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Por Marta Rizo
Número
57
De
la Fenomenología a la Sociología
fenomenológica. Apunte introductorio
La
Fenomenología es un movimiento filosófico
del siglo XX que describe las estructuras de
la experiencia tal y como se presentan en la
conciencia, sin recurrir a teorías, deducciones
o suposiciones procedentes de otras disciplinas
tales como las ciencias naturales. El término
“fenomenología” proviene del
griego, fainomai, “mostrarse”
o “aparecer”, y logos, “razón”
o “explicación”. Es un método
filosófico que procede a partir del análisis
intuitivo de los objetos tal y como son dados
a la conciencia cognoscente, a partir de lo cual
busca inferir los rasgos esenciales de la experiencia
y de lo experimentado. La fenomenología
se basa, así entonces, en las vivencias,
y trata de examinar de forma sistemática
los tipos y formas de experiencias internas de
los sujetos, teniendo como fin último
la comprensión de ser humano. Esta corriente
de la filosofía considera que no se pueden
comprender al hombre y al mundo si no es a partir
de la facticidad, es decir, de los hechos.
De alguna manera, la fenomenología es
una filosofía trascendental que pone en
suspenso, para comprenderlas, las afirmaciones
de la actitud natural1,
pero es también una filosofía para
la cual el mundo está siempre “ya
ahí”, antes de la reflexión,
como una presencia inalienable. De ahí
que se defina también por su voluntad
de hacer una descripción directa de la
experiencia de los sujetos en el mundo tal y
como es, sin consideraciones acerca de su génesis
psicológica y de las explicaciones causales
que especialistas como historiadores o sociólogos,
entre otros, puedan dar.
Así entonces,
la Fenomenología sitúa en el sujeto
el principio básico para el conocimiento
del mundo, y rechaza las explicaciones causales
sobre las cuales se ha sustentado el conocimiento
científico. Volver a las cosas mismas
implica, en este sentido, volver al mundo anterior
al conocimiento y del que el conocimiento habla
siempre, y frente al cual toda determinación
científica es abstracta, significativa
y dependiente.
El fundador
de la fenomenología, el filósofo
alemán Edmund Husserl, introdujo este
término en su libro Ideas. Introducción
general a la fenomenología pura,
publicado en 1913. El filósofo alemán
Max Scheler, influenciado por el libro anterior
de Husserl, Investigaciones lógicas (1900),
afirmó que el objetivo básico de
la fenomenología es el estudio de las
esencias de las cosas y de las emociones. Aunque
Husserl nunca renunció a su interés
por las esencias, con el tiempo comenzó
a considerar que únicamente las esencias
de ciertas estructuras conscientes particulares
constituyen el objeto propio de la fenomenología.
En 1910, el autor definió la fenomenología
como el estudio de las estructuras de la conciencia
que capacitan al conocimiento para referirse
a los objetos fuera de sí misma. Este
estudio requiere reflexión sobre los contenidos
de la mente para excluir todo lo demás.
Husserl llamó a este tipo de reflexión
'reducción fenomenológica'. Ya
que la mente puede dirigirse hacia lo no existente
tanto como hacia los objetos reales, Husserl
advirtió que la reflexión fenomenológica
no presupone que algo exista con carácter
material; más bien equivale a "poner
en paréntesis la existencia", es
decir, dejar de lado la cuestión de la
existencia real del objeto contemplado.
La sociología
fenomenológica se desarrolla a partir
de premisas un tanto alejadas de las propuestas
filosóficas de Edmund Husserl, aunque
las retoma. De igual forma, la vertiente sociológica
de la fenomenología se basa en cierta
forma en el método de comprensión
(verstehen) de Max Weber (1978). El
debate general gira en torno a cómo se
puede lograr el conocimiento, y su aparición
debe sustentarse en la comprensión de
la fenomenología como instancia de aproximación
metodológica a lo cotidiano. Desde un
punto de vista epistemológico, la sociología
fenomenológica implica una ruptura con
la formas de pensamiento de la sociología
tradicional, ya que enfatiza la necesidad de
comprender, más que de explicar, la realidad,
sugiriendo que es en el durante, en
el aquí y en el ahora, donde es posible
identificar elementos de significación
que describen y construyen lo real.
