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2004

 

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Hypatia
La Bella y el Obispo
 

Por Alicia Contursi
Número 40

I
La fina capa pesaba sobre sus hombros, mientras caminaba por el pasillo de la Iglesia, entre sus fieles. Sentía la presión de la tiara sobre su cabeza y su mano se afirmaba, como una garra, sobre el báculo. Pero nada de eso llegaba a expresar la gran responsabilidad que sentía. Había que clarificar, separar la cizaña del trigo, convertir a los paganos. Tres años habían transcurrido desde que lo habían nombrado Patriarca de Alejandría y los logros no eran totales, aunque actuaba con mano dura. Allí estaba Orestes, el gobernador, débil en su fe. Se retiraba del oficio, al que había asistido por obligación. Desde que Teodosio había impuesto, por la gracia divina y en nombre de la verdad, la religión cristiana como oficial en el Imperio, el poder temporal se subordinaba al poder de la Iglesia. Claro que no era en todo. Por ejemplo la amistad que Orestes tenía con esa egipcia que hablaba en griego y mantenía las antiguas tradiciones, era un escándalo. La había nombrado Directora de la Biblioteca. Una mujer discutiendo cosas de hombres, probablemente sin entender nada. Engañando a la multitud que escuchaba sus clases. El demonio estaba presente. Había que cortar por lo sano.

Entró a su habitación privada y mientras se quitaba las ropas que lo revestían, asistido por el Padre Pedro, inició el tema.
- Padre, ¿qué sabe usted de esa mujer, Hypatia, que dirige la Biblioteca? Me han llegado rumores de que está enseñando que la Tierra gira alrededor del Sol y que tiene en su sala de trabajo una imagen de una diosa pagana.
- Su Eminencia, también a mí me lo han comunicado. Cómo es posible tanta ignorancia en una mujer que tiene fama de instruida. Me han dicho que su padre la formó en el conocimiento y le enseñó las leyes del pensamiento.
-Es error y pecado. Allí no hay verdadera sabiduría. La verdad viene de Dios, no de la mente del hombre, y menos de una mujer.
-Estudió en Atenas y en Roma y parece que conoce a la perfección las teorías de Platón y de Plotino,
-Dios nos ampare, no estará enseñando esas confusiones que ya la Santa Madre Iglesia dejó de lado.
-Sí. También trabaja sobre las ideas de Eratóstenes y de Aristarco. Ha construido un aparato para ver las posiciones de las estrellas.
-¿En cuanto a la imagen del ídolo pagano? ¿Qué sabes?
-Patriarca Cirilo, puedo averiguarlo hoy mismo. En la Biblioteca la ayuda una fiel cristiana que, si la interrogamos, nos contará todo.
-Pues hazlo, ahora mismo. Hemos iniciado la Cuaresma. No quiero llegar a la Pascua con esta ofensa a Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Si se confirma lo que sospechamos, que mañana se presente ante nosotros, para rendir cuentas.
-Pero ella depende del Gobernador.
-No importa, Dios está por encima del gobierno de los hombres.

II
Hypatia se levantó, como todos los días, con el Sol. Hizo sus ejercicios diarios que le tomaron más de dos horas. Luego, el baño relajante. A los 45 años todavía sus carnes estaban frescas, sus pechos erguidos, con buenas formas y sus muslos firmes. Los secretos de las viejas espartanas y de sus antepasadas egipcias lograban esos resultados. Mientras pasaba aceite por su cuerpo recordó las caricias de Orestes. Tan autoritario y firme con los otros y tan dulce, tierno y complaciente entre sus brazos. Hacía muy poco que ella había cedido ante el largo cortejo. No quería que, por asuntos de Afrodita, se malograra la excelente relación que llevaban como Gobernador y Directora. La Biblioteca era el último baluarte del saber de los antiguos. La Iglesia presionaba, imponiendo sus creencias por la fuerza. Pero, mujer al fin, aceptó sus requerimientos. El atento alumno de sus clases magistrales se convirtió en amante ardiente.

