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2004

 

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Los Medios de la Globalización
 

Por Jesús Becerra
Número 37

Una de las prácticas humanas que van consolidándose como resultantes de la instalación del pensamiento histórico en la imaginación popular, es la tendencia a la identificación de las características de la época propia, respecto a la cual se presume que existen rasgos suficientemente discernibles para distinguirla de las precedentes y a la vez ligarla a ellas. Se trata de un ejercicio de construcción de la propia identidad de lo social en el eje del tiempo. Las circunstancias que trae cada época no sólo definen lo que es dable a sus sujetos pensar, sentir y hacer, sino que además facultan la proposición de la categoría época. Como en todo caso de percepción, alguna dosis de diferencias se requiere para notar el paso del tiempo social: los cambios reajustan las prácticas sociales hasta volver a unas reconocibles y a otras las dejan intocadas sólo para significarlas de pasado, de ritualidad, de vínculos. Para fines prácticos, sólo existe aquello que es pensable, de modo que ni los acontecimientos más contundentes ganan en sus implicaciones efectivas a aquellos que los sujetos asumen como vigentes, sean reales o supuestos. La cultura se hace de pensamiento en mayor dosis que de acontecimientos. En ese sentido, la conciencia de ser es un acto de producción de la cultura.

Las distintas marcas de nuestro tiempo, es decir, de lo que somos, imbrican para generar una realidad a la que la imaginación y el lenguaje terminan por instaurar en un sistema de proporciones para hacerla operable. Se trata de la racionalidad, sistema de escalas para medir el mundo y por ello para aludirlo. Resulta posible, por ello, desatender en un momento específico los contenidos de una cultura a fin de pensar en las estructuras del pensamiento, en las escalas de razón. Aunque no sabemos qué nos diferenciará de lo que seremos, nos es dado reconocernos en algunos rasgos que, por constituirnos, de algún modo nos explican, y al ser nombrados nos remiten a la terminología en la que se articula el presente: neoliberalismo, reingeniería social, light new age, postindustrialismo, terciarización económica selectiva, mercadotecnia de la hermandad universal mediante la worldwide web, digitalización de la imaginería de escalas, servomecánica y subcontratación, primado del capitalismo financiero sobre el productivo, racionalidad fetichizada e integración virtual; en una palabra, posmodernidad globalizada.

Y es que la globalización misma, como ampliación de los mercados para la realización de las mercancías y circulación de los capitales, requiere un mercado de conciencias que, a contrapelo de las matrices culturales, ponga en circulación una cultura ad hoc, incluso con precedencia sobre la cultura oficial. Desgraciadamente, la globalización de las conciencias no ha sido, sin embargo, la generación de una conciencia global, prehumana. La base de esta tendencia es mercantil y se constituye en lógica desde la cual se profundizan los desniveles geográficos, de clase, de género, y de prácticas de consumo, al tiempo que se estandarizan los referentes de las aspiraciones: aquello que a un tiempo marca una identidad e incorpora al mundo de lo selecto. Todo esto supone, por supuesto, la construcción de escaparates frente a los cuales se pasean las miradas y los apetitos. En sus espacios campean no sólo los objetos, sino la forma de consumirlos; no sólo los sujetos, sino la estructura que los ubica y clasifica.

El que exista una institucionalización del gusto, supone que secuencias de prácticas instituyentes operan sancionando mediante sistemas normativos no escritos pero efectivos, lo legítimo y lo aberrante, la creación y el remedo o hasta el exabrupto. No tratándose de escalas de jurisdicción, son entonces mecanismos más sutiles que promueven actuación mediante la valoración y antes la percepción. De algún modo, toda institución consiste por lo menos en una cierta lectura de su ser y su hacer -algunas más, otras menos al preferir la coerción-, en un sistema complejo de adhesiones relativamente libres que, por operar como código, requiere de sus usuarios una suficiente competencia a fin de no ser descalificados y aparecer como entidades extrañas y exteriores, sin capacidad para la interactuación. La institución es, así, lenguaje y referente, sistema redundante del que la economía de la cultura se vale para erigir las reglas de lo deseable. Como macroobjeto vuelto hacia sí mismo, una institución es al sujeto lo que la lógica es a la enunciación: paradigma que articula lo manifiesto y lo ausente para que los procesos adquieran sentido. Es que una institución posee además de un sustrato material, una naturaleza virtual que opera como una cultura en sí misma. De ahí que su modo de operación sea igualmente sutil; para el caso de nuestros tiempos de aldea global, el cacique global (como le llama Pasquali, 1993: 11) es ubicuo, opera sobre las conciencias, tiene como base capitales virtuales y como estrategia armas blandas: software, programación de información, formación de opinión y entretenimiento, así como los puntos de articulación entre las culturas, a fin de promover su operabilidad y las cuotas de intercambio.