La interrogante
básica de Alfred Schütz fue la siguiente:
¿dónde y cómo se forman
los significados de la acción social?
Esta pregunta deja entrever que el precedente
inmediato de la fenomenología con orientación
social lo encontramos en la Escuela de Chicago,
concretamente en su interés por conocer
y explicar los marcos de referencia de los actores
sociales. Se trata de una ciencia de la sociedad
inspirada en la tradición filosófica
de la fenomenología, cuyo problema básico
es la cuestión de la sociabilidad como
forma superior de intersubjetividad. Esta preocupación
básica parte de varias ideas importantes:
el estudio de la vida social no puede excluir
al sujeto; éste está implicado
en la construcción de la realidad objetiva
que estudia la ciencia social; el elemento central
es, entonces, el fenómeno-sujeto.
El énfasis
no se encuentra ni en el sistema social ni en
las relaciones funcionales que se dan en la vida
en sociedad, sino en la interpretación
de los significados del mundo (lebenswelt) y
las acciones e interacciones de los sujetos sociales.
Del mundo conocido y de las experiencias intersubjetivas
compartidas por los sujetos, se obtienen las
señales, las indicaciones para interpretar
la diversidad de símbolos.
La reducción
fenomenológica de la que parte Schütz
no se ocupa de aspectos de la fenomenología
trascendental; su interés está
puesto en el significado que el ser humano que
mira al mundo desde una actitud natural atribuye
a los fenómenos. Para Schütz, la
realidad es un mundo en el que los fenómenos
están dados, sin importar si éstos
son reales, ideales o imaginarios. Este mundo
es el “mundo de la vida cotidiana”,
en el que los sujetos viven en una actitud natural,
cuya materia prima es el sentido común.
Desde esta actitud natural el sujeto asume que
la realidad es comprensible desde los conceptos
del sentido común que maneja, y que esa
comprensión es la correcta.
El sujeto que
vive en el mundo social está determinado
por su biografía y por su experiencia
inmediata. Lo primero alude a que cada sujeto
se sitúa de una forma particular y específica
en el mundo; su experiencia es única e
irrepetible. Es desde esta experiencia personal
desde donde el sujeto capta y aprehende la realidad,
la significa y, desde ese lugar, se significa
a sí mismo. Schütz habla de un “repositorio
de conocimiento disponible”, generado desde
la biografía y posición de cada
individuo en el espacio y el tiempo. Este repositorio
es una especie de almacenamiento pasivo de experiencias,
mismas que pueden ser recuperadas en el aquí
y el ahora para constituir una nueva
experiencia personal inmediata. Gracias a esta
reserva, el sujeto puede comprender nuevos fenómenos
sin necesidad de iniciar un proceso reflexivo
para ordenar cada una de las vivencias que transcurren.
La
intersubjetividad en Alfred Schütz
La
intersubjetividad constituye una característica
del mundo social. El aquí se
define porque se reconoce un allí,
donde está el otro. El sujeto puede percibir
la realidad poniéndose en el lugar del
otro, y esto es lo que permite al sentido común
reconocer a otros como análogos al yo.
Es en la intersubjetividad donde podemos percibir
ciertos fenómenos que escapan al conocimiento
del yo, pues el sujeto no puede percibir su experiencia
inmediata pero sí percibe las de los otros,
en tanto le son dadas como aspectos del mundo
social. Dicho de otra forma, el sujeto sólo
puede percibir sus actos, pero puede percibir
los actos y las acciones de los otros.
El mundo del
sentido común, el “mundo de la vida”,
permite anticipar ciertas conductas para que
el sujeto se desarrollo en su entorno. De ahí
que la intersubjetividad sea posible. La intersubjetividad,
de alguna manera, implica el poder ponernos en
el lugar del otro, a partir de lo que conocemos
de ese otro, de lo que vemos en él. En
este ámbito de relaciones, y siguiendo
a Schütz, se pueden reconocer relaciones
intersubjetivas tanto espaciales como temporales.
