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Por Eduardo Villanueva
Número
51
La debilidad
de un término
Común gracias a su utilización
por los hacedores de políticas públicas,
la brecha digital aparece como una de
las cuestiones más críticas para
el desarrollo de la así llamada sociedad
de la información. Se propone a la
brecha digital como una carencia crítica
ante las necesidades de desarrollo económico
y social, y por lo tanto como una de las principales
razones para que los países en vías
de desarrollo inviertan en tecnologías
de información y comunicación y
en la Internet; esto, debido a que se trata de
una de las principales rutas para promover oportunidades
digitales, y para participar / promover / desarrollar
la ya mencionada sociedad de la información.
Sin embargo,
es necesario indicar que la brecha digital
es un término, no de un concepto.
No ha sido formalizada, ni claramente definida,
y suele ser usada de manera muy vaga, lo que
permite una rica variedad de definiciones a la
carrera, planteada según los intereses
o sesgos de los que discuten el término.
Si se busca algo parecido a una definición
estándar, esta sería la propuesta
en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información,
a través de la Declaración de Principios:
Somos
plenamente conscientes de que las ventajas
de la revolución de la tecnología
de la información están en la
actualidad desigualmente distribuidas entre
los países desarrollados y en desarrollo,
así como dentro de las sociedades. Estamos
plenamente comprometidos a convertir la brecha
digital en una oportunidad digital para todos,
especialmente aquellos que corren peligro de
quedar rezagados y aún más marginados
(WSIS, 2004) [énfasis en el original].
Aunque tomemos
en cuenta que el Plan de Acción de la
Cumbre establece la necesidad de indicadores
y puntos de referencia más precisos, el
reconocimiento que cualquier cambio significativo
en el equilibro entre usuarios y no usuarios
vendrá de crecimiento económico,
implica que la brecha tiene su raíz en
cuestiones más bien estructurales; al
mismo tiempo, la aproximación general
a la brecha digital es una de
vaguedad, dándose por hecho su existencia,
sin tomar en cuenta las consideraciones mencionadas.
Observaciones
similar pueden hacerse sobre los intentos de
conceptualizar la brecha digital en términos
más analíticos. Autores como Norris
(Norris, 2001) se basan en clara presunciones
de la significativa importancia que las TIC y
la Internet tienen para las naciones en desarrollo,
gracias a la promesa de mayor productividad y
su potencial participatorio. Dividiendo la cuestión
en tres niveles, entre naciones (brecha global),
entre los info-ricos y los info-pobres (brecha
social) y entre los usan el potencial de la Internet
para aumentar su participación en el proceso
político y aquellos que no (brecha democrática),
Norris trata de definir la brecha digital como
un conjunto de deficiencias de acceso que afectan
el desarrollo potencial que podría surgir
del uso de tecnología. Desde esta perspectiva,
la brecha debe atacarse para emparejar el terreno,
permitiéndole a todos los usuarios potenciales
aprovechar el potencial de la tecnología
y de los recursos disponibles a través
de ella, como por ejemplo la gran riqueza de
información de la Internet.
Otros modelos
(Di Maggioy Eszter, 2001; Tanner, 2003 y Gandy,
2002), proponen una aproximación más
sofisticada a la brecha digital, tratando de
pasar por encima de las obvias limitaciones de
la idea. Por ejemplo, Chen y Wellman (Cheny Wellman,
2003), platean un modelo que cruza las variadas
brechas en cuatro perspectivas: acceso a la tecnología,
alfabetización tecnológica, acceso
social y uso social. En este modelo, algunas
de las preguntas más relevantes tienen
que ver con el tipo de uso que la gente que usa
la Internet y las TIC realmente hace. Al mismo
tiempo, semejante modelo multifacético
crea un problema, puesto que la naturaleza de
la brecha digital termina siendo tan oscura y
vaga como la del término usado por los
hacedores de políticas públicas.
Como lo dicen los autores,
While we caution
once again that the lack of standardized measurements
and definitions weakens the precision and comparability
of all statistics, our international comparative
study clearly suggests that the uneven diffusion
and use of the Internet are shaped by –and
are shaping– social inequalities (Cheny
Wellman, 2003).
Debe notarse
que la existencia de la brecha se entiende como
resultado de una serie de deficiencias existentes
previamente a la llegada de la Internet y la
difusión masiva de las TIC; por otro lado,
salvar la brecha se presenta como una ruta hacia
no solo abundancia de información, sino
también como una serie de oportunidades
que podrían servir para corregir o desaparecer
varias de las brechas preexistentes en una sociedad
dada, resultando así en una solución
estructural a muchos de los problemas del mundo
en desarrollo. En algunos casos, y quizá
sacadas fuera de contexto, algunas observaciones
de funcionarios de organismos multilaterales,
suenan a una aproximación de “varita
mágica” al desarrollo.
Aspectos
económicos
Muchos de los ejemplos que sirven para demostrar
la existencia de la brecha digital están
basados en deficiencias de acceso o de disponibilidad
de servicios y productos de gran escala, asociados
con información digital, mientras que
muchas de las soluciones propuestas son más
bien ejemplos de éxitos individuales,
proponiendo siquiera implícitamente de
las acciones individuales de muchos emprendedores
digitales resultarán en una transformación
radical, en lo social y lo económico,
de las sociedades afectadas por la brecha digital.
