base en esta distribución; 2) modelos técnico-territoriales que derivan de los factores combinados de las tecnologías de las comunicaciones de transporte y de la guerra que, a su vez, condicionan las prácticas y modelan el espacio estratégico mundial; 3) la economía geopolítica que se sustenta con el control de la producción económica, con el comercio y con el consumo de los bienes en el mundo, así como a sus consecuencias ecológicas; 4) el discurso geopolítico como forma de expresión y de justificación de las alianzas de estados poderosos y como medio para que los lideres políticos legitimen sus acciones (Agnew, 1995). 

Ahora bien, el asenso de Estados Unidos a la condición de potencia global transformó la tradición europea de la geopolítica, que pasó de las nociones de las fronteras permanentes y los espacios finitos a las de un exterior indefinido y las fronteras abiertas, centrándose en flujos y líneas móviles de conflicto, al modo de las corrientes oceánicas y las fallas sísmicas. La geopolítica en sentido americano sobrepasa el horizonte espacial fijo para convertirse en una alternancia o una dialéctica entre la apertura y el cierre, entre el expansionismo y el aislacionismo. Y esa es, en efecto, la noción de geopolítica que encontramos hoy. Quizá la geopolítica continúe considerando que las fronteras son límites prefijados, pero al mismo tiempo las ve como umbrales o lugares de paso. Las guerras, desde esa perspectiva, comienzan cuando uno cruza la frontera portando armas. El progreso se concibe como cruzar esa misma frontera desarmados. El comercio cruza fronteras con armas y sin ellas. Las fronteras geopolíticas no tienen nada que ver con una frontera natural entendida en términos geográficos, étnicos o demográficos. Cuando la geopolítica se enfrenta a fronteras planteadas como naturales, lo hace para utilizarlas instrumentalmente o para menoscabarlas, poniendo en marcha un movimiento expansivo, transgrediéndolas. Para entender la geopolítica en su forma actual (y cuestionarlas en su debido tiempo), debemos pues prescindir de las concepciones naturalista, determinista o economicista  de las fronteras y de las delimitaciones que caracterizaron la vieja geopolítica europea. Es preciso asumir la noción de fronteras y umbrales flexibles que se cruzan continuamente, algo típico de la ideología estadounidense. En efecto es necesario comprender que la geopolítica contemporánea se basa en la crisis de sus propios conceptos tradicionales. Cuando hablamos de crisis no queremos decir que la geopolítica esté a punto de derrumbarse, sino que funciona con base en fronteras, identidades y delimitaciones que son inestables y cuyo significado varia con frecuencia. La geopolítica no puede funcionar sin tales fronteras, pero está obligada a desplazarlas y rebasarlas constantemente, creando la dialéctica entre expansionismo y aislacionismo. Es la crisis de la geopolítica. Por lo tanto, la geopolítica contemporánea se revela sometida al mismo esquema lógico que define la teoría contemporánea de la soberanía y la realidad de la actividad económica: tiene dos lados, que además están en permanente contradicción  y conflicto. Esa crisis interna, como decimos no es el anuncio de un derrumbe, sino el motor de un desarrollo. El análisis geopolítico asume la crisis como fundamento, y abre el sistema al conflicto entre las diversas fuerzas políticas, que determinan los espacios abiertos, los límites fronterizos y los espacios cerrados. Nuestra hipótesis, indudablemente reduccionista  pero no por ellos menos eficaz, es que estos conflictos internos o contradicciones del concepto de geopolítica deberían reconocerse como el conflicto entre la multitud (es decir, las fuerzas de la producción social) y la soberanía imperial (esto es, el orden global del poder y de la explotación), entre la biopolítica y el biopoder. Esta hipótesis nos lleva a considerar los paradigmas cambiantes de la geopolítica como respuestas a los desafíos que plantean las luchas de la multitud. En otros trabajos hemos afirmado, por ejemplo, que la trasformación del marco de referencia político a finales del siglo XX, tras las crisis del petróleo y las crisis monetarias del decenio de 1970 y el hundimiento del sistema de Bretón Woods, fue una respuesta a las luchas anticoloniales y antiimperialistas en Asia, África y América Latina, así como las multitudinarias luchas sociales en Europa y Norteamérica. Creemos que hoy la crisis de la geopolítica sólo puede ser entendida en términos de las luchas contra el orden global que homos esbozado en el capítulo anterior, desde los movimientos contra el neoliberalismo en la India, Brasil, México, Seattle y Génova, hasta movimiento contra la guerra en Irak. Los elementos de esta crisis pueden determinar la evolución futura de la geopolítica. Y aún está por ver qué utilización estratégica puede hacer la multitud de la crisis de la geopolítica. (Hardt y Negri, 2002).

