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Por Rodrigo Francisco Browne
Sartori
Número 27
"Contra a verdade
dos povos missionários,
definida pela sagacidade de un antropófago,
o Vizconde de Cairu: -É a mentira muitas vezes repetida".
Oswald De Andrade
Em Piratininga Ano 374 da deglutiçao do Bispo Zarina1
I. Pierre Ebuka (Vázquez
Montalbán, 2000), oriundo de una tribu caníbal de
África central, se trasladó a Alemania para graduarse
en epistemología en la Universidad de Heidelberg. Según
sus compañeros, el exótico Ebuka, era considerado
como uno de los principales especialistas en el movimiento prerrafaelista
y al mismo tiempo -según relata el autor de este texto- aseveraba,
entre otras cosas, la existencia de posibles relaciones entre epistemología
y canibalismo, indicando que la epistemología es principalmente
teoría del conocimiento científico y que no existe
fórmula superior de conocimiento que la metabolización
de lo por conocer.
Ebuka, en un probable desliz en
el campo de la comunicación intercultural, había obviado
las reglas que imperan en el "viejo mundo" y se había
dejado llevar -quizás inconscientemente- por un ejercicio
antropófago que era todo un ritual en su comunidad natal
pero que, según el modelo eurocéntrico-occidental,
debía ser enjuiciado, castigado y catalogado como homicidio.
No hay que olvidar -indica Rodrigo Alsina (1999)- que cada comunidad
tiene sus propias convenciones y "a partir de esta idea debemos
relativizar nuestra construcción de sentido al relacionarnos
con personas de otras comunidades de sentido" (1999: 13).
Este posible mestizaje crea así
una hibridación cultural (desde la diferencia del Otro),
un nuevo emplazamiento, en el sentido que lo propone Vázquez
Medel (1998c), que gira en torno a los estudios difundidos bajo
el rotulo de teoría poscolonial y que Homi Bhabha,
a partir de Fredric Jameson, denomina tercer espacio (third
space)2; también conocido,
guardando mínimas distancias, como comunidad híbrida
(García Canclini), zona de contacto (Pratt), teoría
de la construcción de la tercera cultura (Casmir), entre
muchos calificativos más.
Estas últimas denominaciones
se pueden asociar, a su vez, con un pensamiento del ENTRE (Derrida,
1970, 1972). No-lugar3
que no se caracteriza por una operación de unificación,
sino se entiende como una diferenciación que siempre produce
un tercero excluido. En palabras de Gilles Deleuze "(...) hay
que elegirle otro, no cualquiera, sino de tal manera que entre los
dos se establezca una diferencia de potencial que produzca un tercero
o algo nuevo" (1985, 1996: 240).
Un caso de esta suerte de tercer
emplazamiento es Pierre Ebuka que, al verse inmerso en dicho
euroccidental pleito tuvo que defenderse ante el fiscal que llevaba
su causa, sirviéndose del poco válido argumento -a
la luz de las investigaciones- que indicaba que su opción
era netamente cultural y su canibalismo tan sólo una metáfora.
A pesar de la inteligencia del acusado, el juez demostró
que éste pretendía hacer de Europa la reserva proteínica
de África, "envalentonado por el espíritu derrotista
de una intelectualidad europea obsesionada con la decadencia del
en otro tiempo llamado 'viejo continente'" (Vázquez
Montalbán, 2000: 12).
Basado en esta deducción,
el magistrado rescató ciertas declaraciones que Edgar Morin
publicó en "Le Nouvel Observateur" y que invitaban
a los inmigrantes a participar de una Europa acogedora y hospitalaria,
alimentando (en todo el sentido de la palabra) "la ética
culpable del colonizador o el complejo de culpa del europeo"
(Ibíd., 2000: 12).
"Peligrosa ética cuando
puede alimentar el deseo de desquite de pueblos mal alimentados
y que en un inmediato pasado consideraban la antropofagia como
un signo de victoria y una señal de deificación,
porque la carne humana era y es el preferido manjar de los dioses,
en cualquier región" (Vázquez Montalbán,
2000: 12).
Por lo tanto, si nos quedamos ingenuamente
con la metafórica defensa de Ebuka, se puede entender a la
vieja Europa como una antigua fuente de conocimientos "arrepentida"
que está dispuesta a devolver todo lo sustraído y
explotado, bajo el rótulo de colonización, y transformarse
-como propone Morin con su pensamiento complejo (1990, 1994)-
en un continente multicultural, multirracial y fundado en un gran
mosaico de culturas que, al percatarse de que la calidad de centro
neurálgico se va escapando de sus dominios, está dispuesta
a reconocer las "verdades" de lo étnico y a cambiar
esa postura tan cerrada que no le permitía asumir y respetar
las semejanzas y diferencias que otras culturas tienen en relación
con el modelo eurocéntrico (Ancarola, 2000).
"Se le ocurrió que
para pasar de la otredad construida a algo más específico
había que hablar del otro que sufre y que goza, del otro
que me importa a mí, de nuestros otros"
(García Canclini, 2000: 39).
II. Para contextualizar este
relato ficcional de Vázquez Montalbán, y antes de
conocer la engullidora iniciativa del goloso Ebuka, consideramos
oportuno realizar una breve, pero necesaria, introducción
en torno a algunos postulados sobre canibalismo para, así,
ser más precisos en la "puesta en escena" de los
contenidos que pretendemos proponer.
Uno de los primeros casos registrados
que se conocen de antropofagia fue descrito por el navegante alemán
Hans Staden quien zarpó por segunda vez del Sur de España,
en 1550, con destino al "nuevo mundo". Tras diversos problemas
en el viaje y ya asentado en este continente se contrató
como artillero en un fuerte portugués. Estaba ejerciendo
esta actividad cuando fue capturado por un grupo de nativos que
pretendían sacrificarlo y devorarlo en virtud a la tradición
y el ritual indigenista. Afortunadamente, Staden -hábil en
el ámbito de la comunicación intercultural-
tuvo muy buenas relaciones con el cacique de la tribu y permaneció
en cautiverio durante nueves meses, conviviendo con los indios Tupinambas
y asistiendo "con harta frecuencia a sus horrendos festines
de carne humana" (Aznar en Staden, 1557, 1945: XII).
Al retornar a Europa, Staden publicó
-con grabados incorporados- el libro Viaje y cautiverio entre
los caníbales (1557) haciendo una exacta descripción
de las prácticas antropófagas de los Tupinambas del
Brasil. Además de relatar minuciosamente cuáles, en
qué orden y con qué propósito seleccionaban
las partes del cuerpo que se degustarían, el aventurero narró
qué obtenía el nativo que iniciaba el ritual y por
qué:
"Aquel que ha matado gana
otro nombre, y el rey de las cabañas le marca el brazo
con el diente de un animal feroz. Cuando cura se le ve la marca,
y esto es la honra que tiene. Después tiene él,
en el mismo día, que quedar acostado en su red y le dan
un pequeño arco con una flecha para pasar el tiempo tirando
a un blanco de cera. Esto se hace para que los brazos no queden
inseguros, del susto de haber matado.
Esto yo lo vi y presencié" (Staden, 1557, 1945: 242).
