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2004

 

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El Concepto del "Cambio" en el Discurso Político a Cuatro Años de la Alternancia
 

Por Álvaro de Gasperín
Número 39

“Si los conceptos no son correctos, las palabras no son correctas; si las palabras no son correctas, los asuntos no se realizan; si los asuntos no se realizan, no prosperan ni la moral ni el arte; si no prosperan la moral y el arte, la justicia no acierta; si la justicia no acierta, la nación no sabe cómo obrar. En consecuencia, en las palabras no debe haber nada incorrecto. Esto es lo que importa”
Confucio

Introducción
Considerado como uno de los discursos menos vinculados a la ética dado su eminente carácter persuasivo y de convencimiento -cuyos límites con la manipulación son prácticamente imperceptibles- el discurso político se ha planteado actualmente en los diversos sectores del análisis académico, intelectual y del quehacer político mismo, como uno de los objetos de estudio más importantes, ya que su construcción, emisión y decodificación por parte de los receptores (audiencias en el caso de los medios de comunicación) parece descubrir y detectar los resortes del comportamiento ciudadano como respuesta a esos estímulos construidos con frases, palabras, imágenes, fotografías, dibujos, etc.

Así, los estudios semióticos, lingüísticos y de análisis de contenido en los últimos años acerca del discurso político, se han multiplicado tratando de desentrañar los usos abiertos o soterrados del lenguaje en el contexto de la confrontación política que se da tanto en el marco de una campaña electoral como en el ejercicio de una acción de gobierno, determinadas ambas por un espacio temporal de intercambio de mensajes.

De esta manera, diversos estudios acerca del discurso político (muchos de ellos desde marcos teórico-metodológicos tan amplios como la lingüística, teorías de la comunicación e incluso desde modelos matemáticos) han aportado diversas conclusiones e interpretaciones sobre los “resortes” que mueven al actor político a estructurar un discurso ya sea para influir, manipular, distorsionar, confundir, persuadir, convencer, animar, motivar y de ahí generar conclusiones acerca de la intención, ideología e interés implícito o explícito de diversos actores: líderes políticos, partidos políticos, estructuras de gobierno, entre otros.

Lo cierto es que hasta ahora no hay definiciones concluyentes y generalizables, porque el discurso político está insertado en una dinámica social que continuamente lo transforma y adapta a nuevas circunstancias; sin embargo y ubicados en un espacio temporal determinado, sí es posible generar algunas consideraciones sobre cómo el lenguaje en general y un concepto- palabra en lo particular, pueden desencadenar, en este preciso orden, una asimilación en el nivel cognoscitivo para formar paulatinamente una serie de actitudes y ejecutar conductas, que en el plano que nos ocupa se relacionará directamente con una actividad política básica en un sistema democrático: la participación ciudadana en un proceso de elección a través del sufragio.

Para efectos de este ensayo, el concepto- palabra de análisis será “cambio” y las diversas interpretaciones que haré se relacionarán directamente con su disputa primero y posterior uso de ella, en el marco de la campaña electoral en México para elegir Presidente de la República en el año 2000 y que terminó, como todos sabemos, con el triunfo precisamente de la “Alianza por el Cambio” que postuló al Lic. Vicente Fox.

También es importante recalcar que entenderemos por discurso

al conjunto de mensajes que circulan al interior y al exterior de la opinión pública y que el discurso se encuentra compuesto por un componente lingüístico acompañado de un componente retórico, donde el componente lingüístico propiamente dicho asigna un sentido “literal” a los enunciados fuera de cualquier contexto enunciativo y el componente retórico interpreta ese enunciado1.

No será punto de partido y mucho menos de llegada en este ensayo decir cuál es el concepto correcto de “cambio”, sino tratar de explicar su validez e importancia en un entramado social determinado y su posterior falta de congruencia, inconsistencia y desamparado de la palabra en sí, en otros circunstancias de la realidad nacional.

Cuatro años de olvido ¿involuntario?...
Llamó sobremanera mi atención que el pasado 30 de abril, primero y dos de mayo del año en curso, en el marco de la Asamblea y Convención Nacional del Partido Acción Nacional (PAN) la frase que trataba de definir el evento fuera: “un partido en acción, por un México en cambio”, porque precisamente a unos meses de cumplirse cuatro de años de la alternancia, esta palabra había sido prácticamente guardada en el “baúl de los recuerdos”, cuando en el marco de la campaña política del año dos mil, se convirtió prácticamente en el botín más preciado de partidos y candidatos que buscaban la Presidencia de la República.

En efecto, en el marco de la campaña presidencial del año 2000, la palabra “cambio” tenía para el ciudadano común y corriente una connotación que mas que un reclamo, era como un “grito de guerra”. En ese año, el imaginario colectivo en su mayoría quería cambiar, sin saber a ciencia qué y hacia dónde, y los estrategas no tardaron demasiado en darse cuenta que sería la palabra clave para construir un discurso político que se tradujera finalmente en votos para el partido y candidato que la enarbolaran.