Estas historias son sin duda buenos ejemplos
de los cambios positivos que la introducción
de tecnología podría producir en
una sociedad en desarrollo, como una combinación
de ingenio tecnológico y “emprendedurismo”
resulta en el descubrimiento de espacio específicos
de innovación, tanto dentro de un país
como en la economía global. El tema que
aparece aquí es el desequilibrio entre
el problema de gran escala propuesto y las soluciones
de pequeño alcance encontradas, y específicamente
la viabilidad de extrapolar éxitos individuales
en logros sociales.
Aun si segmentos
completos de la economía de un país
en desarrollo fuese a estar completamente conectados,
haciendo pleno uso de los todas las posibilidades
de la Internet y las TIC, la pregunta sigue en
pie: ¿cuándo escalables son estos
éxitos? Su existencia puede servir para
probar que un país tiene una significativa
presencia de capacidades humanas y técnicas
para enfrentar las demandas propias de una presencia
de la economía global, pero sin despreciar
este hecho, dichas capacidades no son necesariamente
transferibles al resto de la población
de un país, por una serie de razones incluyendo
los desequilibrios educativos y culturales, falta
de acceso al crédito y los servicios financieros,
etcétera. Hablar de una “brecha
digital” en este caso sería caer
en el reduccionismo, convirtiendo un situación
compleja en una mera cuestión de “acceso”.
Puesto que la
ausencia de los recursos para lograr que toda
la población tenga educación y
calidad de vida apreciables, es una de las causas
que provocan los desequilibrios de acceso a la
tecnología, la relevancia del término
“brecha digital” debería yacer
en otra parte. Por ejemplo, en la falta de acceso
a la Internet por parte de amplio sectores de
la población de un país que son,
al menos en teoría, capaces de utilizar
los recursos disponibles de manera creativa,
como por ejemplo los estudiantes de educación
superior, o trabajadores con grados universitarios;
también se podría considerar a
los empresarios y trabajadores “informales”,
parte de la economía informal o paralela,
que funcionan fuera de los marcos legales y financieros,
alimentan un porcentaje importante del PBI de
las economías en desarrollo.
Ene este caso,
la falta de acceso puede ser una de muchas razones
que explican la al parecer insuperable barrera
que los participantes de la economía informal
enfrentan, cuando tratan de incrementar su participación
en el proceso de creación de riqueza,
como ha sido explicado por varios autores. Determinar
cuán relevante es este factor en particular,
resulta una pregunta muy compleja, que no corresponde
plantear aquí. Peor al menos aproximarse
al tema desde este ángulo en particular
puede servir para considerar el debate de la
brecha digital como un asunto relevante para
los países en desarrollo.
Pero el punto
crítico de muchos argumentos yace en el
mismo lugar: la brecha digital es una cuestión
de acceso a tecnología, y su potencial
para transformar reside en los usos que el público,
los agentes económicos y los educadores
puedan acometer, pero también en la posibilidad
que el público en general use y consuma
los productos y servicios puestos a su disposición
a través de las tecnologías. Aquellos
que no tenga acceso a la tecnología está
excluidos de sus beneficios potenciales, y por
ello la brecha digital es, finalmente, crítica
para el futuro de una nación, puesto que
puede volver inamovibles las actuales desigualdades
de ingreso y riqueza.
Ahora bien,
lo mismo puede decirse de una larga lista de
productos y servicios, desde agua potable y saneamiento
hasta educación superior de alta calidad.
Vistas como claras manifestaciones de las distancias
entre una nación desarrollada y otra en
desarrollo, el acceso a los servicios público
o privados, de cualquier tipo, puede ser interpretado
como una “brecha” entre naciones,
o entre segmentos de la población en un
nación. Visto desde esta perspectiva,
la mera idea de una brecha es inútil,
puesto que es tan solo un nombre elegante para
una colección de deficiencias que se manifiestan
de distintas maneras.
Dos
variantes
Aceptando incluso la existencia de deficiencias
de acceso, se puede dividir su naturaleza mediante
un marco analítico que propone dos matrices
de origen diferentes para estas carencias. En
países desarrollados como en los subdesarrollados,
la predominancia de varones entre 20 y 35 años
de edad como usuarios de la Internet aparece
como un factor a considerarse1.
Digamos que esto es un aspecto claramente generacional,
pero también incluye un componente de
oportunidades que se puede y se debe enfrentar;
de la misma manera, la diferencia significativa
entre usuarios varones y mujeres, o la ausencia
de representantes de minorías étnicas
o culturales.
Constatada y
aceptada la existencia de desigualdades entre
sectores que tradicionalmente cuentan con acceso
a una serie de oportunidades, frente a aquellos
que a su vez no cuentan con ellas, se podría
considerar también que esta parte de la
problemática de la brecha digital es la
única que merece una caracterización
como brecha, puesto que políticas de promoción
a todo nivel pueden cambiar la situación.