Los actos presenciados por este
navegante en su permanencia junto a los Tupinambas son síntomas,
dentro de la clasificación antropófaga, de exocanibalismo4,
ya que el matar y comerse a un enemigo implicaba incrementar el
ego personal y grupal de ese conjunto social. Además, como
asegura Baitello Junior (2000) "en algunas sociedades tribales
existía la creencia de que la persona que consumía
el cuerpo de otra adquiría las cualidades de ésta,
sobretodo si se trataba de un enemigo fuerte, valiente y líder
de su tribu"5 .
Baitello Junior es claro al indicar
que lo importante para los antropófagos son las imágenes
que perciben, que captan, o que el grupo que conforma la tribu -como
receptores interpretantes- aprecia de un cuerpo que se expone
en un momento determinado, en el que, como admiradores del mismo,
quisieran tenerlo consigo o ser como él: las imágenes
son algo que el cuerpo proyecta. Bajo esta posición, lo sustancial
para la antropofagia son las imágenes que el cuerpo produce.
Con el propósito de mestizar
y mimetizar ambas culturas, acumulando en sí mismo parte
de la sabiduría del "viejo continente", Ebuka pensó
-suponemos- que al comerse a diferentes representantes de los países
europeos podría asumir con mayor facilidad y rapidez la vasta
y dilatada experiencia de éstos, heredada de los eternos
siglos que conforman su cultura. No por nada sus platos estaban
absolutamente seleccionados de acuerdo al estricto régimen
de experiencias que quería adquirir:
"La obsesión de Ebuka
por la proteína europea se plasma en la simple enumeración
de sus menús: tripas de español (a partes iguales)
al estilo del mondongo del barrio de Triana, solomillo de aduanero
francés al foc-demi-cru de abadesa de Perigord, brochette
de azafata griega aromatizada con salvia de la isla de Skorpios,
salchichas blancas de carne molida de agente de cambio y bolsa
de Munich con patatas criadas en las proximidades de cementerios
de minorías étnicas" (Vázquez Montalbán,
2000: 13).
Desde una mirada específica,
se anunció, en párrafos anteriores, que esta hibridez
intercultural habilita la siempre segregada diferencia de la "diferencia"
(la différance6
siguiendo a Derrida) que permite rescatar al tercero y, al mismo
tiempo, desarticular transcendentales imperativos de la modernidad.
"(...) tiene la estructura de una intricación, de un
tejido, de un cruce que dejará partir de nuevo los diferentes
hilos y las distintas líneas de sentido -o de fuerza- igual
que estará lista para anudar otras" (Derrida, 1968,
1989: 40). Desde este punto de vista, propone el filósofo
francés, la diferencia que marca la "diferencia"
(es decir la diferencia entre la a y e) se desnuda a la vista y
al oído y, por lo tanto, sugiere que es necesario "dejarse
ir aquí a un orden que ya no pertenece a la sensibilidad"
(Ibíd., 41).
"Diferencia" que -debido
a las secuelas instauradas por la modernidad y a pesar de las supuestas
bien intencionadas conciencias europeas de las que habla Vázquez
Montalbán- atemoriza a los Mismos ya que abre fronteras
que no ofrecen seguridad ni estabilidad y altera el orden del
discurso (Foucault, 1970, 1999), disgregándolo y descontrolándolo,
pero, a su vez, enriqueciéndolo con nuevos colores que se
matizan y potencian en la pluralidad de la comunicación
intercultural.
En relación a lo mismo, Michel
Foucault (1966, 1986), desde un rescate arqueológico de
las ciencias humanas, pretende encontrar aquellas mutaciones
epistemológicas que postulan el pensamiento humano y
que difieren de lo que, para una cultura es extraño, exótico
y desconocido "y debe, por ello, excluirse (para conjurar un
peligro interior), pero encerrándolo (para reducir la alteridad)"
(Foucault, 1966, 1986: 9). Para ello expone que la historia del
orden de las cosas es la historia de lo Mismo.
Es así como, por una parte,
el Otro absorbe y se alimenta del discurso de occidente.
Se sumerge en este juego intercultural que le permite asimilar y
digerir, al igual como lo hizo (a su manera) el antropófago/intelectual
Pierre Ebuka, una cultura que, para él, desde su propia mirada
orientalista, como dice E. Said (1976), también es/era
diferente.
Los Mismos -y aunque los
discursos más extremistas lo rechacen rotundamente7-
se engullen dicha excéntrica cultura foránea, asumiéndola
en un movimiento de afirmación de la alteridad (Martín
Barbero, 2000). La devoración de la cultura externa se puede
entender también como esa necesidad de participar de lo desconocido,
de invitar al extranjero a la órbita euroccidental, de incluir
al tercero excluido que se encuentra aislado por la instauración
de normas y códigos (desconocidos por él) que prohibían
el surgimiento de esta recíproca y simbólica antropofagia
(inter)cultural.
El Mismo occidental y el
Otro exótico conviven, debido a la caótica
diversidad posmoderna, en este tercer emplazamiento que rompe
con la extendida tradición positivista. Desde el diagnóstico
de dicho acto antropófago intercultural se puede plantear
una suerte de reoccidentalización (porque aún occidente
no se orienta) que -en un largo proceso digestivo- habilita
un pensamiento, en palabras de Gilles Deleuze y Félix Guattari
(1976, 1997), rizomático. "Un rizoma no empieza
ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-se,
intermezzo" (Deleuze y Guattari, 1976, 1997: 56).
El rizoma o multiplicidad
se define por el afuera, por líneas de fuga que se
van desterritorializando a medida que se conectan unas con otras
desordenadamente. De acuerdo a esto último, se pueden contraponer
los procesos arborescentes -"El árbol ya es la
imagen del mundo" (Ibíd., 1976, 1997: 12)- al recién
expuesto rizoma.
"Estamos cansados del árbol.
No debemos seguir creyendo en los árboles, en las raíces
o en las raicillas, nos han hecho sufrir demasiado. Toda la cultura
arborescente está basada en ellos, desde la biología
hasta la lingüística. No hay nada más bello,
más amoroso, más político que los tallos
subterráneos y las raíces aéreas, la adventicia
y el rizoma" (Deleuze y Guattari, 1976, 1997: 35).
III. Desde un planteamiento
teórico-crítico en torno al tema de la comunicación
intercultural, y como un paradigma histórico ante la
falta de respeto hacia la cultura del Otro, quisiéramos
poner en el tapete el tan mentado descubrimiento y posterior conquista
de América. Para I. Chambers (1998) la llegada de Colón
al "nuevo mundo" es el momento cuando, precisamente, se
comienza a imponer la visión de occidente. La eurocéntrica
palabra descubrimiento fue, más bien, un encuentro de dos
mundos que se ignoraban y en el que uno se impuso frente al otro,
al, para ellos, exótico. Renato Ortiz (2000), desde un punto
de vista histórico, precisa que, a partir del siglo XVI,
el capitalismo brota en una parte importante de la Europa occidental.
"La época de los descubrimientos y de las grandes navegaciones
da inicio a otro ritmo de integración entre los pueblos.
Este capitalismo llega hasta América y Asia bajo forma de
colonialismo" (2000: 45)8
. Es, continúa el autor, la raíz de un fenómeno
actualmente en el tapete: la globalización.
"Para la teología
de la Cruzada y de la Inquisición no existía lo
diferente, sino solamente la identidad de lo Uno y lo mismo: el
Verdadero o la muerte. No había espacio de negociación
simbólica, ni esfera autónoma del reconocimiento,
sino la constitución a la vez sacramental y militar de
una masa fragmentada, desterritorializada y esclavizada (...)