La crisis sistémica del capitalismo contemporáneo
El capitalismo de la modernidad clásica centrado en la valorización de las grandes masas del capital material fijo queda sustituido, cada vez con una mayor velocidad, por un capitalismo posmoderno anclado en la valorización del trabajo inmaterial también llamado “capital humano” o capital de conocimiento”. Este cambio fue acompañado por una serie de metamorfosis del trabajo en las que el trabajo de la producción material medido en unidades de productos por unidades del tiempo fue reemplazado por el trabajo inmaterial al cual los padrones clásicos de medida resultaron prácticamente inaplicables (Gorz, 1996). Cada vez resulta más obvia la facilidad con la que se  cuestiona  la idea de que el capitalismo representaría un proyecto histórico insuperable, y por consiguiente, infinito, en donde todo nuestro futuro se inscribiría en un modo de civilización cuyos principios de base rigen la (re)producción capitalista. En otras palabras, la aparente flexibilidad que el capitalismo tiene para adaptarse a todas las transformaciones y cambios modificándolos y sometiéndolos a la lógica fundamental del capital, no parece que sea algo suficiente para mantener un sistema cuyas contradicciones se agudizan al extremo del absurdo. He aquí algunos elementos que alimentan la idea sobre una profunda modificación del sistema-mundo capitalista o, en caso más extremo sobre “el fin del capitalismo tal y como lo conocimos” (Altvater, 2002).
He aquí una serie de consideraciones sobre la inviabilidad del sistema-mundo capitalista que, en gran parte jugarán un papel decisivo en la creación de un proyecto alternativo, abierto, inclusivo y respetuoso con el futuro de la humanidad.
El modelo poco creíble de producir y consolidar el bienestar material en todo el mundo a través de una ampliación de la acumulación de capital fue abandonado incluso por los más fervorosos defensores del capitalismo, su lógica y su bagaje sistémico.
La pretensión de universalizar el modelo de la democracia liberal mediante la promesa de establecer derechos y libertades individuales insertos en un marco institucional (a menudo impuesto), favoreció el egoísmo frente al bien común e individualismo posesivo (Macpherson) frente a la autonomía.
En el plano internacional, la constante disposición de ejercer la autoridad recurriendo a medios de violencia y represión para imponer una especie de “ilustración posmoderna” en los lugares donde fuera necesario, prácticamente convirtió la guerra en una condición permanente y  necesaria para la restauración del sistema capitalista mundial.
La libre expansión de las fuerzas del mercado no sólo ocasionó un debilitamiento progresivo de las estructuras y los poderes territoriales fijos, sino también transformó significativamente las formas culturales tradicionales.
La invasión de la lógica del capital a aquellas zonas de la vida histórica moderna que no tienen como objetivo la persecución de la plusvalía generó un amplio abanico de dificultades sociales, políticas y económicas. Una de ellas, es el uso indiscriminado de recursos naturales que abrió una nueva frente geopolítica.