En las primeras tenemos el nosotros,
el reconocimiento de relaciones con otros de
los que formamos parte, con otros que se reconocen
mutuamente como parte de algo común; están
también las relaciones ustedes,
donde se observa a otros sin la presencia de
uno mismo; y por último, están
las relaciones entre terceros, las relaciones
ellos. Con respecto a las relaciones
referidas al tiempo, Schütz reconoce a los
contemporáneos, otros con los
que se puede interactuar, compartir acciones
y reacciones; los predecesores, aquellos
otros con los que ya no se puede interactuar,
pero de los cuales sí tenemos algún
tipo de información sobre sus actos; y
por último, los sucesores, aquellos otros
con los que no es posible interactuar pero hacia
los cuales los sujetos pueden orientar sus acciones
(Schütz, 1979).
El sujeto realiza
acciones que están cargadas de significados.
Todas sus acciones tienen un sentido; aunque
el actor no haya tenido intención de significar
algo, su acción puede ser interpretada
por otro. Las vivencias son interpretadas subjetivamente,
pues el sujeto recurre a su repositorio de conocimiento
disponible, para asociar aquello que se conoce
a lo que se desconoce. El mundo del sentido común
se encuentra tipificado en categorías
de significado que permiten reconocer los nuevos
fenómenos e incorporarlos a la conciencia
del sujeto; una experiencia reconocida como novedosa
es aquella para la que no se tienen tipificaciones
de significado o son erróneas, lo que
implica reorganizar estas tipificaciones. De
todas maneras, no existe una única interpretación
de las vivencias, sino que varían según
la perspectiva desde la que sean interpretadas,
esto es, según el aquí
y ahora que experimenta el sujeto.
El enfoque de
Schütz parte de la necesidad de analizar
las relaciones intersubjetivas a partir de las
redes de interacción social. En La
fenomenología del mundo social, Schütz
(1972) toma como punto de partida para su análisis
de la estructura significativa del mundo tanto
a la fenomenología de Husserl como a la
sociología comprensiva de Weber. Pese
a poder determinar tan claramente los antecedentes
presentes en su obra, son al menos dos los elementos
que constituyen las principales aportaciones
de Alfred Schütz al pensamiento sobre lo
social: el primero, la incorporación del
mundo cotidiano a la investigación sociológica,
a partir de la reivindicación como objeto
de estudio de la sociología el ámbito
de la sociabilidad, es decir, el conjunto de
las relaciones interpersonales y de las actitudes
de la gente que son pragmáticamente reproducidas
o modificadas en la vida cotidiana; y el segundo,
la definición propia de las características
del mundo de la vida, que se define a partir
de los siguientes elementos: sus significados
son construcciones sociales; es intersubjetivo;
está conformado por personas que viven
en él con una actitud “natural”;
y es un ámbito familiar en el que los
sujetos se mueven con un “acervo de conocimiento
a mano”.
Alfred Schütz
coincide con Max Weber en reconocer la importancia
de la comprensión del sentido de la acción
humana para la explicación de los procesos
sociales. Para ambos, la sociedad es un conjunto
de personas que actúan en el mundo y cuyas
acciones tienen sentido; y es relevante tratar
de comprender este sentido para poder explicar
los resultados del accionar de los sujetos. Sin
embargo, mientras que para Weber la comprensión
es el método específico que la
sociología utiliza para rastrear los motivos
de los actores y así poder asignar sentido
a sus acciones, Schütz le otorga a la comprensión
un papel mucho más importante: considera
que el mundo en el cual vivimos es un mundo de
significados, un mundo cuyo sentido y significación
es construido por nosotros mismos y los seres
humanos que nos precedieron. Por tanto, para
Schütz, la comprensión de dichos
significados es nuestra manera de vivir en el
mundo; la comprensión es ontológica,
no sólo metodológica.