El concepto de 'teología de la colonización' comprende
desde su raíz constitutiva este proceso de aniquilación
de las culturas no cristianas a una escala global" (Subirats,
2000: 89).
Más de quinientos años
después y quizá como consecuencia de lo que se expuso
en este artículo como el complejo de culpa del europeo, comienza
a oírse la voz de los vencidos que, a pesar de ser el resultado
de la hibridación hispanoamericana, se percibe bajo una mirada
"tercermundista", "subdesarrollada" y "contraconquistadora"
que la condecora con esa atractiva sensación -desde lo eurocéntrico-
de lo exótico que se entiende, hoy en día, gracias
al inmigrante que no se encuentra en su desconocido "allí",
sino que forma parte del "aquí" (Chambers, 1998).
La inestabilidad que nace de la
interculturalidad vigente -que ha permitido, parafraseando a J.
Clifford (1995), que poblaciones extranjeras se establezcan en lugares
de los siete continentes, debido a la drástica expansión
de la movilidad- está ligada, por lo visto, al progresivo
intercambio entre las poblaciones del mundo y a la reconvención
a partir de los años '50 del colonialismo y el eurocentrismo.
Híbrida movilidad que podemos
identificarla con lo que Gilles Deleuze y Félix Guattari
caracterizan con una particular denominación. Estos autores,
a partir de la literatura ("como en cualquier otra cosa"
(1976, 1997: 10), plantean, como ya dijimos, la existencia de líneas
de fuga, de movimientos desterritorializados y de desestratificación
e indican, además, que todas estas líneas y las
velocidades mesurables, "constituyen un agenciamiento (agencement)"
(Ibíd., 10). Esta "drástica expansión
de la movilidad" planteada por James Clifford es un agenciamiento
(en otro campo que el de la literatura) que está en permanente
ejercicio, como una multiplicidad que siempre cambia de naturaleza
a medida que cada cultura se mezcla y relaciona con otras (y con
todas al mismo tiempo), aumentando esquizofrénicamente
sus conexiones. En palabras del mismo Deleuze, "Ahora bien,
lo difícil es hacer conspirar todos los elementos de un conjunto
no homogéneo, hacerlos funcionar juntos. Las estructuras
están ligadas a condiciones de homogeneidad, los agenciamientos
no (...) Agenciar es eso: estar en el medio, en la línea
de encuentro de un mundo interior con un mundo exterior" (Deleuze,
1977: 61 y 62).
A pesar de ello, y frente a la tradicional
postura eurocéntrica (que trata de reivindicarse), podemos
diagnosticar que los occidentales9
han hablado y estudiado por el resto del mundo durante siglos. Por
lo mismo, y ante este monólogo nos dice Chambers (1998),
han surgido escrituras de reacción en contra del modo
de operar de occidente que se complica cuando el Otro -como objeto
del sujeto occidental (que ha sido construido por éste)-
rechaza ser objeto e insiste en el hecho de que también es
un sujeto histórico (Chambers, 1998).
Es así como, a finales de
los '70, debido al impacto de la migración, surge entre la
teoría literaria y la teoría de la cultura (básicamente
de los cultural studies) una fuerte voluntad por estudiar
el discurso colonial. Desde esta condición se tiende a profundizar
en torno a la denominada teoría poscolonial que, a
partir de la literatura anglosajona y posteriormente aplicada a
diversos ámbitos del saber, se aproxima al reconocimiento
de la existencia del Otro.
"(...) desde patrones más
propios de la hibridación cultural, el mestizaje o 'lo
nativo', a la realidad de aquellas culturas que constituidas ya
hoy en entidades político-administrativas independientes
y soberanas, arrastran una historia y/o dependen de planteamientos
ideológicos nacidos en otro lugar, la antigua metrópoli,
que impuso su mirada cultural sobre la realidad de los colonizados"
(Fernández Serrato, 2000: 5).
Es decir, instalándonos
en una mirada que recupera al marginado o segregado se podría
llegar a suponer que el Sur se comienza a ver a sí mismo
con los ojos del Norte. Esta noción, que entendemos conecta
directamente con el poscolonialismo, puede ofrecer ciertos
respiros a través de lo que Román Gubern (2000), en
el campo de los megamercados, define como la cultura intersticial.
En ésta expone que los grandes oligopolios no están
dando abasto para cubrir la enorme oferta globalizadora del mercado.
Dicho fenómeno permitiría, según el autor,
que esos intersticios que abandona la globalización
puedan ser cubiertos por culturas alternativas y así no quedar
sujetas, ni supeditadas a los grandes oligopolios. Como muy bien
defiende Homi Bhabha (1994), el objetivo es enfatizar, desde lo
poscolonial, el vivir entre (between) una cultura
occidental y otra originaria.
A través de estos estudios,
la lógica de occidente ha dejado de lado su patrimonio absoluto
ante los Otros y se ha dispuesto a abrir ciertas puertas
para permitir el contacto intercultural y entender que es fundamental
preocuparse, continuando con Clifford, de las formas en que las
distintas culturas de la humanidad imaginan, describen y comprenden
a los demás.
IV. Como se puede deducir
de lo desarrollado anteriormente, la idea de esta propuesta es,
sencillamente, desmentir todas aquellas visiones coloniales y neocoloniales
que habían impuesto las reglas del juego, las cuales a través
de un punto de vista único instauraron la forma de ver la
historia, la verdad, la razón, la belleza, etc... que se
basaba en la "distancia crítica que nació en
el Renacimiento y se impuso con el colonialismo, el imperialismo
y la versión racional de la modernidad" (Adell, 1998:
31).
Al respecto, Michel Foucault en
Las palabras y las cosas (1966) trata de descifrar, desde
el siglo XVI, en qué se ha convertido la cultura. Y lo hace
demostrando que ésta se ha manifestado bajo un orden que
ha organizado y permitido los cambios, "(...) su encadenamiento
y su valor representativo las palabras (...) anudadas con el espacio
y el tiempo, para formar el pedestal positivo de los conocimientos..."
(1966, 1986: 7).
La investigación arqueológica
de Foucault arroja dos grandes discontinuidades en la episteme
de la cultura occidental. La primera es aquella con la que se
inaugura la época clásica (mediados del siglo XVII)
y la segunda es la que anuncia, a principios del XIX, los primeros
pasos de la modernidad. Entre los siglos XVIII y XIX, el sistema
de positividades ha cambiado considerablemente, "No se trata
de que la razón haya hecho progresos, sino que el modo de
ser de las cosas y el orden que, al repartirlas, las ofrece al saber
se ha alterado profundamente" (Ibíd., 8).
Con relación a esta cuestión,
Ian Chambers enfatiza que los movimientos migratorios, como fenómeno
crucial para los estudios poscoloniales, no sólo son
parte del siglo XX (bajo la etiqueta de globalización) sino
que se remontan a cuatro o cinco milenios atrás: con los
abundantes traslados de personas de África hacia Europa,
de América Latina a Estados Unidos, de África al "nuevo
mundo", etcétera. Hecho que ha sido borrado y obviado
por la modernidad y que, al mismo tiempo, propició las condiciones
para crear la figura del Otro.