En otras palabras, dado que una brecha implica
una distancia salvable entre dos puntos, las
limitaciones de acceso de sectores sociales por
razones no estructuralmente económicas
pueden corregirse mediante mecanismos compensatorios
o de promoción, especialmente si estamos
hablando de sociedades que cuentan con los recursos
para hacerlo.
El problema
de “género”, por ejemplo,
es significativamente distinto en sociedades
en las que las leyes y los programas del estado
pueden promover que las mujeres accedan a una
amplia gama de oportunidades, mientras que en
países subdesarrollados, que las mujeres
no tengan oportunidades es un reflejo de las
carencias estructurales que colocan a un porcentaje
de la población en situación de
pobreza endémica. Se trata entonces de
dos problemas distintos, inconmensurables.
La brecha digital,
compensable mediante mecanismos de promoción,
puede calificarse como una versión “suave”
de la idea, al indicar una carencia de oportunidades
específica en una sociedad que en general,
las ofrece2.
No se trata de carencias estructurales que requieren
soluciones igualmente estructurales. A esta versión
suave corresponden las barreras de acceso a las
personas con limitaciones físicas, los
inmigrantes y las minorías en los países
desarrollados en general, y la barrera de género.
La promoción de la igualdad de oportunidades,
a todo nivel, debería bastar para que
el proceso de cierre de la brecha sea efectivo.
Ciertamente, no es un ejercicio banal ni sencillo,
requiriendo inversiones significativas; y las
consecuencias de la inacción pueden ser
importantes si se tiene como objetivo la igualdad
de oportunidades, dado que si no se actúa
en este plano, otras políticas de promoción
pueden ser insuficientes o incompletas. En la
versión suave de la brecha digital, la
urgencia proviene de lograr una visión
comprehensiva de la promoción de oportunidades.
La versión
“dura” de la brecha digital consistiría
en el conjunto de desigualdades estructurales
entre países o entre sectores de la sociedad,
antes que desequilibrios de acceso que pueden
explicarse generacional o culturalmente, o por
oportunidades de acceso. La brecha digital se
entendería como la separación entre
sectores “info-ricos” e “info-pobres”.
Ambos grupos pueden convivir en una misma sociedad
como pueden existir en países distintos.
En una visión global de la relación
entre tecnología y sociedad, la brecha
digital sería una manifestación
específica de la brecha estructural: la
solución a la brecha digital pasa por
una solución a los problemas estructurales.
La lucha contra la pobreza podría tener
como una de sus estrategias el aprovechamiento
de oportunidades brindadas por las tecnologías,
pero apenas como una de varias rutas y tomando
en cuenta que el objetivo primordial subordina
por completo la tecnología a la economía
y el desarrollo social.
Pero este razonamiento
no suele ser central en la discusión sobre
la brecha digital. Más bien, se insiste
en la relación entre brecha digital y
oportunidades digitales como una ruta autónoma,
carente de contacto con los problemas estructurales,
o en todo muy importante por sí misma
incluso para la solución de dichos problemas.
La clave de este razonamiento reside en la relación
entre riqueza de información y riqueza
económica en la base misma de la noción
habitual de una sociedad de la información,
como la expone entre otros Castells (Castells,
1997 y Webster, 1995). Se entiende, de manera
implícita y a veces explícita,
que la tecnología de información
y comunicación ofrece un potencial enorme
para acceder a la información necesaria
para compensar las limitaciones que existen para
un grupo social determinado; la información
necesaria, disponible gracias a las tecnologías,
serviría para salvar la actual carencia
de oportunidades para el desarrollo económico
y por lo tanto, traería el progreso. Ergo,
el desarrollo de la economía y con él,
el desarrollo general de una sociedad, dependerían
en gran medida de la creación de oportunidades
digitales. Superar la brecha digital se convierte
en una urgencia considerable para el desarrollo,
imaginándose la sociedad como resultado
de sus tecnologías, en una versión
social de la autonomía tecnológica
que Langdon Winner (Winner, 1989) llama mitoinformación.
Sirva como ejemplo
esta formulación sobre el tema tomada
de la Carta de Okinawa sobre la Sociedad Global
de la Información, del Grupo de los Ocho
Reducir la
brecha digital en y entre países tiene
una importancia crítica en nuestras respectivas
agendas nacionales. Todos deberían poder
disfrutar el acceso a las redes de información
y comunicación. Reafirmamos nuestro compromiso
con los esfuerzos que están siendo desarrollados
para formular e implementar una estrategia coherente
sobre este tema (DOT Force, 2000).
Hay que notar
un aspecto importante: la brecha digital debe
ser salvada a través del acceso generalizado
a las redes de información y comunicación.
La carencia de acceso es la clave del proceso,
porque se asume que contando con este acceso,
la brecha sería fácilmente superada.
Obviamente, la creación de acceso requiere
la promoción activa desde el Estado y
la sociedad civil de conectividad, lo que se
emparienta con todo el razonamiento basado en
el Consenso de Washington que se discutió
en el capítulo anterior: el acceso a estas
redes crearía oportunidades que no existen
en las condiciones actuales. Las oportunidades,
ellas solas, no garantizan el desarrollo, pero
servirían al menos como un camino a seguir,
el que podría como no ser tomado por las
naciones actualmente perdidas en el subdesarrollo.