Mientras recogía sus cabellos sobre su coronilla tuvo un mal presentimiento. Deslizó rápidamente la túnica sobre su cuerpo y calzó sus sandalias de tiras. Sus pasos apresurados la llevaron al rincón de sus habitaciones interiores en donde escondía una imagen de la Madre Isis. Repitió el himno de Apuleyo y pidió su protección.

El mal presentimiento no cedió.

Se dirigió a la Biblioteca con prontitud. Era la hora cuarta desde la salida del Sol. Lo calculaba porque el astro Rey brillaba unos sesenta grados sobre el horizonte. Sabía que estaba en los últimos grados del signo de Piscis. Pronto comenzarían otro año. Lo iban a iniciar con la Luna muriendo. La temida Hécate se iba a manifestar.

Tomó su carro y mientras conducía por las estrechas calles de su amada Alejandría miró desde lejos la península de Pharos. Hasta hacía poco se había levantado, majestuosa, la construcción que encerraba el Fuego que guiaba a los barcos. Toda la tradición iba perdiéndose. Los templos destruidos, las sagradas imágenes mutiladas, la sabiduría prohibida.

Pero allí estaba el templo del saber y ella era su guardiana. Subió las escalinatas y se maravilló, como todos los días del reflejo del Sol, besando el piso negro y lustroso.

Marcos, su fiel ayudante y alumno se adelantó a recibirla
-Hypatia ha llegado un viajero de Constantinopla y te espera.
-¿Trae rollos que no conocemos?
-Ya los están copiando.
Fue hasta los bancos de piedra, testigos de tantos ilustres visitantes, en los costados del gran patio central, bajo los pórticos.
-Ave, Hypatia, soy Clemente de Bizancio y me presento ante ti.- dijo el hombre de tez aceitunada y ojos penetrantes.
-Ave, Clemente. Hace mucho que no escucho a nadie nombrar así a la gran ciudad conquistada por el ilustre Constantino.
-Así es, hermosa señora. La llaman Constantinopla. Pero yo prefiero seguir con el nombre de sus antiguos esplendores.
-¿Qué te trae hasta el último reducto de la tradición de la Hélade?
-Discutir contigo una cuestión de la que dicen que eres una experta. Tu fama llega lejos.
-Dime.
-¿Es cierto que has inventado la esfera plana? ¿Es posible eso? ¿Si es esfera, cómo puede ser plana? ¿Rechazas acaso el principio de contradicción del maestro Aristóteles, “Algo no puede ser y no ser conjuntamente” O quizás lo trasmites como “Algo no puede ser y no ser al mismo tiempo”, aceptando el devenir de Heráclito por el cual las cosas cambian con el paso de los días?
-Clemente, Clemente, no te pierdas en razonamientos sin asidero. Hay verdad en lo que dices y también veo que has estudiado a los grandes maestros que dieron comienzo al saber que nos guía. La Episteme se ha desplegado hasta límites insospechados. Tengo aquí rollos del Espagirita que te sorprenderían. Los trajo Ptolomeo en persona cuando fundó la Biblioteca y los conservo como el máximo tesoro. Se salvaron por asistencia de Atenea del incendio años atrás. Te aclararán este principio aristotélico. En cuanto al paso de los días, el retorno circular anual, en el Museo podrás comprobar cómo afecta a todos los seres vivientes. Verás los cuerpos embalsamados con nuestras antiguas técnicas, de muchos animales, algunos jóvenes, otros viejos. Pero paso a responder tu pregunta. La esfera plana no contradice las leyes del correcto razonamiento ni el principio de contradicción. Se trata de seguir lo enseñado por Arquímedes, quien sobre las ideas de Eudoxio y por el método de exhaución, pudo calcular la superficie de la parábola y la magnitud de la esfera.
-Explícame, sabia mujer.
-¿Conoces los polígonos de Euclides?
-Desde luego.
-¿Cuántos lados crees que pueden tener?
-¿12? ¿24? ¿o quizás 36?
-No, muchísimos más. En realidad son incontables. Tienen una particularidad: los polígonos inscriptos tienen un perímetro menor que la circunferencia que los contiene.
-Es verdad.
-Aumentando el número de lados del polígono, éste se acerca cada vez más a la circunferencia y de esa forma la distancia se achica. Ya Eratóstenes calculó la longitud de la circunferencia terrestre. Buscó el momento cuando el Sol estaba sobre las cabezas de los hombres de Suan, el mediodía y aquí en Alejandría midió el ángulo de los rayos solares en la sombra más corta de un obelisco. Calculó la circunferencia y el diámetro de la Tierra, usando a pi, el número sagrado.
-¿Entonces es cierto que la Tierra es redonda y no plana?- Clemente estaba más que sorprendido, conmocionado.
-Así es. Dada la inmensidad de esta esfera nos movemos horizontalmente y parece que estuviésemos sobre un plano. Mucho de lo aparente es en realidad lo contrario de lo que aparece. Sin embargo, si miras al mar verás cómo los barcos se pierden de la vista en el horizonte, como si cayeran. La Tierra es redonda y gira sobre su eje y también alrededor del Sol.
-Entonces, ¿la esfera plana...?
-No te apresures, Clemente, a eso voy. ¿Conoces los relojes que miden las horas apuntando no al cenit sino a las estrellas que no giran, es decir, al Polo Norte?
-Sí, Hypatia, las conozco.
-He construido un aparato que mide la longitud del Sol en el Zodíaco, las estrellas y las horas del día y que te quiero mostrar. En cuanto a la esfera plana... ¿Qué sucede, Marcos, por qué interrumpes mi diálogo con este visitante?
-Perdóname, Hypatia pero representantes de Cirilo, el Patriarca, exigen llevarte de inmediato ante él.
-No iré. Quién se cree que es este necio hombre para avasallar mi dignidad y mi cargo de Directora, tratándome como a una vulgar ladrona. ¿No sabe acaso de mi corona de laureles obtenida en Atenas por mis estudios?
-¿Les digo que te niegas a ir?
Clemente intervino.
-Cuidado, Hypatia el poder de la Iglesia es muy grande. No los desafíes. Constantinopla avalará lo hecho por el Patriarca. No esperes ni de Eudoxia ni de su débil marido, el emperador Arcadio, ninguna ayuda.
-Es verdad. Tus palabras indican prudencia. Desde que el Cristianismo es la religión oficial del Imperio, los Patriarcas tienen potestad. Marcos: diles que pasen y pronto comunica esta afrenta al Gobernador. Él debe saberlo.-