En un plan un tanto más categórico
que el recién expuesto, Adell (1988) confirma que la modernidad
tuvo una directa relación con la expansión imperial
y colonial, creándose "estrechos vínculos entre
el modernismo y el imperialismo" (1998: 30). Por lo mismo,
Chambers acerca la posmodernidad al poscolonialismo ya que
uno de los objetivos de éste último es evidenciar
la existencia de diversas formas de contar el mundo a través
de sus culturas, situación que con el determinismo categórico
y la concepción del saber unilateral de la modernidad es
muy difícil de realizar.
Para Nora Ancarola la modernidad
tiene que reubicarse, tiene que transformarse en una posmodernidad
macrocultural, "creadora de valores que incluye en su seno
la crítica, la puesta en duda de la visión del otro/a.
(...) ¿es realmente, posible leer estos textos excéntricos,
desde un centro que (si bien más flexible), conserva sus
valores incólumes?..." (Ancarola, 2000: 42).
Sin tener la intención de
caer en el vilipendiado debate que surge de la dualidad entre modernidad
y posmodernidad, quisiéramos cerrar lo antes comentado a
partir de ciertas aproximaciones que Gilbert Hottois (1999) expresa
al respecto: "Los ideales de la modernidad sólo serían
la máscara de la colonización, de la explotación
y, en definitiva, de la occidentalización del planeta"
(1999: 544).
V. Pero la modernidad fue
incapaz de sostenerse a sí misma. Su establecida y decimonónica
normativa, por diversas razones, comenzó a ponerse en tela
de juicio. Uno de los primeros indicios que se conocen de esta crisis
proviene del campo de las artes plásticas que, a comienzos
del siglo XX y en contraposición al sentimentalismo del XIX,
interviene ciertos modelos instaurados en el Renacimiento y da vida,
desde el seno de la cultura occidental, a las vanguardias. Con esto,
las rígidas normas deterministas se descontrolan, estableciéndose,
poco a poco, una nueva mirada, un nuevo punto de vista.
Estas vanguardistas manifestaciones,
que transgreden el orden establecido, pervierten las reglas del
juego y logran superar los cuadrados lineamientos que giraban en
torno, en palabras de Foucault, a las ciencias humanas. El innovador
ritmo que se propone cambia las velocidades, incita a destronar
los "modelos arborescentes" y permite plantear un valioso
precedente para continuar subvirtiendo los cánones de la
modernidad y dar paso, de acuerdo a lo comentado anteriormente,
a "multiplicidades rizomáticas" que denuncian las
"pseudomultiplicidades arborescentes" (Deleuze y Guattari,
1976, 1997: 19).
En este mismo ámbito, encontramos
un nuevo movimiento subversivo y contestatario que pretende destruir
el arte (Soulinake, 1976). Esta agrupación, en una primera
etapa bajo el nombre de Internacional Letrista (1946) y luego
bajo la denominación de Internacional Situacionista (1957),
buscaba "la emancipación real de los individuos que
viven en la sociedad" (Soulinake, 1976: 8). El alma y la cabeza
del situacionismo fue Guy Debord, quien, en todos sus escritos,
conservó la marcada herencia de las obras de vanguardia (como
un lejano precedente) y a partir de las cuales este movimiento pretendió
"asestar un golpe a la aletargada cultura de su tiempo, relativamente
autosatisfecha con su incipiente consumismo" (Pardo, 2000:
12).
"El dadaísmo quiso
suprimir el arte sin realizarlo, el surrealismo realizar
el arte sin suprimirlo. La posición crítica
elaborada luego por los situacionistas puso de manifiesto
que la supresión y la realización del arte son dos
aspectos inseparables de una misma superación del arte"
(Debord, 1967, 1999: 158).
Debord, a finales de la década
de los '60, publicó el documento más reconocido de
este movimiento: La sociedad del espectáculo (1967).
En esta especie de manifiesto/panfleto clasificó al espectáculo
como un fenómeno social, un reflejo universal, hipnótico
de la sumisión humana. "El espectáculo no es
un conjunto de imágenes sino una relación social entre
las personas mediatizadas por las imágenes" (Debord,
1967, 1999: 38). En éste indica, además, que la sociedad
del espectáculo está hecha con los signos de
la producción imperante, logrando llegar a su máximo
esplendor en el momento en que la mercancía alcanza la ocupación
total de la vida social.
"Es el núcleo del
irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares
-información o propaganda, publicidad o consumo directo
de diversiones-, el espectáculo constituye el modelo
actual de vida socialmente dominante" (Debord, 1967,
1999: 39).
Como secuela directa de los lineamientos
establecidos por una cuestionada modernidad y dando pie a la ya
mencionada (y dislocada) posmodernidad, en esta sociedad que diagnostican
los situacionistas, el poder, por primera vez, se desplaza
hacia el mercado que pone la eficacia tecnológica al servicio
de la rentabilidad del capital, "de modo tan generalizado que
dicta hasta la misma idea de Estado" (Fernández Serrato,
1999: 7). Este hecho que denuncian los situacionistas, entre
otros, induce a entender, premonitoriamente, la transformación
del ser humano en un esclavo de las nuevas tecnologías de
la información y las telecomunicaciones.
En gloria y majestad, la manipulación
de las masas hace su estreno bajo los efectos de la posmodernidad
que se sustenta en una cultura de la simulación, del simulacro,
en un permanente show, donde las imágenes se transforman
en un elemento de consumo que pierde su referente. Para continuar
con nuestra propuesta (icono)antropófaga: comer imágenes
es el paradigma de esta sociedad.
La vulneración de la representación,
como consecuencia de la creciente producción de simulacros
que desechan el original y sus copias se refiere a un cambio completo
de la ordenación y, por ende, del lenguaje decimonónico.
Para Jean Baudrillard (1978, 1993) el simulacro no corresponde a
una referencia, sino que es la generación por los modelos
de algo real sin origen, ni realidad, es decir, es lo hiperreal.
"(...) la era de la simulación
se abre, pues, con la liquidación de todos lo referentes
(...) No se trata ya de imitación ni de reiteración,
incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real
por los signos de lo real, es decir, de una operación de
disuasión de todo proceso real por su doble operativo,
máquina de índole reproductiva, programática,
impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito,
todas sus peripecias" (Baudrillard, 1978, 1993: 11).
Aún más radical es
Baudrillard (1995, 1996) al anunciar el asesinato de la realidad
y, para ello prescribe -avalándolos en la mayoría
de los casos- ciertos síntomas que afectan directamente el
juego desordenado del simulacro. Es así como afirma el exterminio
de una ilusión, "Lo real no desaparece en la ilusión,
es la ilusión la que desaparece en la realidad íntegra"
(Ibíd., 9) y define toda esta situación como un crimen
perfecto10 que se identifica
por la sentencia adelantada del mundo por clonación de la
realidad y el asesinato de lo real a manos de su doble.
"Si no existieran las apariencias,
el mundo sería un crimen perfecto (...) precisamente, el
crimen nunca es perfecto, pues el mundo se traiciona por las apariencias,
que son las huellas de su inexistencia, las huellas de la continuidad
de la nada, ya que la propia nada, la continuidad de la nada,
deja huellas. Y es así como el mundo traiciona su secreto.
Así es como se deja presentir, ocultándose detrás
de las apariencias" (Baudrillard, 1995, 1996: 11).