En este contexto, si recordamos fue la campaña y la alianza que lo llevó al triunfo del actual Presidente de la República, la que se apoderó del concepto, le dio un sentido, la rodeó de futuras acciones y la mostró como su carta de presentación ante la ciudadanía en general y los votantes en particular.

Así pues, cambiar significaba muchas cosas: atreverse, retar, decidirse, votar, “echar al PRI de Los Pinos”, acabar con el régimen viejo y caduco, pensar en una vida mejor, entre muchos otros, y aunque el esquema propuesto sobre la responsabilidad de la palabra no era realmente explicado y comprendido, la palabra cambio, por sí sola, llenó el lenguaje del discurso político, generó expectativas, creó ilusiones, multiplicó simpatías (y antipatías para quienes se atrevían a criticarla), creó otros lenguajes (por ejemplo el de la “V” de la victoria se asoció con todo aquel que quería cambiar, etc.).

La palabra también fue visualizada a través de slogan de campaña, carteles, colores, frases que la tenían como eje discursivo, arengas y el nivel propositivo del término no daba pie a malas interpretaciones, regresiones y mucho menos burlas por parte de quienes la escuchaban y pronunciaban.

La palabra “cambio” en el marco de la campaña del año dos mil fue monopolizada y encarnada a través de una alianza de dos partidos y un candidato presidencial que la irradió a todas las demás candidaturas que se construyeron a lo largo y ancho de la República Mexicana, y quizás el primer triunfo que fue previo a la victoria electoral, fue el triunfo del lenguaje, el triunfo de la palabra, que atrapada y con dueños ya identificados, sólo necesitó que pasaran los días para que trajera los resultados.

Para entender un poco mejor la importancia y el manejo del discurso, hay que tomar en cuenta sus condiciones de emisión y sus condiciones de recepción, en este sentido, desde el punto de vista de las condiciones sociales, culturales, económicos y por supuesto políticas del momento, la palabra cambio encarnó (textualmente hablando) el anhelo de muchas personas, donde “el ethos -entendido como la confianza que inspira el sujeto discursivo, basado en la imaginación y la emoción- superó al logos que aporta la argumentación razonable de una verdad para convencer al auditorio”3.

Pero ¿no es precisamente una campaña política emoción e imaginación, entretenimiento en alto grado?. Toda campaña política, por definición está llena del discurso político, que se convierte en el arma principal de quien la utiliza. Sin embargo, no todas las palabras toman la importancia y trascendencia en el discurso, tal como sucedió con la que analizamos, así como tampoco toda palabra puede en un momento determinado ser definida por cualquier sujeto discursivo.

Me explico: en el marco de la campaña electoral del año dos mil, ni el PRI y su candidato, ni la alianza de partidos de izquierda y su candidato podían arropar la palabra cambio. Para el primero, la palabra en sí resultaba la antítesis de lo que 71 años de gobierno habían realizado, entonces la palabra cambio para alguien que no había cambiado se entendía como un gran sin sentido, y el segundo no podía ofrecer una oferta de cambio si él como el sujeto principal del discurso llevaba tres intentos por buscar la Presidencia de la República.

Para el ciudadano de ese año electoral, el cambio no se materializaba en indicadores externos, sino la repetición multisexenal de las mismas siglas, de los mismos gobernantes pero encarnados en otros personajes, del mismo discurso, así que quien no tuviera una relación con estas interpretaciones del lenguaje sería quien pudiera arropar el concepto y “venderlo” en el marco de una campaña político-electoral.

El cambio se convirtió en un estandarte y en una esperanza, en una ilusión y en una meta, y bajo esta lógica de uso, los resultados electorales una consecuencia, junto con otros factores, impulsaron la llegada al poder de un partido y un candidato diferentes.

Y el gobierno ¿del cambio?...
Sin embargo, las circunstancias que rigen un proceso electoral (que pueden ser emotivas, lúdicas, competitivas, de promesas, etc.) terminan cuando existe una decisión ciudadana acerca de los competidores. En pocas palabras, las campañas terminan y comienzan los gobiernos, con las transformaciones subsecuentes en las relaciones que todo sujeto político establece. La opinión pública toma otra distancia con quien eligió y en el caso mexicano que nos ocupa, la promesa de campaña (consentidora, amable) se comienza a convertir poco a poco en un reclamo que conforme pasa el tiempo subirá de tono sino se cumple.

El discurso político se transforma y el político-en-campaña sufre la metamorfosis al político-en-el-gobierno y aquí, como en todo sistema democrático, no fue la excepción. Con el paso de los días y los meses, incluso con el paso de los años, las circunstancias comenzaron a cambiar para quien ya ejercía el gobierno, como para quienes lo habían electo.

