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Febrero - Marzo
2005

 

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De Tsunamis, esperanzas y necesidades
 

Por Alejandro Ocampo
Número 42

Al finalizar el 2004 y en medio de las festividades decembrinas, la naturaleza nos hizo recordar nuestra extrema fragilidad frente a la seguridad de nuestra delirante realidad.

Como si se tratara de una especie de aviso rumbo a lo que puede ser peor pero evitable, la tragedia del maremoto en el sureste de Asia pone nuevamente el dedo en el renglón acerca de la protección del espacio vital que trasciende a nuestra casa, vecindario o inclusive país: nuestro planeta.

La nave espacial tierra, como la llamara Neil Postman, comienza a dar no ya síntomas, sino muestras de agotamiento de una manera preocupante y sobre todo, inquiriente. La explotación desmedida de recursos naturales, la indiferencia frente a la emisión de gases tóxicos a la atmósfera por parte de algunos países y la simple acción de tirar basura en la calle, ha llegado ya a una situación insostenible. Causa hoy cierta tranquilidad el que la decisión aún continúe en nuestras manos, aunque no queda mucho tiempo.

La toma de decisiones y realización de actos que privilegian la parte del rendimiento económico sobre las personas no sólo resulta caduco sino, hay que decirlo, francamente estúpido y contraproducente.

Las tragedias humanizan, decía Schopenhauer, sin embargo y paradójicamente, en algunas ocasiones el hombre es el que más necesita ser humanizado. Bien dice Savater que no basta con nacer, hay que llegar a ser.

En medio de esta tragedia que al día de hoy ha costado más de 120 mil muertes, urge una nueva visión de enfrentarme con el otro, por un lado para compartir el derecho y la obligación de decidir hacia dónde quiero que marche esto y, por otro, para crear los mecanismos necesarios que ayuden a los que hoy la suerte les ha dado una mala pasada y que la próxima vez podríamos ser nosotros-, se recuperen. Dice Apel:

Por lo tanto, parece que en ambas dimensiones de la evolución cultural, es decir, la de las intervenciones tecnológicas en la naturaleza y la de la interacción social, ha surgido una situación global en nuestro tiempo que exige una nueva ética de la responsabilidad compartida; en otras palabras, un tipo de ética que, a diferencia de las formas tradicionales o convencionales, pueda ser designada como una macroética planetaria .... la exigencia de la corresponsabilidad respecto de nuestras actividades colectivas. Pues parece claro que la persona individual, tomada en forma aislada, no puede de hecho asumir la responsabilidad de estas consecuencias. ¿Qué significa, entonces, ser corresponsable? .... el hecho de que la nueva ética de la corresponsabilidad que se requiere en nuestro tiempo no pueden proporcionarla las disposiciones casi instintivas de la humanidad, sino que tiene que ofrecerla, en cambio, la razón humana como compensación de la falta de disposiciones casi instintivas (Apel, Hacia una macroética de la humanidad, México, UNAM, 1992, pp. 12-13).

Es irremediable y puede surgir de pequeños grupos que poco a poco hagan conciencia en la imperiosa necesidad de repensar las cosas y empezar un camino distinto. Se trata de ser éticos, parafraseando a Rousseau, por verdadero interés, por deber y por razón.

¿Qué estás haciendo tú, integrante de esta comunidad? El cambio no empieza en los demás, empieza en mi.

En esta edición, nuestra querida y admirada amiga y colega, Marisa Avogadro, se dio a la tarea de reunir a especialistas de América Latina y Europa para extender una seria y perspicaz mirada acerca del periodismo especializado en la ciencia. Se trata de una edición no sólo pertinente por lo comentado arriba, sino sumamente reveladora de lo que esta rama del periodismo lleva consigo: desde el proyecto Manhattan, hasta la más reciente cura contra algún mal de nuestro tiempo. El número coordinado por Marisa recupera además la posibilidad de esta publicación de entender y difundir todas las áreas de nuestra profundamente humana ciencia de la comunicación.

¡Gracias Marisa por tu amistad sincera, tu solidaridad y tu inagotable energía!

Les dejamos a todos los mejores deseos para el 2005 no sin antes hacer hincapié en que la peor de las actitudes es la indiferencia.


Alejandro Ocampo
Director de Razón y Palabra.