En ambos casos,
la propuesta de la sociología fenomenológica
implica una apuesta por el estudio y explicación
del verstehen, es decir, de la experiencia
de sentido común del mundo intersubjetivo
de la vida cotidiana. La propuesta de Schütz,
en este sentido, destaca por su comprensión
de las diferencias entre el “mundo de la
vida” de Husserl y la vida cotidiana. Para
Schütz (1977: 25), el mundo de la vida cotidiana
es el
Ambito de la
realidad en el cual el hombre participa continuamente
en formas que son, al mismo tiempo, inevitables
y pautadas. El mundo de la vida cotidiana es
la región de la realidad en que el hombre
puede intervenir y que puede modificar mientras
opera en ella mediante su organismo animado…
sólo dentro de este ámbito podemos
ser comprendidos por nuestros semejantes, y
sólo en él podemos actuar junto
con ellos.
La actitud natural
está determinada cotidianamente por motivos
pragmáticos, de ahí que el conocimiento
de la vida cotidiana se considere un conocimiento
no sistemático, poco ordenado. En este
punto entra la intersubjetividad, que por un
lado delinea el campo de la cotidianidad, y por
el otro, es el fundamento que posibilita la existencia
del mundo de vida.
Como se puede
observar, Schütz abandona la perspectiva
trascendental de Husserl y se centra en la esfera
mundana o cotidiana de la vida. Para el autor,
el problema de la vida cotidiana se expresa en
las relaciones de los actores sociales entre
sí y en cómo comprenden y constituyen
la realidad social. La interacción o encuentro
intersubjetivo es, pues, la materia prima de
la constitución de lo social.
Todo lo anterior
se puede sintetizar afirmando que el mundo de
la vida es el horizonte último de sentido,
nunca agotable ni trascendible, mientras
que la vida cotidiana es sólo una provincia
del mundo de la vida, mundanamente intersubjetiva.
La relación fenomenológica entre
ambos mundos se da, según Schütz,
a partir de las relaciones sociales cotidianas,
de la conciencia social cotidiana, del entramado
social de sentido cotidiano y, por último,
de la comunicación cotidiana. Por tanto,
la teoría social fenomenológica
de Schütz es una “ciencia de los fenómenos
de la intersubjetividad mundana, por lo que un
análisis de las estructuras del mundo
de la vida puede interpretarse como una sociología
general de la vida cotidiana” (Grathoff,
1989: 107, en Estrada, 2000: 112).
Conceptos relacionados
con la intersubjetividad
Aunque la intersubjetividad es el concepto matriz
del pensamiento de Schütz, el propio autor
empleó otros términos que ayudan
también a entender la naturaleza del mundo
social. Algunos de estos conceptos son el alterego,
la acción y el conocimiento de sentido
común.
El alterego
le es dado al sujeto como una demostración
práctica de un ser idéntico con
quien comparte un mundo intersubjetivo conocido
como “mundo del Yo” en el cual conviven
tanto sus antecesores, contemporáneos
y predecesores. Esto significa que el “otro”
es como “yo”, capaz de actuar y de
pensar; que su capacidad de pensamiento es igual
a la mía en su totalidad; que análogamente
a mi vida, la de él muestra la misma forma
estructural-temporal con todas las experiencias
que ello conlleva. Significa, conjuntamente,
que el “otro”, como “yo”,
puede proyectarse sobre sus actos y pensamientos,
dirigidos hacia sus objetos, o bien volverse
hacia su si-mismo de modo pretérito, pero
puede contemplar mi flujo de conciencia en un
presente vívido; que por lo tanto, tiene
la legítima experiencia de envejecer conmigo
y viceversa.
Con respecto
a la acción, para Schütz el escenario
básico de la acción social es el
mundo de la vida. Es en él donde las personas
emprenden acciones basadas en proyectos y caracterizadas
por intenciones determinadas. La “acción”
es entendida como la conducta intencionada proyectada
por el agente; en cambio el “acto”
es definido como la acción cumplida. Por
tanto, el mundo de la vida cotidiana es el escenario
y también el objeto de nuestras acciones
e interacciones. Este mundo no es el mundo privado
del individuo aislado, sino un mundo intersubjetivo,
común a todos nosotros, en el cual tenemos
intereses eminentemente prácticos.