Se volvió hacia el bizantino diciendo -Perdóname Clemente, ya que hablábamos de tiempo, estamos viviendo tiempos difíciles. Pero hay un eterno retorno y las estrellas volverán a marcar días felices para la sabiduría de nuestros mayores. Ahora, las sombras se avecinan. Dicen que Agustín el Obispo de Hipona sostiene que el tiempo es lineal. ¡Qué tontería! Nos parece lineal. Como si la proyección al plano de la esfera fuese lo real y no lo aparente. Esa es la esfera plana. Marcos te llevará al salón principal para que leas los rollos y veas mis aparatos, mi reloj con secciones de esfera y la esfera plana que te preocupa.

Se puso de pie y mantuvo el paso seguro mientras acompañaba a Clemente hasta el patio central. Permaneció erguida, con toda su figura y autoridad.

Los hombres del Patriarca se presentaron sin contemplaciones ni cortesías.
-¿Eres Hypatia, hija de Teón de Alejandría y Directora de la Biblioteca?
-Esa soy yo.
-El Obispo Cirilo, Patriarca de Alejandría, por el poder conferido por el Emperador te ordena que te presentes ante él para interrogarte.
-¿De qué se me acusa?
-Por el momento de nada. Te manda llamar y quiere que vayas ya mismo.
-No puede obligarme. Debe respetar mi autoridad. He sido nombrada por el Gobernador y ante él respondo.
-Si te niegas a acompañarnos te llevaremos por la fuerza.
-Detente, esbirro de la ignorancia. Demasiadas afrentas ha recibido este lugar que guarda la sabiduría del pasado. No uses tu fuerza contra una mujer. Voy con ustedes.