Las consideraciones aquí expuestas nos obligan recordar que, el imperialismo capitalista fue una fusión contradictoria de “la política estato-imperial (el imperialismo como proyecto político específico, propio de agentes cuyo poder se basa en el control sobre un territorio y la capacidad de movilizar sus recursos humanos y naturales con finalidades políticas, económicas y militares) con “los procesos moleculares de acumulación de capital en el espacio y en el tiempo” (el imperialismo como proceso político-económico difuso en el que lo primordial es el control sobre el capital y su uso) (Harvey, 2004:39). El primer vector de la definición de imperialismo se refiere a las estrategias políticas, diplomáticas y militares empleadas por un Estado (o una coalición de los Estados que operan como bloque de poder político) en defensa de sus intereses y para alcanzar sus objetivos en el conjunto del planeta. El segundo vector atiende a los flujos del poder económico que atraviesan un espacio continuo y, por ende, entidades territoriales (como los Estados o los bloques de poder regionales) mediante las prácticas cotidianas de la producción, el comercio, los movimientos de capital, las transferencias monetarias, la migración de la fuerza de trabajo, las transferencias tecnológicas, la especulación monetaria, los flujos de información, los estímulos culturales y otros procesos similares. En suma, las lógicas del poder denominadas “territorial” y “capitalista” son muy diferentes entre sí. Esta diferencia se remonta a los inicios del capitalismo sistema mundo cuando a principios del siglo XVI la división internacional del trabajo resultó mucho más amplia que las áreas de producción locales. En esta perspectiva, el capitalismo se distinguía de las demás formas sociales en cuanto a su capacidad de extender la dominación más allá de los límites de la autoridad política a través de los medios puramente “económicos”. El impulso capitalista hacia una auto-expansión dependía de la capacidad que se expresaba en la dominación de la clase capitalista por un lado, y en el imperialismo capitalista por el otro. Una vez comprobado esto, resulta obvio constatar que el capitalismo ha sido, desde sus inicios, un sistema polarizante por naturaleza y que dicha polarización le ha otorgado un carácter imperialista desde sus orígenes (Amin, 1999).

Ahora bien, existe una parte de la crisis sistémica del capitalismo contemporáneo que se irá agudizando a raíz de las múltiples contradicciones entre la economía la ecología. La dinámica de la economía capitalista en la actualidad opera conforme a la lógica de un proceso de incremento cuantitativo del valor. Por otro lado, en el sistema ecológico la evolución se refleja en el despliegue de cambios cualitativos o reagrupamientos de energía y de materia. Otra contradicción hace referencia a la oposición entre los binomios espacio-tiempo y eternidad-infinito. El desprecio del espacio y del tiempo promovido por las tendencias globalizadotas no sólo aleja los seres humanos de la naturaleza, sino que banaliza estas dos dimensiones de la existencia que aparentemente acaban siendo reducidas a cero. En la siguiente contradicción se observa que en el sistema económico, la lógica del cálculo mercantil implica que el capital debe completar un proceso de circulación en expansión para realizar la valorización. De ahí que todos los procesos económicos deber ser circulares o reversibles. En contraste, en la naturaleza, procesos completos de transformación de materia y energía se caracterizan por la irreversibilidad. Siguiendo la misma pauta, surge una nueva contradicción que nos permite ver que en el sistema económico, la ganancia constituye la medida del éxito de procesos macroeconómicos y -en forma mediada macroeconómicos- mientras, en cambio, la medida ecológica de los procesos cualitativos de transformación de la materia y la energía la ofrece el cambio en la entropía. Por último, la lógica del desarrollo económico -que demanda a su vez regulación social- exige un incremento de las ganancias para alcanzar elevadas tasas de beneficio y de crecimiento en el sistema económico. Por ejemplo, el empleo y la prosperidad creciente dependen de ese resultado efectivo. Al mismo tiempo los procesos naturales de transformación se organizan de tal forma que mantienen un equilibrio dinámico entre una especie del consumo entrópico y la descarga entrópica.