Por ello, la lucha debe concentrarse en la conciencia, a través de un trabajo serio y risueño, capaz de generar su propia oferta de ideas y de mundo posible. El trabajo sobre la imaginación será el único que pueda aspirar a reconquistar las conciencias, y esto desde diversos espacios.

Pero también necesitamos esforzarnos por producir la reflexión desde nuestros espacios, por grandiosos o modestos que pueden parecernos. Un golpe de estado al estado de cosas no se alcanza con meras buenas intenciones. En verdad, nos falta pensamiento conductor individual, y teoría apoyada en estudios concretos institucionales, para ser capaces de percibir, valores y actuar con alguna eficacia. Además, para dejar de imaginar que, al menos en materia de medios de comunicación sólo queda la posibilidad de conquistarlos par la vía de una revolución generalizada. Como apunta el filósofo de la comunicación Jesús Martín-Barbero (1990: 11), el creer de la auténtica comunicación sólo puede darse "fuera de la contaminación tecnológico / mercantil de los grandes medios" es la mejor coartada para dejar las cosas como están, pues si confinamos "la búsqueda y la construcción de alternativas a los márgenes de la sociedad y a las experiencias microgrupales" dejamos libre el centro del campo a la visión hegemónica.

Nuestra propuesta no debe ser la de abandonar ni la mirada histórica, ni la que pone la atención en las condiciones materiales detrás de los hechos concretos. De lo que se trata es de conceder una oportunidad a la imaginación para que reconozca los parámetros de sus propias producciones en los mundos que nos hace habitar. Uno de ellos, se muestra como integrado en una red de relaciones mercantiles a escala mundial, que solemos designar con el sustantivo globalización. El ver en los medios masivos de comunicación un sistema de instrumentos para promover tal estado de cosas debe llevarnos a concebir aquéllos como industrias que consumen nuestro tiempo, y nuestra imaginación, además de conducir nuestras energías. En efecto, no es tarea sencilla volver en favor nuestro las posibilidades hipnóticas de los medios, pero si no olvidamos que ellos funcionan bajo el régimen de la rentabilidad, veremos que nosotros, su mercado, tenemos una alta capacidad de acción a partir de un programa de pensamiento y de trabajo. Lo que sigue es una propuesta para el rescate de los medios y de nuestras conciencias, que eventualmente podría contribuir a la corrección de los rumbos pervertidos de la globalización.

A. Redefinición operativa del ethos humano
Sin duda, uno de los escollos más frecuentes en la historia de la cultura ha sido causado por la ambigüedad propia del orden de los valores morales, ambigüedad que, por cierto, es para algunos un valor en sí mismo. La interpretación discrecional ocasiona conflictos incluso de orden jurídico. La solución de esto no es sencilla ni definitiva: siempre queda un espacio para la interpretación, que justifica la existencia de la abogacía, así como los demás dominios del saber hacer profesional. En caso contrario, los manuales, los programas o los códigos serían materia suficiente para discernir de modo directo sobre los valores que algo asume, sin conceder espacio a ninguna otra concepción. A la postre, tal situación de estrechez, de racionalidad extrema, conduciría a un estado paradójico de irracionalidad.

Lo que se requiere es un criterio fundamental de discernimiento de lo valorar, que parta de la definición de un ethos, como ambiente del pensamiento y de las acciones para definir la ética como punto de referencia. Es cierto que sobre ésta pesan también las cargas de la ambigüedad, así como los peligros de caer en la intolerancia, por lo que la propuesta debe ser la generación de una ética operativa, mas no paramétrica. Es decir, se trata de ofrecer un marco general de categorías morales (en psicología existen propuestas como las de Kohlberg) que permitan discernir entre varias situaciones: tal sistema, pues, debe reconocer la relatividad general de los valores y la posible preeminencia situacional de unos sobre otros.

Para construir lo anterior, se requiere partir de un corpus ético global, como el que constituyen las diversas religiones, y llevarlo a situaciones concretas y propias de nuestros contextos, así como de los previsibles, para generar las categorías operativas. De ellas, pueden extraerse por simulación, situaciones específicas para ser sometidas a evaluación en grupos representativos de la diversidad social. Esto puede arrojar como consecuencia la clarificación de las estructuras morales de los sujetos, al mismo tiempo que puede permitirles reflexionar sobre su propio sentir, pensar y hacer, lo cual es ya en sí mismo una pedagogía de valores. En pocas palabras, la propuesta concibe arrancar de la construcción de un sistema general de razonamiento moral y sugerir situaciones para basar un diagnóstico de los diversos grupos sociales. Esto sería a la vez un trabajo piloto para afinar el modelo hasta donde se considere suficiente, y para sustentar las siguientes etapas.