Por ello, es imprescindible el desarrollo de
infraestructura de telecomunicaciones e información,
que permita lograr la tan ansiada disponibilidad.
Aun aceptando
la pertinencia de esta argumentación,
hay dos problemas con esta formulación
“dura” de la brecha digital. La primera
reside en el tema, muy importante, de las prioridades.
Desarrollar una infraestructura digital tiene
dos partes: las redes mismas, que son asuntos
de las empresas de telecomunicaciones, y el acceso
a estas redes, que en muchos casos tiene barreras
insalvables de costos de implementación
y de uso. El ejemplo canónico sería
el acceso a la Internet. ¿cómo
lograr que la población acceda a la Internet?
Primero se necesita una infraestructura de telecomunicaciones,
y luego una infraestructura de acceso. Conectividad
y acceso son las dos partes de esta ecuación.
No se trata de comparar estos ejercicios con
las políticas que incorporan la dimensión
de la Internet y las tecnologías a la
educación o el gobierno, puesto que estamos
hablando de políticas sectoriales, mientras
que la brecha digital se suele presentar como
una carencia social, más sistémica.
Podría pensarse en que un sector de la
población que contase con acceso a la
Internet desde las escuelas pero no mediante
centros comunitarios, podría acceder a
los beneficios de las tecnologías para
el proceso educativo pero perderlos una vez que
se convirtiese en un simple grupo de ciudadanos.
Con estas premisas,
y aun aprovechando la infraestructura de telecomunicaciones
montada para el acceso desde colegios, faltarían
los medios para el acceso comunitario. Pero ¿quién
financia el acceso? Específicamente, ¿cómo
se consiguen los mecanismos de acceso, las computadoras
y los medios físicos necesarios?; y luego,
¿cómo se financia el uso de estas
computadoras, su renovación, mantenimiento,
y sobre todo su operación cotidiana, bastante
más complicada que la de una radio o televisor?
En países
con recursos limitados, las prioridades sociales
son difíciles de establecer. El desarrollo
del acceso requiere inversión, que no
necesariamente cuenta con los fondos necesarios
para ser llevada a cabo. Esta inversión
debe priorizar el acceso a la Internet frente
a otras necesidades sociales, que pueden o no,
ser vistas como más urgentes. La cuestión
entonces es cómo definirlas y sobre todo,
como hacer para que los grupos que no siente
al acceso a la Internet como más prioritario
que las carreteras la salud básica y preventiva,
y la educación acepten la reorganización
de las prioridades.
Claro esta,
no es tan simple como esto, y entre las variables
a considerar esta la cuestión de usar
la tecnología y el acceso a la misma para
salvar más de una brecha, matando dos
o más pájaros con un solo tiro.
Por ejemplo, establecer una conexión a
la Internet en un área alejada puede permitir
dar servicios de salud preventiva a través
de promotores y no requerir los mismos gastos
que exigirían convencionalmente el envío
de promotores de salud o de profesionales de
la salud, al menos a nivel preventivo, y en comunidades
sensibilizadas en una cultura de prevención.
La actualización de profesores podría
abaratarse, y la difusión de materiales
educativos de última generación
ser más sencilla mediante la tecnología
que mediante los medios convencionales.
Esto requiere
mucha planificación y una implementación
cuidadosa, transversal, de la tecnología,
bajo la premisa que los resultados no necesariamente
tienen que ser inmediato y sobre todo que las
percepciones iniciales no son necesariamente
parejas con los resultados, quizá modestos,
que se obtendrían al inicio. No se trata
de descartar los beneficios a priori, pero si
de ponderarlos con cuidado.
Aquí,
sin embargo, surge el segundo problema, que tiene
que ver con los verdaderos resultados. Hasta
ahora, los beneficios propuestos se ubican en
el campo de los servicios sociales, los que sin
duda servirían de paliativo para la pobreza
de las condiciones de vida en los países
en desarrollo. Pero la cuestión reside
finalmente en la caracterización de la
brecha digital como un problema de desarrollo,
el cual tiene como componente principal el aspecto
económico. Dicho de otra forma: todos
los intentos de compensar la pobreza a través
de la tecnología no servirán de
mucho sin que haya un esfuerzo claro para desarrollar
las economías, de manera de lograr servicios
que efectivamente se sostenga y mejoren con la
mejoría general del nivel de vida de la
ciudadanía. Si, al ser salvada, la brecha
digital no crea oportunidades económicas,
entonces continuará existiendo. La pregunta
de fondo es otra: ¿realmente, el solo
acceso a la tecnología es una solución
para la ausencia de oportunidades en países
en que los sectores económicos vibrantes
y enganchados a la economía mundial son
la gran minoría?