Sobre lo mismo, Jacques Derrida
(1996, 1998), al ser entrevistado por Bernard Stiegler, asegura
que en absoluto hay tiempo real y precisa que lo denominado como
tal es una différance extremadamente reducida. "El
efecto de tiempo real es en sí mismo un efecto particular
de 'diferancia'" (Ibíd., 161). En este sentido,
parafraseando al filósofo francés, es la técnica
y sólo la técnica la que puede operar el efecto de
tiempo real. No se puede hablar de tiempo real donde no hay instrumentos
técnicos.
El propósito de esto último,
según Baudrillard, es dar a entender que la técnica
tiene una buena finalidad, como si lo artificial fuera una segunda
naturaleza bajo el acuerdo exclusivo de normas que funcionan como
una especie de código genético mental, tratando de
borrar la reacción instintiva del pensamiento como ilusión
del mundo, que torna las apariencias contra la realidad y que se
acerca hacia un estado de inteligencia operacional pura, y, por
lo tanto, de desilusión radical del pensamiento, "No
sólo las huellas de nuestro pasado se han vueltos virtuales,
sino que nuestro propio presente está entregado a la simulación"
(Baudrillard, 1995, 1996: 39).
La ilusión material del mundo
es el escondite de todo en su propia apariencia. Apariencia que
nunca será idéntica a sí misma y la cual, en
la actualidad, es protegida por una ilusión formal de la
verdad. Baudrillard desprende como secuela de la modernidad -"en
la que hemos acumulado, adicionado, sobrepujado incesantemente"
(Ibíd., 14 y 15)- que la imagen ya no puede imaginar
lo real, ya que ella misma, desde su "irrealidad", es
lo real, transformándose en una realidad virtual. Para clarificarlo
el autor señala: es como si las cosas se hubieran tragado
vorazmente su espejo y se hubieran tornado en transparentes para
sí mismas, "enteramente presentes para sí mismas,
a plena luz, en tiempo real, en una transcripción despiadada"
(Ibíd., 15), viéndose obligada a afiliarse
en la incansable proliferación de pantallas, desde donde,
no sólo ha desaparecido lo real, sino también la imagen,
expulsando la realidad de la misma realidad y dando, por supuesto,
un paso más que el defendido tres décadas antes por
la Internacional Situacionista.
"La virtualidad no es como
el espectáculo, que se guía dejando sitio a una
conciencia crítica y al desengaño. La abstracción
del 'espectáculo', incluso para los situacionistas, jamás
era inapelable, mientras que la realización incondicional
lo es, pues nosotros ya no estamos alienados ni desposeídos,
poseemos toda la información. Ya no somos espectadores,
sino actores de la performance..." (Baudrillard, 1995, 1996:
43-44).
Simulacro que, prioritariamente,
sustenta el sueño americano y sienta bases para justificar,
lo mejor posible (sobretodo antes de los atentados del 11.09.2001),
a una sociedad estadounidense que rapta el centro hegemónico
a la tradicional Europa. Derrida expresa que esta Europa no tiene
hoy otra realidad, otra actualidad que la economía nacional
(Comunidad Económica Europea, ante todo), "y cuya sola
ley, tanto como para las alianzas como para los conflictos, es la
del mercado" (Derrida y Stiegler, 1996, 1998: 17). En síntesis,
hasta el momento, nos hemos referido al papel de Europa como punto
neurálgico y cuna del típico modelo de la modernidad.
La aplanadora e imbatible supremacía estadounidense, nos
permite proponer un nuevo concepto que, heredado de la Europa moderna,
nos habilita a hablar de estadounidensecentrismo o más
fácil (y despectivo) de gringocentrismo ("¡green
go!" exclamó hace 150 años el pueblo mexicano
cuando EE.UU. se apropió de la mitad de su territorio: las
actuales California, Texas, Nevada, Utah, Colorado y Arizona).
Esto no significa que el eurocentrismo
esté en vías de extinción, sino que, poco a
poco, el capitalismo tardío que nos domina se ha moldeado
de acuerdo a los intereses del "gran" país del
norte y se ha dado el trabajo, además, de llegar a todos
los rincones del mundo, donde incluso los mismos europeos se ven
inmersos. Da la impresión que el eurocentrismo ha dejado
de llevar el estandarte de la ya canonizada vanguardia mundial y
ha sido reemplazado por el gringocentrismo, "(...) rápida
hegemonía colonial de los Estados Unidos de Norteamérica
sobre las estructuras y los comportamientos sociales de Occidente
y un reforzado intervencionismo en el llamado Tercer Mundo"
(Fernández Serrato, 1999: 6).
VI. Desde ahora podremos
apreciar que no fue en vano la referencia a la antropofagia y, en
particular, a Pierre Ebuka en las primeras páginas de este
artículo. La necesidad de dicho caníbal africano por
comerse unos cuantos exponentes de diversos países del "viejo
mundo" era, a simple vista, una especial dieta que radicaba
en la apropiación de los conocimientos que estos europeos
le pudieran traspasar a través de los nutrientes que recibiría,
solamente, por dicho acto antropófago. Al alimentarse de
los europeos -según él- adquiriría toda la
sabiduría que estos "primermundistas" le pudieran
entregar.
Al mismo tiempo, y recordando algunas
sentencias del comunicólogo brasileño Norval Baitello
Junior, en ciertas sociedades tribales se cultivaba la creencia
de que el aborigen que se comiera a otro ganaba las cualidades del
recién engullido. Es decir, el nativo pretendía siempre
consumirse al rival que ofertara una imagen de luchador o
de jefe de tribu, fuerte y poderosa para poder hacer suyos esos
privilegios.
Tras repasar someramente, cuál
eran las causas que producían dicho ritual antropófago,
sería interesante trasladar esta experiencia a nuestra sociedad
contemporánea. Era del simulacro, donde -y debido
al exceso de imágenes que, voluntaria o involuntariamente,
nos están bombardeando- caemos en otro tipo de devoración
masiva e incontrolada que es la que pasa por la veneración
y consumo permanente de iconos.
Así es como surge, la ICONOFAGIA
(Baitello Junior, 2000). Particular y posmoderno sistema de
"alimentación" clasificada en tres partes que van
evolucionando de acuerdo a la inflación de imágenes
que nos impone el medio y a través de las secuelas que el
consumo indiscriminado de éstas puede acarrearnos. El nivel
básico, es lo que asociamos con el fenómeno de la
intertextualidad. Proceso en el cual -y extrapolándolo
a la propuesta que desarrollamos actualmente- las imágenes,
en un ejercicio ilimitado (conocido, siguiendo a Charles S. Peirce,
en el campo de la semiótica pragmática como semiosis
ilimitada) se devoran entre ellas para producir otras imágenes.
"Una época devora otra época anterior",
indica Baitello Junior. El segundo nivel son las imágenes
que las personas devoran a través de la propaganda, la moda,
los medios de comunicación, en el diario vivir por las calles,
al vestirse, etc. Pero, el tercer nivel surge cuando este segundo
punto se extrema de tal manera que comienza a generar diversas patologías
que pueden producir nefastas consecuencias, "el tanto devorar
imágenes nos lleva a que ellas nos devoren a nosotros y que
nosotros queramos ser como ellas" (Baitello Junior, 2000)11
.
