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Safo, la Décima Musa
 

Por Graciela Barabino
Número 47

La historia es cíclica y el ser humano poco cambia, pese a las deslumbrantes innovaciones en la ciencia y la tecnología. La Iliada es tan actual hoy como lo fue en su tiempo, prueba de ello: la película de Troya que se estrenó en 2004.

Lo que es muy difícil que se repita es la genialidad de ciertas personas que nunca pasan ni pasarán de moda como es el caso de la gran Safo de Lesbos. “La mujer más famosa de Grecia, más que Helena, más que Aspasia,” según el finado erudito en cultura helénica, doctor Pablo de Ballester, ex-arzobispo de la Iglesia Ortodoxa en México en la década de los ochenta.

Fue Platón quien la llamó la décima musa, por lo tanto, Sor Juana Inés de la Cruz pasa a ser la Undécima.

La Grecia de Safo era el resultado de importantes transformaciones políticas y civiles. Las antiguas monarquías caían una a una y los griegos se liberaban del feudalismo para entrar en el comercio y las conquistas en Asia Menor, Sicilia y la península Itálica.

Se enfrentaron por primera vez en la historia: la democracia y la aristocracia. Los tiranos eran, en ese entonces, los demócratas pues adquirían su autoridad haciéndose ricos y comprando el voto para hacerse del poder y quitárselo a la nobleza... Suena familiar, ¿no les parece?

Eso hizo de muchos poetas pertenecientes a la aristocracia entre ellos Alceo, eterno compañero de Safo, rebeldes al gobierno: auténticos guerrilleros dispuestos a tomar las armas. Y así lo hicieron Alceo y sus hermanos al asesinar al tirano Melancro y los que le siguieron. Safo, poetisa comprometida e inflamada de ideales, se unió a esa lucha política y sufrió las consecuencias: el destierro, del que hablaremos más adelante.

Para comenzar abordaremos su prolífera obra.

Safo no sólo es poetisa de primera magnitud, sino la madre del género lírico, poesía en la que el poeta es la lira. Fue la primera que hizo literatura subjetiva tomando como objeto de su arte su propia interioridad; la primera en vaciar su propia alma en el molde de los versos, para que los demás nos identificáramos o nos disociáramos de ella.

Ese tipo de poesía íntima alcanzó su máxima expresión en la isla de Lesbos y fue escrita en uno de los principales dialectos de la lengua griega: el eólico.

Antes de Safo pululaba la poesía épica que habla de las gestas de los héroes, de los santones patrios, siempre parte de un augusto pasado. Ella fue la primera que se atrevió a hablar de lo que sucedía en su interior y no a su alrededor. Curiosamente hace honor a su nombre, pues en el dialecto eólico Safo significa transparente, traslúcido. Y eso hace ella a través de ese renovador género literario: desnuda su alma, su corazón, su hígado, su sangre que se vuelven tan trascendentales como las gloriosas batallas de un pueblo.

Cabe agregar que las composiciones líricas de los antiguos griegos no se hicieron para ser leídas nada más, sino para ser cantadas y acompañadas por algún instrumento musical ya fuere la flauta, la lira o la cítara. Así, el poeta o la poetisa creaba el poema y también componía la música y, en el caso de Safo, célebre danzante, hasta los pasos de la danza para acompañarla.

La poetisa griega nació en la ciudad de Eresó, una de las cinco principales de la isla de Lesbos, en la Trigésima Quinta Olimpiada, en la segunda mitad del siglo VI antes de Cristo entre 628-568. Es decir, son aproximadamente 2,750 años los que nos separan de ella y unos breves fragmentos poéticos nos identifican con ella para siempre.

Lesbos hoy Mitilene es una de las más orientales islas del archipiélago griego en la región de Eolia, cuya población es tierna y apasionada. Como isla de tránsito, varias culturas la enriquecen.

Safo proviene de familia noble al igual que Alceo. Fue hija de un rico y próspero comerciante de vinos, a la fecha son famosos los vinos lesbios. Su fortuna y aristocracia provenían del saqueo a Troya, pues su progenitor fue de la camada de combatientes vencedores en esa épica guerra. Su madre se llamaba Kleis.