Se puede entonces
plantear que en países donde se experimenta
la versión “dura” de la brecha
digital, los sectores en donde habrá un
impacto directo y beneficioso de las estrategias
de reducción serán aquellos que
tengan la capacidad de crear riqueza, capital
social o humano, de manera relativamente rápida,
sin que necesariamente haya un correlato con
las causas estructurales de la brecha. Por ejemplo,
en la educación superior, las instituciones
deberían poder aprovechar la Internet
para mejorar la enseñanza y facilitar
los procesos de creación intelectual,
mientras que en la educación rural, limitada
por cuestiones más estructurales, el impacto
podría ser menor o a más largo
plazo. La reducción de la brecha, planteada
como una cuestión de acceso a la tecnología,
sería entonces pertinente en los sectores
donde la posibilidad de un salto cualitativo,
gracias a acceso a la Internet, esté al
alcance.
Una nueva serie
de preguntas surge luego de estas observaciones:
¿por qué el acceso a la Internet
cambiaría significativamente la forma
como un grupo o una nación crea riqueza,
mejora el proceso democrático o fortalece
los vínculos sociales? Tal vez se trate
que la forma en que cada grupo o nación
accede la Internet sirve de demostración
de las particulares deficiencias que este grupo
o nación tiene, que la promoción
del acceso a la Internet, sin la intención
ulterior de cambiar la forma como la gente actúa,
está destinada a fortalecer prácticas
sociales que no son necesariamente conducen a
la creación de riqueza, participación
democrática o cohesión social.
La brecha digital puede ser la manera equivocada
de llamar algo distinto, algo que puede ser crítico
para el desarrollo de los países pobres,
si se busca su participación medianamente
constructiva en la sociedad en red.
Al mismo tiempo,
es aparente que la brecha digital está
siendo propuesta como un punto de política
relevante para los países en desarrollo,
si bien en una forma vaga y no necesariamente
útil, mientras que el verdadero debate
ocurre en otra parte. Pero la noción de
una brecha implica la existencia de un desequilibrio
claro, mensurable, relacionado con la disponibilidad
de TIC, sea al nivel del acceso o al de los resultados,
es decir en el uso efectivo de estas tecnologías
para crear crecimiento y riqueza. Por ello, la
discusión a seguir es establecer la relevancia
de un concepto, en vez de un término,
para establecer objetivos nacionales de crecimiento
económico, social, y educacional, en países
en desarrollo.
Tarea difícil,
sin duda. El propósito de esta comunicación
es más modesto. Se busca proponer un marco
analítico para acercarse a este término,
basado en un conjunto de observaciones empíricas
desde la realidad peruana, así como una
revisión extensa de la bibliografía
internacional sobre el tema; se plantea la irrelevancia
del uso del término brecha digital en
el contexto de una formulación coherente
de políticas tanto de comunicación
como de desarrollo de la sociedad de la información.
Sin negar la relevancia de la presencia de la
Internet en las sociedades latinoamericanas,
ni la importancia de contar con esta herramienta
como parte del bagaje de acción para el
desarrollo, cuestionar desde una perspectiva
propia de los estudios de comunicación
la pertinencia del término pasa por tratar
de establecer una definición así
como por darle perspectiva en la misma discusión
sobre la difusión, uso y aplicación
de la Internet y otros nuevos medios, con objetivos
sociales y económicos¬ claros, antes
que tecnológicos o industriales.
La aproximación
directa a la realidad del uso de la Internet
puede servir para hacer el análisis más
adecuado y preciso. Por ello, y descartando la
vaguedad de los pronunciamientos nacionales e
internacionales, y más bien enfocando
la pertinencia de los indicadores de acceso en
una ciudad como Lima, la capital del Perú,
podría ser posible contar con una comprensión
más adecuada del conjunto de carencias
que estaría detrás de la idea de
una brecha digital. Específicamente, la
brecha como una cuestión de acceso a la
tecnología se discuta bajo la evidencia
que una porción significativa de la población
usuario potencial de la Internet de esta ciudad
ya tiene acceso, gracias a medios alternativos,
mientras que al mismo tiempo el tipo de acceso
hecho posible a través de estos medios
alternativos ha configurado la forma como la
Internet y las TIC son usadas por el público,
de manera tal que nos plantea nuevas, diferentes
y sin duda complicados desafíos.
De esta manera,
se propone un intento de aproximación
al debate desde una perspectiva distinta, y quizá
proponer una discusión distinta.
Un caso
sin brecha: la Internet peruana
El caso peruano sirve como modelo para cuestionar
la situación. Dado que es imposible pensar
en cubrir las necesidades de acceso a través
de recursos institucionales o privados / familiares,
el acceso a la Internet se logra a través
de los telecentros, pequeñas empresas
con fines de lucro que brindan acceso como un
servicio comercial, a precios muy asequibles.
Conocidas en el Perú como cabinas públicas3,
abundan en prácticamente todo centro poblado
de tamaño medio para arriba (sobre los
5.000 habitantes), y a precios sumamente asequibles,
por debajo de un dólar de los EEUUAA por
hora de conexión. Tanto evidencia empírica
casual como estudios sistemáticos indican
que para el Perú, la cuestión no
es el acceso (Colona, 2002; Fernandez, 2001;
OSIPTEL, 2001 y Villanueva, 2004). Si la entendemos
como una cuestión de acceso, la brecha
digital en el Perú esta más o menos
controlada, si bien la calidad del acceso no
es la ideal ni mucho menos, como se verá
a continuación.