Indudablemente, la disponibilidad de los recursos energéticos fósiles está en el centro del conflicto global ecológico de distribución, porque su alcance demuestra una tendencia negativa y ya no sube como en el pasado. Esto ha reforzado programas de “seguridad energética” dentro de los bloques regionales hegemónicos, pero también ha obligado a los países del centro capitalista redefinir sus aspiraciones geopolíticas ante la periferia. El dominio de la geopolítica en las estrategias de la “seguridad energética” ya es un hecho. El caso de Irak no sólo es tan importante porque se trata del más de 11% de las reservas petroleras globales de alta calidad. Lo es también porque su territorio es un puente estratégico entre las  áreas geopolíticas de Asia Central y Medio Oriente. Además, la ocupación de este país permite ejercer la influencia sobre la política de precios de la OPEP y los volúmenes de producción. En el fondo, existe un esquema operante que parte de las consideraciones geoestratégicas y cuya tarea es asegurar la provisión de los recursos naturales a largo plazo. En el caso del petróleo dicho esquema incluye: el control de las regiones donde se extraen los recursos petroleros, el control de la cantidad ofertada en los mercados energéticos, el control de la logística de transporte y de las rutas del transporte del petróleo de los países productores a los países consumidores vía oleoductos o buques petroleros y la influencia sobre el precio y la determinación de la moneda utilizada para la facturación. Las guerras por los recursos se realizan con el objetivo de garantizar, a largo plazo, el abastecimiento de los países industrializados a precios aceptables (Klare, 2003).

El (des)orden global geopolítico
Como concepto, el orden se refiere a las reglas rutinarias, instituciones, actividades y estrategias con las cuales la economía política internacional opera en diferentes periodos históricos. El término calificativo de “geopolítico” dibuja atención a los elementos geográficos de un orden mundial. Esta no es una característica especial o adicional de un orden abstracto. Es algo intrínseco a él. Los órdenes necesariamente poseen características geográficas. Eso incluye el grado relativo de centralidad de la territorialidad del Estado a las actividades sociales y económicas, la naturaleza de la jerarquía de los estados (dominados por uno o varios estados, el grado de igualdad del Estado), el alcance espacial de las actividades de diversos estados y otros actores, por ejemplo, organizaciones internacionales y de negocios. Desde este punto de vista, el orden no implica un mundo basado en el consenso o la cooperación. El concepto normativo del orden como sinónimo de un mundo ordenado y sin conflicto puede inspirar la critica de arreglos ya existentes. En realidad, cualquier orden global  es una mezcla de cohesión y de conflicto entre los actores. Lo que siempre es requerido para su existencia es un sistema organizado de gobernanza que, a su vez, implica definir a los actores, reglas de operación, principios de interacción y asunciones extensamente compartidas sobre el comercio,  la fuerza y la diplomacia. Éstos incluyen a las organizaciones internacionales formales y regimenes, cubriendo el comportamiento del gobierno en áreas especificas de acción tales como el comercio, el dinero o la seguridad, por ejemplo.  Pero un orden mundial también requiere de un sistema de asunciones ínter subjetivas  y de orientaciones del comportamiento compartidas conduciendo a agentes principales. 

John Agnew y Stuart Corbridge diseñaron un marco referencial para analizar a un orden geopolítico tomando en cuenta los criterios cuya naturaleza es multicausal (Agnew & Corbridge, 1995: 21). Estos criterios son la estructura económica mundial, la regulación político-económica, las formas político-institucionales, los mecanismos que ayudan a establecer y mantener el orden, la escala geográfica de la acumulación económica y, finalmente, el especio de la regulación política. Todos ellos se mueven entre un nivel global y otro estatal conformando así un espacio definido básicamente por dos dimensiones geográficas: la primera es la escala dominante de la acumulación económica y la segunda es el espacio dominante de la regulación política.

