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La Llorona o la Desesperanza de un Pueblo
 

Por Helena Rivas
Número 33

Antecedentes

En el México colonial y aún en la actualidad, la Llorona es una mujer que se aparece en la noche, a veces en las encrucijadas de los caminos, con cabello largo y vestida de blanco, llamando con fuertes llantos y aterradores lamentos a sus hijos.
Yólotl González Torres, Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica

La Llorona es una de las leyendas con más fuerza en nuestro país. Hoy día su presencia sigue causando tanto pavor como hace siglos. La gente del pueblo no duda en afirmar su existencia e incluso los más instruidos temen objetar algo ante quien afirma haberla visto, pues está tan imbuida en el pensar del mexicano que forma parte misma de su existencia y se le otorga el carácter de realidad.

La Llorona surge en la Colonia. Sin embargo, sus antecedentes son mucho más antiguos, tanto, que se pierden en los mitos prehispánicos y se funden en diversas representaciones de diosas madres.

Tenemos un gran número de versiones sobre su presencia y lo que la obliga a lanzar ayes lastimeros por la noche, pero lo que nadie puede negar es que ha trascendido las barreras del espacio y el tiempo hasta llegar a ser parte de la idiosincrasia de un pueblo. Es lo cotidiano de lo sobrenatural y la representación de la desesperanza.

La leyenda1
"…Una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revoleaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos. Ese tristísimo ¡ay! Levantábase ondulante y clamoroso en el silencio de la noche, y luego que se desvanecía con su cohorte de ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quietud nocturna, y eran tales que desalentaban cualquier osadía.

Así, por una calle y luego por otra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus gemidos; y, al final, iba a rematar con el grito más doliente, más cargado de aflicción, en la Plaza Mayor, toda en quietud y en sombras. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinábase como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante; después se iba ya en silencio, despaciosamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía; deshacíase en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas (…)No sólo por la ciudad de México andaba esta mujer extraña, sino que se la veía en varias ciudades del reino. Atravesaba, blanca y doliente, por los campos solitarios; ante su presencia se espantaba el ganado, corría a la desbandada como si lo persiguiesen; a lo largo de los caminos llenos de luna, pasaba su grito; escuchábase su quejumbre lastimera entre el vasto rumor del mar de los árboles de los bosques; se la miraba cruzar, llena de desesperación, por la aridez de los cerros, la habían visto echada al pie de las cruces que se alzaban en las montañas y senderos; caminaba por veredas desviadas, y sentábase en una peña a sollozar; salía misteriosa de las grutas, de las cuevas en que vivían las feroces animalias del monte; caminaba lenta por las orillas de los ríos, sumando sus gemidos con el rumor sin fin de las aguas…

La Llorona antes de la Colonia

Sexto presagio funesto:
Muchas veces se oía, una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:
-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
Y a veces decía:
-¡Hijitos míos!, ¿a dónde os llevaré?
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista

Mientras más se acercaban los españoles a la Gran Tenochtitlan en el siglo XVI, más frecuentes y directas eran las señales que recibían Moctezuma y los suyos sobre este acontecimiento.

Entre otros presagios, se afirmaba que por las noches se escuchaba gemir y llorar a una mujer diciendo: ¡Mis muy queridos hijos, ya llega nuestra partida, ya estamos a punto de perdernos! ¡Oh, hijos míos!, ¿a dónde os llevaré? Según fray Bernardino de Sahagún y Hernando Alvarado Tezozómoc, esos gritos los profería un diablo llamado Cihuacóatl "mujer serpiente", diosa de la guerra y los nacimientos entre los mexicas.

Así, se tiene un antecedente directo de la Llorona en esta diosa, que a la vez ostenta diversas manifestaciones en la cultura nahua como Tonantzin "nuestra madre", Huitztilincuatec "cabeza cortada de colibrí", Toci "nuestra abuela", Cozcamiauh "collar de espigas", Tlazoltéotl "diosa de la inmundicia" y, desde luego, Coatlicue "la de la falda de serpientes".

Estas deidades tienen los siguientes atributos: la maternidad de dioses y hombres2; la serpiente, uno de los animales más importantes de la cosmovisión mesoamericana, que representaba los poderes ctónicos de la naturaleza y se relacionaba con el inframundo; el dominio sobre el tiempo y el movimiento eterno representado por el colibrí; el tema de la guerra o la mujer guerrera; los colores rojo y negro, que tienen que ver con el Tlillan Tlapallan, el lugar mítico hacia el oriente, donde marchó Quetzalcóatl.