Resultado de
una iniciativa de diversificación de la
Red Científica Peruana, entidad promotora
original de la Internet en el Perú, las
cabinas públicas fueron propuestas como
parte de una estrategia de IT4D, o Tecnología
de Información para el Desarrollo, incorporando
beneficios como el “empoderamiento”
de la sociedad civil, oportunidades económicas
para grupos minoritarios, y mejoramiento general
de la gobernabilidad. Conjuntamente con las iniciativas
“desarrollistas”, la RCP trató
de establecerse como ISP comercial, sin éxito
significativo, y en la actualidad subsiste fundamentalmente
como administrador del centro de registro nacional
de nombres de Internet4.
Si bien la RCP
trató de establecer un telecentro modelo,
en sus oficinas principales en un distrito de
cale media de Lima, su iniciativa no tuve resultados,
dado que los pocos telecentros puestos a funcionar
fuera de Lima fueron mal administrados por gobiernos
locales, que no lograron encontrar una utilidad
social concreta ni pudieron actuar como negocios,
desapareciendo poco a poco. Pero al mismo tiempo,
la idea de acceder a la Internet comenzó
a tomar atractivo ante el público en general,
en especial entre los jóvenes estudiantes
universitarios y de institutos técnicos,
expuestos a la Internet en sus cursos de informática,
a través de la prensa y de la opinión
de sus profesores.
Para mediados
de 1998, primero en Lima y luego en ciudades
del interior, las cabinas comenzaron a popularizarse.
Estas iniciativas comerciales guardaban la mínima
conexión con las comunidades en las que
se ubicaban, pero fueron fuertemente promovidas
desde las empresas de telecomunicaciones, que
vieron en ellas una excelente oportunidad para
ampliar sus servicios.
Actualmente,
hay sobre 1000 cabinas en Lima, y se estima un
número ligeramente mayor para la suma
de cabinas en el interior del Perú, concentradas
en áreas urbanas que representan el 72%
de la población del país. Cerca
del 10% de los habitantes urbanos del Perú
son calificados como “pobres extremos”,
viviendo con menos de un dólar diario.
Excluyendo a este grupo, a los menores de 8 años
y al pequeño grupo de analfabetos que
no están en el sector de pobres extremos,
así como a los mayores de 65 años,
el público potencial total para las cabinas
es de alrededor de 12 millones de personas. En
el caso de Lima, la población estimada
de 8 millones deja unos 4,5/5 millones como usuarios
potenciales, de los cuales más de dos
millones se estima usan las cabinas con un mínimo
de asiduidad, con unos 400.000 usuarios de la
Internet usando predominantemente acceso domiciliario
o institucional.
Si hablamos
en los términos planteados para acercarnos
a la brecha digital en su versión “dura”,
que sería el caso peruano, entonces tenemos
que cerca del 50% de la población limeña,
y alrededor del 35% a 40% de la población
del país, considerada como pasibles de
obtener resultados gracias a la Internet, ya
acceden a esta red. La pregunta obvia es ¿qué
pasa tras el acceso?
Varios estudios
sirven para establecer con certeza el uso de
que se hace de la Internet en las cabinas públicas.
La mayor parte del público de las cabinas
está compuesto de estudiantes secundarios
y universitarios, con algunos menores de 15 años
y adultos aportando un porcentaje importante.
Mientras que la mayoría de los que responden
encuestas sobre las cabinas suelen decir que
el uso principal que realizan es con fines de
estudios o académicos, el patrón
observado de uso suele consistir en sesiones
cortas, orientadas a servicios específicos
para los adultos (correo electrónico,
algo de banca electrónica o servicios
gubernamentales, telefonía IP y algo de
navegación), mientras que para los jóvenes
el patrón más bien es juegos en
línea, mensajería instantánea
y otras actividades de comunicación interpersonal,
y poca navegación. En el caos de los estudiantes
universitarios, algo de investigación
se realiza, si bien muchas veces consiste en
obtener trabajos terminados de sitios como monografías.com
o rincondelvago.com
La experiencia
de la cabina resulta definida en dos dimensiones
distintas: para los jóvenes, con tiempo
en sus manos y una percepción menos urgente
del uso de la Internet, la intención principal
es el entretenimiento y ocio; para el estudiante
y el adulto, con necesidades específicas
y urgido de tiempo, la intención está
orientada a resultados concreto. Esta orientación
a resultados es válida incluso para los
estudiantes, que buscan documentos con fines
precisos, que no pueden llamarse convencionalmente
investigación, pero que resultan muy eficientes.
Como un espacio
de tránsito, la cabina se define por la
circulación del público. Tanto
los jóvenes con un consumo orientado al
ocio, como los adultos que buscan soluciones
rápidas a problemas concretos, configuran
su acceso a la Internet en función de
la utilidad que son capaces de encontrar en el
servicio, como en las facilidades específicas
que hallan en el sitio donde se produce el acceso
al servicio. Los usos de la cabina configuran
su “imaginación” como espacio
público, no en un sentido clásico,
sino de acceso público pero bajo control
privado. La Internet y sus cabinas aparecen como
una extensión del centro comercial, pero
más pobre y menos variada en apariencia.