III
Cirilo estaba en su sillón patriarcal, recordando los sufrimientos del Señor. Era la Santa Cuaresma y eso era lo que debía hacer. Jesús de Nazareth había sufrido, padecido y muerto en la Cruz para traer la verdad a los hombres ignorantes, a los que adoraban a dioses y diosas falsos en vez de amar y honrar al Único. Él, Hijo de Dios, Segunda persona de la Santísima Trinidad, generado por el Padre. No estaba de acuerdo con Nestorio de Constantinopla. Habían discutido si en Jesús había dos personas, una Divina y otra humana. Eso era un error. En Jesús había una sola persona, la Divina y dos naturalezas, una divina y otra humana. María era la madre de Jesús en su naturaleza humana, no en su naturaleza divina. El Padre había engendrado la naturaleza divina. Iba a luchar por esta verdad costara lo que costara. La confusiones de Nestorio no podían hacerse oficiales. Pronto se realizaría un Concilio e iba a luchar para imponer la verdad.

Sumido en estos pensamientos y en ayuno total, lo sorprendió la puerta que se abría. Como una visión apareció altiva, firme, sin miedos, desafiante, una mujer. La túnica ceñía su cuerpo ondulante, marcando sus formas. Dejaba al desnudo uno de sus hombros. La piel se veía aterciopelada. Los negros cabellos, recogidos a la usanza griega, resaltaban sus facciones. La belleza ofendía. Era la primera vez que la enfrentaba. La había visto una vez, a lo lejos, conduciendo su carro con caballos y se había sentido inquieto. Ahora lo entendía. En esta mujer había algo demoníaco. Una fuerza imparable se desató en su cuerpo y dominaba su carne. La bestia se encendió entre sus piernas. Quería tocarla, tenerla entre sus brazos, dominarla, someterla, hacerla suya. Bajar esa altivez, golpearla si fuese necesario.

Fuera, demonio, dijo mentalmente apretando los puños. Jesús también había sido tentado por el maligno en el desierto. Era sin dudas una enviada del ángel caído para hacerlo pecar en Cuaresma. “Padre, ayúdame”, se repitió.
-Nómbrate, mujer.- dijo con voz firme y amenazadora, sin dejar traslucir lo que sentía.
-Soy Hypatia, hija de Teón, Directora de la Biblioteca, filósafa y astróloga. ¿Qué quieres de mí, Cirilo?
-Quiero saber si es cierto que estás enseñando ideas contrarias a la doctrina cristiana. ¿Es así?
-Enseño la verdad tal como aprendí de mis mayores y despliego ese conocimiento para hacer avanzar la Episteme.
Otra vez la bestia negra dentro suyo. Esa altivez, esa insolencia debían ser acalladas. Los pechos de la mujer se movían y palpitaban debajo de la túnica, como única demostración de que tenía miedo. Esos pechos, esa boca, esa piel…Hubiese querido desgarrarle los vestidos, tirarla al suelo y poseerla delante de todos, para avergonzarla y someterla. Pero no. No iba a acceder al pecado. Había recibido los óleos sagrados y sería fiel a su palabra. Había que sofocar a esta enviada del reino de la oscuridad. Era muy peligrosa.
-Cómo te atreves, siendo mujer, a discutir estos temas. La Episteme cae ante la Doctrina del Señor. Obedece a tu marido y guarda silencio ante la autoridad de Dios.
-No tengo marido al cual someterme.
-¿Por qué tu padre no te ha casado para que un hombre te discipline y baje tu altivez, pecadora de orgullo y de pasión?
-Mi padre me formó libre y buscando la perfección, como las antiguas vírgenes helenas que no juraban obediencia a nadie. El amor no es sometimiento, ni violencia, ni prisión. No es esclavitud, sino fusión de almas. No he encontrado al varón que sea mi media naranja y complete mi ser andrógino.
-Qué dices, mujer, estás blasfemando.
-Sólo repito las enseñanzas de mi maestro Platón, en sus diálogos.
Cirilo se acercó amenazador y sintió el perfume a rosas que exhalaban la piel y los cabellos de Hypatia. La atracción se hizo más fuerte.
-Arrepiéntete de lo dicho. Arrodíllate ante mí y besa la cruz- dijo bajando los brazos a la altura de su entrepierna, para interponer el crucifijo a la bestia y poder así dominarse.
-No lo haré. No soy cristiana. Soy alejandrina por nacimiento y honro a mi Madre Isis, la Madre de todos los mortales. La que Apuleyo en su Asno de Oro describió en todo su esplendor. Me protege también Palas Atenea, la sabia, la que diera días de gloria a Atenas inspirando las artes y las ciencias. Discurro con mi intelecto y sirvo a mis diosas y dioses del Olimpo. A Poseidón, que coronaba Pharos…
Cirilo la interrumpió.
-No hay más que un único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y el Hijo se encarnó para salvarnos del error. Reniega de esas diosas y dioses. Conviértete y deja de blasfemar o te destituiré de tu cargo.
-No tienes potestad sobre mí. He sido nombrada por el Gobernador. Ante él responderé.
-Es verdad, no puedo destituirte. Inspirada por el demonio sabes cómo defenderte. Te enviaré ante él.
La bestia en medio de sus muslos no se calmaba. Ah, la carne. Qué poderosa. Pero su voluntad era más fuerte. Pablo de Éfeso en sus Epístolas ya lo había dicho.
-Padre Pedro, que lleven a esta mujer ante Orestes diciéndole que blasfema y no acepta la fe cristiana. Recuérdale que hace más de 30 años que Teodosio declaró al Cristianismo como religión oficial del Imperio.