Marco referencial para analizar un orden geopolítico

Marco Referencial

Este marco permite, según Agnew y Corbridge, discernir entre, por lo menos, tres ordenes geopolíticos en los últimos dos siglos. El primer orden abarca el periodo entre 1815 y 1875 y descansa sobre los conceptos de la economía territorial y estados nacionales en Europa bajo del domino del Imperio Británico que, en esta perspectiva, aparece como el primer estado internacional. El segundo orden inicia en 1875 y termina con la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Se trata de una explosión de la rivalidad inter-imperial protagonizada por algunos estados europeos, Estados Unidos y Japón que, en su papel de potencias hegemónicas, disputan el control absoluto de la economía mundial. El tercer orden geopolítico conocido simbólicamente como el periodo de Guerra Fría, se refiere a una combinación de dos estados imperiales (Estados Unidos y la Unión Soviética) involucrados en la competencia militar, política e ideológica disputando el espacio de la economía internacional del resto del mundo y con un énfasis especial en los Estados que conformaron el así llamado Tercer Mundo. Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque soviético se abre un nuevo escenario en el cual la bipolaridad del orden anterior es reemplazada por una distribución del poder global que va desde la teoría de una potencia única e indiscutible (Estados Unidos)  a la conformación de un espacio multipolar y, en cierto sentido, hasta entrópico. La condición entrópica del orden global actual se inscribe en un alto grado de incertidumbre con respecto a los actores y sus movimientos de carácter estratégico que permiten la creación y disolución rápida de alianzas motivadas por los intereses cambiantes y sujetos a los procesos coyunturales locales regionales o globales.

El nuevo meridionalismo como factor equilibrante del poder global

Orígenes del Nuevo Regionalismo
El fenómeno del nuevo regionalismo es propio del periodo de la segunda posguerra. Existen numerosas condiciones que posibilitaron su desarrollo. Entre ellas destacan:
1. La globalización y la cambiante función de la soberanía del Estado. La nueva lectura del mapa político mundial fue elaborada por la tesis, particularmente defendida por los economistas, sobre el fin del Estado-nación y la idea del mundo como un solo conglomerado corporativo. Esta interpretación ignora el proceso del nuevo reordenamiento territorial en el cual los grupos tradicionales buscan nuevas formas de identidad en los niveles regional y local, señalando así el carácter dual de un nuevo fenómeno llamado glocalización (Beck, 1998).
2. La desterritorialización del Estado y el consiguiente cambio del papel de las  funciones de las fronteras internacionales. Es posible identificar, por lo menos tres perspectivas en las que ocurre este proceso. La primera es económica. En un sentido más amplio la desterritorialización es vista como sinónimo de la globalización económica o, por lo menos, como uno de sus vectores o características fundamentales, en la medida en que ocurre la formación de un mercado mundial con flujos comerciales, financieros y de información, cada vez más independientes de las bases territoriales definidas, tales como Estados-nación. En otro sentido, más estricto, el énfasis está puesto en uno de los momentos más típicos del proceso de globalización, llamado por algunos, capitalismo posfordista o de acumulación flexible. Dicha flexibilidad es responsable por el enriquecimiento de las bases territoriales o, más ampliamente, espaciales, en la estructuración general de la economía y, en especial, en la lógica localista de las empresas en el ámbito de las relaciones de trabajo (aquí el ejemplo más ilustrativo es la relación precaria entre los trabajadores y la empresa). De aquí surge la propuesta de ver la desterritorialización como sinónimo de “deslocalización”, enfatizando el carácter multinacional de las empresas cada vez más autónomas en relación a las condiciones locales/territoriales de su instalación. Por último, la desterritorialización se podría interpretar como un proceso notoriamente vinculado a un sector específico de la economía globalizada. Se trata aquí del sector financiero, donde la tecnología de información pone cada vez más en evidencia el carácter inmaterial e instantáneo de las transacciones, permitiendo así la circulación del capital puramente especulativo en un tiempo real. La segunda perspectiva es política. Para una mejor comprensión de esta perspectiva, tal vez lo más recomendable sería revisar la propuesta teórica de Gerard Ó Tauthail y su diferenciación entre una geopolítica moderna y otra posmoderna (Ó Tautail, 1996:28). La primera se caracteriza por las visualizaciones cartográficas materializadas en los mapas, la división tradicional del mundo entre el Este y Oeste, los conceptos binarios dentro/fuera y lo doméstico/lo internacional, la idea del poder territorial, los enemigos territoriales, una postura rígida y fija, el Estado y el hombre geopolítico para terminar en la noción de un espacio centrado en el Estado que implica la soberanía y límites territoriales. La segunda tiene por atributos las visualizaciones telemáticas, redes globales y la glocalización, la metáfora del enfrentamiento Jihad/McWorld (Barber), una especie del poder telemático, peligros desterritorializados, una respuesta flexible y rápida, terminado por una condición sin frontera y de apertura. En suma, la política territorial del Estado de los principios del siglo XX queda sustituida por los eventos estructurados por la información y los flujos de alta velocidad del siglo XXI. La distinción entre una “política territorial del Estado” y el “poder extraterritorial de las fuerzas del mercado” significa, en última instancia distinguir entre la política territorial del Estado y la economía no-territorial de las corporaciones transnacionales. En las palabras de Hardt y Negri, esto no es más que todo un Imperio, un espacio ilimitado y universal en el cual la forma básica de organización es la red, sin importar si se trata de una estructura económica o de una distribución del poder político (Hardt y Negri, 2002). La tercera perspectiva es cultural. Como siempre, aquí la referencia inicial es el clásico discurso de Tóennis y su propuesta de sustituir la Gemeinschaft es decir, la comunidad (étnica o de grupo) por la Gesselschaft, o sea, la sociedad (nacional, en su forma más desarrollada). Sobra decir que la sociología moderna retomó los conceptos de Töennis como modelos que operan conforme su propia forma de asociación e idea de autoridad. En este sentido el modelo de la Gesselschaft resulta mucho más desterritorializador si tomamos en cuenta los siguientes cuadros:

Naturaleza de Asociación

Gemeinschaft  (Comunidad)

Gesselschaft  (Sociedad)

 

Vida Real y orgánica

Estructura imaginaria y mecánica

 

Organismo vivo

Agregado mecánico y artefacto

 

De Personal, (más rural) Antigua,
(como denominación y fenómeno) 

De Estado
(más urbana), nueva

Idea de Autoridad

Paternidad, por sangre, de lugar espiritual (parentesco, vecindad, amistad

Relaciones contractuales

 

Construcción afectiva “natural” u “original”, los individuos se mantienen esencialmente unidos a pesar de todos los factores disyuntivos

Construcciones artificial, racional, los individuos se mantienes esencialmente separados a pesar de todos los factores unificadores

En las épocas recientes la desterritorialización se hace presente en los discursos posmodernos que propagan una especie de “desprendimiento” cultural en relación a los lugares específicos causando la existencia de culturas híbridas (Canclini) y una especie de “no-lugares” sin identidad y sin historia. En el fondo de esta propuesta el acento está puesto en los cambios socioculturales que, primero son relativos a la reformulación de los padrones de asentamiento y convivencia urbanos y, segundo, a la redefinición del sentido de pertenencia y de identidad que vulnera las lealtades locales y nacionales ante las comunidades transnacionales o desterritorializadas de consumidores. En última instancia la idea de un territorio estable, unido y fijo es sustituida por inestabilidad, fragmentación y mutación territorial permanente.
3. Por último, está la cuestión del estudio detallado de los textos, narrativas y tradiciones geopolíticos, acompañadas con la importancia de la imaginación geopolítica y la idea de reterritorialización del Estado y la emergencia de las nuevas identidades étnicas, nacionales y territoriales. Por razones del espacio, este punto será desarrollado en otra ocasión.

La idea de un mundo regional y jerarquizado se basa en el desenmascaramiento del “mito de la unidad”. No hay una unidad espacial desde un punto de vista estratégico, sino que hay diferentes escenarios en un mundo esencialmente dividido. Se introduce el concepto geográfico tradicional de región para describir esta división. Comúnmente, se entiende por una región a las configuraciones geográficas relativamente estables que, a su vez, permiten la creación de economías regionales capaces de conseguir durante un tiempo cierto grado de coherencia estructural en la producción. Hay dos tipos de región: 1) regiones geoestratégicas, de ámbito global y, 2) regiones geopolíticas de ámbito regional. Las primeras se definen funcionalmente y son la expresión de las interrelaciones existentes entre una gran parte del mundo. Las segundas son las subdivisiones de las anteriores y tienden a ser relativamente homogéneas cultural, económica o políticamente.