"(...) uma imagem devora
a outra velozmente, transformando-se em outra imagem, também
pronta para ser devorada (...) de devoradores indiscriminados
de imagens passamos a ser indiscriminadamente devorados por elas
(...) Assim, temos na devoraçao de imagens pelas própias
imagens, uma das configuraçoes daquilo que denominei 'iconofagia'"
(Baitello Junior, 2002: 1 y 2).
El último nivel es el que
interesa mayormente en dicha investigación porque, en efecto,
el tanto comer y devorar imágenes nos puede llevar, además
de a una indigestión icónica, a una iconoadicción
-algo similar a lo que sucede con las drogas, el efecto narcotizante
de las imágenes (teleadicción o teledependencia)-
que permitirá que ellas se apoderen de nosotros.
Un icono, para Peirce (1987),
es parte de la segunda tricotomía que, al igual que el índice
o el símbolo, se ubica dentro de la división
más fundamental del signo. "La única manera de
comunicar una idea depende, para ser establecido, del uso de un
icono" (1987, 2.278: 262). Por lo mismo, precisa el semiótico
estadounidense, cualquier afirmación tiene que contener un
icono o conjunto de iconos que representen al objeto en cuestión.
Pero, además, el icono no posee conexión dinámica
con ese objeto que representa y las particularidades que los unen
son, simplemente, sus cualidades que se asemejan a las del objeto
y que, a su vez, estimulan sensaciones análogas en la mente
del receptor interpretante, "(...) en realidad no está
conectado con aquél" (1987, 2.229: 273).
Por lo tanto, Peirce, continuando
con su extensa investigación, comprueba que verdaderamente
los iconos pueden prestar un buen servicio para acercarse a la realidad
pero, al mismo tiempo y debido a su vaguedad, le es imposible, por
sí mismo, transmitir información. Al partir de las
propuestas del filósofo y matemático, se puede señalar
que estos signos estimulan en los lectoautores, imágenes,
reminiscencias visuales, sonidos, impresiones, gustos, olores u
otras sensaciones que se van encadenando desordenadamente entre
sí y con otras apreciaciones acumuladas que ya no le son
tan familiares. "Pero en lugar de un único icono,
o un único signo por semejanza con una imagen familiar o
'sueño', evocable a voluntad, puede haber un complejo de
tales iconos, que forman una imagen compuesta cuya totalidad no
es familiar" (Peirce, 1987, 3.429: 307).
Para Fernando R. Contreras (2000),
el signo icónico presenta caracteres distintos al referente,
respetando con esto la alteridad. Los iconos sólo pueden
representar formas y sentimientos (a través del sentido),
asegura Peirce y, al respecto, Umberto Eco, precisa, en su crítica
al iconismo, que éstos no poseen las mismas características
del objeto, pero activan una estructura perceptiva "semejante"
a la que estimularía el objetivo imitado (Eco, 1974, 1988).
"(..) se trata -dice Kalkofen (1973)- de configuraciones materiales
que simulan condiciones perceptivas o componentes de los
signos icónicos" (Ibíd., 297).
Eco se pregunta si, con estos antecedentes,
se podrían continuar asociando los signos icónicos
con las analogías, como lo pretendía el propio
Peirce. Y reflexiona: "Si la analogía es una especie
de parentesco misterioso entre cosa e imágenes (...), en
ese caso se trata de una categoría que no puede encontrar
sitio en este marco teórico" (Ibíd., 303).
"Fuera de contexto, las unidades
icónicas no tienen estatuto y, por lo tanto, no pertenecen
a un código; fuera de contexto, los 'signos icónicos'
no son signos verdaderamente; como no están codificados
ni (como hemos visto) se asemejan a nada, resulta difícil
comprender porqué significan" (Eco, 1974, 1988: 322).
Para Jenaro Talens (2000), el sentido
no puede confundirse con el significado. Una lectura significativa
de un objeto consistiría en la aplicación de una variedad
de códigos que permitieran descodificar ese mismo objeto.
Al no haber códigos previos compartibles no hay significación,
por lo que "el estímulo que provoca una determinada
textura de la imagen o las asociaciones sensoriales o sentimentales
provocadas en un lector (...) Es ese tipo de mensaje lo que defino
como sentido" (Ibíd., 18). Umberto Eco indica,
por otra parte, que los iconos, a pesar de su vaguedad, significan
de todas maneras y explica su tesis esgrimiendo que hay razones
para pensar en un TEXTO ICÓNICO, "más que algo
que dependa de un código, es algo que INSTITUYE UN CÓDIGO"
(Eco, 1974, 1988: 322).
Desligándonos de la última
referencia de Eco y definido esto, es posible desvincular dicho
complejo iconismo de su labor representacional, debido a
que la anulación del referente, de una representación
estable, ideal, analógica que trata de asemejar más
que de simular, en sentido foucaultiano12(1973),
se ve sobrepasada por la entrada en circulación de infinitas
interpretaciones que no representan (sentido que no significa),
que están fuera de contexto13
y que clausuran ese referente universal. Es así como, para
nosotros, el exceso de representación(es) también
anula la representación. "Lo que muere en estas cabezas
sin humanidad natural, es la representación, puesta a raya
por subrayado, que la mata por exceso" (Viscardi, 2001b: 1
y 2).
Ayudados por ciertas propuestas
peirceanas y tratando de radicalizar un tanto más
sus posturas, entendemos, en este campo, dicha ilimitación
incontrolada de sentido como una suerte de rizomatización
del icono que ya no cumple con su labor de representar, sino
que simula, como una especie de "icono simulador" que
logra escaparse de los códigos que lo enclaustran y ya no
responde a un referente establecido, sino que, a través del
sentido, se diversifica por lo más diversos y desconocidos
caminos.
En el fondo, el icono ya no trata
de imitar al objeto tal cual se presenta, sino que suplanta la realidad
por los signos de lo real, acercándose a la simulación
por lo hiperreal. Estos signos icónicos son "falsos",
"mienten", se deslizan en un presente que es conformado
por lo simulacral. El icono ya no vive de la representación,
sino que vive en lo virtual, como una máquina reproductiva
de imágenes artificiales, como la máquina que inventó
Morel en la novela de Bioy Casares (1968).
"Sin embargo, si el trucaje
ha circulado casi sin que nadie se percate es porque el problema
ya no es que la imagen 'represente' nada, sino que como está
'muy bien hecha', nos la creemos" (Talens, 1998, 2000: 385).
Para Derrida (1996), uno de los
rasgos que designa lo que constituye la actualidad teletecnológica
es, en general, la artefactualidad. La artefactualidad
es producida e interpretada por dispositivos ficticios o
artificiales, jerarquizados y selectivos, siempre al servicio
de intereses y poderes que los sujetos no perciben lo suficientemente
bien. "Por más singular, irreductible, testaruda, dolorosa
o trágica que sea la 'realidad' a la cual se refiere la 'actualidad',
ésta nos llega a través de una hechura ficcional"
(Derrida y Stiegler, 1996, 1998: 15), cuya función es crear
acontecimientos bajo la consigna del mercado.
Complejidad de iconos que ayudan
a anular la representación porque ésta ya no es una
sola, marcada y diferenciada si no que es una mezcla de signos que
producen, hipertextualmente, la iconofagia (bombardeo y consumo
de y por imágenes). En esta perdida de la representación
unívoca, el icono se desliza de la producción de significados
y comienza a coquetear con la vaguedad y el dislocamiento del simulacro,
haciendo dobles, multiplicando y clonando el objeto en cuestión.