Vista bajo esta
óptica, la configuración de la
Internet por los consumidores de cabinas hace
pensar que el acceso resulta siendo una dimensión
sumamente flexible. Dar mecanismos de acceso
en un contexto domiciliario debería ofrecer
cambios en la manera como la familia aprovecha
la información, pero también en
cómo organiza su tiempo y cómo
articula la vida familiar; de la misma manera,
la presencia de la Internet en un contexto institucionalizado
implica cambios o al menos posibilidades de cambios
en la gestión del tiempo, las relaciones
de poder y el acceso a la información
en cada contexto institucional.
Pero si el acceso
a la Internet está fuera de un contexto
concreto, y es apenas un servicio comercial más,
¿qué Internet tenemos? Y particularmente
relevante para esta discusión, ¿bajo
qué criterios vale la pena juzgar el acceso
a la tecnología, y ultimadamente, la brecha
digital?
Consumo
y articulación de la vida social
Resulta evidente de la observación del
uso de la Internet en cabinas públicas,
que el interés fundamental reside en el
consumo de nuevos medios, sea el chat, la mensajería
instantánea, los juegos en línea,
o los productos culturales que se bajan a través
de redes de intercambio de archivos. Los usos
orientados a productividad personal, trabajo
o estudio son concurrentes con el consumo de
medios. Este consumo es similar a que pueden
realizar los jóvenes del mundo entero,
con la atingencia que las cabinas, al estar basadas
en computadoras formato PC, no permiten acceder
a los contenidos desarrollados para consolas
de juegos.
Estas cabinas
sirven como mecanismo de acceso al consumo de
contenidos protegidos por derechos de autor,
en muchos casos a través de espacios “liberados”
como los portales Nuke, servicios como KaZaa,
Durie, Gnutellas y bitTorrents. En esta medida,
las cabinas permiten, gracias a la velocidad
de acceso y a la falta de supervisión,
participar en la Darknet, la red creada sobre
la Internet que existe para el tráfico
paralelo de contenidos (Villanueva, 2002).
Dada la actitud
orientada a resultados del uso de la Internet,
incluso el acceso con fines académicos
y profesionales puede consistir en conseguir
contenidos pret-a-porter, como trabajos escolares
y universitarios, reemplazando la tarea de investigación
por la adquisición de documentos ya hechos.
En todas sus formas, el consumo de contenidos
y medios que ofrece la Internet a través
de las cabinas, convierte a estos sitios en espacios
de aprovechamiento muy preciso, comercial, de
la red. La contradicción con el propósito
original salta a la vista. La imaginación
original de las cabinas era una de espacios orientados
al desarrollo individual y social. La realidad
nos ofrece una experiencia distinta.
Las cabinas
aparecen ante nosotros como un ejemplo del potencial
de la Internet para ser recreado por el uso que
recibe de la gente. Mientras que la imaginación
original lo convertía en una ruta de desarrollo,
la práctica demuestra valores distintos.
El problema es que discusiones como las de la
brecha digital descansan en darle un valor único
de uso a la Internet, descartando la posibilidad
de que se quede anclado en las prácticas
de consumo sin que los individuos que usan la
Red opten por explotar el potencial originalmente
identificado.
Lo que da importancia
social a la Internet no es acceder a esta Red,
sino usarla de maneras concretas. Algunos usarán
la Internet para ampliar sus conocimientos, o
para ser más competitivos, o para vender
o comprar; otros consumirán contenidos
culturales o enviarán mensajes a sus amigos.
Muchos, usarán la Internet para hacer
todo esto, incluso al mismo tiempo. Lo fascinante
es que a pesar de todo lo que se pueda decir,
el sitio donde se hace uso de la Internet sigue
importando, puesto que las necesidades concretas,
así como las limitaciones concretas puestas
tácita o implícitamente por las
instituciones, permiten hacer cosas distintas
en cada lugar. Las cabinas aparecen en esta interpretación
como espacios antes de que híbridos, hibridizables,
que pueden ser convertidos en una amplia gama
de oportunidades de uso, de acuerdo a los intereses
de la gente pero también según
las posibilidades que cada sitio brinda.
Detenerse en
los usos específicos y concretos de cada
cabina, según cada juego de posibilidades,
requiere esfuerzos muy específicos de
investigación, aun pendientes para nuestros
países. Pero una pista aparece en los
estudios disponibles en el caso peruano: las
cabinas son espacios de acción social
donde la tecnología es transformada por
el uso que la gente hace de ella, en particular
por el consumo de nuevos medios. El uso y el
consumo sitúan la tecnología y
la transforman en un ámbito cotidiano
de acción social, en el que las prácticas,
buenas o malas, creativas o consumistas, son
recreadas y potenciadas por la tecnología,
pero no necesariamente transformadas; un caso
de domesticación tecnológica, como
lo llaman Silverstone y Haddon (Silverstone y
Haddon, 1996).