B.Propuesta de conceptuación y rescate de la tecnicidad
Uno de los efectos más devastadores de lo tecnológico en el imaginario de la investigación es, sin duda, que todo esfuerzo de construcción se inscribe deliberadamente en una línea que confunde avance cualitativo con crecimiento. Mientras tanto, la constitución de los campos disciplinarios es perdida de vista. En la ingenuidad de la imaginación técnica, cualquier nuevo campo tiene ya predefinido su lugar, su conformación, su objeto, sus métodos y aun el tipo de sus resultados o productos. Con ello, no se hace otra cosa que condenar los procesos vivos del pensamiento a seguir los esquemas antes que a repensarlos. Lo que hace falta, entre a otras cosas, es, pues, tanto una denuncia como un rescate de la tecnicidad. Martín-Barbero (Montoya, M. E. 1993 y Martín-Barbero. J. 1990) fue uno de los primeros pensadores en América Latina en considerar la tecnicidad desde una posición no centrada en lo material, pero tampoco descarnada. Esto mismo, sin duda, ha permitido a los nuevos estudios de la comunicación en el subcontinente romper epistemológicamente con el hechizo de la tecnología y, por el contrario, considerarla como indicador importante para intentar una prospectiva de las acciones sociales en general, tanto como la reconstrucción histórica. El llamado "estallido del modelo mecánico" ha dejado su lugar a una concepción de la comunicación que se desarrolla en los medios, pero también en los espacios de la interacción cara a cara, ha revelado la existencia de mecanismos de mediación para la exposición ante los medios y para la apropiación de sus contenidos. Ha puesto de manifiesto que es necesario romper con los tecnologicismos idólatras o ascéticos, sin renunciar, en contraparte, al desarrollo y mejoramiento de las condiciones técnicas de la existencia y a su comprensión.

Esto se concreta en una propuesta de educación por la comunicación en un doble sentido: por una parte, en la conquista de los accesos y las formas, en una palabra, de los usos de los medios masivos o interpersonales de comunicación, a fin de promover acciones educativas y liberadoras. Por la otra parte, se trata de llevar a cabo un conquista y educación de los imaginarios de los seres humanos para ofrecerles nuevas formas de lectura de contenidos de los medios, que a la postre habrán de generar nuevas demandas de productos comunicativos. Es en el marco de una cruzada a favor de los valores, donde los dos conjuntos de acciones mencionados adquieren sus proporciones y sentido. Habrá que aclarar que no se trata de subvertir en orden de posesión de los medios de comunicación, sino simplemente de ofrecer nuevas oportunidades de lectura a los receptores, así como un nuevo tipo de usuario a los propietarios de estas industrias apoyándonos en la lógica de rentabilidad que ha mantenido vigentes el sensacionalismo, la indiferencia y el hedonismo.

C. Iniciativa de normatividad en el contexto de escenarios efímeros
Entre los primeros esfuerzos por atender las formas y los contenidos de la comunicación, se pueden encontrar en llamado Código Hayes, que en la época del primer florecimiento de la industria fílmica en Hollywood fue impuesto para mensurar los grados de inmoralidad presente en las cintas. Este esfuerzo es hoy visto con lástima en algunos casos, pero también con rabia, si se comprende como un sistema de censura y un atentado contra la libertad de expresión y el arte mismo. No hay que olvidar que en el nombre de la libertad y el arte se han producido obras excelsas, pero también crímenes. Desgraciadamente, la línea que separa ambos extremos es inestable, móvil y ajustable. Existen además una urgencia de normar respecto a los contenidos, las formas, los intercambios, las posibilidades y hasta los mecanismos de revisión y de ajuste de las propias normas. Y esto no sólo vale para la comunicación, sino además para la educación misma.

Sin pretender resucitar al Hayes de nuestro tiempo, debe intentarse pues, la traducción de los encuadres de valores como corpus ético que codifique y dé sentido, principalmente, al desempeño de los medios de comunicación, evitando coartar sus espacios para la libre expresión. A tal efecto, siempre puede ser útil recordar que la libre emisión no garantiza la recepción y que, llegada ésta sus sentidos pueden ser meras propuestas cuando se encuentra con receptores activos y críticos (Orozco, 1994). El análisis debe reconocer esto y dejar los espacios para la explotación democrática de los recursos comunicativos, siempre que se ajusten al perfil constitucional y discriminen sus objetivos de clientela, tiempos, modos, extensión y efectos esperados. Precisamente, los estudios de efectos de comunicación han sido desde el principio muy interesantes, pero con frecuencia también poco contundentes, dada la complejidad involucrada en la asunción de sentidos de cada sujeto en cada situación así como la imposibilidad de rastrear y disectar los efectos a largo plazo. Sin embargo, un marco moral claro puede constituir el fondo más confiable contra el cual recorta la complicada polisemia de los mensajes.