Para Schütz
el sentido no es una cualidad inherente a ciertas
experiencias que surgen dentro de nuestro flujo
de conciencia, sino el resultado de una interpretación
de una experiencia pasada contemplada desde el
presente con una actitud reflexiva. Por tanto,
las experiencias no tienen validez en su momento
actual sino que hasta que son reconocidas desde
un más allá y pueden ser cuestionadas
en lo que respecta a su constitución,
son subjetivamente provistas de sentido. El autor
bautiza a las experiencias subjetivamente provistas
de sentido como “comportamientos”,
referidos a todo tipo de experiencias espontáneas
subjetivamente provistas de sentido, sean las
de la vida interior o las que se insertan en
el mundo externo.
Todas las acciones
sociales conllevan comunicación, y toda
comunicación se basa necesariamente en
actos ejecutivos para comunicarse con otros;
por lo tanto, los sujetos deben llevar a cabo
actos manifiestos en el mundo externo que se
supongan interpretados por los otros como signos
de lo que quieren transmitir.
Por último,
con respecto al conocimiento de sentido común,
este concepto está también estrechamente
ligado con la intersubjetividad. El mundo de
la vida es intersubjetivo porque en él
viven sujetos entre sujetos, vinculados entre
ellos, con valores comunes y procesos de interpretación
conjunta. También es un mundo cultural,
en el sentido que se constituye como un universo
de significación para los sujetos, es
decir, en una textura de sentido que los sujetos
deben interpretar para orientarse y conducirse
en él. Esta textura de sentido se origina
en acciones humanas, y ha sido instituida por
ellas.
Por tanto, el
mundo de la vida no es un mundo privado, sino
intersubjetivo, y por ende, el conocimiento de
él no es privado, sino intersubjetivo
y socializado desde el principio. De ahí
que se considere que el conocimiento del sentido
común sea intersubjetivo, y no particular.
Solo una parte del conocimiento, se origina dentro
de la experiencia personal. En su mayor parte
es de origen social, ha sido transmitido por
otros sujetos, que enseñan a sus semejantes
a definir el ambiente, a significar el entorno.
El medio tipificador –o significador- por
excelencia que permite transmitir el conocimiento
de origen social es el lenguaje cotidiano.
Sociología
fenomenológica y Comunicología
Para
la sociología fenomenológica, el
individuo es un actor social que reproduce su
contexto social a partir de sus interacciones
cotidianas. La reflexión se centra en
las relaciones intersubjetivas, bajo el ángulo
de la interacción, y se otorga un rol
relevante a los elementos de negociación
y de comunicación en la construcción
social de los contextos de sentido.
Abordar la interacción
y la comunicación desde la sociología
fenomenológica implica hablar de la relación
entre el yo y el otro. Esta relación dialéctica
no se inscribe en la reflexión de corte
antropológico de construcción de
las identidades y las alteridades, sino que más
bien se toma como punto de partida para la construcción
social de la realidad. Como afirma Schütz,
“al vivir en el mundo, vivimos con otros
y para otros, y orientamos nuestras vidas hacia
ellos. Al vivenciarlos como otros, como contemporáneos
y congéneres, como predecesores y sucesores,
al unirnos con ellos en la actividad y el trabajo
común, influyendo sobre ellos y recibiendo
a nuestra vez su influencia, al hacer todas estas
cosas, comprendemos la conducta de los otros
y suponemos que ellos comprenden la nuestra”
(Schütz, 1979: 39). Para la sociología
fenomenológica, estar en el mundo significa
comunicarse con otros, interactuar con otros.
Todo sujeto se comunica para constituirse como
tal, y todo acto de comunicación implica
una puesta en acción de actos manifiestos
en el mundo externo que los otros deben interpretar
y comprender.
La interacción
en el mundo se da, por tanto, en el plano de
la intersubjetividad, lo cual implica, para la
fenomenología, la cualidad de las personas
de ver y oír fenomenológicamente.
Estas acciones constituyen las dos formas de
relación por excelencia con el mundo.