De todo esto, surgen algunas dudas:
¿cómo podríamos defecar la enorme cantidad
de imágenes que consumimos iconofágicamente?,
¿cuál sería el proceso de iconorrea?,
¿cómo se manifestarían estos posibles trastornos?
"A idéa dos excrementos
resultantes da iconofagia, indagada por Bemd Ternes em Berlim, traz
consigo ainda uma outra indagaçao: quais seriam os excrementos
quando somos devorados pelas imagens? Quando devoramos imagens,
produzimos imagens excrementais. E quando as imagens nos devoram,
produzem elas imagens excrementais ou seres humanos excrementais?
De que natureza serao os detritos das imagens devoradoras?"
(Baitello Junior, 2002: 2).
Como primera respuesta ante estas
dudas, y derivado de lo recién expuesto por Baitello Junior,
es necesario afirmar que efectivamente se presentan -y ya se están
presentando- patologías como consecuencia de la banalidad
que ofrece la televisión, internet, el predominio de la imagen
ante la palabra, de la caja mágica a cambio del libro; actos
cada vez más comunes en nuestra sociedad del simulacro o
gringocentrista. En el campo de la informática (específicamente
en relación a las fronteras de la infografía), Contreras
indica que ésta es una acción paranoica de la sociedad
actual que precisa sustituir en su locura lo real por lo simulado.
"Eso sitúa al hombre actual en un estado de tiempo cero
o en un tiempo muerto. Digamos que la vida transcurre fuera del
tiempo que señalan los ordenadores" (2000: 72).
Los discursos informativos, en la
era del simulacro, cumplen con su labor de informar, siempre
y cuando estén insertos y sean cómplices de este juego.
Hasta la lógica de los noticiarios, nos argumenta Talens
(1998, 2000), es la lógica del espectáculo. Estamos
construidos de acuerdo a la lógica del simulacro. Para que
alguien diga la verdad no, necesariamente, tiene que decir algo
que tenga que ver con la verdad; simplemente, tiene que decir un
discurso coherente que, mientras más coherente sea, se convierte
en más verdadero que otro. Como enfatiza, Baitello Junior
(2002), ya no estamos llamados a ver. Somos presa fácil para
las imágenes que saltan sobre nosotros, que nos asaltan.
En este siglo de las imágenes somos vistos por ellas,
somos parte de una voracidad compulsiva.
Por lo mismo, esta sociedad tardocapitalista,
basada totalmente en las imposiciones de la publicidad y sus exigencias
mercantiles, impone un cinismo extremado desde los mismos medios
de comunicación que producen, espectacularmente, las
patologías (iconofágicas) sociales a las que
nos ha llevado dicho sistema, frente "a la exuberancia salvaje,
lujosa, derrochadora en la que viven los pocos privilegiados durante
el mismo continuum discursivo de la televisión"
(Contreras, 2002: 2).
En el ámbito de la lectura,
retomando lo anteriormente expuesto, los resultados son cada vez
más extremos. Comparativamente, para leer y escribir se necesitan
niveles de concentración superiores a los exigidos para ver
imágenes o audicionar música. Es decir, en una rápida
lectura ante esto, los libros podrían llegar a ser cada vez
más imprescindibles. Aunque es muy difícil que el
libro y el periódico mueran, no hay que ignorar la presencia
de una "voracidad sensorial" de quienes están ya
hipnotizados (indigestos) por las imágenes (Ferrés,
2000). La idea es que los niños o los adultos lean más
y vean menos, que no sólo el aprendizaje sea a través
de la imagen, sino que se trate de llegar a un equilibrio donde
la educación también pase por la lectura (Talens,
1998, 2000).
"(...) la lectura misma está
en peligro ante la mirada fugaz a secuencias rápidas de
imágenes (...) La técnica de las imágenes
móviles no permite leer ni demasiado despacio ni demasiado
deprisa. Corren siempre por delante. La ley de economía
de señales reza así: alcanzar en un tiempo cada
vez más corto a través de espacios cada vez más
amplios a un número cada vez mayor de personas para el
mismo mensaje" (Pross, 1998: 11-12).
Como primera solución para
evitar estas enfermedades iconofágicas, el doctor
Andrew Weil (2000), pionero en los estudios sobre la sobreexposición
mediática, invita a ponerse a dieta de los medios de comunicación
durante días o semanas: "veréis -asegura- como
disminuye automáticamente vuestro estrés y sois capaces
de alcanzar cierta paz interior". Al mismo tiempo indica la
necesidad de implementar en todo el mundo programas educacionales
sobre "alfabetización mediática" que entreguen
a niños y a adultos las herramientas para que no se ahoguen
en la gran oferta de imágenes y puedan controlar la ingestión
de las mismas. Hay que crear los elementos para que las personas
se acostumbren a "leer" (tal cual como se hace hoy con
los libros) de manera crítica las imágenes para que
puedan seleccionar cuáles son de su conveniencia y no, solamente,
limitarse a ver "lo que echen". F. Contreras (2002) precisa,
sobre lo mismo, que una sociedad analfabeta en el uso y el conocimiento
de la tecnología es tan fácilmente de manipular y
controlar como las sociedades analfabetas en tiempos pasados.
"Esto es, de las relaciones
que se establezcan entre sociedad y comunidad virtual, entre cuerpo
y cibercuerpo, entre educación y las nuevas tecnologías,
entre las relaciones interpersonales y las comunidades virtuales
de la Red, etcétera.
Del desequilibrio por potenciar más una parte de algunos
de estos binomios es de donde provendrá en el futuro la
pobreza cultural de la sociedad" (Contreras, 2000: 75).
Desde esta visión alterada
de lo real, Derrida propone la educación, por la técnica,
para que en lo posible, los ciudadanos o los usuarios que consumen
los resultados de estos "artefactos" puedan participar
en la producción y selección de programas que permitan
elaborar nuevos discursos para que, así, los consumidores/espectadores
participen del mercado y no sean víctimas de éste.
Lo definido por dicho filósofo
pretende salir del estado de analfabetismo en relación a
la imagen (analfabetismo icónico), a través de una
suerte de alfabetización que permita que la masa de los consumidores
pueda descifrar la invasión de una imagen global e inanalizable,
indisociable. Pero, como es sabido, no hay nada de eso. Es una apariencia.
Hay que aprender a discernir, componer, pegar y montar, enfatiza
Derrida. En una línea similar, al referirse a la imagen y
a la tecnología, Talens asegura que "La cuestión
es que ese tipo de contradicciones, si al espectador se le enseñara
a pensar, las podría establecer" (1998, 2000: 392).
Sobre lo mismo, Martín Barbero
supone que un uso creativo y crítico de los medios y la informática
es factible, solamente, en una escuela que transforme su modelo
educativo, "que haga posible el tránsito de un modelo
centrado en la secuencia lineal que encadena unidireccionalmente
materias, grados, edades y paquetes de conocimientos, a otro
descentrado y plural, cuya clave es el 'encuentro'
del palimpsesto (...) y el hipertexto" (2000:
27).
Finalmente, su propuesta de escritura
hipertextual (escritura rizomática) ya no se alimenta
de secuencias, sino de montajes, de conexiones en red que, al elaborar
una multidiversidad de recorridos, modifica la lectura en escritura.