Es evidente que no todo lo que sucede en torno a un ejercicio de gobierno puede reducirse al lenguaje expresado en el discurso político y simplificar así de tal manera la realidad nacional, sin embargo el “lenguaje no es inocente”, y todo lo que se concibió como promesa es entendido como algo a cumplirse, máxime cuando la experiencia histórica previa a la alternancia había estado salpicada precisamente de lo que jerga popular decía de la mayoría de los políticos (priístas): “nunca cumplen lo que prometen” (verbalmente) o simple y llanamente los hechos sin palabras y las palabras sin hechos.

Sin tomar en consideración el normal ejercicio de desgaste que todo líder político tiene al ejercer el gobierno, en el contexto de nuestra palabra a analizar llamó la atención como el “cambio” comenzó a ser criticado, despedazado, y a convertirse ya no en una afirmación alegre, retadora, ilusoria, sino un reclamo y hasta una burla...este es el gobierno ¿del cambio?.

De pronto la palabra comenzó a ser desplazada e incluso olvidada por quienes la enarbolaron porque empezó a perder su sentido y su validez en un nuevo contexto nacional y la fuerza que la soportaba y rodeaba ya no tenía los mismos matices que antaño: el cambio comenzó a salir del diccionario y del discurso político gubernamental y partidista a medida en que el tiempo avanzaba.

Frases como: ¿cuál cambio? ¿en dónde está el cambio? ¿hacia dónde cambiaremos? ¿se decía el gobierno del cambio? empezaron a construir el nuevo lenguaje sobre todo de los adversarios políticos que incluyeron esta nueva connotación a la palabra y cuya asimilación social avanzó con una rapidez sorprendente.

Por eso, decía el principio que llamó sobremanera mi atención que el pasado 30 de abril, primero y dos de mayo de este 2004, en el marco de la Asamblea y Convención Nacional del Partido Acción Nacional (PAN) la frase que trataba de definir el evento fuera: “un partido en acción, por un México en cambio”, porque percibí un nuevo intento por parte del partido que ejerce el gobierno a nivel ejecutivo, por reestablecer el significado del término que tantos éxitos trajo consigo en la campaña electoral y que hoy se visualiza, desde el discurso político partidista, como la oportunidad de relanzarlo y volverle a dar el sentido que podría catapultar una visión político-electoral rumbo a las elecciones del 2006.

Si en el 2000 la palabra que prometió y ofertó fue el cambio, ahora será el 2006 donde la misma palabra tendrá que tomar una significación diferente que sin romper con su significado inicial, se perciba como la posibilidad de ahora sí consolidar ese cambio, quizás solamente postergado, en sus grandes transformaciones.

Consideraciones finales:
Es evidente que el discurso político suele estar expuesto, por sobre otros juegos lingüísticos, a un desgaste mayor y más acelerado. Si a eso le sumamos que la política, los políticos, los parlamentos, no están en su mejor momento y que gozan de una baja credibilidad entre el ciudadano común y corriente, la situación empeora de manera preocupante.

Pero no hay que ser alarmistas, porque así como la política está en crisis, así lo ha estado en su momento la educación, el teatro, la literatura, entre otros, y se han encontrado formas de recomponerlas.

Sin embargo en la medida en que el discurso político esté cada vez más lleno de demagogia y se aleje de la verdadera confrontación de ideas, estaremos postergando el proceso de credibilidad en quienes lo enarbolan y la política retardará la reconstrucción de su maltratado desprestigio.

En el caso que me ocupó en este escrito, queda muy claro que un concepto-palabra como “cambio” ha sufrido en los últimos casi cuatro años una metamorfosis en su interpretación y análisis por lo que considero que el lenguaje necesita finalmente en todos los órdenes una realidad que lo legitime y eso solamente lo logra el binomio decir-hacer.

Finalmente no creo que sólo el discurso político esté en un terreno peligroso, me parece que la palabra, en todos sus órdenes lo está, entonces quizá lo que ahora necesitamos, y lo digo citando a Octavio Paz y a su Laberinto, es “aprender a mirar cara a cara a la realidad”, e “inventar palabras e ideas nuevas para estas nuevas y extrañas realidades que nos han salido al paso”.


Notas:

1 Apuntes del Seminario-Taller “Comunicación Política”. Fundación Manuel Buendía-ITESM-CCV. Córdoba, Ver. 2002.
2 Apuntes de la clase “Análisis del Discurso: Ética y Poética”. Dra. Laura A. Hernández M. ITESM-CCM. México. 2004.


Referencias:

Hernández, M. Laura, A. Apuntes de la clase “Análisis del Discurso: Ética y Poética”. ITESM-CCM. Enero-Mayo, 2004.
Paz, Octavio. El Laberinto de la soledad. F.C.E. 1950.


Mtro. Álvaro de Gasperín Sampieri
Catedrático del Departamento de Comunicación y Humanidades del ITESM Campus Central de Veracruz, Ver., México.