No aceptaré que nadie ejerza un cargo oficial siendo pagano. Y menos una mujer.

Hiparía salió, tomando la delantera, seguida por el Padre Pedro. Con dignidad subió al carro clerical y ocupó el lugar que le indicaron. Se presentaría ante su amigo.

Las puertas del palacio del Gobernador se franquearon cuando se anunciaron. La orden tranquilizó a Hypatia.
–El Gobernador manda que entre sólo la Directora.
Orestes miró la querida figura y sentimientos de amor y protección surgieron en él.
-Te esperaba con preocupación, mi querida amiga y maestra. Tu fiel Marcos me puso en antecedentes. Iba a mandar por ti cuando se hicieron anunciar.
-Gracias, Orestes, sabía que tu autoridad es más fuerte que la cerrazón del Patriarca.
-¿Qué te ha hecho ese hombre?
-Nada, por el momento. Quiso obligarme a renegar de mis dioses y convertirme al Cristianismo.
-Debes tener cuidado. Cirilo es poderoso y un verdadero perro de presa. No me gustaría que lastimara tu bello cuerpo. Te quiero con tu mente brillante pero también en toda tu hermosura y pasión.
-No hablemos de eso ahora, amigo. Déjame que recobre la calma y posterguemos esas conversaciones para el momento del lecho, cuando Afrodita nos una. Atiende tus asuntos y yo iré a los míos.
-Mujer, veo que no tienes miedo. No sé por cuanto tiempo podré contener la furia de Cirilo, ni la de sus seguidores. Ten cuidado. Evita andar sola en tu carruaje.
-Sabes que me muevo así. No tengo guardia ni acompañantes.
Salió con paso decidido. Vio como el Padre Pedro era introducido ante la sala oficial.

Al dejar el palacio temblaba de indignación, de impotencia y de miedo. Caminó por las estrechas callejuelas de su querida Alejandría para sacar de su interior esos sentimientos negativos. Avanzó entre las casas de adobe hasta la zona costera. Miraba hacia atrás, como temiendo algo. El Mare Nostrum estaba magnífico, en uno de sus últimos días invernales, pero calmo. La visión de las profundas aguas la tranquilizó. Se sumió en su interior, buscando encontrar su centro. Invocó a la Madre Divina. Perdió la noción del tiempo. Se vio frente a Isis, con las alas desplegadas. Una voz interior le decía que debía seguir adelante, sin detenerse, pasara lo que pasara. Debía cumplir su destino.