Dicha situación potencia la labor del educador que ya no
se limitaría a retransmitir saberes, sino que se convertiría
en formulador de problemas, provocador de interrogantes, en, para
terminar con Martín Barbero, un sistematizador de experiencias
que habilita y posibilita el diálogo entre culturas y generaciones.
Notas:
1
Fragmento del Manifesto Antropofago, publicado originalmente
en la Revista de Antropofagia, 1, mayo de 1928, Sao Paulo,
Brasil.
2 A partir de los estudios de
F. Jameson e interpretándolo libremente, Bhabha explora el
dominio de la causalidad social y la diferencia cultural. Rescata
la cuestión de las exclusiones y parafrasea de Jameson el
término third space (tercer espacio), explicándolo
como un área de "interfection". "The space
of 'thirdness' in postmodern politics opens up an area of 'interfection'
(to use Jameson's term) where de newness of cultural practices and
historical narratives are registered in 'generic discordance', 'unexpected
juxtaposition', 'the semiautomization of reality'
'" (Bhabha,
1994: 127).
3 El antropólogo Marc Augé
(1992) aporta el término no lugar indicando que es
un "(no) espacio que no puede definirse como espacio de identidad
ni relacional, ni histórico (...) El espacio del no lugar
no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y
similitud" (Augé, 1992, 1996: 83 y 107).
4 Para W. Arens, el exocanibalismo
es el "canibalismo ritual o mágico, en que se identifica
un intento de absorber la esencia espiritual del difunto..."
(Arens, 1979: 25) C. Vincent, por su parte, publica un reportaje
en Le Monde, reduciendo esta clasificación a; "c'est
l'ennemi que l'on dévore, par vénganse, ou pour s'apropier
ses vertus" (Vincent, 2000: 25).
5 Norval Baitello Junior, conferencia
dictada, en el marco del curso de Doctorado "El Tiempo y el
Espacio en la Comunicación", Sala Mixta, Facultad de
Ciencias de la Información, Universidad de Sevilla, 19 enero
de 2000. La transcripción es mía.
6 En francés diferencia
se traduce como différence, pero Derrida va más
allá de la sola diferencia (por eso hablamos de la diferencia
de la "diferencia") y propone el neologismo homofónico
différance que no tiene traducción en español
y que sólo se diferencia de la différence por
la "escritura". También, para marcar su diferencia,
este neologismo es traducido al español como diferancia
o difErencia que añade al significado "diferente"
la idea de "diferir" o "postergar", como un
compás de espera, una pausa que "'(...) .remite al movimiento
(activo y pasivo) que consiste en diferir por demora, delegación,
prórroga, reenvío, desvío, retraso, puesta
en reserva. En este sentido, la différance no está
precedida por la unidad originaria e indivisa de una posibilidad
presente que yo pondría en reserva como si fuera un gasto
que dejaría para más adelante por cálculo o
por espíritu de economía. Lo que difiere la presencia
es aquello a partir de lo cual, por el contrario, la presencia es
anunciada o deseada en su representación, en su signo, en
su huella...' (Positions, ed. cit.., pp. 16 y 17)."
(Derrida en De Peretti, 1989: 122).
7 Nos referimos, específicamente,
a las últimas tendencias políticas europeas. Sin ir
más lejos, recordamos el inesperado resultado en las elecciones
del domingo 21 de abril pasado, donde el pueblo francés dio
su voto, en una importante mayoría, al candidato ultraderechista,
de reconocida tendencia xenófoba, Jean Marie Le Pen. Sufragio
que se suma a los ya instaurados y conservadores gobiernos de Silvio
Berlusconi en Italia y Jörg Haider en Austria.
8 Ortiz, de todas maneras, indica
que otros autores aseguran que el capitalismo nace con la Revolución
Industrial. Explica esto diciendo que, en el caso de América
Latina, la presencia española y portuguesa no lograron integrar
a la población indígena y negra dentro de un mismo
molde civilizatorio. "Con esto quiero decir que, a pesar de
los movimientos integradores, el mundo anterior a la Revolución
Industrial todavía encerraba mucha diversidad (...) Revolución
Industrial y modernidad van juntas. Trajeron consigo un proceso
de integración hasta entonces desconocido: la constitución
de la nación" (Ortiz, 2000: 46-47).
9 Quisiéramos señalar
que al hablar del patrón occidental insertáramos previamente
el prefijo nor. Lo noroccidental define de inmediato las permanentes
y evidentes diferencias entre el Norte y el Sur.
10 "Desgraciadamente, el
crimen jamás será perfecto. Además, en este
libro negro de la desaparición de lo real no han podido ser
descubiertos ni los móviles ni los autores, y no se ha encontrado
nunca el cadáver de lo real. Tampoco se ha podido descubrir
jamás la idea que preside este libro. Era el arma del crimen.
Si bien el crimen nunca es perfecto, la perfección, como
su mismo nombre indica, siempre es criminal. En el crimen perfecto,
el crimen es la propia perfección (...) Ahora bien, este
crimen carece de motivación y de autor, y es, por tanto,
absolutamente inexplicable" (Baudrillard, 1995, 1996: 9-10).
11 La diferencia entre antropo
e iconofagia es inmensa, clarifica Baitello Junior e indica
que en la primera de éstas devoramos a otro o somos devorados
por otros; en cambio, la iconofagia consiste en el ser devorados
por imágenes, "devorados pelo abismo que tem como portal
triunfal de entrada... uma imagen" (Baitello Junior, 2002:
2). Esta cita, como todas las en portugués de Baitello Junior,
fue rescatada de un texto inédito, presentado recientemente
en Viena, de este autor que, en el próximo número
(nº5 - agosto de 2002) de la revista virtual Comuniquiatra
<http://www.comuniquiatra.dk3.com>
será publicado en español.
12 Foucault
en Las palabras y las cosas (1966) plantea una equivalencia
entre la semejanza y la similitud e indica que éstas
cumplen una misma labor en el ámbito de la representación.
Posteriormente, en Esto no es una pipa (1973) propone la
existencia de un privilegio de la similitud sobre la semejanza,
ya que lo semejante posee un elemento original que ordena
en virtud de todas las copias que se van poco a poco debilitando
y que se pueden realizar de él. Lo similar, por su parte,
no obedece a ninguna jerarquía establecida y multiplica las
diferentes afirmaciones.
13 Para Derrida, las ideas se
presentan como la iterabilidad de marcas (técnica, artefacto,
discurso, texto, escritura, signos icónicos, imágenes
figurativas, etc.) posibles de diversos contextos móviles
que se desestabilizan precisamente por la posibilidad de que cualquier
elemento, por mínimo que sea, pueda injertarse en el encadenamiento
rizomático que conforma el contexto. Tejido que se
desteje y vuelve a tejer sin detención, transformando el
contexto en un rizoma. "Esto no supone que la marca
valga fuera de contexto, sino al contrario, que no hay más
que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto"
(Derrida, 1971, 1989: 362).
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Mg.
Rodrigo Francisco Browne Sartori
Periodista chileno.Actualmente
cursa el programa de doctorado "Literatura y Comunicación
V. Programa Interdisciplinar en Estudios Culturales" de la Facultad
de Ciencias de la Información de la Universidad
de Sevilla, España. |