Y el habla, como principal canal de comunicación,
es consecuencia de ellas. Es a partir del ver
y el oír que se forma el sentido, desarrollado
a través de los diálogos y las
interacciones. Ello se explica por el hecho que
la interpretación de lo social, en términos
colectivos, tiene como telón de fondo
a las influencias que las acciones de las personas
tienen en los demás.
Por todo ello,
se puede decir que la comunicación instituye
la realidad social, le da forma, le otorga sentidos
compartidos a nivel de los objetos (dimensión
referencial); a nivel de las relaciones entre
los hablantes (dimensión interreferencial);
y a nivel de la construcción del propio
sujeto en tanto individuo social (dimensión
autorreferencial) (Vizer, 1982) . Estos tres
niveles se ponen de manifiesto en cualquier situación
comunicativa: se habla de algo, se establecen
relaciones entre quienes están hablando,
y la personalidad de éstos tiene fuertes
implicaciones en la relación de interacción
dada.
Además
de la intersubjetivdad, como concepto central
de la reflexión fenomenológica
en torno a la interacción, es también
importante la percepción, comprendida
como “un proceso de interacción
entre el individuo y la sociedad a la que pertenece”
(Hernández, 2000: 92). Interactuar y percibir
son dos actividades que van estrechamente ligadas.
Sin ellas, el sujeto social no existe. Así
lo consideran Berger y Luckmann en la siguiente
afirmación: “no puedo existir en
la vida cotidiana sin interactuar y comunicarme
continuamente con otros. Sé que otros
también aceptan las objetivaciones por
las cuales este mundo ser ordena, que también
ellos organizan este mundo en torno de aquí
y ahora, de su estar en él, y se proponen
actuar en él. También sé
que los otros tienen de ese mundo común
una perspectiva que no es idéntica a la
mía. Mi aquí es su allí
(…) A pesar de eso, sé que vivo
en un mundo que nos es común. Y, lo que
es de suma importancia, sé que hay una
correspondencia entre mis significados y sus
significados en este mundo” (Berger y Luckmann,
1993: 40-41). La creación del consenso
en torno a los significados de la realidad social
es, pues, resultado de las interacciones de las
que participan los sujetos en la vida cotidiana.
Así pues,
el mundo de la cotidianidad es sólo posible
si existe un universo simbólico de sentidos
compartidos, construidos socialmente, y que permiten
la interacción entre subjetividades diferentes.
Ramón Xirau sintetiza esta idea: “Cuando
percibo a ‘otro’ lo percibo como
un ser encarnado, como un ser que vive en su
cuerpo, es decir, como un ser semejante al mío,
que actúa de manera semejante a como actúo
y que piensa de manera semejante a la manera
en que pienso” (Xirau, 2002: 436-437).
El mismo autor afirma que “el mundo de
los hombres está así hecho de seres
en comunicación que se perciben unos a
otros como semejantes porque comparan al otro
con ellos mismos” (Xirau, 2002: 437).
Como se puede
observar, para la sociología fenomenológica
toda forma de interacción social se funda
en las construcciones referentes a la comprensión
del otro. Hasta la interacción más
simple de la vida diaria presupone una serie
de construcciones de sentido común, en
este caso construcciones de la conducta prevista
del Otro. Por lo tanto, los significados no se
hallan en los objetos, sino en las relaciones
–interacciones- de los actores entre ellos
y con los objetos.
En conclusión,
para la sociología fenomenológica
la subjetividad está inevitablemente presente
en cualquier acto de comunicación, pues
éste parte de las perspectivas divergentes
de los participantes en el acto. Sin interacción
no existen los sujetos sociales, dado que la
construcción de sentidos compartidos sobre
la realidad social requiere, inevitablemente,
de la interacción.
La comprensión
fenomenológica de la comunicación
desde el Interaccionismo Simbólico
La importancia de la comunicación en el
desarrollo de la sociedad, la personalidad y
la cultura es el punto de partida básico
del Interaccionismo Simbólico. Según
este enfoque, el individuo es a la vez sujeto
y objeto de la comunicación, en tanto
que la personalidad se forma en el proceso de
socialización por la acción recíproca
de elementos objetivos y subjetivos en la comunicación.