Se encaminó hacia la Biblioteca.
-¿Qué ha pasado, señora?- La voz de Marcos sonaba preocupada. -Envié a Phebe al Palacio del Gobernador, para saber de ti.
-Sólo ha rugido el león. He rechazado la conversión que me quiso imponer Cirilo. No nos ocupemos más de esto. ¿Se ha retirado Clemente?
-No, todavía está estudiando la esfera plana y el círculo de las estrellas. Dice que las va a reproducir en Constantinopla.
-Temo un ataque sorpresivo de los seguidores del Obispo. Guarda bien los rollos de Aristóteles y los del maestro Plotino.
La joven figura de Phebe irrumpió, apresurada.
-Señora, me alegro de verte bien. Traigo un mensaje del Gobernador. Dice que te vayas de Alejandría mañana a primera hora. Cirilo ha respondido mal y teme por tu vida.
-No voy a huir. Mañana daré mi clase en el Liceo, como siempre. No voy a dejar mi tierra, la tierra de mi padre, ni el lugar donde enseño, mis alumnos, mi Biblioteca.
-Pero Hypatia, corres peligro.
-Mi buen Marcos, no temas por mí. Estaría mucho peor si huyera como un animal asustado.
Señora- terció Phebe- por qué no aceptas la religión cristiana. Las enseñanzas son de amor. Conviértete como quiere el Obispo y salvarás tu vida.
-Phebe, no sabes lo que dices. He dedicado mi vida, mis estudios, mis investigaciones a la fusión de las verdades de la Hélade con la sabiduría ancestral de mis antepasados. Miro todos los días al Mare Nostrum y agradezco a Isis la magnificencia de su creación. Estos cristianos niegan la belleza, el eros, la verdad. Su amor es sólo ágape y niegan la vida. Su cruz es de muerte. No es el sagrado Ank.
-Entonces escapa.
-Seguiré en mi cargo y cumpliendo con mis obligaciones. No se hable más de este tema. Vamos a nuestros asuntos.
Al atardecer, Hypatia recorrió las salas ya vacías de la Biblioteca y el Museo. Los animales disecados tomaban formas extrañas al irse retirando la luz. Despidió a Marcos y a Phebe, que se mostraba acongojada. Buscó un manto para cubrir sus hombros del frío marino.
Al bajar las escalinatas, ya casi en sombras, la sobresaltó una presencia, saliendo de atrás de una columna.
-¿Quién está ahí?- Dijo con voz autoritaria.
-Soy yo, Hypatia, tu Obispo Cirilo. Vengo a hablar contigo.
-¿Qué haces, furtivo, escondido en la oscuridad? Creí que eras un asaltante.
-Esperé para verte a solas.
-¿Qué quieres de mí?
-Que te arrepientas, que sigas la Fe del Señor, mujer pecadora, sierva del demonio. Debes corregirte.
-¿Qué tienes en mi contra, por qué me odias?
-No te odio.
Cirilo se acercó y la tomó de los hombros con fuerza, tirando su manto al piso. .
-Me haces daño... déjame.
El Obispo la soltó de pronto, profiriendo un
-¡No! Amo al Señor.
Hypatía retrocedió, poniendo distancia.
-Me deseas.
-No... Sí, mujer, te deseo pero no caeré en la tentación. Soy hombre de Dios y la carne es pecado.
Hypatia recogió su manto y se lo puso, cubriéndose. No le gustaba la cercanía ni los instintos del Obispo. Había algo feo detrás.
El hombre empezó a hablar, como si estuviese en el púlpito o en la plaza.
-Habrás de saber que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Es Dios. Su persona es divina y tiene dos naturalezas, una divina y otra human. No tiene, como dice Nestorio, dos personas, una divina y otra humana. ¿Me entiendes?
-Sé distinguir entre ousía1 e hipostasía2.
-¿Qué dices tú?
La ousía es lo fundamental. La hipostasía no es más que una perfección sobre la ousía. La ousía de tu Jesús es ser Jesús, como la de Sócrates es ser Sócrates. La ousía de los dioses es la de ser dioses. Como la Madre Divina, Isis. Su ousía es ser divina.
-Calla, Hypatia, te confundes cada vez más. La madre de Dios es María de Nazareth. Ella le dio entrada a este mundo al Hijo de Dios. Permitió que la Segunda Persona se hiciera hombre, pero ella no es divina.
-Entonces, la carne no es tan mala.
Nuevamente la atracción que sentía por esa mujer, que hablaba asuntos de hombres, laceraba su cuerpo.
-Me estás tentando, pecadora.
-No, estamos discutiendo como filósofos, como amantes de la sabiduría.
-No hay nada que hacer contigo. Si no te conviertes, de nada servirá tu amistad con el Gobernador. Pondré al pueblo en tu contra.
Se acercó amenazante. Puso sus manos sobre el bello cuerpo y empezó a tocar sus senos.
-Detente. Me das asco - dijo con toda su dignidad de mujer.
El Patriarca se contuvo, sorprendido. Obedeció. Hypatia le dio la espalda y sin apresurar el paso, descendió por las escalinatas y buscó su carro.
Cirilo quedó temblando de furia, de dolor y de pasión.