La vestimenta de las diosas es blanca; los cabellos, negros y largos. Representan a la mujer de todas las edades, joven, madura y anciana, y por tanto, a la concentración de los poderes femeninos, incluyendo el arte adivinatorio. "La mujer, en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse"3.

Cihuacóatl en particular muestra tres aspectos característicos: los gritos y lamentos por la noche; la presencia del agua, pues tanto Aztlán como la gran Tenochtitlan estaban cercados por ella -con lo que ambos sitios estaban conectados no sólo por coincidencias físicas, sino míticas-, y ser la patrona de las cihuateteo "que de noche vocean y braman en el aire; son las mujeres muertas en parto, que bajan a la tierra, en ciertos días dedicados a ellas en el calendario, a espantar en las encrucijadas de los caminos y son fatales a los niños"4.

Coatlicue, por su lado, habla de presagios funestos, al afirmar -ante chamanes de Moctezuma I- que así como Huitzilopochtli ganaría en la guerra, después él mismo "sería echado por gente extraña y entonces regresaría con su madre"5.

Por otra parte, Tlaltecuhtli "señor o señora de la tierra" bien puede relacionarse con la Llorona, pues a veces por la noche se escuchaban sus quejidos pidiendo corazones de hombres para comer; además de que por su boca nacieron los ríos y las grandes cavernas.

Asimismo, la figura llorosa se puede asociar con deidades de otras culturas: Auicanime "la necesitada, la sedienta", diosa del hambre de los tarascos; Xtabai, esposa de Kizin, el dios de la muerte, de los mayas-lacandones; Xonaxi Queculla, Xonaxi Huilia o Xonaxi Belachina "once muerte" o "la señora de la red de carne", deidad de la muerte, del inframundo y de la lujuria entre los zapotecos.

Los ejes simbólicos

Los símbolos de la mitología no son fabricados, no pueden encargarse, inventarse o suprimirse permanentemente. Son productos espontáneos de la psique y cada uno lleva dentro de sí mismo, intacta, la fuerza germinal de su fuente. Joseph
Campbell, El héroe de las mil caras

La leyenda de la Llorona otorga diversos elementos simbólicos: la mujer y una maternidad atormentada, la noche, el agua (lagos, ríos, cauces secos), lo blanco (la vestimenta y la neblina), la voz y el silencio, la mortandad de los hijos, la Plaza Mayor, el oriente, el arrodillamiento, las encrucijadas de los caminos, las cuevas, los bosques, la Luna.

La Llorona es, antes que nada, una madre. Ya su propio grito lo confirma, pero es una madre atormentada por un insufrible dolor. Parecería que es un símbolo roto, que la antigua diosa sabía el destino de sus descendientes y nada puede hacer para evitarlo, con lo cual destruye todo lo que una figura materna debe ser: fuerza protectora y benigna del destino6. Como el colibrí, está en continuo movimiento (iba de calle en calle, por varias ciudades del reino, por los lugares más apartados), pero también es el tiempo, el camino al inframundo y el signo de la muerte; empero, no deja de ser Tonantzin "nuestra madre", la que se adora en el cerro del Tepeyac y que después se convertirá en imagen de la Virgen de Guadalupe7.

De igual forma es una mujer, símbolo de misterio y posibilidad de apertura a secretos insondables y, por tanto, la conjugación del eros y del pathos de un pueblo.

La noche la acoge en su eterno caminar por las calles de la antigua Tenochtitlan. Como óbito, las sombras la acompañan y bajo su amparo surge el grito desgarrador, el poder del sonido que rompe los velos de la oscuridad con un llanto humano que no lo parece y que puede confundirse con lo eterno, y en donde la voz está cargada de significados. "Los hombres han creído que las fuerzas están sujetas necesariamente a las palabras o actos mágicos y tienen que obedecer al conjuro del que las pronuncia o ejecuta"8.

Es relevante observar el cambio en los lamentos. Antes de la conquista era una aseveración seguida de una pregunta: "¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder… e otras veces decía: ¡Oh hijos míos!, ¿a dónde os podré llevar y esconder?…"9, aquí todavía hay un resabio de esperanza o al menos un planteamiento de posible acción con ese "a dónde os podré llevar y esconder", pero ya en la Colonia tal grito ni asevera ni pregunta, simplemente es un continuo lamento, un ¡Ay! que llena de espanto los corazones y hace temblar a los más valientes, pues contiene un destino consumado sin ilusión. Es la eterna orfandad. La total desesperanza.