Safo fue la mayor y la única mujer de tres hermanos: Kháraxos que fue amante de la hetaira dórica llamada Rodope; Eurgio y Lárico, quien por su apostura fue nombrado copero del ayuntamiento de Mitilene.

Safo, de piel oscura, enana, fea y velluda, “la de los ojos color violeta”, como le decía Alceo, a los seis años asistió a un drama familiar. Su progenitor, Skamandrónimos, fue llamado a filas para la guerra de diez años entre Lesbianos y Atenienses por la posesión de Sigui, una pequeña colonia cerca del estrecho de los Dardanelos. Duró, pues, la guerra dos olimpiadas y Skamandrónimos murió.

Agotadas las fuerzas de ambos bandos se recurrió al arbitraje de Períandro de Corinto, uno de los siete sabios de Grecia, quien dictó que cada uno se quedara con lo que llevara conquistado. Y así se dio fin a una guerra fútil que cambió la vida de la pequeña Safo, pues al enterarse del fallecimiento de su padre declaró solemne a su madre Kleis: “Puesto que papá murió, yo desde ahora seré tu esposo y seré el padre de mis hermanos.” Repito, era un niña de escasos 6 años de edad, e, increíblemente, ayudó a definir y tomar las riendas de los negocios de su difunto progenitor.

Con el paso del tiempo, fue ella quien hizo prosperar aún más el negocio e introdujo a sus hermanos menores en el conocimiento práctico del mismo.

Al asumir el trono Pítaco, el grupo insurgente al que pertenecían Safo, Alceo, el hermano de Alceo y camaradas, juró ejecutarlo. Entonces, prudente, sabiendo de la conspiración, Pítaco cedió su lugar a un alumno suyo de nombre Mirsilo para que encabezase el gobierno.

A los tres meses, fue asesinado por el grupo de Safo y Alceo. Pítaco de inmediato tomó nuevamente el mando y reprimió el movimiento insurgente. Los mandó arrestar dos horas antes de que intentaran matarlo.

Con todo, el sabio Pítaco no los ejecutó como ellos hubieran hecho con él sino que los ridiculizó en la plaza pública delante de todas las familias lesbias y, finalmente, mostrando su culpabilidad en la conjura, los desterró, pero más bien fue una beca de estudios estilo Luis Echeverría.

A Alceo -el ser que más amó la poetisa después de su madre- lo mandó a Egipto. Esta separación fue trágica para los dos literatos. Al hermano de Alceo a Babilonia, en ese entonces, gobernada por el legendario Nabuconodosor. Safo partió rumbo a Siracusa, Sicilia.

El exilio resultó ser algo positivo para su desarrollo intelectual, pues le permitió viajar más allá del Egeo e ilustrarse con el contacto de otras culturas. Incluso en Siracusa, donde ya se le conocía y se le dio un buen recibimiento, se casó con Cercilas o Kérkilos de Andros, un rico mercader, y tuvo una hija, Kleis, de la que hablaremos más adelante.

Durante seis años, la poetisa de Lesbos se convirtió en el centro del movimiento cultural y artístico en Siracusa al organizar certámenes literarios-musicales, inolvidables recitales y danzas, pues -como ya dijimos- era una excelente danzante.

Así creó el ambiente propicio para, posteriormente, fundar la primera universidad del mundo para mujeres. Ella es pionera en darle a la mujer un sitio de crecimiento, más allá de su función en el hogar como esposa y madre.

Safo esposó a Kérkilos y procreó una hija a la que llamó como su madre, Kleis, que también fue el nombre de su abuela. Sabemos que no amó a Kérkilos como a su colega Alceo, porque su lírica no habla de él. Con todo, le tuvo apego, se dejó querer por alguien mayor que le prodigaba protección y un afecto paterno. Kérkilos -un hombre ya anciano- murió al poco tiempo, heredándole a Safo una inmensa fortuna que ella convirtió en instituciones culturales.

Erigió una casona señorial a la que llamó Museo, es decir, el lugar de las musas. Y siendo contemporánea de Pitágoras, fundó en Siracusa lo que el otro en Crotona: la primera universidad del mundo. En el caso de Safo, un paso adelante, pues encima era únicamente para mujeres.