El Nuevo Meridionalismo: más allá de la globalización y la regionalización
Llegamos ahora al orden global y la política internacional actuales. En este escenario aparece un fenómeno que llamaré “nuevo meridionalismo” y cuya existencia rompe con todos los esquemas de los órdenes geopolíticos que han existido hasta hora. El “nuevo meridionalismo” no es un concepto estrictamente geográfico (dado que la distribución geográfica de sus integrantes no se asume como un espacio homogéneo) sino un fenómeno reciente que posee elementos ideológicos, culturales y  civilizatorios diferenciados. Se trata de una alianza heterogénea compuesta por varios países que tienen un propósito común, esto es, buscar un equilibrio en la estructura actual del poder global limitando los poderes tradicionales de los bloques regionales hegemónicos. La primera concretización del nuevo meridionalismo obtuvo su verificación empírica mediante la creación del grupo conocido como G-20  y sus iniciativas y acciones dentro de las actividades de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este grupo fue creado por la iniciativa de Brasil, poco antes de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en Cancún, en septiembre del 2003. Todos los miembros de este grupo aparecen en el espacio de la economía política internacional como países en “vías del desarrollo”, todos rechazan las jerarquías existentes dentro del comercio mundial y mantienen una línea “dura” en las negociaciones con respecto a lo que consideran  como puntos vitales para alcanzar sus metas de desarrollo (subsidios agrícolas, propiedad intelectual, patentes y temas abiertos de la industria farmacéutica, como ejemplos).Es importante destacar que la tendencia de ampliar y consolidar al nuevo meridionalismo rebasa a este grupo aunque resulta obvio que dicho grupo juega un papel detonador del fenómeno en cuestión. El grupo integrado por una veintena de países está liderado por Brasil, India y China y con una cada vez más destacada actuación de Argentina y Sudáfrica.

En esta perspectiva la característica dominante del nuevo meridionalismo es que se trata de un modelo que va más allá de toda regionalización y globalización. Su estructura es interregional y prácticamente ilimitada. Es posible que sean precisamente Brasil, China e India los poderes dominantes, pero suficientemente flexibles para no desarrollar hábitos imperiales con respecto al resto del grupo y aceptar la paulatina ampliación de los nuevos estados cada vez más fuertes. No sorprendería que, en un futuro no tan lejano, sean México y Rusia dos potencias nuevas dentro del nuevo meridionalismo, debido a su particular posición geopolítica y geoestratégica que contempla dos grandes puertas con respecto a su desarrollo e integración a la economía política internacional. Rusia por su relación con la Unión Europea y su “segunda puerta” que la acerca a través de China e India al resto del continente asiático. México por su relación con Estados Unidos y su “segunda puerta” que le ha conseguido un papel privilegiado de puente integrador de la “gran familia de los pueblos latinoamericanos”. De esta manera, México, Brasil, Argentina, Sudáfrica, India, China y Rusia formarían el “núcleo duro” del nuevo meridionalismo dibujando una línea en forma de “media luna” que recorre el hemisferio sur (ver el mapa abajo). Este nuevo meridionalismo ofrecería diferentes modelos de integración en distintos niveles: convencionales, por medio de tratados y acuerdos multilaterales (el propio ejemplo de G-20 y su alianza estratégica dentro del la OMC o bilaterales (ejemplo: acuerdo de cooperación militar entre China e India), pero también  no convencionales, representado por el  flujo libre de patrones culturales, intercambio de conocimiento e información. Una vez lograda su consolidación el nuevo meridionalismo rompe con la geopolítica imperial, va más allá de la globalización y la regionalización, promueve la integración interregional y el desarrollo endógeno, autocentrado y, finalmente, crea una nueva configuración del poder global. En este momento el proyecto goza de varias condiciones a su favor que podrían acelerarlo e intensificarlo, entre ellas destacan: la descentralización del sistema mundial; los cambios económicos; las nuevas actitudes en la cooperación internacional; el fin del tercermundismo; la regulación de las tendencias globales y la promoción de los procesos de democratización. Sin embargo, existen también algunos aspectos y condiciones que podrían obstruir su fortalecimiento y hasta provocar su desaparición, tales como la presión y condicionamiento estratégico de los bloques hegemónicos del poder global (Unión Europea y Estados Unidos, principalmente), la competencia interna, los derechos humanos, la diversidad cultural, y problemas del medioambiente, por solo mencionar algunos. En suma, de realizarse en su plenitud el nuevo meridionalismo supondría el fin de la geopolítica clásica, un nuevo sistema internacional: descentralizado, multilateral, solidario y entrópico.