El niño muerto, la cuna vacía, los hijos ahogados, representan el destino que toda madre teme. Son el dolor más agudo. La pérdida total de esperanza. El final de una raza.

El silencio cumple una función también: retrae el alma a lo más profundo y abre el camino a lo solemne (su desaparición en las aguas).

Las callejuelas de la capital de la Nueva España son tétricas y la Plaza Mayor -antigua sede del templo dedicado a Huitzilopochtli, el hijo amado, la razón de ser del pueblo mexica-, desoladora. Ya no tiene ningún esplendor, es la burla de la conquista, el mercado inmundo:

El aspecto de la Plaza era asqueroso (…) encima de los techos de tejamanil se veían pedazos de petate, de sombreros y zapatos viejos; lo desigual del empedrado, el lodo en tiempos de lluvia, los caños descubiertos por doquiera, las inmundicias a la vista de todos, la deshonestidad en toda su impudicia, las descompuestas carnes cocidas que se vendían, los insectos como las moscas atacando a las gentes, los hedores más insufribles hacían de la Plaza un lugar verdaderamente bochornoso para la capital de la Nueva España10.

Sin embargo, sigue siendo un centro cósmico, un imán del pasado que posibilita comulgar con el más allá: "Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinábase como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante"11.

Ponerse de hinojos era la última humillación, pero también el momento de contacto con la madre tierra y el pasado.

El oriente está cargado de significados:

Es el rumbo por donde sale el Sol. Se relaciona con el rojo. En él estaban el paraíso del Sol y el tlalocan. El Tlillan Tlapallan "en donde está el color negro y el rojo", lugar mítico hacia donde marchó Quetzalcóatl. Se le ha interpretado como una región de sabiduría, cargada de simbolismo esotérico y los nahuas la ubican al este, más allá del mar. Para los tarascos, hacia ese rumbos estaba el camino al inframundo (…)"12.

Así, dicho ritual tiene que ver con recuperar los sitios sagrados, al igual que la esencia de una antigua forma de vida. También puede ser la posibilidad de abrir una brecha hacia el mundo de las sombras. Posiblemente sea el anhelo de recordar espacios y objetos sacros a pesar de toda la podredumbre13 y una última llamada al renacimiento, pues algunos pueblos, como los totonacas, creían que al oriente estaban las almas de los niños que volverían a nacer.

El silencio enseñorea la noche y a la figura fantasmal vestida de blanco. Este color, propio de todas las manifestaciones de Cihuacóatl, nos remite al destino, a la sonaja de niebla de la diosa, a los huesos de los hombres, a las cihiuateteo pintadas de blanco, a la tierra blanca de Aztlán.

Lentamente y en silencio, como en un rito solemne, la Llorona enfila hacia el Meztliapan, el lago de la Luna, como se llamaba esotéricamente al lago de Texcoco, para desaparecer en sus ondas. Entre los nahuas, la deidad lunar tiene género masculino, pero hay un sinnúmero de dioses y diosas vinculados con la Luna, como Toci, una de las manifestaciones de Cihuacóatl, o Coatlicue, madre del Sol, la Luna y las estrellas. Luna-noche-oscuridad-lo arcano.

Durante los presagios del fin del imperio azteca, el lago jugó un papel preponderante en el quinto y séptimo prodigio, primero porque hirvió con furia y destruyó las casas, y después dado que ahí atraparon un ave que mostraba el destino que esperaba a los mexicas14.

El lago, por tanto, era receptáculo del hado. A él iba la Llorona todas las noches.

Asimismo, el agua es el elemento femenino y maternal por excelencia; la fuente de la purificación, pero donde la pena es infinita. "Para ciertas almas, el agua es la materia de la desesperación"15

. El agua también es muerte; en este caso, la muerte de la madre por sí misma, una especie de suicidio o inmolación ante lo inevitable. Es el camino al sendero del fin. La Llorona aparece en donde hay agua pues así su pena es mayor, es continua. Nunca las corrientes de un río serán las mismas, nunca alcanzará el destino, nunca volverá tener en sus manos el pasado, siempre correrá tras aguas diferentes, insondables, eternas, inaprensibles.

En las versiones más antiguas jamás muestra su faz, un leve velo (en ocasiones será más grueso) la protege. Es la sin cara, lo cual ahonda el horror, al ser más intangible, más impenetrable. También puede simbolizar al pueblo sin rostro, al que ha perdido su esencia. Recordemos que los cantos prehispánicos nos hablan de que un hombre es rostro y corazón.