IV
En la plaza, el Sol alargaba las sombras de los árboles hacia el naciente. La mujer exponía frente a una multitud que la escuchaba reverente. La tiara sobre su cabeza aumentaba su atractivo. La luz cambiante iba resaltando el tono de su piel y la hacía más atractiva. Orestes sentado en la primera fila no se perdía palabra ni dejaba de mirarla, arrobado. El tema de la clase era el amor.
-Diotima de Mantinea, la sacerdotisa de Apolo, había iniciado a Sócrates en los misterios del amor. Ella le había enseñado el mito del nacimiento de Eros. Fue en el festejo que hicieron los dioses primordiales por el surgimiento de Afrodita de la espuma del mar. Estaba presente Poros, el dios de los innumerables recursos. Ebrio salió al jardín y quedó adormilado. Penía, la diosa carente y necesitada estaba pidiendo limosna en la entrada y se recostó junto a él. De la unión de ambos nació Eros. Por ser la fiesta de Afrodita Eros nunca se le separó. El hijo de la abundancia y la pobreza se convirtió en el fiel servidor de la diosa de la belleza. Sócrates, según lo ha dejado escrito Platón distingue el amor de la simple atracción instintiva. Hay varios tipos de amor. Uno es el que persigue la satisfacción animal. Otro el que busca la belleza para rendirle tributo (en ese momento de su discurso la maestra no pudo menos que mirar a Orestes, con ojos sonrientes). Otro el que ama el intelecto. Si Sócrates hubiese seguido las enseñanzas de su maestra no hubiese tomado la cicuta. Ella defendía la vida por sobre todo. Pero Sócrates no la escuchó. ¿Puede un ser humano, varón o mujer, elegir la muerte? ¿Es ético ir contra la vida? -

Mientras hablaba, una sensación de angustia le crecía dentro. Escuchó el graznido de un pájaro y recordó los augurios de las viejas. Terminó su clase y recibió los aplausos y los vítores de los presentes. Tenía conciencia de ser el último baluarte del helenismo. Una imagen mental se le cruzaba delante de los ojos. Era un fuego alto, intenso, devorador. Tomaba la forma de Cirilo. Salían lenguas llameantes de su cuerpo, de su ojos, de sus brazos levantados y amenazantes.

Se acercaron varias personas y las saludó. Entre ellos Clemente, el bizantino. Orestes se despidió, gentil, ofreciéndole su carruaje para llevarla a su casa. No lo aceptó. Una fuerza indomable la llevaba a cumplir su destino. Distinguió a lo lejos, asomándose desde una calleja lateral, una figura delgada y sombría que reconoció como la del Obispo. Temió lo peor.