El caso de los
trabajos escolares pret-a-porter ya mencionado
sirve como ejemplo de este acto de situar la
tecnología en prácticas sociales
concretas: los usuarios acuden a las cabinas,
con motivos declaradamente académicos,
pero reproduciendo un estilo de trabajo escolar
que no por preexistente es bueno o conveniente,
que es hacer trampa, o copiar. Copiar un trabajo
ya disponible como mecanismo para cumplir con
la obligación escolar. La tecnología
facilita el proceso de copiado, da más
facilidades y amplia el corpus de material a
copiar, pero no transforma la actitud de los
estudiantes o de sus familias frente a las obligaciones
escolares. Esto no es un uso académico
pero es presentado como tal, porque los usuarios
están reproduciendo, usando nuevos medios,
una costumbre adquirida frente a la educación.
Ignorar esta
dimensión, realzando la preocupación
por el acceso, es banalizar la importancia de
la Internet en la sociedad contemporánea,
y ciertamente en sociedades como las nuestras.
La tecnología tiene un potencial transformativo,
pero las prácticas sociales no desaparecen
porque se cuente con un medio con potencial,
a pesar de la insistencia en el determinismo
tecnológico, compartida por muchos promotores
de la brecha digital, cultivadores de las “mitologías
digitales” (Valovic, 2000). Para ello,
el cambio es institucional o directamente estructural,
y aumentar el acceso a la tecnología no
tiene que producir este cambio. Discutir la brecha
digital como una problemática de acceso
es pues, irrelevante y banal.
Banalidad
esencial frente a un programa de investigación
La brecha digital, como se dijo al inicio de
este trabajo, es un término que ha sido
cargado de significaciones. Insistentemente promovido
desde la industria de las telecomunicaciones,
acogido por multilaterales y gobierno, se asume
tanto la consistencia como la pertinencia de
la idea que, intuitivamente, es expresada al
mismo tiempo en variedad de formulaciones. El
problema, aparte de la ya mencionada debilidad
conceptual tras el término, es que aun
cuando se logre darle un carga concreta y mensurable,
convirtiéndolo en un concepto útil
para el análisis social, no sirve para
aproximarnos sino de una manera muy limitada,
a la realidad del acceso y uso a las tecnologías
de información y comunicación y
a los nuevos medios.
Así pues,
descartar la brecha digital es urgente si queremos
contar con conceptualizaciones útiles
tanto para los estudios sociales (comunicación,
sociología, culturas) como para políticas
públicas. Lo que se requiere es un programa
de investigación, que incorporando la
dimensión uso a la dimensión acceso,
permita entender con precisión qué
hace la gente que no tiene un acceso “convencional”,
es decir enmarcado en un espacio socialmente
institucionalizado, a la Internet.
Parte de este
programa requiere estudios más precisos
sobre la importancia del uso de las cabinas en
distintos contextos. Por un lado, diferenciar
con claridad a la población que accede
a la Internet mediante cabinas primaria o exclusivamente,
frente a los que hacen uso de estos recursos
de manera ocasional, complementariamente, o para
uso específicos, como los juegos en línea.
Pero por otro lado, es urgente estudiar el consumo
de nuevos medios y su real conexión con
las actividades que los usuarios declaran, como
la educación o la investigación,
para determinar entre otras cosas, cuánto
de esta educación tiene relación
con lo que podríamos llamar la lógica
del educador, o cuánto es en realidad
apenas aprovechamiento para salvar el paso.
Hay pues una
agenda interesante para acercarnos a la Internet.
Esta agenda no carece de urgencia, puesto que
la inversión constante en ejercicios de
conectividad por los gobiernos de la región
seguirá existiendo, así como la
presión de los operadores para seguir
creando conexiones e instalando equipos, y la
ilusión de la población por los
beneficios que la tecnología brindará
no dejarán de estar presentes, hasta que
una novedad tecnológica aparezca en el
horizonte, reemplace a la Internet como canto
de sirena y nos obligue a reiniciar el debate.
Esto último habrá finalmente, fatalmente
de suceder; mientras tanto, el debate nos llama.
Notas:
*
Este trabajo fue originalmente una ponencia para
el III Congreso Panamericano de Comunicación,
Buenos Aires, julio 2005.
1 En el caso
norteamericano, donde hay 52% de mujeres para
48% de varones, hay 49% de usuarios de la Internet
varones, lo que indica un ligero predominio sobre
su participación demográfica; en
países europeos la distancia entre varones
y mujeres es significativamente favorable a los
varones. Para esta y otra cifras demográficas,
puede consultarse <www.clickz.com/stats>.
2 Las ideas
aquí expuestas aparecen también
en [7]
3 Este nombre
es claramente local: en otros países se
las llama “cafés Internet”
o “locutorios Internet”.
4 Para mayores
detalles sobre la labor de la RCP, y la Internet
en el Perú en general, ver Villanueva,
2002.
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Mag.
Eduardo Villanueva Mansilla
Departamento de Comunicaciones, Pontificia
Universidad Católica del Perú,
Perú. |