En verdad esa universidad estaba inspirada en exclusiva para la educación de Kleis, su hija, pero al contratar a las mejores instructoras de diferentes ramas arte, técnica, canto, danza y, por supuesto, literatura las convenció de que ellas también compartiesen esos conocimientos con sus hijas... Fue así que se formó una escuela sistemática a la que bautizó como primera universidad. Por lo que, la primera universidad es fruto del deseo de una madre de educar a su hija.

Su profundo amor maternal se refleja en la siguiente estrofa:

Tengo una hermosa hija
Que tiene para mí
La esplendente belleza de una flor de oro,
Mi amada Kleis,
A la que no cambiaría por todas las riquezas de Lidia,
Ni tan siquiera por la hermosa Lesbos.

A lo largo de su vida, Safo fue centro de varios escándalos. Se le acusó de enamorarse de sus alumnas. Su nombre aunado al de su lugar de origen Lesbos es sinónimo de lesbianismo, pues sin recato ni miramientos no sólo ejerció ese amor que entre los antiguos griegos era olímpicamente aceptable -tanto en hombres como en mujeres-, sino que lo divulgó a los cuatro vientos con su espléndida lírica. Horacio, quien admiró su obra, la llamó “mascula Sappho”, pues aseguraba que la “parte masculina de su carácter explica su amor y la clave para comprender su poesía”.

Son sabidos los nombres de algunas de sus amadas, pues tuvo muchas: Anágora, Eunica, Gongila, Eranna, Telesipa, Andrómeda, Megara, Gorgo, pero su alumna favorita siempre fue Atthis.
Cuando la familia de Atthis decidió retirarla de la enseñanza para casarla con un muchacho, la poetisa -pesarosa por la separación- escribió el doloso poema El Adiós a Atthis.

Igual a los dioses me parece el hombre dichoso que te abraza y te oye en silencio con tu voz de plata y tu sonrisa risueña...
Cuán cara y hermosa era la vida que vivimos juntas.
Pues entonces, con guirnaldas de violetas y dulces rosas cubrías junto a mí tus rizos, ondeantes.
Y con abundantes aromas preciosos y exquisitos ungías tu piel fresca y joven en mi regazo y no había colina ni arroyo ni lugar sagrado que no visitáramos danzando...

Su extravagancia consistía en atreverse a hacer lo que ninguna otra mujer hasta entonces hacía tan abiertamente. Por eso siglos después, el cristianismo la tachó de inmoral, de vida licenciosa y quemó su obra.

Temperamental como todo genio, también enfurecía. Cuando su hermano Kháraxos, que estaba en Egipto, se quiso casar con una mujer bellísima de cascos ligeros llamada Rodopis, los celos la hicieron enloquecer. Escribió:

Doradas Nereidas haced que mi hermano regrese aquí, indemne.
Que todo cuanto su alma desea se realice menos este proyecto...
Que sea el goce de sus partidarios
que sea el quebranto de sus adversarios
que no sea para nosotros motivo de ignominia y que participemos siempre de sus honores.
Que olvide mis furores y las duras palabras de reproche con las que abatí su deseo, más duras para mí de pronunciar que para él oírlas.
Que regrese, y en medio del contento de sus conciudadanos, familiares y amigos, que se olvide de la que nada vale.
Si en verdad desea hallar compañera
haced que ésta, sea digna de su lecho
¡Y tú, oscura perra!
Consíguete otra presa, arrastrando tu hocico por la sucia tierra del bajo Egipto...

Su hermano de todas maneras se casó y se separó. Tal como lo había vaticinado la poetisa. Rodopis quedó como una mujer libre y rica.

Ahora hablemos de su valiente talento. El mérito de Safo es haber ocupado ese espacio íntimo tan inexplorado en aquellos tiempos llenos de epopeyas y héroes mitológicos. Ella osó dejar de lado el mundo rudo y dedicarse a la exploración de la subjetividad, la exaltación de la pasión y el culto a Afrodita, diosa del amor, el placer y los sentimientos sensuales. Ese mundo de las caricias, olores e imágenes que ella describe magistralmente en lenguaje eólico.