V
Los aplausos resuenan en mi mente. Pero no son para mí. Fue Atenea quien habló por mi boca. La diosa se manifestó como nunca. Tengo miedo. Tomo las riendas de los caballos y los animo para que doblen. Voy a la Biblioteca. Sé que algo malo va a pasar. ¿Qué es esa columna de humo?
-Phebe, mira, la Biblioteca está en llamas. Es la visión que tuve. Las lenguas de fuego.
-Señora, huyamos, no vayamos hacia allá.
-Bájate si quieres, voy a ver qué pasa.
-Cuidado, se ve que hay una turba embravecida.
Bajo del carruaje y trato de entrar. Pero es imposible. Las llamas me impiden pasar. Grito. Todo está perdido. El fuego devora. Mis cosas más queridas, los rollos del saber que venía guardando celosamente, los animales disecados, todo
-Vamos, señora, escapemos.
Subimos nuevamente al carro y tratamos de salir. Pero los hombres me han visto. Se abalanzan. Comprendo lo que va a venir. Hécate me requiere. La diosa de la disolución me llama.

Está cerrando su ciclo mensual y me arrastra como en un torbellino. Podría haber escapado. Haber aceptado la propuesta de Orestes. Pero elegí morir, como Sócrates, porque soy fiel a mí misma. No puede hacer nada más. Todo lo que amo se está perdiendo, se olvidará. La Hélade se va conmigo. Nunca más en mi querida Alejandría se dirán las verdades de los maestros. Me entrego al saber, a la sophía. Pido a la Madre volver para seguir enseñando.

Siento mucho miedo. Allí, la turba frente a mí se ha quedado en silencio. Alguien da una orden. Gritan desaforados y se me acercan. Me cierran el paso. Quiero escapar, pero no puedo. Phebe salta del carro y corre, gritando,
-No! No le hagan daño.

Es en vano. Me toman entre varios y me sacan del carro. Me arrancan la tiara, tiran de mis cabellos. Me golpean contra el piso, Me tocan, me arrastran, me manosean. Me arrancan la ropa. ¿Qué es ese dolor lacerante en mis carnes.? Me están cortando con algo filoso. Son conchillas de mar. Mil heridas que me hacen sangrar. Me arrastran al interior de una iglesia. Cerca del altar me desnudan. Mis ropas ensangrentadas salen con pedazos de mi piel y dejan mi cuerpo ya rojo al descubierto. Me cortan los pechos, los muslos, la vagina. Se ensañan con mi vientre. No puedo defenderme. Brazos, espalda, cara, labios. Cierro los ojos para que no me cieguen. Antes de hacerlo, veo la cara del Padre Pedro. Tiemblo de dolor, me desvanezco. Madre Hécate, llévame y tráeme en otra vida. Me voy. Me dejo ir.

VI
Cirilo estaba muy satisfecho. En el Concilio de Constantinopla, gracias a sus hábiles maniobras, Nestorio había sido eliminado. Sonrió recordando cómo lo dejó afuera, empezando el Concilio antes que llegara. Ahora era dogma oficial de la Iglesia que en Jesucristo hay sólo una persona, que es la Divina y dos naturalezas, una Divina y otra humana. Una hipostasía y dos ousías, como diría esa mujer que hablaba en griego. Recordó su nombre: Hipatía se llamaba. El demonio la poseía. Hacía varios años ya que él mismo había estado a punto de sucumbir ante ella. Era muy peligrosa y engañaba a la gente. Tuvo que hacer lo que se debía.

Ahora la Santa Madre Iglesia aceptaba que María, era teotokos, madre de Dios. Es posible llamarla así porque es la Madre de la Naturaleza humana de Jesuscristo. El Altísimo es el Padre de la Naturaleza divina. La verdad se imponía.


Notas:

1 Naturaleza
2 Persona


Lic. AliciaContursi
Filósofa y escritora argentina