Esta consideración convierte al Interaccionismo
Simbólico en una corriente de pensamiento
cercana a la sociología fenomenológica,
por la consideración de la interacción
como base para la construcción de consensos
en torno a las definiciones de la realidad social.
La importancia
otorgada a la interacción por parte del
Interaccionismo Simbólico puede sintetizarse
en tres puntos: 1) el valor dado a la alienación
del sentido de la comunicación cotidiana
y al importante papel que juega en la sociedad
la empatía, la capacidad de ponerse en
el lugar del otro; 2) la consideración
de que la realidad social se explica a través
de las interacciones de los individuos y los
grupos sociales; y 3) la primacía o uso
extendido de estudios de caso, por el predominio
absoluto de procedimientos inductivos y por el
abordaje de la realidad en términos micro-sociales
y sincrónicos.
Esta corriente
destaca la naturaleza simbólica de la
vida social. La finalidad principal de las investigaciones
que se realizaron desde el Interaccionismo Simbólico
fue el estudio de la interpretación por
parte de los actores de los símbolos nacidos
de sus actividades interactivas. En Symbolic
Interaccionism, Herbert Blumer (1968) establece
las tres premisas básicas de este enfoque:
1) Los humanos
actúan respecto de las cosas sobre la
base de las significaciones que estas cosas tienen
para ellos, o lo que es lo mismo, la gente actúa
sobre la base del significado que atribuye a
los objetos y situaciones que le rodean;
2) La significación de estas cosas deriva,
o surge, de la interacción social que
un individuo tiene con los demás actores;
3) Estas significaciones se utilizan como un
proceso de interpretación efectuado por
la persona en su relación con las cosas
que encuentra, y se modifican a través
de dicho proceso.
De estas premisas
se extrae que el análisis de la interacción
entre el actor y el mundo parte de una concepción
de ambos elementos como procesos dinámicos
y no como estructuras estáticas. Así
entonces, se asigna una gran importancia a la
capacidad del actor para interpretar el mundo.
Uno de los conceptos
de mayor importancia dentro de la corriente del
Interaccionismo Simbólico fue el de self,
propuesto por George Herbert Mead (1934). En
términos generales, el self ('sí
mismo') se refiere a la capacidad de considerarse
a uno mismo como objeto; el self tiene
la peculiar capacidad de ser tanto sujeto como
objeto, y presupone un proceso social: la comunicación
entre los seres humanos. El mecanismo general
para el desarrollo del self es la reflexión,
o la capacidad de ponernos inconscientemente
en el lugar de otros y de actuar como hablarían
ellos. Es mediante la reflexión que el
proceso social es interiorizado en la experiencia
de los individuos implicados en él. Por
tales medios, que permiten al individuo adoptar
la actitud del otro hacia él, el individuo
está conscientemente capacitado para adaptarse
a ese proceso y para modificar la resultante
de dicho proceso en cualquier acto social dado.
Por otra parte,
en los años 60 y 70 destaca la obra de
Erving Goffman (1922-1982), conocida por su extraordinaria
minucia descriptiva, vertebrada por la idea de
que la interacción social agota su significado
social más importante en la producción
de apariencias e impresiones de verosimilitud
de la acción en curso. En Goffman (1972),
la sociedad se muestra como una escenificación
teatral en que la vieja acepción griega
de “persona” recobra plenamente su
significado. El modelo planteado por Erving Goffman
recibió el nombre de enfoque dramático
o análisis dramatúrgico de la vida
cotidiana. Uno de los elementos más decisivos
de la obra de Erving Goffman fue la conceptualización
del “ritual”. Desde su perspectiva,
más que un suceso extraordinario, el ritual
es parte constitutiva de la vida diaria del ser
humano, por lo que se puede decir que la urdimbre
de la vida cotidiana está conformada por
rituales que ordenan nuestros actos y gestos
corporales. En este sentido, los rituales aparecen
como cultura encarnada, interiorizada, cuya expresión
es el dominio del gesto, de la manifestación
de las emociones y la capacidad para presentar
actuaciones convincentes ante otros. Las personas
muestran sus posiciones en la escala del prestigio
y el poder a través de una máscara
expresiva, una ‘cara social' (Goffman,
1972) que le ha sido prestada y atribuida por
la sociedad, y que le será retirada si
no se conduce del modo que resulte digno de ella;
las personas interesadas en mantener la cara
deben de cuidar que se conserve un cierto orden
expresivo.
