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Por Alejandro
Ocampo
Número 42
Al
finalizar el 2004 y en medio de las festividades decembrinas, la
naturaleza nos hizo recordar nuestra extrema fragilidad frente a
la seguridad de nuestra delirante realidad.
Como si se tratara de una especie
de aviso rumbo a lo que puede ser peor pero evitable, la tragedia
del maremoto en el sureste de Asia pone nuevamente el dedo en el
renglón acerca de la protección del espacio vital
que trasciende a nuestra casa, vecindario o inclusive país:
nuestro planeta.
La nave espacial tierra, como la
llamara Neil Postman, comienza a dar no ya síntomas, sino
muestras de agotamiento de una manera preocupante y sobre todo,
inquiriente. La explotación desmedida de recursos naturales,
la indiferencia frente a la emisión de gases tóxicos
a la atmósfera por parte de algunos países y la simple
acción de tirar basura en la calle, ha llegado ya a una situación
insostenible. Causa hoy cierta tranquilidad el que la decisión
aún continúe en nuestras manos, aunque no queda mucho
tiempo.
La toma de decisiones y realización
de actos que privilegian la parte del rendimiento económico
sobre las personas no sólo resulta caduco sino, hay que decirlo,
francamente estúpido y contraproducente.
Las tragedias humanizan, decía
Schopenhauer, sin embargo y paradójicamente, en algunas ocasiones
el hombre es el que más necesita ser humanizado. Bien dice
Savater que no basta con nacer, hay que llegar a ser.
En medio de esta tragedia que al
día de hoy ha costado más de 120 mil muertes, urge
una nueva visión de enfrentarme con el otro, por un lado
para compartir el derecho y la obligación de decidir hacia
dónde quiero que marche esto y, por otro, para crear los
mecanismos necesarios que ayuden a los que hoy la suerte les ha
dado una mala pasada y que la próxima vez podríamos
ser nosotros-, se recuperen. Dice Apel:
Por lo tanto, parece que en ambas
dimensiones de la evolución cultural, es decir, la de las
intervenciones tecnológicas en la naturaleza y la de la
interacción social, ha surgido una situación global
en nuestro tiempo que exige una nueva ética de la responsabilidad
compartida; en otras palabras, un tipo de ética que, a
diferencia de las formas tradicionales o convencionales, pueda
ser designada como una macroética planetaria .... la exigencia
de la corresponsabilidad respecto de nuestras actividades colectivas.
Pues parece claro que la persona individual, tomada en forma aislada,
no puede de hecho asumir la responsabilidad de estas consecuencias.
¿Qué significa, entonces, ser corresponsable? ....
el hecho de que la nueva ética de la corresponsabilidad
que se requiere en nuestro tiempo no pueden proporcionarla las
disposiciones casi instintivas de la humanidad, sino que tiene
que ofrecerla, en cambio, la razón humana como compensación
de la falta de disposiciones casi instintivas (Apel, Hacia una
macroética de la humanidad, México, UNAM, 1992,
pp. 12-13).
Es irremediable y puede surgir de
pequeños grupos que poco a poco hagan conciencia en la imperiosa
necesidad de repensar las cosas y empezar un camino distinto. Se
trata de ser éticos, parafraseando a Rousseau, por verdadero
interés, por deber y por razón.
¿Qué estás
haciendo tú, integrante de esta comunidad? El cambio no empieza
en los demás, empieza en mi.
En esta edición, nuestra
querida y admirada amiga y colega, Marisa Avogadro, se dio a la
tarea de reunir a especialistas de América Latina y Europa
para extender una seria y perspicaz mirada acerca del periodismo
especializado en la ciencia. Se trata de una edición no sólo
pertinente por lo comentado arriba, sino sumamente reveladora de
lo que esta rama del periodismo lleva consigo: desde el proyecto
Manhattan, hasta la más reciente cura contra algún
mal de nuestro tiempo. El número coordinado por Marisa recupera
además la posibilidad de esta publicación de entender
y difundir todas las áreas de nuestra profundamente humana
ciencia de la comunicación.
¡Gracias Marisa por tu amistad
sincera, tu solidaridad y tu inagotable energía!
Les dejamos a todos los mejores
deseos para el 2005 no sin antes hacer hincapié en que la
peor de las actitudes es la indiferencia.
Alejandro
Ocampo
Director de Razón y
Palabra. |