Según el finado poeta Manuel Aguilar de la Torre:

Ningún otro poeta de la Grecia antigua alcanzó la perfección y belleza de la poesía creada en Lesbos. Apasionados, violentos, indisciplinados, los eolios de Lesbos fueron maestros del canto, de la música y el amor nunca encontró fuera de esa isla palabra más cálida, más expresiva, más pasional, más bella y más sonora.

Los más altos poetas de esa región son: Terpandro -quien aumentó el número de cuerdas a la lira a siete e hizo posible mayor armonía- Alceo, Safo y Anacreonte -quien pese a ser jonio de Teos- se expresó también en lengua eólica.

Safo escribió nueve libros de odas, epitalamios o canciones nupciales, elegías e himnos, pero apenas se conservan algunos fragmentos de todos ellos. Entre estos destaca la Oda a Afrodita -citada por el erudito Dionisio de Halicarnaso en el siglo I a.C.- y en pleno siglo XX se descubrió un papiro con seis fragmentos de sus poemas y la Oda a las Nereidas.

La poesía de Safo se caracteriza por la exquisita belleza de su dicción, su perfección formal, su intensidad y su emoción. Inventó el verso hoy conocido como oda sáfica (tres endecasílabos y un adónico final de cinco sílabas).

De sus nueve libros de poemas -muy célebres en la antigüedad- sólo se conservan algunos fragmentos:

De ella ver quisiera su andar amable
Y la clara luz de su rostro antes
Que a los carros lidios o a mil guerreros
Llenos de armas...

La luna luminosa huyó con las Pléyades.
La noche silenciosa ya llega a la mitad
La hora ya pasó y en vela sola en mi lecho, suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.

El amor, ese ser invencible, dulce y amargo que desata los miembros, de nuevo acude a mí. El ha agitado mis entrañas como el huracán sacude monte abajo las encinas.
Luchar contra el amor es vano, pues como un niño hacia su madre, vuelo a él.
Mi alma está dividida: algo la detiene aquí, pero algo la hala para en amor vivir...

Vete tranquila.
No te olvides de mí porque sabes, debes saber, que yo estaré siempre a tu lado.
Y si no quieres saberlo, te recordaré lo que tú olvidas: muchas horas felices pasamos juntas; han sido muchas las coronas de violetas, de rosas, de flor de azafrán y ramos de eneldo que junto a mí te ceñiste.
Han sido muchas las veces que bálsamo de mirra y regio ungüento, derramaste sobre mi cabeza. Yo no podré olvidarlo y tú, tampoco.

Cuando Pítaco levantó el castigo y los dejó regresar a Lesbos, Alceo regresó de Egipto refinadísimo y sin querer saber nada de política. Safo tardó más en regresar, pues tenía su Museo al que fue difícil decir adiós y desmontar.

Al morir su gran enemigo Pítaco, uno de los siete sabios de Grecia, Safo declaró en su funeral:

Este hombre que fue mi enemigo, ha sido uno de mis mayores benefactores, porque si no, no hubiera andado yo por esos mundos y siendo mi enemigo me quiso y fue sabio y bueno conmigo. Mientras que otros que están a mi alrededor y en mi sociedad, son mis verdaderos enemigos aunque me sonríen y me saludan cuando nos cruzamos en los caminos.

Y tenía razón, Pítaco fue un gobernante con mucha madurez. Usaba la cabeza y no las vísceras para regir a su pueblo. Hasta sus enemigos Alceo, Anacreonte y demás altos letrados terminaron por respetarlo. No en balde fue uno de los siete sabios de Grecia y para confirmarlo cuenta la leyenda que Creso, de Libia, hizo una bola de oro e inscribió en ella Para el hombre más sabio del mundo y la dio a Tales de Mileto, quien la rechazó en el acto diciendo: “No, no es para mí, yo conozco a otro”. Y así se la pasaron los siete, entre ellos Pítaco quien la llevó a Períandro de Corinto, pero nadie la quiso, porque todos eran sabios. Por fin, la depositaron en el Oráculo de Delfos.

¡Qué lejos están esos tiempos y esos verdaderos monarcas!
Desafortunadamente en la actualidad, Safo sólo simboliza lesbianismo. Se le lee y se le clasifica por su amor a las mujeres y no se explora su otro aspecto como maestra, madre y revolucionaria política. Sólo se alude a su homosexualidad femenina, origen del término lesbianismo y safismo, como ya señalé.