La Llorona es dueña del espacio, tiene el don de la ubicuidad; su presencia en las encrucijadas de los caminos nos remite de nueva cuenta a las cihuateteo. Su andar por cuevas, cerros y nacimientos de agua nos lleva a la búsqueda por lo sacro, pues a tales sitios se les otorgaba esa categoría y se les relacionaba con los dioses acuáticos.

La diversidad de la leyenda

- Malos augurios acarrea el oírla.
- Dicen que su grito más doliente lo lanza al llegar a la Plaza Mayor, que allí se arrodilla… y, vuelta hacia donde estaban los viejos teocalis de los indios, besa el suelo y clama con angustia, y llena todo de aflicción.
- Cuentan que amó intensamente…
- Que fue abandonada…
- Que cometió un horrible crimen…
- Que hizo correr la sangre de los suyos…
- De todos modos, habrá sufrido mucho, pobre mujer… ¿por qué no puede descansar aún?
Carmen Toscano, La Llorona

Durante la Colonia, la leyenda sufrió transformaciones. No podría hablarse de la advocación de una diosa o diosas prehispánicas, pues ello sería blasfemia y herejía, así que la Llorona se fue transformando hasta parecerse un poco más a los conquistadores y la historia fue cambiando de acuerdo con los diversos gustos y tradiciones, o debido a las consejas que corrían de boca en boca; sin embargo, su esencia indígena no pudo romperse del todo. Así es como se mantuvieron intactos distintos elementos: la noche, la mujer vestida de blanco con el cabello largo y negro, el grito desgarrador de ¡Ayyyy mis hijos!, y la presencia de agua (ríos, lagos, cauces secos, barrancas).

Su figura cruzó los límites de la capital de la Nueva España -aunque ahí siempre será más fuerte- hasta llegar a diversas regiones de lo que hoy es México: Aguascalientes, Durango, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, San Luis Potosí, Tlaxcala, Puebla, Morelos, Estado de México, Veracruz, Tabasco, Oaxaca… En Yucatán tiene una acepción distinta, ya que se la relaciona más con Xtabai. (Parece ser que no forma parte de las leyendas de los estados situados al norte de la república, lo cual también habla de la fuerza de su origen mexica).

Dependiendo de la zona, la Llorona ya no sólo clama de angustia, ahora es una mezcla de divinidades prehispánicas y espectros de la tradición judeocristiana: es la mujer atrayente que llama a los hombres en la noche, los seduce, los pierde o los lleva a la locura (las cihuateteo, Xtabai, o Eva, la mujer de la perdición y el pecado); puede mostrar su faz en forma de calavera (esto remite a Cihuacóatl) o ser una mujer bellísima sin ojos (en Aguascalientes se dice que tiene cara de caballo y que quien la ve muere o nunca se recupera. Es interesante notar aquí el significado sombrío que puede tener este animal en diversas culturas).

Su leyenda no ha muerto, permanece como uno de los misterios más aceptados en el México actual. Hoy día cualquiera puede afirmar haberla visto y casi nadie pondrá en duda su palabra, pues es una presencia tan propia al mexicano, que es imposible romper su hechizo. Tal vez tenga que ver con "Todas esas voces oscuras, de abuelos indios, que lloran en nuestro corazón"16.


Notas:

1 De Valle Arizpe, Artemio, Cuentos del México antiguo - Historias de vivos y muertos. Leyendas. Tradiciones y sucedidos del México Virreinal, pp. 125-127.
2
Coatlicue es madre de Huitztilopochtli y a veces se la considera progenitora de Quetzalcóatl. Asimismo, de acuerdo con otro mito, se considera que Cihuacóatl molió los huesos de los muertos que trajo Quetzalcóatl del Mictlán para crear la nueva humanidad.
3Campbell, Joseph, El héroe de las mil caras, p. 110.
4 Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, p. 75.
5 González Torres, Yólotl, Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica, pp. 42-43.
6 Campbell, Joseph, El héroe de las mil caras, p. 72.
7 Según la tradición, en 1531 se le apareció al indio Juan Diego al pie del cerro del Tepeyac, en las proximidades de Villa Guadalupe Hidalgo. La Virgen de Guadalupe fue declarada patrona de toda la América hispana en 1910.
8 Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, p. 12.
9 Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista p. 9.
10 Historias y leyendas de las calles de México, p. 34.
11 De Valle Arizpe, Artemio, Cuentos del México antiguo - Historias de vivos y muertos. Leyendas, tradiciones y sucedidos del México virreinal, p. 126.
12 González Torres, Yólotl, Diccionario de mitología y religión de Mesoamérica, p. 71.
13 Entre 1790 y 1794, al hacer la nivelación del piso del Zócalo se encontró la Piedra del Sol, que fue enterrada ahí por orden del arzobispo Montúfar durante la conquista. Historia y leyendas de las calles de México, p. 34.
14Quinto presagio funesto
Hirvió el agua: el viento la hizo alborotarse hirviendo. Como si hirviera en furia, como si en pedazos se rompiera al revolverse. Fue su impulso muy lejos, se levantó muy alto. Llegó a los fundamentos de las casas y derruidas las casas se anegaron en agua. Eso fue en la laguna que está junto a nosotros. (Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, p. 4).
Séptimo presagio funesto
Muchas veces se atrapaba, se cogía algo en las redes. Los que trabajaban en el agua cogieron cierto pájaro ceniciento, como si fuera grulla. Luego lo llevaron a mostrar a Motecuhzoma, en la Casa de lo Negro (casa de estudio mágico). Había llegado el sol a su apogeo: era el mediodía. Había uno espejo en la mollera del pájaro, como rodaja de huso, en espiral y en rejuego: era como si estuviera perforado en su medianía. Allí se veía el cielo: las estrellas, el Mastelejo. Y Motecuhzoma lo tuvo a muy mal presagio, cuando vio las estrellas y el Mastelejo. Pero cuando vio por segunda vez la mollera del pájaro, nuevamente vio allá en lontananza; como si algunas personas vinieran de prisa, bien estiradas; dando empellones. Se hacían la guerra unos a otros, y los traían a cuestas unos como venados. Al momento llamó a sus magos, a sus sabios. Les dijo: ¿No sabéis: qué es lo que he visto? ¡Unas como personas que están en pie y agitándose!… Pero ellos, queriendo dar la respuesta, se pusieron a ver: desapareció (todo): nada vieron. (Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, pp. 4-5).

15 Bachelard, Gaston, El agua y los sueños, p. 143.
16 Fragmento de una carta que envió Alfonso Reyes a Mediz Bolio en 1922. Apud, Montell García, Jaime, La conquista de México Tenochtitlan, p. 919.


Referencias:

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Bachelard, Gaston, El agua y los sueños, (traducción de Ida Vitale), "Breviarios", Fondo de Cultura Económica, México, 1988, 296 pp.
Campbell, Joseph, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 372 pp.
Caso, Alfonso, El pueblo del Sol, "Colección Popular", Fondo de Cultura Económica, tercera edición, decimoséptima reimpresión, México, 2000, 140 pp.
De Valle Arizpe, Artemio, Cuentos del México antiguo - Historias de vivos y muertos. Leyendas, tradiciones y sucedidos del México virreinal, Editorial Porrúa, México, 1999, pp. 125-128.
Eliade, Mircea, Aspectos del mito (traducción de Lluis Duch Álvarez), Paidós Orientalia, Barcelona, 2000, 176 pp.
Franco Sodja, Carlos, Leyendas mexicanas de antes y después de la Conquista, Editorial Edamex, .
González Obregón, Luis, Las calles de México. Leyendas y sucedidos, Editorial Porrúa, México, 1997, .
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Historia y leyendas de las calles de México, tomo 1, El Libro Español, México, 1947, pp. 23-38.
Julien, Nadia, Enciclopedia de los mitos, Océano, México, 2001, pp. 90 y 92.
La Llorona, <http://cybernautas.com/webprize/llorona.htm>.
Leyendas mexicanas, Editores Mexicanos Unidos, S.A., México, 2000, pp. 5-9.
La diosa Cihuacóatl, <http://www.xochimilco.df.gob.mx/tradiciones/ferias/llorona.html>.
Montell García, Jaime, La conquista de México Tenochtitlan, Miguel Ángel Porrúa, México, 2001, pp. 145-157.
Ojeda Díaz, María de los Ángeles, Las diosas en los códices del grupo Borgia: arquetipos de las mujeres del postclásico, <http://www.arts-history.mx/diosas/cap5b.html>.
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Tec Chi, Andrés, Cuentos sobre las apariciones en el Mayab, "Colección Letras Mayas Contemporáneas", INI, Sedesol, México, 1993, 72 pp.
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Helena Rivas López
Instituto Mexicano de Tecnología del Agua