Algunos datos importantes para visualizar alcances/límites del nuevo meridionalismo


País

Superficie

Población

PIB per cápita

Principales recursos estratégicos

China

9.596.961

1.306.313,812

5.600 USD

Minerales, metales, productos manufacturados

India

3.287.590

1.080.264.388

 3.100  USD

Industria de Software, productos químicos, minerales

Sudáfrica

1.221.040

    44.344.136 

11.100  USD

Oro, diamantes, uranio, metales pesados

Brasil

8.511.965

  186.112.794

  8.100 USD

Agua, recursos forestales, acero, químicos

Argentina

2.780.104

    39.573.943

12.400  USD

Agua, productos agrícolas, maquinaria, químicos

Mexico

1.967.183

  103.202.903

  9.600  USD

Petróleo, gas natural, biodiversidad

Rusia

  17.075.400

 144.664.000

  9.800  USD

Agua, gas natural, petróleo, recursos forestales, oro, metales

PAISES DEL GRUPO G - 20

Argentina, Bolivia, Brasil,  Chile, China, Cuba Egipto, Filipinas Guatemala, India, Indonesia, México, Nigeria, Pakistán, Paraguay Sudáfrica, Tailandia, Tanzania, Venezuela y Zimbabwe.

PIB TOTAL


G- 20

 4. 324  trillones

Unión Europea

10.505 trillones

Estados Unidos

10.949 trillones

Restos del mundo

10.683 trillones

Total/mundo

36.460 trillones

Indicador

G-20

UE

EE.UU

Resto del Mundo

Total del mundo

PIB Agrícola

549 mmd

235 mmd

175

1.884 trillones

2.844 trillones

Población

3.588 mm

380 millones

294 millones

2.039 mm

6.301 mm

Población agrícola

1.811 mm

15 millones

6 millones

763 millones

2.595 mm

Exportaciones agrícolas

101.710mm

62.649 mmd

62.305 mmd

295.515 mmd

522.179 mmd

Fuente. Informe geopolítico 2006

meridionalismo

A manera de conclusión, podemos afirmar que pretender que la globalización diera marcha atrás no sería un proyecto orientado al futuro. Dejar que la globalización, en su calidad de capitalización absoluta del mundo, quedará en sus propios manos, es decir, en las de las grandes potencias económicas de las empresas transnacionales y las de los banqueros que actúan en el nivel global,  como lo demandan el fundamentalismo del mercado y sus adeptos neoliberales, haría posiblemente que las transformaciones globales se convirtieran en catástrofes sociales y ecológicas. Entonces, solo queda la perspectiva de la regulación social de los procesos globales en la política y la economía. El nuevo meridionalismo podría encargarse de esta tarea tan difícil pero no imposible. De esta manera, el nuevo meridionalismo podría convertirse en un factor equilibrante del poder global.


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Dejan Mihailovic Nikolajevic
Maestría en Relaciones Internacionales por la Universidad de Belgrado, Serbia. Es Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, México. Actualmente se desempeña como Profesor-Investigador de tiempo completo en el ITESM-CEM; su área de especialidad es: Filosofía Política; Ciencia Política y Geopolítica, además de temas de Relaciones Internacionales, Ética y Teorías de la globalización.

 

 

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