Safo también tuvo amantes hombres. Eso ni se menciona. Lo irónico, no obstante, es que se afirme otra leyenda, que no merece credibilidad alguna. Esa versión sostiene que, tras ser rechazada por el joven marino Faón, se arrojó desde un acantilado en Léucade (una isla de la costa occidental de Grecia). Es decir, vivió enamorada de las mujeres, pero se suicidó por el amor de un hombre.

De su posible suicidio, lanzándose de un acantilado al mar por el amor de un marinero de nombre Faón, don Pablo de Ballester asevera que una mujer de las dimensiones de Safo no se mata porque un hombre no le corresponda sentimentalmente. Desconfía de esa versión, pues –asevera- no corresponde a la personalidad de la décima musa.

En contraste, el finado poeta Manuel Aguilar de la Torre opina que “el trágico fin y por amor de Safo, si es leyenda, es hermoso, si es verdad lo es también. Es un mito a la altura de la gran mujer que fue.”

Sabemos, sin embargo, de una contestación de Safo a una propuesta de matrimonio teniendo ella cerca de medio siglo de edad. Les leeré unos breves extractos que están lejos ser de una mujer enamorada a punto del suicidio:

Si aún fueran capaces mis pechos de dar jugo. Y si mi vientre fuera capaz todavía de volver a concebir, animosa me encaminaría al nuevo tálamo. Pero ya la vejez ha marcado con mil surcos la piel de mi cuerpo y el amor, dador de felicidad y de dolores, ya no revolotea a mi alrededor.
Mas si en verdad me amas, búscate otro lecho digno de un mancebo como eres tú. Yo no podría sufrir, vivir bajo un mismo techo con un hombre tan joven siendo como soy, tan vieja...
Mi piel, marchita, se resquebraja
mi negro pelo se ha tornado blanco
quedan pocos de mis dientes y mis rodillas no soportan ya el peso de este cuerpo
que solía trenzarse con los vuestros en las danzas y retozar sobre el mullido césped al igual que un ligero cervatillo, el más ágil de los seres vivientes.

Y finaliza:

Sólo suplico de los inmortales a los que he honrado en tan alto grado en todos mis versos y cantos y danzas, una oportunidad más de seguir viviendo un poco cerca de los seres y de las cosas que he amado.

Difícil creer, después de leer esas líneas, que pensara suicidarse al estilo Virginia Woolf o Alfonsina Storni. Más bien en sus poemas de última época, se describe a sí misma como una anciana que goza de una vida tranquila, pobre, en armonía con la naturaleza.

Antes de su supuesto suicidio escribió una invocación a Oneiros, el dios de los sueños y hermano de la muerte.

Oneiros, hijo de las sombras de la noche, acude a mí, pósate en mis párpados.
¡Oh, querido dios, qué terrible sufrimiento, qué cruel angustia!
No puedo apartar mi deseo.
Quiero que los inmortales tomen en gracia lo que les he rendido en mis poemas y danzas...

Y agrega:

En una mansión como ésta
en la que tenemos siempre invitadas a las musas, que no deben contristarse con dolor humano y a las que las lágrimas ahuyentan y confunden, no debe haber lamentaciones.
No sería digno de ellas...
Ni de nosotras.

Safo murió a lo 55 años de edad. Sus poemas fueron destruidos por la intolerancia de cristianos y musulmanes que prendieron fuego a la famosa biblioteca de Alejandría. Se consideró literatura impúdica y así nos despojaron de un invaluable e irremplazable patrimonio de la humanidad.

Después del incendio no quedó ni rastro de su poesía hasta que, a principios del siglo XX, unos arqueólogos -que buscaban otra cosa en Egipto- hallaron unos sarcófagos, hechos como de cartón de piedra con unas vendas, en las que había una trascripción de los escritos de la Décima Musa: Oda a las Nereidas y otros seis poemas mutilados que -junto con los extractos rescatados de Oda a Afrodita- son los únicos sobrevivientes de su vasta obra literaria.

Hace aproximadamente 2,750 años ella lo vaticinó: “Después de muerta, no seré jamás olvidada...”


Graciela Barabino
Escritora. Integrante de la Sociedad de Escritores de Morelos, SEM, México.