Del concepto
de ritual propuesto por Goffman se derivaron
dos ideas importantes. La primera, la de relacionar
a los rituales con el proceso de comunicación,
pues los rituales se ubican en la categoría
de actos humanos expresivos, en oposición
a los instrumentales. Además de ser un
código de conducta, el ritual es un complejo
de símbolos, pues transmite información
significativa para otros. La segunda idea consiste
en relacionar a los rituales con los movimientos
del cuerpo, en el sentido de que la ritualización
actúa sobre el cuerpo produciendo la obligatoriedad
y asimilación de posturas corporales específicas
en cada cultura.
El modelo dramatúrgico;
los conceptos de ritual, situación, encuentro,
marco (frame), máscara social, sí
mismo y yo espejo, entre otros, son algunas de
las herencias básicas que esta corriente
de pensamiento ha dejado para los posteriores
análisis y acercamientos a la interacción
social, y por ende a la comunicación,
como base de la construcción de la sociedad.
Para
cerrar
El
propósito de este texto ha sido explorar
algunas de las ideas básicas de la sociofenomenología
de Alfred Schütz para ver qué tanta
relación tienen con la comunicación
y, concretamente, con la interacción social.
Como se ha podido observar, el concepto central
de la propuesta de Schütz es la intersubjetividad,
comprendida como fundamento de la vida social,
como relación entre sujetos que provee
de sentidos y significados a las acciones que
cada uno de ellos realizan en el mundo de la
vida cotidiana. La intersubjetividad, por tanto,
es el escenario en el que se desarrolla toda
relación de interacción. O lo que
es lo mismo, la intersubjetividad es siempre
interacción, implica siempre relación
de dos sujetos distintos. Para la sociología
fenomenológica, la intersubjetividad es
el proceso que posibilita la construcción
de los consensos en torno a los significados
de la realidad social.
El descubrimiento
del otro es la materia prima de la interacción.
Por lo tanto, la interacción es siempre
comunicación con otro distinto a uno mismo,
y es mediante este proceso que los sujetos sociales
adquieren capacidad reflexiva para verse a sí
mismos y para instituir o dar forma y sentido
a la realidad social que los rodea. La aparición
de los otros es para el hombre un fenómeno
complejo. De la interacción entre los
hombres se produce la comunicación en
el sentido más pleno, de modo que la comunicación
humana es la expresión más plena
y rica de la comunicación, sobre todo
en su sentido original de comunión, comunidad
y puesta en común. “De entre las
cosas con que el hombre se enfrenta en el mundo,
hay una singular que lo asombra y hasta lo confunde:
los otros hombres, a quienes reconoce características
similares a las suyas e idéntica capacidad
de experimentarse a sí mismo y al mundo”
(Cárdenas, 2003).
Como se ha podido
ver, la reflexión sobre la comunicación,
sobre todo la que atiende a procesos interpersonales,
puede enriquecerse tomando en cuenta algunos
de los conceptos de la sociología fenomenológica
presentados en este texto, tales como la intersubjetividad,
el alterego y la acción, por citar algunos.
Las reflexiones presentadas son sólo una
síntesis de lo que puede aportar la sociología
fenomenológica al pensamiento sobre la
comunicación.
Notas:
1
La “actitud natural” consiste en
tomar las cosas de manera arcaica, irreflexiva
y práctica, tal como aparecen.
Citado en Estrada (2000: 112).
Citado en Vizer (2003: 191).
2
3
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Dra.
Marta Rizo García
Academia de Comunicación y Cultura,Universidad
Autónoma de la Ciudad de México,
México. |