Ante la necesidad de incidir en la conformación de un ambiente ético más favorable que el presente, se requiere sumar a las acciones en el polo de la recepción, un esfuerzo consistente por armar un sistema claro y operante, opuesto por definición a la entropía que caracteriza nuestra oferta de sentidos. Su eje debe ser el concepto de ética y su amarre los valores. La forma debe ser una iniciativa completa sometida a las instancias legislativas y defendida en las arenas de las interacciones populares y en los escenarios académicos, políticos y económicos. Debe ser tolerante y respetuosa, a la vez que vigilante y flexible; crítica y autocrítica. Sobre todo, hecha de consensos y de estudios y reflexiones. El tamaño de lo que está en juego bien vale el reto.

D.Formación de una red de educadores y multiplicadores, así como de los materiales necesarios para su operación
Todo lo hasta aquí expresado no tiene mayores posibilidades de realización sino es a través de las propias redes humanas naturalmente existentes, por las que circulan los sentidos, las acciones y los impactos, los sueños y las aspiraciones. En esta red es, precisamente donde se revelan con mayor claridad la esencia de la comunicación y de la educación, en tanto que su configuración tendría el mejor sentido de ambas: el amor mismo.

Ante el embate de la moda y la maquinización que resta credibilidad a los profesores y minimiza a los padres y a otros aliados naturales, un "cierre de filas" de los sujetos concretos de la educación y la comunicación puede hasta ser la más eficiente respuesta para sustentar un proyecto de nación que tiene que reencontrarse con sus pensamientos, con su identidad en el pasado y con su destino en el presente efímero. Y es que, antes o después, los proyectos incluyentes que logran una cierta presencia, terminan por recuperar en su lógica y en su operación hasta aquellos que apostaban por una provisionalidad de beneficios no sustentables. El desafió parece ser en esto el encontrar las formas del discurso más adecuadas para acceder a los distintos imaginarios agrupados en sectores diversos. Por ello, una vez más la mejor estrategia es la apertura a la participación, la búsqueda de la representatividad, el esfuerzo plural.

En lo material, la producción y la circulación alternativas requieren también la complicidad de los trabajos. Por fortuna en mucho de lo que aquí se propone, que es en síntesis la vuelta renovada sobre los valores, la sociedad misma es la veta más rica, a la vez que el punto de referencia tanto de partida como de llegada. Pero más allá de una eficiente forma de organización y de la capacidad de contagiar el entusiasmo, se requiere de esfuerzo, claridad y hasta de buena fortuna. Entre los materiales, los productos técnicos alternativos (video, programas audiovisuales, formas impresas por ejemplo), si enraízan en las matrices culturales, pueden encontrar buenas posibilidades de producción y circulación. Con ello, la oferta disponible se enriquece y puede constituir nuevos modelos en formas y contenidos para los receptores y para los emisores masivos.

En síntesis, se propone generar "corredores" humanos y materiales de ideas y recursos que, por una parte, alimenten y concreten en acciones y productos lo que aquí se presenta, y que, por la otra parte, sean unas desembocaduras de este conjunto de esfuerzos para constituir un orden alternativo.

Es mucho lo que resta por comenzar a intentar, pero también muchas las intenciones por contribuir al mejoramiento de las condiciones de las que ya estamos aquí y de aquellos a quienes esperamos en un mundo de esperanza global. Aunque es cierto que el embate de los grandes intereses es considerable, seguramente existen muchos más individuos con posibilidades más finitas, pero después a trabajar por sus sueños. Eso en sí, y hay que entenderlo de ese modo, puede ser una exitosa puesta en practica de un valor, sobre todo si tiene como guía el estudio incluyente y pleno de sueños e imaginación para atreverse a creer en ellos. Más que a partir de la mera formación de cuadros para el trabajo, nuestros futuros historiadores seguramente nos evaluarán a las universidades y a los universitarios de hoy, en razón de nuestro atrevimiento para construir los escenarios y concentrar la energía social necesaria en la tarea de humanizar la globalización.


Referencias:

Martín-Barbero, J. (1990). "De los medios a las practicas". En Orozco G. (coord.) La comunicación desde las prácticas sociales. Cuadernos de comunicación y prácticas sociales, 1. Pp. 9-18. México: Universidad Iberoamericana.

Orozco, G. (1994). "Recepción televisiva y mediaciones. La construcción de estrategias por la audiencia". En Autor (coord.) Televidencia. Perspectivas para el análisis de los procesos de recepción televisiva. Cuadernos de comunicación y prácticas sociales, 6. Pp. 69-88. México: Universidad Iberoamericana.

Pasquali, A. (1993). "Bienvenida Global Village". En Intermedios, 8. Pp.7-15. México: Radio Televisión y Cinematografía.


Jesús Becerra Villegas
Centro Interinstitucional de Investigaciones en Artes y Humanidades
Universidad Autónoma de Zacatecas, México